Las elecciones son el martes, señor presidente

—¿Tengo algo importante en la agenda de la semana? Espero que no, voy muy retrasado con mis series.

—Pero, señor Trump, las elecciones…

—¿Qué elecciones?

—Las elecciones son el martes, señor presidente.

—¿Las mías?

—Sí, señor.

—¿No te habrás liado? Mira bien, a ver si son las del senado o algo así. Jaja, el senado, qué ridículo. ¿Qué somos? ¿Romanos? ¿Van con toga, los senadores?

—Lo siento, señor, pero las elecciones del martes son las presidenciales.

—¿Pero por qué nadie me avisa de esto?

—Bueno, ehm… Yo creo que se lo dijimos… Y, en fin, está en todos los periódicos.

—¡No deis nada por supuesto! ¡He estado enfermo! ¡Con covid! ¡No estaba para leer periódicos! En fin, supongo que aún se podrá hacer algo. ¿Qué dicen las encuestas?

—Pues Biden tiene algo de ventaja.

—¿Biden? ¡Biden no se puede presentar! ¡Ya fue presidente!

—Sí puede, señor. Fue vicepresidente.

—¡Pues que se presente a vicepresidente! ¿Qué quiere? ¿Serlo todo? Que se presente también a Papa de Roma, hostia ya.

—¿Eh?

—Esto es injustísimo, ¡nadie me avisó! Llama a Biden y pregúntale si le importa que lo dejemos para dentro de dos martes.

—No puede ser, señor presidente. La campaña ya está en marcha.

—Solo estoy hablando de un pequeño retraso. Tengo que pensar bien en mi programa. Estuve leyendo sobre una cosa llamada “marxismo-leninismo” y creo que podríamos adoptar algunas de estas ideas.

—¿Marxismo-leninismo? Pero, señor, eso es comunismo.

—No, hombre, no. Comunismo es subir un poco los impuestos. Aquí hablamos de nacionalizar empresas y que sean propiedad del Estado, es decir, del presidente.

—Creo que no va así la cosa.

—¿Sabes lo que es la plusvalía? Es lo que ganan otros empresarios por no hacer nada. Yo quiero algo de eso, también.

—Pero, señor…

—Estoy en la ruina… O implantamos el marxismo-leninismo y consigo algo de plusvalía, o tendré que vender mis hoteles. Volviendo al tema: llama a Biden y pregúntale lo de retrasar las elecciones. Es majete, no creo que le importe.

—Es que siempre son el primer martes de noviembre.

—Mira, no. No.

—¿No?

—Eso es algo que siempre he odiado.

—¿El qué, señor presidente?

—Lo de “siempre se ha hecho así”. Si en una de mis empresas me venía alguien diciendo eso, lo despedía. Hay que ser flexibles y estar atentos a las innovaciones que nos faciliten el trabajo. Por ejemplo, todo el mundo decía que era imposible que los ascensores funcionaran sin cables y llevaran cohetes. Era imposible, pero primero lo probamos porque si no lo pruebas, ¿cómo lo sabes? Además, solo murieron dos personas, nunca entendí por qué hizo falta llegar a juicio. Por cierto, lo he pensado y quiero que los senadores vayan con toga. Llama a Biden, anda.

—Yo le llamo, pero no va a querer.

—Mira, hoy estás insoportable. Ya lo llamo yo. A ver, creo que tengo su número guardado en el móvil. Sí, aquí… Me envió un meme hace poco: se me veía a mí cruzándome con el virus de la covid y el virus salía con mascarilla… Qué cabrón… ¡José! ¡Soy yo! ¡Donaldo! (Nos hablamos con nuestro nombre en español, es una broma nuestra). ¿Qué tal? Oye, ¿sabías lo de las elecciones? ¿Sí? A mí no me habían dicho nada. Te llamaba por si lo pudiéramos retrasar. Quince días. O una semana. Joder, tío. Pero es que no lo sabía. Claro que aceptaría si estuviera en tu lugar. Porque yo soy un caballero y no una rata traidora. No te estoy llamando rata traidora, solo estoy diciendo que yo no lo soy. Si te das por aludido es tu problema, Joe. No, no te pienso llamar José porque ahora estoy enfadado. Me da igual. Venga, hasta luego. Sí, mañana partidita de Carcassone. Dice que no.

—Lo siento, señor presidente. Quizás deberíamos seguir con la campaña.

—¿Seguir? ¿Cuál es mi eslogan?

—Mantengamos América grande.

—¿Todavía estamos con eso? ¿Cuánto hemos hecho crecer América estos cuatro años?

—¿Qué?

—¿Cuántos kilómetros cuadrados? ¿Fue con diques, ganando terreno al mar? ¿O finalmente compramos Groenlandia?

—Creo que el país mide más o menos lo mismo, señor.

—Entonces necesitamos algo nuevo. ¿Qué tal “Biden es un resentido y no me deja retrasar las elecciones”?

—Creo que no se entiende bien, presidente.

—”Blancos, negros, chinos: os quiero a todos”.

—¿Qué?

—¿No dicen que soy racista? Pues algo así, para convencerles de que no lo soy. Me da igual que seas chino o moro, yo estoy abierto a todas las razas. Tuve una novia de Dakota y Dakota es un nombre siux.

—Señor, no puede decir eso.

—¿Qué parte?

—Ninguna.

—Bueno, mira, déjame un rato y ya hablaremos en otro momento, que hoy me estás diciendo que no a todo.

—Lo siento, señor.

—Cuando yo digo algo, no quiero que me respondas que no se puede, sino que me digas cómo hacerlo.

—Perdón, señor.

—Y que lo hagas.

—Lo intento, señor.

—Vete.

—Sí, señor.

—Espera, antes de irte cepíllame el pelo.

—Voy, señor.

—Y suave, que siempre me das tirones.

—Iré con cuidado, señor.

Lo que pienso de los aliens

En 2028 llegaron a la Tierra alienígenas de una sociedad mucho más avanzada que la nuestra. No solo venían en son de paz, sino que la tecnología y el conocimiento que nos trajeron iniciaron una era de paz y prosperidad nunca vista, pidiendo a cambio solo algunas materias primas escasas en su planeta. 

Esto es lo que yo decía sobre estos extraterrestres a mis amigos, familiares y cualquier persona que estuviera a menos de dos metros:

—Tan listos no son.

—Si nuestra civilización hubiera vivido diez mil años más, también habría llegado a ese nivel de conocimiento. Era solo cuestión de tiempo.

—Sí, bueno, pero no pueden tomarse una buena cervecita fresca porque el alcohol los mata. No compensa.

—¿Diez kilos de arena al año no es un precio demasiado elevado? Esa arena es nuestra.

—A lo mejor han curado el cáncer, pero vete a saber lo que nos han metido en el cuerpo. A largo plazo se verán las consecuencias.

—No digo que no sean inteligentes, solo digo que es otro tipo de inteligencia. Nosotros somos más de calle y ellos más de curar el cáncer y esas cosas. 

—Yo no me aclaro en un laboratorio, pero si un alienígena y yo nos metemos en una banda callejera, al que eligen de líder es a mí. Me juego lo que quieras.

—Ya sé que no hay bandas callejeras porque su plan para terminar con la delincuencia funcionó a la perfección. Era un planteamiento hipotético.

—¿Estamos seguros de que su vacuna universal sin efectos secundarios no provoca calvicie? Veo mucho calvo últimamente, no creo que sea casualidad.

—¿Tú has visto a alguno de cerca? Yo sí. No son tan altos.

—No es verdad que mi mujer me dejara por uno de ellos. Primero me dejó y luego comenzó a salir con él. Pasaron al menos dos semanas.

—No, no es lo mismo.

—No sé por qué dices eso, me parece que no tienen pene.

—No te puedes creer todo lo que ves en los vídeos porno.

—Es posible que hayan terminado con las guerras, pero no todas las guerras eran malas. Si no fuera por la Segunda Guerra Mundial, Hitler seguiría vivo. Esto es ciencia.

—Ya sé que también han terminado con el nazismo, solo era un ejemplo.

—Lo único que digo es que me habría gustado tener la oportunidad de terminar con el nazismo por mi cuenta. No digo que yo hubiera podido hacerlo, solo que tenía derecho a intentarlo.

—Claro que he engordado. ¿No te estoy diciendo que se nos quieren comer? Todo forma parte de su plan.

—La arena para el que se la trabaja.

—Es verdad que gracias a ellos podemos viajar a otros planetas, pero como en España no se come en ningún sitio.

—¿Te tengo que recordar lo de la cerveza? No compensa.

—Son capaces de prohibir el alcohol. Ojo. Que se empieza por la delincuencia, se sigue con la pobreza, se erradica el cáncer y lo siguiente son las cervecitas.

—Vale, lo de las pastillas contra la resaca estuvo muy bien.

Cómo crear una serie para Netflix o HBO: 6. Cómo delatar a un mafioso

Daniel Pérez (izquierda), Daniel Pérez (centro) y Daniel Pérez

Cuando regresé del trabajo, me encontré con dos hombres de traje sentados en mi sofá.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí?

—¿Señor Pérez?

—Sí, ese soy soy, Daniel Pérez.

—Siéntese, por favor. Somos el sargento Daniel Pérez y el capitán Daniel Pérez, de la Policía Nacional de Torrejón de Ardoz.

—¿Pero cómo han entrado en mi casa?

—Somos la policía, tenemos copia de todas las llaves de la ciudad.

—¿Y mi esposa? ¿Dónde está mi esposa, Daniela Pérez?

—No se preocupe, aún está en la oficina. Tenemos que hablar con usted a solas.

—¿Qué ocurre?

—Esto va a ser muy difícil de explicar y de entender, pero le pedimos por favor que sea paciente.

—Está bien.

—Usted no es Daniel Pérez.

—¿Cómo?

—Usted es Jaime Rubio.

—Pero, pero…

—Sí, sabemos lo que nos va a decir.

Se lo dije igualmente. Recordaba perfectamente toda mi vida: nací en Soria, hijo único de Daniel Pérez y Daniela Pérez. Durante mi infancia nos mudamos mucho, ya que mi padre trabajaba para una empresa de mudanzas y, como nunca recordaba el camino de vuelta, teníamos que ir nosotros a donde él estuviera. Estudié Biología Marina en Valencia. No sabía nadar, así que el Colegio de Biólogos Marinos me envió a Madrid, donde llevaba tres años trabajando como investigador en la playa del Manzanares. Allí conocí a Daniela Pérez, que dedicaba sus ratos libres a recorrer la ribera del río con un detector de metales sin pilas. Fue un amor a primera vista: ella se enamoró del socorrista y yo de una vendedora de helados. Pero como ninguno de los dos nos hacía caso, nos conformamos el uno con el otro.

—Lamento decirle que todo lo que usted recuerda hasta hace tres años son memorias implantadas —dijo Daniel Pérez—: sus padres, sus estudios de biología marina… Usted forma parte del programa de protección de testigos más avanzado de Europa.

—¿Los testigos de Jehová, a quienes protege el mismísimo Dios?

—No, los otros —dijo Daniel Pérez—, los de los juicios.

—Ya se imagina por qué acaban fallando estos programas —siguió Daniel Pérez—. Los testigos echan de menos a su madre o a sus amigos, les acaban llamando por teléfono, empiezan a cometer errores… Y aparecen muertos en un callejón.

—Este programa crea una nueva identidad. Usted no puede llamar a sus padres porque ni siquiera se acuerda de ellos.

—Y además sus padres le echaron de casa cuando cumplió 38 años.

—Eso también.

—Pero no puede ser… Ni siquiera reconozco ese nombre… ¿Jaime Rubio?

—La operación de reconfiguración fue un éxito. Pero ahora ya es seguro volver. Basta con tomarse esta pastillita.

—¿Por qué ahora?

—La persona a la que ayudó a meter en la cárcel, Daniel Pérez, murió la semana pasada. Intentó fugarse por el retrete de la prisión y quedó encallado justo en la frontera con Portugal.

—Pero esto es absurdo. No creo que yo sea capaz de mantener ninguna relación con criminales.

—Pues así es, señor Rubio.

—¡No me llame con ese nombre!

La historia que me contaron me sonó absurda. Al parecer, Daniel Pérez era el gran capo de la mafia del Corredor del Henares, compuesta por él, un perro muy fuerte aunque un poco viejo, el vigilante de un Mercadona y yo, Daniel Pérez, su fiel contable. Nos dedicábamos a todo tipo de negocios sucios: contrabando de bombillas para las luces navideñas, mercado negro de croquetas, compraventa de pases ilegales para piscinas comunitarias… Incluso habíamos estafado a la base militar de Torrejón de Ardoz, vendiéndoles alerones para que los cazas fueran más rápido.

—¿Y no funcionaban? —Pregunté a Daniel Pérez.

—Claro, eran alerones, cómo no iban a funcionar. Pero eran de baja calidad y se desprendían.

La policía nos descubrió organizando una timba ilegal de Catán en el almacén del bar Ma y Te. Mi jefe y el perro lograron huir, pero yo me despisté porque estaba a punto de conseguir mi quinta carretera consecutiva.

—Qué horror.

—Sí, usted era un delincuente.

—Lo que me horroriza es que supiera jugar a Catán.

El interrogatorio fue difícil: yo era un tipo duro y bregado en el hampa torrejonera. Conmigo no iban a poder.

—Aquí tiene su café, señor Rubio.

—Está asqueroso.

—Lo siento. Las máquinas de aquí no son muy buenas. ¿Prefiere un refresco?

—ESTÁ BIEN, CONFIESO, NO AGUANTO ESTA TORTURA.

—Su abogado está al llegar, ¿no será mejor que le espere?

—YO LO HICE TODO. TESTIFICARÉ ANTE EL JUEZ, IRÉ A SÁLVAME DE LUX Y ME SOMETERÉ AL POLÍGRAFO.

Y así fue como acabé en el programa de protección de testigos.

—Me está diciendo que no soy Daniel Pérez.

—No —contestó Daniel Pérez.

—Usted es Jaime Rubio —añadió Daniel Pérez.

—Pero todo lo que he hecho en estos tres años sí es real… Me he casado de verdad con Daniela Pérez.

—Sí, eso sí.

—He hecho amigos y tengo un trabajo que me gusta… Me van a ascender a asistente del director regional. Incluso me han dado mi propia calculadora, una Texas Instruments.

—Pero está usted viviendo una mentira. Y se dará cuenta con solo tomarse esta pastillita.

—¿Cómo va a ser una mentira? ¿Este hogar es una mentira? ¿Esta foto con mis suegros es una mentira? ¿Este gato es una mentira?

—Es un peluche.

—Pero es un peluche de verdad.

—Señor Rubio…

—¡No me llame por ese nombre! ¡Soy Daniel Pérez!

—Usted tiene otra vida. Una vida real. Esto, todo esto, solo era una forma de protegerse. Una pantomima, solo que usted no era consciente.

—¿Y qué tengo en esa otra vida?

—Bueno… Er… Creo que tiene una bici estática que hace las funciones de perchero.

—¿Tengo pareja?

—Huy, no, no, qué va.

—¿Y amigos? ¿Mis amigos me echan de menos?

—Bueno, Daniel Pérez, el capo de la mafia del Henares, lo pasó fatal porque le consideraba a usted su mejor amigo. Pero no sé si querrá retomar su relación, habiendo sido traicionado y estando muerto.

—También frecuenta a menudo el bar Ma y Te, donde ha dejado a deber 57 euros, por lo que nos dijo la dueña.

—¿Y mi familia?

—Se cambiaron todos el número de teléfono para evitar que les llamara.

—Es decir, soy más feliz aquí como Daniel Pérez.

—Pues ahora que lo dice…

—No me obliguen a regresar a esa vida horrible.

Los agentes se encogieron de hombros y se levantaron.

—Nos vamos, pues.

—Normalmente insistimos un poco más, pero en este caso es evidente que no merece la pena.

—Solo una cosa. No entiendo cómo acabé en esa vida de perdición y delincuencia.

—Oh, eso es muy gracioso. Cuéntaselo tú, Daniel.

—Pero si yo he preguntado.

—No, el otro Daniel, el que también es policía.

—Ah, sí, qué lío, perdón. Usted quería financiar su propia serie.

—¿Yo tenía mi propia serie? ¿Era todo un showrunner?

—Qué va, tenía cuatro libretas garabateadas.

—¿Y esas libretas siguen existiendo?

—Supongo que sí, estarán con sus cosas, en su piso.

—Pero esto lo cambia todo. Yo tenía mi propia serie.

—A ver, yo no diría tanto.

—Seguro que pensaba venderla a Netflix, que lo compra todo…

—Puede ser, pero…

—… O a HBO, que apuesta por productos de calidad.

—No nos volvamos locos.

—¡DEME LA PASTILLA! ¡QUIERO VOLVER A SER JAIME RUBIO!

—¿Qué dice?

—Piénselo bien.

—QUIERO DESARROLLAR MI PROPIA SERIE.

—Pero desarróllela siendo Daniel Pérez.

—NO QUIERO TIRAR POR LA BORDA TODOS ESOS AÑOS DE TRABAJO.

—¿Y su esposa?

—¡NO ES UNA MUJER DE VERDAD! ¡ES UN RECORTABLE DE CARTÓN!

—Aun así, es mejor que lo que tenía antes.

—¿Qué hay de sus amigos? ¿Y de su trabajo?

—LES DEBO DINERO Y NO SÉ NADAR, DEME LA PASTILLA.

—Tenga, tenga.

—Al fin… Sí… Ahora lo recuerdo todo… Me ha venido de repente… He perdido tres años… Pero puedo retomar mi trabajo donde lo dejé.

—¿Está llorando de alegría?

—Sí… Pero no solo por la serie. Resulta que no sé jugar a Catán. Les dije que sí porque quería parecer un tipo duro, pero estaba improvisando.

—Mire, acaba de llegar su mujer.

—Es verdad, era un recortable de cartón.

—Ya se lo decía yo. ¿No ven que es la consejera delegada del BBVA?

—Ah, claro.

—En fin, les dejamos, que tendrán mucho de lo que hablar.

—Yo me voy con ustedes. Adiós, Daniela. No volveremos a vernos.

—¿Pero por qué? ¿Quién es esta gente?

—Son Daniel Pérez y Daniel Pérez. Pero yo… Yo no soy Daniel Pérez. Yo soy Jaime Rubio.

—¿Qué?

—Y tengo que terminar una serie.

—Yo casi diría “empezar”.

—No te metas, Daniel.

—Yo no he dicho nada.

—Me refería al otro Daniel.

—Pero Daniel…

—No me llamo Daniel.

—Ahora no hablaba contigo, es que conozco a ese otro Daniel.

—Sí, fuimos juntos al cole.

—Bueno, yo me voy a ir yendo.

—¿Quién ha hablado?

—¿Qué?

—¿Cómo?

—¿Eh?

—¿Hola?

—Daniel, ¿estás ahí?

—Se corta.

*****

Cómo crear una serie para Netflix o HBO:

1. Cómo imprimir tu propio dinero

2. Cómo dar clases de Filosofía en la Universidad de Friburgo

3. Cómo viajar en el tiempo

4. Cómo dirigir un periódico

5. Cómo montar un open mic

Cómo crear una serie para Netflix o HBO: 2. Cómo dar clases de Filosofía en la Universidad de Friburgo

Foto: Mikael Kristenson (Unsplash)

Yo estaba a lo mío, tomando un cortado en copa balón en el Bar Ma y Te, cuando oí una conversación en una de las mesas: “Eso no lo verás ni en sueños”, dijo uno de los interlocutores, a lo que yo, gritando desde la barra, contesté:

—Hablando de sueños, esta noche he tenido uno loquísimo. Soñé que estaba soñando y luego me despertaba, pero en el sueño, porque en la realidad seguía durmiendo.

Hubo un silencio incómodo: el resto de clientes estaba intentando asimilar la sofisticada pieza de información que acababa de regalarles. Un sueño dentro de un sueño, nada menos.

—¿Cómo sabemos —seguí, a pesar de que Maite, la dueña, me estaba llamando la atención— que ahora no estamos soñando? A lo mejor esta mañana solo nos hemos despertado de un sueño y seguimos soñando otro sueño. Un sueño que es más grande que el primer sueño. A lo mejor estáis todos todavía en mi sueño… Un momento, ¿quién ha tirado el cenicero? Maite, ¿cómo es posible que haya ceniceros en el bar, si no se puede fumar?

Maite insistía en que ese cenicero no era suyo y que mientras yo hablaba alguien había ido al bazar de la esquina a comprarlo.

—En este barrio no se me valora como se debería —lamenté.

—Sí, claro —dijo Maite—, van a venir aquí a buscarte de la Universidad de Friburgo de Brisgovia a ofrecerte la cátedra de Metafísica.

—Pues no sería tan raro.

En ese momento entraron dos mujeres rubias de mediana edad que fueron directamente hacia la barra.

—¿Es usted Herr Jaime Rubio?

—¡Maite! ¡Alemanes! ¡Vienen a despedirnos a todos! ¡Tírales pesetas a la cara! ¡Eso les distraerá!

—Soy Elke Von Ehre, la rectora de la Universidad de Friburgo de Brisgovia, y ella es Marlene Von Schreider Kummen-Lehrenberger Niemann Burgemeister Oder Gildemeister Ich Erinnere Mich Nicht…

—Las presentaciones no hacen falta. ¡Marlene Von Schreider Kummen-Ich Spreche ein Bischen Deutsch, la rectora de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Friburgo de Brisgovia!

—Efectivamente —contestó Marlene Von Schreider Ich Möchte Ein Beer Führ Frühstuck Bitte Es Ist Freitag—. No hemos podido evitar oír lo que explicaba de su sueño y venimos a ofrecerle la cátedra de Metafísica, que ha quedado vacante después de que el profesor Kant se jubilara. En su carta de renuncia dice, literalmente, I Kant no more.

—¡Pues yo acepto en-Kant-ado!

Pasamos ocho minutos y medio riéndonos a carcajadas, lagrimillas y palmadas en el muslo incluidas, hasta que empezaron a volar ceniceros y tuvimos que huir a toda prisa.

El primer problema que me encontré cuando comencé a dar clases en la Universidad de Friburgo fue el del idioma, aunque lo superé enseguida porque mis alumnos no me entendían ni en español ni en alemán.

—¿No habéis soñado nunca que soñabais y luego os despertabais y en realidad solo os despertabais dentro del sueño? —Bramé en mi primera clase.

—Esto es una autoescuela —me contestaron los alumnos—. La facultad de Filosofía está dos calles más abajo.

—¿No habéis soñado nunca que soñabais y luego os despertabais y en realidad solo os despertabais dentro del sueño? Un momento, ¿esto es una autoescuela? ¿Me he vuelto a equivocar? —Bramé en mi primera clase, unos diez minutos más tarde.

Pasamos varias semanas estableciendo las diferencias entre una autoescuela y la facultad de Filosofía, y llegamos a la conclusión de que es imposible distinguirlas porque en ninguna hay coches. ¿No debería la autoescuela dar clase a autos? ¿O, al menos, dar clase sola, sin profesores? En fin.

Durante mis clases, también intentaba responder a la pregunta “¿quién soy yo?”.

—Usted es Jaime Rubio, profesor.

—Ah, sí. Es verdad. ¿Y tú eres…?

—Greta. Greta Müller.

—Muy bien, encantado.

La metafísica era más fácil de lo que parecía. Animado por los buenos resultados, decidí pasar lista. Todos supimos quiénes éramos menos dos de mis alumnos. Uno resultó ser la propia Greta poniendo voces para subir nota, así que otro problema resuelto. Para darle una identidad al segundo fuimos todos a un callejón oscuro para comprarle documentación falsa. Ahora es Marco Rosso, asesor fiscal de 47 años. Vive en Milán, está divorciado y tiene cuatro hijos llamados Andrea, Andrea 2, Andros y Antrés.

Escribí un paper resumiendo mis investigaciones: “¿Cómo sabemos que estamos despiertos, teniendo en cuenta que a veces soñamos que estamos soñando y nos despertamos, pero solo dentro del sueño? ¿Y mi sueño de venderle una serie a Netflix, que lo compra todo, o a HBO, que apuesta por productos de calidad, es un sueño de estos de estar dormido o un sueño en plan una meta, un ideal, un objetivo? Un estudio preliminar”. Se publicó en la prestigiosa revista filosófica Ein Hundert Hundewitze.

El artículo provocó cierto debate. Intercambié algunas cartas con el doctor Stuart Middlesize, de la Universidad de Oxford Fiesta, que propuso que la conciencia de los estados oníricos era diferente a la del estado de vigilia.

“Entiendo, doctor —le contesté—. ¿Pero qué es este bulto que tengo aquí en el hombro? Adjunto fotos”.

“No soy esa clase de doctor”, me dijo.

“Ah, perdón. Le envío un dólar por Bizum para establecer el privilegio médico-paciente”.

“Creo que eso es solo para los abogados. Y además no es del todo cierto, aunque salga en las series”.

“Tres dólares”.

“Por favor, deje de escribirme”.

“Seis con cincuenta y un descuento de yogures en el Carrefour”.

“Es un quiste de grasa, se irá solo”.

No se fue solo: pasé tres meses de baja y al final se fue esposado y bajo custodia policial. Está cumpliendo una condena de cinco años en la cárcel por allanamiento.

Pero me desvío. El caso es que, tras publicar el artículo, me ofrecieron un contrato para publicar un libro, que terminé en un par de semanas gracias al hábil procedimiento de poner palabras al azar. La conclusión del libro era que todos tenemos sueños raros, pero a nadie le gusta que se los cuenten porque menudo coñazo, la verdad.

Con el libro publicado, di por concluida mi labor en la facultad de Filosofía de la Universidad de Friburgo y le dije a la rectora, Marlene Pérez, que dejaba el cargo y volvía a casa, donde se me acumulaban los guiones por corregir. Eso sí, al llegar al barrio, fui directo al Bar Ma y Te, y le dije a Maite, la dueña:

—¿Lo ves cómo no sería tan raro?

—¿El qué?

—Lo de que me ofrecieran la cátedra esa.

—Ah, es verdad. Te fuiste sin pagar, por cierto.

***

Cómo crear una serie para Netflix o HBO: 1. Cómo imprimir tu propio dinero

Todos los ruidos que hace el vecino de arriba por las noches

Foto: Karol Kasanicky (Unsplash)

Noche 43. Está bailando sardanas. Sin música. Quizás escuche la música con auriculares.

Noche 44. Ahora está escuchando música de sardanas, pero no baila.

Noche 48. Lleva dos horas montando a caballo.

Noche 50. Está celebrando un juicio. No lo oigo bien y no sé de qué se acusa a sí mismo, pero grita cosas como “ORDEN, ORDEN”, “PROTESTO, SEÑORÍA”, “ME ACOJO A LA QUINTA ENMIENDA”, “¿CUÁL ES LA QUINTA ENMIENDA?”, “LA DE TU MERIENDA”, “JAJAJA”, “ORDEN, ORDEN”, “SEÑORÍA, ESO NO TIENE SENTIDO”, “MENUDO ZASCA TE HA SOLTADO”.

Noche 53. Hoy viven tres docenas de personas en el piso. Hay gente lavando los platos, otros moviendo muebles, uno baja las persianas, otro se está duchando, se oyen tres televisiones y en el cuarto del fondo se celebra otro juicio (“ORDEN, ORDEN”).

Noche 54. Discusión familiar. ¿Desde cuándo tiene hijos? ¿Desde cuándo tiene siete hijos?

Noche 55. Uno de los hijos tiene una batería.

Noche 56. Los hijos han formado un grupo de cumbia.

Noche 58. Se han separado tras una discusión a gritos y han iniciado siete carreras en solitario.

Noche 61. Ya no aguantaba más. Son las tres de la mañana y está moviendo el mismo sillón por toda la casa. He subido y he llamado a la puerta. Tras mucho insistir (no me oía con el ruido del sillón, supongo) me ha abierto.

-Ya está bien de ruiditos, ¿no?

-Ah, perdón. Es que no sé dónde poner esto -no era un sillón, era una jaula con unos ochenta cangrejos vivos.

-Abajo no se puede dormir.

-¿Abajo? Tú eres el vecino de arriba.

-¿Cómo voy a ser yo el vecino de arriba?

-Vives en el segundo. Y esto es el primero.

-Vivo en el menos dos. Y esto es el menos uno.

-Estás caminando por el techo. 

-¡Tú estás caminando por el techo!

-Llevas unas botas de clavos para no caerte.

-Soy muy torpe. De siempre.

-A ver, ven a la cocina.

Me sirvió un vaso de agua y me lo pasó.

-Bebe.

Bebí.

-¿Lo ves? ¡Has puesto el suelo perdido!

-¡He bebido con tanto ímpetu que he salpicado el techo!

Bajé a mi piso enfadadísimo. Mi vecino estaba loco: no solo movía su sillón por toda el piso y vivía bocabajo, sino que me hacía creer que el chiflado era yo y que vivía en una especie de mundo al revés. Pero mi casa era absolutamente normal, con sus muebles clavados en el suelo y el típico techo de tarima.

Me até a la cama e intenté dormir, pero me resultó imposible. No ya por el ruido, porque el muy imbécil había parado, sino por el enfado que me había provocado aquella conversación absurda.

Seguía pensando en el tema al día siguiente, cuando cogí el ascensor y subí a la calle. Aquella discusión nocturna me estaba haciendo dudar de todas mis acciones. Pero fuera todo me pareció como siempre. Las aceras, también llamadas “cornisas”, cada vez eran más pequeñas, pero bajo mis pies seguía el Gran Abismo Azul. Mucha gente caminaba por la Sucia Bóveda de Tierra, yendo bocabajo, pero eso no es lo que nos enseñó el Gran Señor del Gran Abismo Azul, al que nosotros adoramos.

Es cierto que algunas cosas no terminaban de cuadrar: ¿por qué me tenía que sentar en el techo de los autobuses, por ejemplo? ¿Qué había más allá de la Sucia Bóveda de Tierra? Pero la religión es una guía espiritual y la ciencia, a pesar de sus progresos, aún no nos permite saberlo todo.

Hay que subrayar esto último: la ciencia ha ido confirmando muchas de las ideas ya avanzadas en las enseñanzas del Gran Libro Orbil. Este texto dice, por ejemplo, que cuando pecamos, el Gran Señor del Gran Abismo Azul se enoja y nos empuja contra la Sucia Bóveda de Tierra. También dice que la mayor parte de los humanos son pecadores y malvados, y prefieren retozar como animales por la Bóveda (¡Sucia Bóveda!).

Nuestros científicos han ido corroborando punto por punto gran parte de los contenidos lo que dice el Gran Libro Orbil. Como explica el físico Stephen Thorne en El universo en la cáscara del abismo, el mundo que conocemos está formado por un Gran Abismo Azul en forma de esfera. La gravedad actúa repeliéndolo todo del centro de este abismo, de acuerdo con las leyes de Notewn. 

Es cierto que lo fácil es dejarse caer y vivir en la Sucia Bóveda, que es como se llama toda la tierra que cubre el Gran Abismo Azul. Pero eso no solo es pecado, sino que además es peligroso para nuestra salud, al concentrarse toda la sangre en los pies. Hay muchos estudios que confirman que lo mejor para nuestra actividad cerebral es que nuestra cabeza se llene de toda la sangre repelida por la gravedad. ¡La sangre es vida!

Nuestra religión es minoritaria, lo admito, y nuestros avances científicos no son muy conocidos. Pero he tenido suerte y he encontrado un empleo en el que se respetan mis creencias. Aunque admito que me resulta muy difícil trabajar de camarero en un local de pecadores. Tanto espiritual como físicamente.

-Hay que poner las mesas en el suelo. Si no, no las puedo servir bien.

-¡Ya están en el suelo!

-¡Están en el techo! ¡Hay que clavarlas en el suelo!

-¡Deja de tirar los cafés!

Aquel día se me cayeron aún más cafés hacia el techo que de costumbre. Las palabras del vecino de arriba me habían hecho dudar de mi fe y me sentía inseguro, a pesar de que había cambiado los clavos de mis zapatos hacía pocas semanas. 

Las dudas solo aguantaron hasta la noche:

Noche 62. Está cortando leña.

Me quedó claro que lo único que quería aquel maleducado era convertir mis justos reproches (“estás haciendo ruido a las dos de la mañana”) en una acusación hacia mi persona (“no soy el vecino de arriba, tú eres el vecino de arriba”), con el único objetivo de desviar la atención de sus habituales escandaleras.

Esa vez no me molesté en bajar. Llamé a la policía.

Que yo era el vecino de arriba, cómo se atrevía a decir eso… Fijé el móvil a la mesilla de noche con esparadrapo e intenté conciliar el sueño.

El síndrome del impostor

 

Como casi todo el mundo, yo también he sufrido el síndrome del impostor y he llegado a pensar que tal vez no merecía haber llegado a donde había llegado. Lo pasé particularmente mal cuando fui nombrado Papa de Roma, después de haber robado la documentación de un tal cardenal Brunelleschi.

Pasé las primeras semanas atenazado por el miedo, hasta que hice partícipe de mis temores a mi Secretario de Estado, el cardenal Voiello. “¡Cardenali!” -Le grité, moviendo mucho las manos-. ¿Cómo voy a ser il Papa si non sé ni parlare italiano?”. Voiello fue quien me habló por primera vez de este síndrome, que hace creer a quien lo padece que sus éxitos son fruto de la suerte, de la casualidad o directamente de algún delito, como hacerse pasar por otra persona. Pero esos temores son infundados y no nos dejan ver nuestros indudables méritos.

-¡Voi non soi incompetenti! -Resumió-. ¡Io tampoco sé parlare italiano!

-¡Ah, che cosa!

-¡Ma che cosa!

-¡Oh la là!

-¡Agora sem entendo!

Las sabias palabras de mi fiel consejero, que llevaba ya tres largas horas a mi servicio sin haberme fallado ni un solo día, me dieron algo de tranquilidad. ¿Acaso no estaba yo tan capacitado para ser Papa como cualquier otra persona que le hubiera robado la sotana a un cadáver y después hubiera cambiado las papeletas de la votación por otras con el nombre del muerto, quizás con alguna falta de ortografía por la falta de costumbre?

Con esto no quiero decir que no me encontrara con dificultades a lo largo de mi papado. Había muchas cosas que desconocía acerca de mi nuevo empleo. Por ejemplo, me dijeron que tenía que cambiar de nombre. Intenté resistirme porque no sabía si iba a poder recordar todos los cambios por los que ya había pasado, pero insistieron en que era lo que imponía la tradición. 

-Está bien. Pues seré el Papa Snoop Dogg IV.

-¿Cómo? Pero… No es un nombre tradicional… Ni siquiera ha habido otros Snoop Dogg…

Al final negociamos y aceptaron que me llamara Kanye Kardashian VII. El VII es mi número favorito. Es noventa y cuatro en italiano. 

Tampoco fue fácil ponerme al día con los retos de la Iglesia católica. Por ejemplo, la prensa me preguntó si iba a dejar que los curas se casaran y respondí que era mejor que vivieran juntos un tiempo, para conocerse mejor. 

Eso no fue óbice para que tomara medidas arriesgadas para modernizar la institución, como poner algo encima de la hostia, un poco de queso al menos, para hacer como una tapita. Por desgracia, me topé con la oposición del sector más reaccionario del clero, incapaz de ver cómo esta iniciativa ayudaría a que la gente volviera a misa.

A pesar de las dificultades, al cabo de unas semanas ya tenía prácticamente superado ese síndrome absurdo y me sentía cómodo en mi nuevo empleo. Por supuesto, seguía siendo consciente de mis limitaciones, pero también confiaba en que podría ser un buen Papa. ¿Por qué no, si hasta me sienta bien el color blanco? Y eso que a casi nadie le queda bien ese color. 

Recuerdo una hermosa tarde en los jardines del Vaticano, paseando con mi fiel Voiello. El sol ya estaba bajo y se oían los pájaros y el trote de un grupo de monjas que corría y hacía algo de ejercicio.

-Fíjate, Voilello, qué rápido van esas monjas.

-Sí, santidad, digo, santità. Van tan rápido que parecen jamones.

-¿Y cuándo comienzan los cardenales a fabricar juguetes? -Pregunté.

-¿Juguetes?

-Claro, enseguida nos plantamos en otoño y ni siquiera he comenzado a leer las cartas.

-¿Qué cartas?

-Las de los niños, pidiéndome regalos.

Aquella tarde en la que me enteré de que me había equivocado de Papa fue una de las más tristes de mi tiempo en el cargo. Un tiempo que no sabía que ya estaba llegando a su fin.

Mi plan no era perfecto: el cardenal Brunelleschi tenía diecisiete hijos que se habían pasado varias semanas insistiendo en que yo no era su padre. No me sirvió de nada gritar “ma che cosa” y mover mucho las manos. Me pusieron a prueba y no sabía ni sus nombres.

-Tú eres Tonino… Tú también te llamas Tonino… Tú eres Paolo Conte… A ti siempre te llamo signorina…

Tuve que huir con Voiello y algunos de mis fieles a Aviñón, donde fundamos el papado auténtico, al que llamamos Papa2. 

En efecto, Voiello no me abandonó. Mi fiel Secretario de Estado creía que yo merecía ser Papa porque, al fin y al cabo, había sido el Espíritu Santo el que había inspirado aquella fraudulenta votación. También influyó que en realidad se llamara Enric Sánchez y fuera un falsificador de descuentos del Carrefour buscado por la policía. No estábamos solos: me acompañaban una rúa del carnaval de Sitges, que se había despistado hacía año y medio y había terminado en Roma, y diecisiete palomas que estaban atrapadas debajo de una sotana.

Declaramos la guerra santa al Vaticano, que duró hasta que llegó un guardia y nos envió a casa.

En resumen, si alguna vez sentís el síndrome del impostor, colocaos delante del espejo y repetid: “Ma che cosa”. Y si os cruzáis conmigo por la calle, estaré encantado de daros ánimos y consejos, siempre y cuando recordéis que ahora me hago llamar Felipe VI. Y Voiello es Letizia.

No preguntes lo que tu país puede hacer por etcétera

Discurso inaugural de JFK. (U. S. Army Signal Corps photograph de la Biblioteca y Museo Presidencial de John F. Kennedy, Boston).

Primer intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No te preguntes lo que te puedes hacer por tu…”. No, espera, no era así. No preguntes lo que pueden hacerte en tu… No, tampoco. ¿Quieres hacer algo por tu país? Pregúntame cómo. No, no. Un momento que ya lo tengo. No me preguntes qué hora es. No. Pregúntate qué puedes hacer por las tardes si solo trabajas por las mañanas, ¿quizás aprender a tocar un instrumento? Se me ha ido. Lo siento, creía que tenía clara la frase, pero no me sale. No sé qué pasa, pero no me sale.

Qué rabia me da esto. Quería compartir un texto inspirador para no venirnos abajo estos días y me encallo con una tontería. Esto es por estar todo el día encerrado. No me circula bien la sangre y así estamos.

A ver. Venga. Yo creo que ahora sí.

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Pregunta a tu país qué puede hacer por ti, en lugar de preguntar qué puedes hacer por ti”. No, eso no puede ser, no tiene sentido. Pregunta… No, es al revés. Empieza con “no preguntes” seguro. No preguntes en qué país vives… No te preguntes lo que tú país está haciendo… Pregunta… Pregúnteme usted… No te preguntes si queda café, pon una cafetera y ya luego vemos… Tu país está para preguntitas, si te parece… Pregun… Pregunta… No preguntes, contesta… 

Nada. Tampoco.

Pues es una pena porque el resto del texto era superépico. Pero, claro, todo depende de la primera frase. Porque tenía pensadas como referencias y ecos y llamadas y demás, y si no consigo citarla bien no tiene sentido.

 

Segundo intento

Voy a empezar desde el principio otra vez, a ver si pillando impulso sale sola.

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Yo te conjuro, Satán, príncipe de es… “. Huy, no, no. No era así. Creo que era algo de Satán, ¿pero príncipe? Eso me suena rarísimo, siendo Estados Unidos una república.

SOY EL SEÑOR DE LAS TINIEBLAS

¿Qué?

SOY SATANÁS. ¿ME HAS LLAMADO?

¿Yo?

TENGO UNA PERDIDA TUYA.

Ha sido un error. Creía que estaba citando a Kennedy.

PUES ME HAS LLAMADO A MÍ.

Ostras, perdón. ¿Cómo lo haces?

¿EL QUÉ?

Escribir en mi texto.

ESTOY POSEYÉNDOTE.

No es muy agradable.

TÚ ERES EL QUE HA LLAMADO.

¿Puedes parar?

SÍ, CLARO, SIN PROBLEMA. SI YO SOLO HE VISTO LA PERDIDA Y QUERÍA VER QUIÉN ERA. ESTOY ESPERANDO UNA LLAMADA DEL LAMPISTA, A VER CUÁNDO PUEDE PASAR, QUE LA CISTERNA PIERDE AGUA.

No, no. Lo siento. Un error.

¿HAY ALGO QUE PUEDA HACER POR TI?

Pues mira, ya que estamos. ¿Tú sabes cómo es esa frase famosa de Kennedy?

¿CUÁL? ¿ICH BIN EIN BERLINER?

No, la otra.

MARILYN, ¿TE VIENES A VER UNA PELI? MIS PADRES NO ESTÁN EN CASA.

No, la otra.

PARECE QUE REFRESCA.

No, la de “no te preguntes de qué…”

AH, SÍ. SÍ, CLARO. LA DEL DISCURSO INAUGURAL DE SU PRESIDENCIA.

Exacto.

ES MUY BUENA.

¿Verdad?

MUY INSPIRADORA. PATRIOTISMO DEL BUENO, DEL QUE NO HACE DIFERENCIAS ENTRE IZQUIERDAS Y DERECHAS.

¿Eres de Ciudadanos?

CLARO, SOY SATÁN.

¿Y de la frase te acuerdas?

SÍ, ERA… A VER… NO PREGUNTES QUÉ PUEDES HACER POR TU PAÍS, PREGUNTA A TU PAÍS… NO, ASÍ NO ERA… NO ME PREGUNTES QUÉ HACE TU PAÍS POR TI… NO… NO ME SALE…

¡A mí tampoco! 

NO ME PREGUNTES QUÉ PAÍS… NADA, NO HAY FORMA. ¿ERA IMPORTANTE?

Quería escribir un texto inspirador para estos días.

PUES YA ME SABE MAL, PERO ES QUE NO ME ACUERDO.

¿Le puedes preguntar?

¿QUÉ TE HACE PENSAR QUE ESTÁ AQUÍ?

No sé, fue presidente de Estados Unidos.

ESO NO FUE CULPA SUYA, LE OBLIGARON LOS MASONES PARA OCULTAR QUE LA TIERRA ES PLANA.

¿Qué?

¿EH?

¿Qué has dicho?

SE CORTA.

¿La Tierra es plana?

OYE, TENGO QUE IRME. SI ME ACUERDO DE LA FRASE, TE POSEO Y TE CUENTO.

Gracias. Y disculpa lo de la llamada.

NADA, SI ESTABA VIENDO LA CASA DE EMPEÑOS. UNO REPETIDO, ADEMÁS.

 

Tercer intento

Creo que ya me ha salido.

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: 

 

Haz el favor y no preguntes tanto

que “el preguntitas” aquí ya te llaman,

te ven venir y al cielo todos claman,

pero qué tío más pesado, qué espanto.

 

Siempre exigiendo, menudo descaro,

de verdad, te parecerá bonito.

Pues que sepas que con tanto llantito,

pareces un comunista, ¡pues claro!

 

Si nos ponemos tontos, yo quiero un yate,

cuatro Ferraris y un avión privado,

¿a que te parece todo un dislate?

 

Deberías ser generoso y sano,

dejarte de todo este disparate

y ofrecerte para echar una mano.

No. Así no era. Seguro que no eran Ferraris. ¿Cómo va a citar coches italianos siendo el discurso inaugural del presidente de Estados Unidos? ¿Corvettes? ¿Mustangs? Nada, no me sale.

 

Cuarto intento

Esto es Kennedy que agarra el micro y dice:

—¿Qué tal, Washington? ¿Cómo va eso? El otro día voy por la calle y viene un tío y me dice: “Jotaefecá, Jotaefecá, ¿sabes qué puede hacer mi país por mí?”. ¿Y sabéis qué le dije? “No, pero me gustaría verlas?

(Risas, aplausos).

—A tope, Washington. No voy el otro día a Berlín y digo: “Ich bin ein Berliner”. Y coge el alcalde y me dice: “No, pero me gustaría verlas”.

(Risas).

—Este no os ha gustado tanto. Cuando me pongo negro siempre me pasa lo mismo. Es humor negro porque mucha gente va a morir intentando cruzar el muro.

(Más risas).

—Ahora sí, ¿eh? El otro día estaba con la gente de la NASA y les digo: “Vamos a ir a la Luna esta década”. Y me dicen: “Pero tío, eso es dificilísimo”. Y les digo: “Elegimos ir a la Luna no porque sea fácil, sino porque es difícil”.

(Silencio expectante).

—Y porque me gustaría verlas.

(Risas. Aplausos).

 

Quinto intento

>buenas, es la primera vez que intervengo en el foro aunque os leo desde hace tiempo. nada, que me estoy volviendo loco con una frase de Kennedy que no me sale. es esta que dice no preguntes a tu país no sé qué, pregúntale a no sé quién no sé qué. ¿os suena? gracias, peña.

>pole

>No preguntes, son T_D_S P_T_S.

>esa frase no es de kennedy, es de churchill

>pole

>pole

>este tema debería ir en “off topic”, no en el foro de consultas de nefrología, gracias.

> pole

 

Sexto intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No preguntes a tu país qué puedes hacer por ti, hazles saber que la Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”.

No. 

No es así.

No sé qué falla, pero así no era.

 

Séptimo intento

He llamado a información para preguntar y tampoco se acordaban. Mi interlocutor me ha sugerido un método para dar con la frase: ir descartando palabras que seguro que no salen. De este modo, tarde o temprano, tendré como mucho trescientas o cuatrocientas palabras que podrían formar la cita literal y luego todo será ir probando.

He descartado las siguientes: natillas, teleférico, mesa, sombra, coche, berlina, descapotable, deportivo, bólido, camastro, silla, manzana, manzanas, manzanilla, manzanita, manzanero, manzano, Noruega, Ich, bin, ein, Berliner, botella, copa, cervecita, terracita, gustito, sácate, unas, aceitunas, o, unas, almendritas, ¿no?, teléfono, móvil, fijo, internet, pistola, rifle, serpiente, manzanitas, traigo, a, buenas, horas, mangas, verdes.

Algunas palabras que tengo en la lista de posibles: nunca, siempre, duda, nación, bandera, perro, manzanica, pifostio, paisanaje, política, quiero, casa, común, reloj, reloj pero digital, siglo, bandurria, peras, sandías, melocotones, árbol, guitarra, increpar.

Palabras que casi seguro que salen en la frase: no, preguntes, qué, puede, hacer, tu, país, por, ti, te, contigo, pregunta, qué, hora, es, puedes, atención, tu, anda, peluca, tradición, historia, nación, filosofía, hazme, el, amor, aprisióname.

Voy a ir poniéndolas en un excel para poder ordenarlas por orden alfabético.

 

Octavo intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Prestadme atención un momento y dejad de hablar sobre lo que estéis hablando. Hablemos de algo importante. ¡Deja ese café! El café es solo para los que venden. ¿Crees que estoy de cachondeo? No estoy de cachondeo. Vengo del centro. Vengo de Mitch and Murray. Y vengo en una misión de caridad. ¿Te llamas Levene? ¿Crees que eres un vendedor, hijo de puta? No lo eres, amigo. Porque la buena noticia es que estáis despedidos. La mala noticia es que todos tenéis una sola semana para recuperar vuestros empleos, empezando esta noche. Empezando con la venta de esta noche. Ah, ahora tengo vuestra atención. ¿verdad? Bien. Porque vamos a añadir algo interesante al concurso de ventas de este mes. Como sabéis, el primer premio es un Cadillac El Dorado. ¿Alguien quiere saber cuál es el segundo premio? El segundo premio es un juego de cuchillos de carne. El tercer premio es vuestro despido. ¿Lo pilláis? ¿Os sigue haciendo gracia?”.

 

Noveno intento

 

Décimo intento

Antes de ser presidente, John Fitzgerald Kennedy trabajó de funcionario en el Ayuntamiento de Washington:

—Buenos días. Venía a preguntar qué puede hacer mi país por mí.

—¿Trae toda la documentación?

—Sí, aquí está el impreso rellenado, una fotocopia del DNI y el certificado del empadronamiento.

—Necesito también el documento de Hacienda.

—Sí, el de los impuestos.

—Ese.

—A ver, que no lo encuentro. Ese me costó trabajo pedirlo.

—Ya, es que no se puede hacer por internet, no entiendo por qué.

—Sí.

—Supongo que lo cambiarán.

—Aquí está.

—Perfecto. Deje que compruebe que… No, pero este no es.

—¿El de Hacienda? Me dijeron que era ese.

—El de Hacienda está bien. Hablo del primer impreso que me ha dado.

—¿Qué ocurre?

—Usted quiere saber qué puede hacer su país por usted, pero me ha entregado el impreso para saber qué puede hacer usted por su país.

—Ostras…

—Le puedo dar el impreso bueno y lo rellena aquí mismo.

—Hm… Pues igual sí.

—O a lo mejor prefiere ir a las ventanillas 831 a 836 y preguntar qué puede hacer usted por su país.

—Buf, pues ahora no sé. Es que yo venía a lo otro.

—Lo entiendo, pero a lo mejor debería preguntar por lo segundo.

—¿Usted cree?

—Si alguna vez llego a presidente, ese será mi primer consejo.

 

Decimoprimer intento

Creo que ya sé cómo puedo hacerlo. Me he estado obsesionando con sacar la frase literal, pero lo que debería hacer es parafrasear a Kennedy. No me hace falta citarle palabra por palabra. Lo único que tengo que hacer es conservar el espíritu de su famosa frase y así podré seguir con mi texto motivador.

Voy a probar:

Estos son días para parafrasear lo que dijo John Fitzgerald Kennedy en el discurso inaugural de su presidencia, aunque no palabra por palabra, porque lo importante es el espíritu y no la letra. Kennedy, que era por cierto todo un ligón, vino a decir que bueno, a ver, tú te crees muy listo, todo el rato exigiendo, pero por qué no pones tú algo de tu parte, ¿eh? Que te llega el borrador de la Renta y lo primero que haces es comprobar que te han desgravado todo lo que te tenían que desgravar. Y luego vas al ambulatorio y te cabreas si te dan hora para el día siguiente por la tarde. El día siguiente, macho. Y ahí, mirando en la Renta para ver si puedes ahorrarte siete euros con cincuenta. Además, ¿no puedes pasarte un día sin rascarte el eczema? No es un cáncer, es un eczema. ¿Y sabes de qué te sale? De pensar que tienes cáncer. Siempre igual. Y no es solo lo de los impuestos, es que llevas toda la vida así, sin poner nada de tu parte. ¿Cuántas prórrogas pediste para no hacer la mili? Todas las que pudiste hasta que la quitaron, ¿verdad? Que pensabas dejarte tres asignaturas hasta que la suprimieran solo para decir que aún tenías que ir a clase. Pues, mira, a lo mejor tendrías que haber servido unos mesecitos en el cuartel, ayudando a pelar patatas. O en la cosa esa de la prestación, cómo se llamara. Un primo mío la hizo en la Cruz Roja y el tío estuvo echando una mano. Algo pequeño, creo que contestaba al teléfono o así, pero eso es mejor que estar en casa rascándote los cojones, que te va a salir otro eczema en los huevos de tanto rascarte. Madre mía. Pasas más horas en posición horizontal que en vertical. Que tienes el hígado a la misma altura que los riñones. Tienes un eczema en la mano, otro en los cojones y llagas en la espalda de no levantarte ni para ir al baño, que te has comprado un cubo para dejártelo al lado del sofá.

No, tampoco. Creo que he capturado muy bien el espíritu de sus palabras, pero es demasiado largo y la entrada al texto pierde fuerza.

Tendré que seguir pensando.

 

Decimosegundo intento

>Todos sabéis que John Fitzgerald Kennedy fue el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, pero a lo mejor no recordáis la frase más famosa de su discurso inaugural. ABRO HILO.

>JFK ganó las elecciones de 1960 tras prometer que todos los estadounidenses tendrían un terrenito en la Luna para ir a pasar los fines de semana.

>Al final de la campaña se le estaba calentando la boca. En un mitin dijo: “Y como los rusos se pongan tontos, nos plantamos en Marte, así te lo digo. Y lo haremos en miércole, JAJAJAJAJA, qué bueno, JAJAJAJA, miércole, JAJAJA… ¿Lo pilláis? Marte, miércole, jajaja…”.

>JFK se secó la lagrimilla con el dedo índice mientras se seguía riendo. “Ay, si no fuera por estos momentos…”.

>Total, que ganó las elecciones. Los republicanos habían presentado a Nixon, cuyo eslogan de campaña, “Sacrificaré a vuestros primogénitos a Baal”, no acabó de convencer a los estadounidenses. Eso sí, en el voto popular quedó a solo dos décimas porcentuales del demócrata.

>En enero de 1961, JFK tomó posesión del cargo con un discurso muy motivador, que viene al caso estos días. Subió al estrado y dijo: “¡Buenos días, Vietnam! Parece que refresca, ¿eh?”.

>(Los inviernos de Washington son muy duros).

>“Alguien se ha dejado la nevera abierta, ¿eh?”, siguió. “Madre mía, espero que la Casa Blanca tenga calefacción. ¿Sabéis qué me gusta a mí más que la calefacción? Una estufica pequeña. Le echas la manta encima y luego te está toda calentita. Anda que no”.

>Después de hablar durante hora y media sobre “la rasca que hace aquí, la Virgen”, pronunció una frase que pasará a la historia:

>“No preguntes qué puedes hacer por España…”. No. Perdón.

>Pregunta en Estados Unidos lo que puedes hacer por ti y no preguntes… No.

>Pregunta. No preguntes. No controles mi forma de vestir, controla tú lo que bebes, borracho. No preguntes.

>No preguntes qué puede hacer tu país por ti, contesta tú a la pregunta, que tenemos mucho lío.

>Pregúntame.

>Pregunta.

>No.

>Atención, pregunta: ¿qué puede hacer tu país por contestar?

>Prego.

>Pregunta.

>Pregúntame.

>Y esto es todo. Se agradecen los RT. Mi Instagram es @frasesdekennedy

 

Decimotercer intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No preguntes qué haces tú por tu país, pregunta en qué país…”

Nada, no me sale.

—¡Da igual lo que dijera!

—¿Qué? ¿Pero qué hace usted en mi casa?

—¡He oído que alguien decía algo que estaba mal y he tenido que echar la puerta abajo!

—¿Pero de qué está hablando?

—¡Que da igual lo que dijera! ¡Porque estaba mal! ¡Era una estupidez!

—¿Y usted es?

—Ingeniero.

—¿Eh?

—Allá donde pueda dar una opinión que nadie ha pedido sobre un tema que desconozco y con una seguridad de acero, pero no de cualquier acero, sino del acero bueno que estudiábamos nosotros en una carrera mucho más difícil que cualquier experiencia vital por la que haya pasado cualquier persona, allí estaré.

—¿Pero qué dice?

—Me voy, tengo que explicarle a ese taxista que no sabe conducir.

—¿Pero qué ha hecho con la puerta?

—Ya se lo he dicho, la he tirado abajo.

—Pero…

—Solo hay que hacer fuerza aquí, en este punto. Si lo sabré yo, que soy ingeniero.

—¿Tiene el hombro dislocado?

—Solo es una luxación, imbécil. ¡Cómo se nota que usted no es ingeniero!

—Pero…

—Adiós, buenas tardes.

 

Decimocuarto intento

Después de atravesar los túneles de la Casa Blanca, enfrentándose a los monos asesinos y eludiendo diecisiete trampas mortales por los pelos, Indiana Jones y Marion Ravenwood llegan a las catacumbas presidenciales.

—¡Indy, creo que es esta!

—La tumba del irlandés.

Indiana pasa la mano por la piedra para leer la inscripción: “John Fitzgerald Kennedy (1917—1963). Esposo, padre, presidente, socio del Círculo de Lectores, Berliner”.

—Ayúdame, Marion.

Entre los dos desplazan la piedra para descubrir, un cadáver vestido de caballero de la Edad Media con un manuscrito en las manos, que están colocadas sobre el techo.

—¿Por qué va vestido de caballero templario, Indy?

—Kennedy era un rosacruz.

—¿Qué?

—No lo sé, Marion. Creo que en algún momento el guionista leyó El péndulo de Foucault y está mezclando muchas cosas. ¡El manuscrito!

—¿Qué dice?

—Dice: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti…”

—¿Cómo sigue?

—No lo sé. El pergamino está roto.

—Alguien llegó antes que nosotros.

—¿Qué es ese ruido?

—¡El techo se derrumba sobre nuestras cabezas!

—¿Ves alguna salida, Marion?

—Creo que tendremos que atravesar a nado la piscina de serpientes.

—¿Serpientes? ¿Por qué siempre serpientes?

(Risas enlatadas. Se congela la imagen mientras suena la música de El príncipe de Bel-Air. Anuncios).

 

Decimoquinto intento

Jaime Rubio fue juzgado esta mañana por citar mal nada menos que a John Fitzgerald Kennedy, primer presidente católico de Estados Unidos y, por tanto, también Papa de Roma entre 1961 y 1963, año en el que Lee Harvey Oswald, con ayuda de la mafia, de la oposición anticastrista, de la CIA, del KGB y de la RDA, le asesinó con la ayuda de otros cincuenta y cuatro tiradores. Esta es la única forma en la que se entiende la trayectoria de la bala. A no ser que consideremos que la Tierra es plana. Si la Tierra fuera plana, la física gravitatoria resultante (o no—gravitatoria, porque la gravedad no existe) explicaría perfectamente la mencionada trayectoria en zig—zag, un pasito palante, María, en zig—zag, un pasito patrás.

Pero nos desviamos. Como lo que nos quieren hacer creer que fue la trayectoria de la bala. El fiscal quiso saber cómo era posible que Rubio fuera incapaz de recordar una de las frases más citadas de la historia, a lo que el acusado respondió rompiendo a llorar y asegurando que era muy liosa. “¿Ha preguntado a un ingeniero?”, quiso saber el fiscal. “Es posible que lo sepan, su carrera es muy difícil”. Ante la negativa de Rubio, el fiscal concluyó que el acusado no había hecho todo lo necesario para conocer las palabras exactas del presidente de Estados Unidos más guapo de la historia, aunque no tan guapo como Pedro Sánchez, “pero no el presidente, sino un amigo mío que se llama igual y que es guapísimo”.

El juez preguntó si se trataba de la frase de Berlín y el fiscal aclaró que no, que era la frase famosa del discurso inaugural. “Anda que no hace frío en Washington”, afirmó el juez. “Yo estuve ahí hace unos años. Fui con mi señora a celebrar fin de año en Nueva York y pasamos un día en la capital. Cuatro horas de autobús para ver la Casa Blanca por fuera. No merece la pena. Y un frío… Más que en Nueva York, que ya es decir. Me salió un eczema del frío. Vamos, creo que era del frío. ¿Te puede salir un eczema del frío? Ahora dudo. Igual fue de comer hamburguesas”.

El abogado de Jaime Rubio renunció a su defensa al no verse capacitado para ejercerla de forma eficaz. “Señoría —dijo—, no soy abogado, soy una almohada muy grande con traje y una cara pintada”. El juez rechazó la petición, asegurando que no consentiría “truquitos de películas americanas para declarar nulo el juicio”. Ante las quejas tanto de Rubio como de su letrado, el juez apuntó que la almohada había cursado estudios de Derecho, licenciándose en 2004. “Es una almohada de las caras, de estas con memoria. Así que seguro que se acuerda de todo”. El jurado, el fiscal y el juez irrumpieron en una sonora carcajada. “Ay, si no fuera por estos momentos…”, concluyó el magistrado, secándose una lagrimilla con el índice.

Interrogado por su abogado, Rubio explicó que estaba descartando las palabras que seguro que no pronunció Kennedy, por lo que no tardaría en dar con la frase exacta. “Es un método lento —explicó—, pero no creo que tarde más de sesenta y uno o sesenta y tres años”.

El abogado defensor presentó como principal prueba el registro de búsquedas en Google del acusado, para intentar demostrar que Rubio había hecho todo lo que estaba en su mano para encontrar las palabras exactas del presidente de Estados Unidos:

frase kennedy

frase kennedy berliner no la otra

kennedy discurso inaugural

kennedy discurso inaugural frío

kennedy discurso inaugural frío estufa

kennedy discurso inaugural frío estufa manta

kennedy país por ti

kennedy coronavirus

kennedy kennedy

kennedy kennedy kennedy

kennedy kennedy kennedy kennedy

kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy 

kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy

kennedy fried chicken

kennedy aeropuerto

suárez aeropuerto

El juez no se vio en absoluto convencido por la defensa de Rubio y declaró culpable al acusado. Su sentencia recoge que “cuando se le pregunte por su cita famosa favorita, Rubio deberá contestar ‘una cena con Ana Obregón, ¿eh? ¿eh?’, levantando las cejas al menos dos veces y dando varios codazos suaves a su interlocutor, para después insistir: ‘Cita famosa con Ana Obregón, ¿eh? Una cena con Ana Obregón es una cita famosa’. Después deberá guiñar el ojo y carcajearse hasta llegar a la lagrimilla, que deberá secarse con el dedo índice”.

Medidas básicas de higiene

Foto: Pan Xiaozhen, (Unsplash)

Al fin se demuestra que tenía razón. Siempre me habían llamado hipocondriaco, exagerado, histérico y un poco feo, pero ahora con el coronavirus, ¿quién se ríe? Nadie, porque las carcajadas podrían soltar pequeñas gotas de saliva que nos contagiarían.

Durante toda mi vida he sido extremadamente cuidadoso con mi higiene personal, precisamente por el temor a contagiarme de enfermedades exóticas cuya mortalidad se pudiera comparar, para bien o para mal, con la gripe. Por ejemplo, no es que me lave las manos a menudo, sino que las llevo siempre metidas en un cubo con alcohol que llevo colgando del cuello.

También observo con satisfacción que mucha gente ha empezado a preguntarme por la rutina que sigo para limpiar el móvil, foco de gérmenes, bacterias, virus y créditos bancarios preconcedidos, entre otros peligros para la salud. Muy sencillo: cada día, nada más llegar a casa, lo primero que hago es limpiar el teléfono con Fairy y agua caliente. Después meto el teléfono en arroz para que se seque. Suelo usar un risotto de setas. Si no es temporada, un risotto de verduras funciona casi igual de bien.

A continuación, reseteo el móvil a los valores de fábrica, por si queda alguna superbacteria resistente a la higiene convencional. Después lo rocío con insecticida, le echo un chorro de ron, arrojo una cerilla encendida y salgo a comprarme un móvil nuevo. Si ya es tarde y han cerrado las tiendas, aporreo la puerta hasta que abran, mientras grito: “POR EL AMOR DE DIOS, NO PUEDO LEER TWITTER”.

Con el móvil nuevo sigo el mismo procedimiento, ya que no me fío de si en la fábrica han seguido unas medidas higiénicas mínimas.

Las últimas dos veces se me quemó el piso por culpa de esta rutina de limpieza, pero no pasa nada porque todos los expertos recomiendan incendiar tu casa al menos tres veces al año, cuatro si tienes alfombras.

También es importante no tocarse la cara. Para evitarlo, me he confeccionado una máscara que está llena de clavos. El primer prototipo tenía los clavos hacia adentro, jaja, qué despiste. Perdí un ojo, pero no pasa nada porque tengo dos. Bueno, tenía dos.

Otro consejo para no enfermar nunca y ser inmortal es no tocar a nadie. Esta es fácil porque tampoco hay nadie que quiera tocarme a mí. De hecho, mis padres me echaron de casa nada más cumplir los 47 años y lo hicieron con ayuda de un palo muy largo. Pero nos llevamos bien: no bloquearon mis llamadas hasta hace un par de meses.

Hay que recordar que la boca es uno de los principales focos de gérmenes. Las bocas en general son asquerosas: están llenas de saliva y casi todas tienen lengua, que es una mezcla repugnante entre una babosa y un intestino. Por tanto, recomiendo alimentarse por sonda, como hago desde hace ya varios años. Truco: diecisiete Twix triturados contienen todos los nutrientes que necesitas para pasar la mañana.

Por último, si estornudas no lo hagas en la mano: se te llena la mano de gérmenes. Ni en el codo: se te llena la chaqueta de gérmenes. Ni en un pañuelo: se te llena el bolsillo de gérmenes. En cuanto sientas la necesidad de hacerlo, agarra a la primera persona que veas y estornuda directamente en su barriga, usando todo su cuerpo como pañuelo. Si no hay nadie cerca, ponte dos tapones de corcho en la nariz hasta que se te pasen las ganas de estornudar. Sí, siempre hay que llevar dos tapones de corcho en el bolsillo. Los de cava son los que mejor funcionan, en mi opinión. Si estornudas con los tapones puestos, no te los quites hasta que puedas sumergirte en una bañera llena de amoniaco. Si los tapones se caen con el estornudo, ve a urgencias y explícales detalladamente lo ocurrido, cerrando tu discurso con la conclusión obvia: “Y por eso me voy a morir en breve”.

Espero que estos consejos os sirvan. Mi médico siempre me dice lo mismo: “Por favor, salga de aquí, esto es una zapatería”. Podría serlo, nunca abro los ojos -bueno, el ojo- para evitar que me entre, yo qué sé, la lepra y me muera al instante.

Anglicismos innecesarios

Hay un hecho que es indiscutible: ya no hablamos español de verdad, como hacían los españoles hasta, más o menos, el 3 de diciembre de 1889. Ahora escupimos un mejunje horrible, trufado de expresiones inglesas innecesarias que están destruyendo nuestro idioma y convirtiéndonos en humanos tartamudos con la espalda retorcida de tanto inclinarnos ante la pérfida Albión. Para evitar esta degeneración que solo nos traerá comunismo, hambre y un tic muy raro en el ojo derecho, recordamos aquí, en Die Verschwörung, una serie de palabras en inglés a evitar, acompañadas de su mejor equivalente en español y organizadas por categorías.

 

Empresa

Afterwork: Merendola.

Conference call: Ratito para dibujar.

Startup: El dinero de mis padres.

Cash: El dinero de mis padres.

Cash-flow: Casi no me queda dinero de mis padres.

Crowdfunding: El dinero de mis amigos.

Staff: Gente que cobra el dinero de mis padres y yo creo que no hace nada, me cago en todo, joder ya.

Target: ¿Pero quién coño va a pagar por esto?

Break, hacer un: Embolia, sufrir una.

Brainstorming: El día que me dé por hablar…

Headhunter: El amigo de mi padre.

Reset: Hoy ya no tomo más café, que llevo como quince.

Branding: Marca del ganado. Es importante porque si lo roban, el sheriff lo puede identificar y traerlo de vuelta. 

Coach: Estafador.

Couch: Sofá.

Networking: No soporto este sufrimiento, ojalá entre alguien con una escopeta y nos mate a todos.

Feedback: Sí… Sí, pero… Si no le digo que no… Lo que yo… ¿¡QUE A QUÉ PISO VA!?

Buenos días in the morning: Por favor, que alguien llame a un médico, no me encuentro muy bien.

 

Tecnología

Newsletter: Boletín Oficial del Estado.

Selfie: ¿Este bulto en la barbilla no será un tumor cerebral?

Engagement: Matrimonio, refiriéndose a la tapa de boquerón y anchoa.

Followers: Amantes.

Smartphone: Téléphone intelligent.

Influencer: Las voces de tu cabeza.

Like: Me siento muy solo.

Podcast: Crucigrama.

 

Cultura

Twerking: Taller mecánico.

Celebrity: El tío ese que salía en aquello… Sí, hombre, lo de la tele…

Cool: Señor mayor.

Gym: Misa.

Crush (como en “mi crush me ha hecho like”): Lumbago.

Estoy living: Me duele el pecho, creo que me ha dado un infarto.

It was the best of times, it was the worst of times: Hoy no puedo, que he quedado. ¿Qué tal el jueves?

Cupcake: Miguelitos de La Roda.

Muffin: Calçot.

S’il vous plaît: ¿Hacemos de primero un pica-pica para compartir?

X-Men: La patrulla X.

Spiderman: Mortadelo.

Fútbol: Petanca de pies.

Basket: Cesta.

Prefiero ir con tiempo al aeropuerto

Foto: Suganth (Unsplash)

Me gusta ir con tiempo al aeropuerto. Prefiero llegar sin agobios y no tener que preocuparme por si pierdo el vuelo. Vale, los aeropuertos son aburridos y el zumo de naranja es carísimo, pero al menos estoy tranquilo. Me llevo mi libro y, hala, a leer.

A principios de la década de 1910 me instalé en un solar situado a las afueras de Barcelona, cerca del Prat. Acampé durante varios meses hasta que llegaron unos señores con unos planos y se pudieron a edificar lo que en 1916 sería el aeropuerto, que se inauguró con un vuelo Barcelona (salida desde el aeropuerto del Prat) – El Masnou (llegada al aeropuerto del Prat).

Recuerdo cómo despegaban los primeros aviones, que eran globos aerostáticos con alas o, a veces, palomas muy grandes, y cómo me pasaba horas esperando que anunciaran mi vuelo. También seguía la prensa económica, pendiente de que en 1927 se fundara Iberia, la compañía con la que había reservado billete.

Gracias a los años que pasé en el aeropuerto, aprendí muchas cosas. Por ejemplo, el zumo de naranja es tan caro porque no son naranjas: son las cabezas exprimidas de monos en peligro de extinción. Los croissants, en cambio, se fabrican con las migas que caen de los croissants de cafeterías de toda España, enganchadas con celo.

En el aeropuerto conocí a la que sería mi primera esposa, una fregona que me abandonó después de que la besara y la llamara “cari”. Cobró vida y le crecieron unos brazos que aprovechó para huir reptando mientras yo le gritaba: “¡Puedo cambiar! ¡En serio, no tengo ninguna personalidad!”.

También viví la Guerra Civil en el aeropuerto. En mi opinión, un factor que contribuyó a la derrota republicana fue que todos los zeppelines salían con retraso y los milicianos además tenían que facturar las armas: no podían llevarlas en cabina sin pagar un suplemento de diez reales.

El boom del turismo también fue interesante. De repente, el aeropuerto se llenó de gente que venía de países exóticos, como Murcia, y que hablaba idiomas extraños, como el español con acento de Madrid. Aún recuerdo lo que le costó a la comitiva de bienvenida entenderse con el turista un millón.

-BIENVENIDO. A. ESPAÑA.

-Pero no me grite.

-WELCOME. TO. GUAIÓ MINÍ.

-Que soy de Cuenca. Vengo para el Mobile World Congress.

-Aún no ha empezado. Faltan como cincuenta años.

-Ya, pero me gusta ir con tiempo, así voy pillando sitio.

Nos abrazamos.

Bueno, le abracé mientras forcejeaba.

Acabé invitando a mon semblable, mon frère, a un zumo de naranja y un croissant.

-¿Qué es un móvil, por cierto?

-Ni idea, aún no se han inventado. Espero que sea una tecnología que facilite la posibilidad de insultar a extraños. Hoy en día es dificilísimo insultar a gente que no conoces.

-Y eso que son todos unos hijos de puta.

-Efectivamente.

Admito que a lo largo de los años me aburrí mucho. Al final, ya me conocía todas las tiendas y todas las cafeterías. Por culpa de este aburrimiento me obsesioné con temas que, con la distancia, admito que eran ridículos. Por ejemplo, en 1991 me acabé el libro que llevaba (Teo va en avión) y pasé por una de las librerías. Me enfadé muchísimo cuando vi el truco barato que usaban las editoriales para vender.

-Oiga, aquí pone que es de bolsillo, pero no me cabe en el bolsillo.

-Bueno, es una forma de hablar. Se refiere a que…

-Que no cabe, le digo.

-¿Quizás en el bolsillo de la maleta?

-Eso es trampa.

-A ver, que es Los pilares de la Tierra, ¿cómo quiere que quepa en un bolsillo?

-NO SOY YO QUIEN HA PUESTO “DE BOLSILLO” EN LA PORTADA, SEÑORITA.

-Me llamo Antonio.

-NO LE HE PREGUNTADO SU NOMBRE, SEÑORITA.

Me hice con un megáfono e inicié una serie de protestas que terminaron cuando un empleado me dio de tortas con una fregona.

Fue muy doloroso.

Se parecía tanto a mi primera esposa.

Al final me compré un abrigo muy grande para llevar los libros.

A pesar de estas escenas de violencia, me hice amigo de muchos de los trabajadores del aeropuerto. Recuerdo esas largas conversaciones con Álvaro, de información.

-¿Qué tal va todo?

-Tengo cáncer. 

-Así me gusta, Álvaro de información, que me mantengas informado. JAJAJAJA…

-Me han dado seis meses de vida.

-Eso, dame más datos. Infórmame, que es tu trabajo. JAJAJAJA… Ahora en serio, qué tal todo.

-Me duele mucho.

-Qué tío, siempre pensando en el trabajo.

Total, que finalmente anunciaron mi vuelo, con salida el 17 de julio de 2019 y con destino a Castelldefels. Y, en fin… A ver cómo lo cuento… Ahora me río, pero en ese momento no me hizo ni puñetera gracia. Mejor juzgáis vosotros. 

Llego a la puerta y resulta que EL VUELO SE HABÍA RETRASADO MEDIA HORA.

Menudo cabreo pillé. ¡Podría haber dormido media hora más!

Jajaja… ¿Lo pilláis? Llevo ahí desde 1910 y digo que podría haber dormido media hora más… Jajaja… PUES NO TIENE GRACIA, JODER. NO ES UN CHISTE. SIEMPRE IGUAL CON LOS RETRASOS, SON TODOS UNA PANDA DE INÚTILES. SI ME RETRASO YO, EL AVIÓN NO ME ESPERA. TENDRÍA QUE HABERME IDO SIN ELLOS. DANDO SALTOS, PORQUE NO PUEDO VOLAR. SI LOS TUVIERA DELANTE AHORA MISMO LES DABA DE PATADAS HASTA QUE SE ME ROMPIERAN TODOS LOS HUESOS DE LAS PIERNAS.

Aunque al final dormí en el avión y ya se me pasó el mosqueo.

Pero, vamos, que prefiero ir con tiempo al aeropuerto. Ahora estoy esperando el vuelo de vuelta, que sale el 7 de juliembre de 2051. Juliembre es un mes que se inventará en 2022 para reflejar EL FIN DE TODAS LAS ESTACIONES Y EL INICIO DE LA OLA DE CALOR ETERNA.