Claro que puedo ganar a un león en una pelea

¿A qué animal podrías ganar en una pelea y sin armas? Encuesta de YouGov. En verde, las mujeres y en morado, los hombres

El 7% de los hombres estadounidenses y el 8% de las mujeres aseguran que podrían ganar a un león en una pelea. Es una encuesta de YouGov cuyos datos completos podemos ver aquí arriba y que demuestran, básicamente, que los americanos son unos flojos y unos cobardes que no son nada sin sus pistolitas y sus Schwarzeneggers. Cualquier español de bien puede vencer a un león, a un oso o a un cocodrilo con sus propios puños, además de alguna que otra patada y un buen cabezazo. Quizás no los milenials, porque ya tienen cuarenta años y están viejos, pero el resto sí: los más jóvenes (a partir de los ocho años, calculo), por el vigor que da la juventud, y los más viejos, por la astucia y la experiencia que se aprende colándose en el ambulatorio para largarse antes con las recetas.

Para demostrarlo, me batí en duelo con un ejemplar de cada uno de estos animales. Ni que decir tiene que salí victorioso en todas las peleas.

Rata. Fácil. Le di un pisotón. No acerté. Otro pisotón. También fallé. Me dio un mordisco. Respondí con otro pisotón fallido. Me trepó por la pernera, lo que me obligó a prenderle fuego a los pantalones. Quemaduras de tercer grado, pero la rata se rindió.

Gato doméstico. Vencí con astucia: le hice una foto, la subí a Instagram y en doce segundos tenía tres ofertas para adoptarlo. No pudo ni acercárseme: se lo llevó un tipo que se acababa de mudar a un piso que decía expresamente “prohibido mascotas”. Se fue diciendo “yo no he adoptado al gato, el gato me ha adoptado a mí, jejeje”. No todas las batallas se ganan peleando. Hay que saber cuándo golpear y cuándo confundir a tu adversario. Como dice El arte de la guerra, de SunTzu: “Impreso en Badalona. 1992”.

Ganso. Más fuerte de lo esperado. El pico me arrancó tres dedos. Pero lo agarré del cuello y le hice un nudo. Con sus plumas me cosí una chaqueta demasiado grande, unos pantalones rojos y una camisa que no quedaba bien con nada, pero que luego pude vender al triple de su valor real. Sí, esto es un chiste sobre una marca de ropa que no entiendo.

Perro. Ganar una pelea a un perro es fácil. Solo tienes que dejar que te muerda el brazo hasta que se canse. Luego lo calientas y lo encierras en un bollo.

Águila. Más fácil aún. Cogí un jetpack, la alcancé y le di un puñetazo (con el brazo bueno). Lo malo es que tuve que hacerlo dos veces porque me equivoqué de águila a la primera

—¿Pero qué hace? ¿Pero esto a qué viene?

—Defiéndete, Felipe.

—¿Qué? ¡Yo no soy Felipe!

—¿Usted no es el águila Felipe? ¿No recibió mi mail? Habíamos quedado para pelearnos.

—¡Felipe vive en la montaña de al lado!

—Ay, perdón.

—Esto es increíble.

—Lo siento, yo…

—Es la tercera vez hoy, no entiendo nada.

—Es por una encuesta de YouGov. Se ha hecho viral.

Con el lío, me quedé sin combustible y tras la segunda pelea hice lo que en la jerga jetpackera se llama “un aterrizaje sin motor y a velocidad real”. Me rompí todos los huesos del cuerpo y dejé siete a deber.

Chimpancé. Me costó más de lo que creía porque llegué a la pelea con un poco de fiebre (creo que la rata me contagió el tifus o la escarlatina, una de dos). La pelea se alargó y el chimpancé tuvo tiempo de evolucionar a homínido, pero pude dejarlo K.O. antes de que me lanzara un hacha con hoja de sílex.

Cobra. Aquí tuve mala suerte porque no era una cobra real, sino una cobra autónoma, por lo que cobró bien cobrado, pero a 90 días. Jejejejejejejejjcof cof COF COF COF cof COF… cof cof… COF… EHRM… ehrm… EHRM… COF cof cof COF COF… cof cof… Ay… Qué ataque de tos más tonto. Es el tifus.

Canguro. Es facilísimo vencer a un canguro. Recordemos que están en Australia, es decir, bocabajo. Hay que forzarles a saltar cada vez más alto (subiéndose a un árbol, por ejemplo, y retándolos desde ahí). Al final llega un punto en el que saltan tanto hacia abajo que se caen de la Tierra. Un dato curioso: hay más de 70 canguros vivos en órbita.

Lobo. El truco consiste en pelear con cualquiera de ellos las noches de luna llena y aprovechar que entonces se convierten en un novelista y trompetista de jazz francés. Basta con cogerles la trompeta y metérsela por la oreja de un solo golpe.

Cocodrilo. Apliqué el viejo confiable truco de ponerle un palo entre las mandíbulas. Pero me equivoqué y se lo puse en horizontal y no en vertical porque había aprendido el truco de Mortadelo y Filemón, y no de Tarzán. No pude correr porque el fémur izquierdo no me había soldado bien después de la pelea con el águila. Por suerte, el cocodrilo se atragantó con mi hígado y me bastó con no hacerle la maniobra heimlich.

Gorila. Tuve problemas, pero solo porque peleamos en la niebla y no le veía. Una buena forma de desorientar a un gorila es llevar ropa deportiva.

-Lo siento, pero no puedes entrar con zapatillas blancas.

-Conozco al pinchadiscos, a Thomas.

-¿Qué Thomas?

-UNA RACIÓN DE PUÑO.

Y entonces, zas, en toda la mandíbula.

Elefante. Aquí empecé a sospechar que me había equivocado en el orden porque seguía con fiebre y cojeando, además de algo fastidiado del hígado. No estaba en condiciones de enfrentarme a un paquidermo, a pesar de ser español (yo, el paquidermo era de Botswana). Pero en fin, lo agarré del rabo y lo lancé como hacen los lanzadores de martillo en las olimpiadas. Aún recuerdo lo que me gritó, ya desde el aire:

-Olimpiada es cada periodo de cuatro años, las competiciones son los juegos olímpicoooos… Y Frankenstein es el nombre del doctor, no del monstruooooo…

Los elefantes son insoportables. 

León. Ganar a un león es facilísimo. Basta con convertirse al judaísmo y dejarse crecer el pelo, para cobrar así una fuerza sobrehumana, todo gracias a Yahvé. Y ya con eso agarras al león del cuello y para él todo será crujir y rechinar de dientes. Luego lloraréis en Twitter diciendo que la religión no sirve para nada. Pues mira, sirve para entender este chiste, así que haced el favor de volver a misa los domingos.

Oso. El truco para vencer a un oso consiste en que cuando te va a dar el abrazo le dices que no, gracias, que no eres de tocar, y menos con la pandemia. Los osos son muy amistosos pero bastante brutos, por lo que no te debería extrañar que pongan mala cara y te suelten algún comentario faltón, como “huy, perdón, que al señor no se le puede tocar”. Entonces le dices: “Tócame esta”, y le das dos puñetazos en el hocico. También ayuda pelear cerca de una colmena y esperar a que su cabeza quede atrapada dentro. Ah, dulce victoria (jejeje).

Encuestador de YouGov. Preséntate en su casa y llámale “tezanitos” hasta que se ponga a llorar.

Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas