Cómo crear una serie para Netflix o HBO: 3. Cómo viajar en el tiempo

Foto: Fabrizio Verrecchia (Unsplash)

—Efectivamente, durante una época yo trabajé como guía turístico —dije, apoyado contra la barra del Bar Ma y Te, mientras me tomaba un mojito con café en lugar de ron, lo que yo llamo un jaimito.

—Nadie te ha preguntado —dijo uno de los parroquianos, a quien yo llamaba Matías porque ese era su nombre.

—Pero no trabajaba para una agencia de viajes normal, trabajaba para una agencia de viajes en el tiempo.

Pedí otro jaimito y conté la historia, animado por la respuesta del resto de clientes, que me pedían que me callara, al no poder soportar tanta emoción, y subían el volumen de la tele, para dar ambiente.

La mayoría de los viajeros en el tiempo eran estudiantes de Historia que querían conocer el siglo XXI. Venían vestidos para pasar desapercibidos en 2020: chaquetas con hombreras, pelo cardado, zapatillas Paredes, Walkman Sony y calcetines blancos con raquetas cruzadas.

Les llevaba a los sitios típicos, como la Sala de la Internet, un sótano donde se guarda toda la internet en un disco duro de casi cien megas. La vigila un informático aficionado a los trenes que vive con su madre, como todos los informáticos.

—Fijaos, se está bajando música con Napster —explicaba a los turistas, que tomaban fotos y soltaban “ohs” y “ahs”.

También les entusiasmaban los coches:

—Los habitantes del siglo XXI nos metemos en estas cajas metálicas y las ponemos a 120 kilómetros por hora. Estoy guiñando el ojo porque en realidad los ponemos al menos a 150, porque a ver si me he comprado yo un Opel Kadett 1.8 con alerón rojo para ponerlo a 120. Suena muy peligroso, pero en realidad no lo es tanto porque tenemos esta correa de tela que nos ajustamos al pecho y que nos salva la vida en caso de que nos aplaste un camión o nos caigamos por un barranco. Este es además uno de los nuevos vehículos híbridos, que puede repostar con gasolina o con palomas, vivas o muertas.

Una de las cosas que más les gustaba era el clima agradable y la posibilidad de salir a la superficie terrestre.

—En 2020 aún tenemos dos o tres días de primavera al año, casi cuatro semanas de otoño y unas cuantas horas de invierno. Ahora por favor seguidme hasta ese Zara, donde aún quedan unas prendas llamadas “abrigos”.

También les llevaba a conocer al último fumador de Madrid. Intentaba que coincidiera con el momento justo en el que se encendía el cigarrillo.

—Qué asco.

—Está echando el humor por la nariz.

—¿Qué es ese olor?

Siempre había al menos uno que vomitaba. Era entonces cuando el fumador se daba cuenta de que lo estábamos observando.

—Antes los niños fumaban y no pasaba nada. ¿Cómo no voy a poder fumar en la barra de un bar? ¿Qué es esto? ¿La Venezuela de Stalin?

—¡Corred, no dejéis que os agarre del brazo!

—¿Por qué no se respeta mi libertad de fumar en los ascensores? El humo no provoca cáncer, son los móviles. Mi padre fumó toda su vida y vivió 390 años.

La agencia nos tenía prohibido preguntar acerca del futuro, pero en más de una ocasión dejé caer que estaba trabajando en una serie para Netflix, que lo compra todo, o quizás para HBO, que apuesta por productos de calidad. Sentía curiosidad por saber si alguno de los viajeros había oído hablar de ella y, sobre todo, si debía terminarla tras la temporada ocho o, ya puestos, llegar a la once.

—No me suena —me decían, por supuesto siguiendo las instrucciones que también les habían dado antes de emprender su viaje.

—Ya, claro —contestaba guiñando un ojo para hacerles saber que estaba al corriente de lo que ocurría—. Y tampoco te suena Los Soprano. Ni Breaking Bad.

—Esas sí que las conozco. Están en Disneymazon. Y en Zara.

—Claro, claro —contestaba, guiñando el ojo varias veces seguidas, hasta que me mareaba y me tenía que agarrar a una farola o, en caso de que no hubiera una farola cerca, a un guardia.

No tardó en ocurrírseme una idea estupenda: tenía que conseguir que uno de aquellos turistas me buscara a mí mismo en el futuro y me trajera una copia de los guiones que ya había escrito, cosa que me ahorraría mucho trabajo. Por aquel entonces, tenía la serie muy perfilada, pero tenía que concretar algunos detalles, como el título definitivo, los personajes, las tramas y casi todas las palabras. Ofrecí a uno de aquellos estudiantes un billete de varios millones de euros que no era falso del todo y se comprometió a buscarme.

El resultado fue decepcionante:

—Te he encontrado —me dijo.

—¿Y bien? ¿Traes los guiones?

—No, me dijo que no los tenía porque tú aún no los has escrito.

—¿Qué? Eso no tiene sentido.

—¿Los has escrito?

—No, todavía no. Pero los escribiré. Y él los tendrá.

—Pero él solo los tendrá cuando tú los escribas. Y si no los has escrito aún, es imposible que los tenga.

—Claro, tiene todo el sentido del mundo.

—¿Entonces vas a escribirlos?

—No, por favor, qué pereza. Pero supongo los escribiré el año que viene.

Usando al estudiante de correo, le envié un mensaje a mi yo de 2021 para que escribiera los guiones y así poder enviárselos a mi yo de 2050, que se los daría de nuevo al estudiante para tráermelos a mí en 2020 y así los copiaría sin esfuerzo. Como a mi yo de 2021 tampoco le apetecía, se lo pedimos a mi yo de 2022, que resulta que estaba ocupadísimo escribiendo los guiones de una serie, pero otra distinta, así que se lo pedimos a mi yo de 2023, que estaba en la cárcel por haber escrito un tuit graciosísimo sobre la bandera de España (jajaja, es piña…). El de 2024 estaba tomándose un año sabático, el de 2025 no estaba en casa, el de 2026 no podía porque había resultado elegido primer ministro de Finlandia, el de 2027 tampoco podía porque estaba siendo fusilado en Finlandia tras un golpe de estado que habían dado todos y cada uno de los finlandeses… En fin, acabamos llegando hasta mi yo de 2050 que insistía, no sin razón, en que los guiones ya deberían estar escritos a esas alturas.

Íbamos a seguir, pero me descubrió mi jefa de la agencia de viajes y me despidió utilizando una artimañana legal muy rastrera: viajó al pasado y asesinó a los padres del responsable de recursos humanos antes de que se conocieran, por lo que en realidad yo jamás he trabajado para esa empresa. Fue especialmente cruel porque los padres se conocieron de niños, así que asesinó a dos bebés.

—Un momento, ¿y cómo lo recuerdas, si no pasó nada de eso? —Preguntó Maite, la dueña del bar.

—Muy sencillo —contesté—, yo no lo recuerdo, pero mi jefa, que cambió el pasado, sí. Está todo en mi carta de despido. Lo explican detalladamente para evitarse juicios.

—Ah, claro.

—¿Me pones otro jaimito?

—No sé si deberías beber eso.

—Échale mucha hierbabuena. ¿Y puede ser con otra lima que no sea de ferretería?

—Eso es lo que le da el sabor a hierro.

***

Cómo crear una serie para Netflix o HBO:

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Autor: Jaime Rubio Hancock

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