Cómo crear una serie para Netflix o HBO: 2. Cómo dar clases de Filosofía en la Universidad de Friburgo

Foto: Mikael Kristenson (Unsplash)

Yo estaba a lo mío, tomando un cortado en copa balón en el Bar Ma y Te, cuando oí una conversación en una de las mesas: “Eso no lo verás ni en sueños”, dijo uno de los interlocutores, a lo que yo, gritando desde la barra, contesté:

—Hablando de sueños, esta noche he tenido uno loquísimo. Soñé que estaba soñando y luego me despertaba, pero en el sueño, porque en la realidad seguía durmiendo.

Hubo un silencio incómodo: el resto de clientes estaba intentando asimilar la sofisticada pieza de información que acababa de regalarles. Un sueño dentro de un sueño, nada menos.

—¿Cómo sabemos —seguí, a pesar de que Maite, la dueña, me estaba llamando la atención— que ahora no estamos soñando? A lo mejor esta mañana solo nos hemos despertado de un sueño y seguimos soñando otro sueño. Un sueño que es más grande que el primer sueño. A lo mejor estáis todos todavía en mi sueño… Un momento, ¿quién ha tirado el cenicero? Maite, ¿cómo es posible que haya ceniceros en el bar, si no se puede fumar?

Maite insistía en que ese cenicero no era suyo y que mientras yo hablaba alguien había ido al bazar de la esquina a comprarlo.

—En este barrio no se me valora como se debería —lamenté.

—Sí, claro —dijo Maite—, van a venir aquí a buscarte de la Universidad de Friburgo de Brisgovia a ofrecerte la cátedra de Metafísica.

—Pues no sería tan raro.

En ese momento entraron dos mujeres rubias de mediana edad que fueron directamente hacia la barra.

—¿Es usted Herr Jaime Rubio?

—¡Maite! ¡Alemanes! ¡Vienen a despedirnos a todos! ¡Tírales pesetas a la cara! ¡Eso les distraerá!

—Soy Elke Von Ehre, la rectora de la Universidad de Friburgo de Brisgovia, y ella es Marlene Von Schreider Kummen-Lehrenberger Niemann Burgemeister Oder Gildemeister Ich Erinnere Mich Nicht…

—Las presentaciones no hacen falta. ¡Marlene Von Schreider Kummen-Ich Spreche ein Bischen Deutsch, la rectora de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Friburgo de Brisgovia!

—Efectivamente —contestó Marlene Von Schreider Ich Möchte Ein Beer Führ Frühstuck Bitte Es Ist Freitag—. No hemos podido evitar oír lo que explicaba de su sueño y venimos a ofrecerle la cátedra de Metafísica, que ha quedado vacante después de que el profesor Kant se jubilara. En su carta de renuncia dice, literalmente, I Kant no more.

—¡Pues yo acepto en-Kant-ado!

Pasamos ocho minutos y medio riéndonos a carcajadas, lagrimillas y palmadas en el muslo incluidas, hasta que empezaron a volar ceniceros y tuvimos que huir a toda prisa.

El primer problema que me encontré cuando comencé a dar clases en la Universidad de Friburgo fue el del idioma, aunque lo superé enseguida porque mis alumnos no me entendían ni en español ni en alemán.

—¿No habéis soñado nunca que soñabais y luego os despertabais y en realidad solo os despertabais dentro del sueño? —Bramé en mi primera clase.

—Esto es una autoescuela —me contestaron los alumnos—. La facultad de Filosofía está dos calles más abajo.

—¿No habéis soñado nunca que soñabais y luego os despertabais y en realidad solo os despertabais dentro del sueño? Un momento, ¿esto es una autoescuela? ¿Me he vuelto a equivocar? —Bramé en mi primera clase, unos diez minutos más tarde.

Pasamos varias semanas estableciendo las diferencias entre una autoescuela y la facultad de Filosofía, y llegamos a la conclusión de que es imposible distinguirlas porque en ninguna hay coches. ¿No debería la autoescuela dar clase a autos? ¿O, al menos, dar clase sola, sin profesores? En fin.

Durante mis clases, también intentaba responder a la pregunta “¿quién soy yo?”.

—Usted es Jaime Rubio, profesor.

—Ah, sí. Es verdad. ¿Y tú eres…?

—Greta. Greta Müller.

—Muy bien, encantado.

La metafísica era más fácil de lo que parecía. Animado por los buenos resultados, decidí pasar lista. Todos supimos quiénes éramos menos dos de mis alumnos. Uno resultó ser la propia Greta poniendo voces para subir nota, así que otro problema resuelto. Para darle una identidad al segundo fuimos todos a un callejón oscuro para comprarle documentación falsa. Ahora es Marco Rosso, asesor fiscal de 47 años. Vive en Milán, está divorciado y tiene cuatro hijos llamados Andrea, Andrea 2, Andros y Antrés.

Escribí un paper resumiendo mis investigaciones: “¿Cómo sabemos que estamos despiertos, teniendo en cuenta que a veces soñamos que estamos soñando y nos despertamos, pero solo dentro del sueño? ¿Y mi sueño de venderle una serie a Netflix, que lo compra todo, o a HBO, que apuesta por productos de calidad, es un sueño de estos de estar dormido o un sueño en plan una meta, un ideal, un objetivo? Un estudio preliminar”. Se publicó en la prestigiosa revista filosófica Ein Hundert Hundewitze.

El artículo provocó cierto debate. Intercambié algunas cartas con el doctor Stuart Middlesize, de la Universidad de Oxford Fiesta, que propuso que la conciencia de los estados oníricos era diferente a la del estado de vigilia.

“Entiendo, doctor —le contesté—. ¿Pero qué es este bulto que tengo aquí en el hombro? Adjunto fotos”.

“No soy esa clase de doctor”, me dijo.

“Ah, perdón. Le envío un dólar por Bizum para establecer el privilegio médico-paciente”.

“Creo que eso es solo para los abogados. Y además no es del todo cierto, aunque salga en las series”.

“Tres dólares”.

“Por favor, deje de escribirme”.

“Seis con cincuenta y un descuento de yogures en el Carrefour”.

“Es un quiste de grasa, se irá solo”.

No se fue solo: pasé tres meses de baja y al final se fue esposado y bajo custodia policial. Está cumpliendo una condena de cinco años en la cárcel por allanamiento.

Pero me desvío. El caso es que, tras publicar el artículo, me ofrecieron un contrato para publicar un libro, que terminé en un par de semanas gracias al hábil procedimiento de poner palabras al azar. La conclusión del libro era que todos tenemos sueños raros, pero a nadie le gusta que se los cuenten porque menudo coñazo, la verdad.

Con el libro publicado, di por concluida mi labor en la facultad de Filosofía de la Universidad de Friburgo y le dije a la rectora, Marlene Pérez, que dejaba el cargo y volvía a casa, donde se me acumulaban los guiones por corregir. Eso sí, al llegar al barrio, fui directo al Bar Ma y Te, y le dije a Maite, la dueña:

—¿Lo ves cómo no sería tan raro?

—¿El qué?

—Lo de que me ofrecieran la cátedra esa.

—Ah, es verdad. Te fuiste sin pagar, por cierto.

***

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Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas