—Muy bien, un latte machiatto cuádruple. ¿Su nombre?
—Jaime Rubio, ESCRITOR.
—Jaime, pues al final de la barra…
—No, no. Jaime no.
—Ah, perdón. ¿Lo he oído mal? ¿Es Javier?
—Jaime Rubio, ESCRITOR.
—Pero esto es solo para recoger su café.
—Jaime Rubio Hancock, ESCRITOR. Hancock se escribe hache a ene ce o ce ka.
—No hace falta poner todo eso.
—ESCRITOR todo en mayúsculas.
—De verdad, que esto es solo para el café.
—Jaime Rubio Hancock, ESCRITOR, autor de la novela La decadencia del ingenio y del ensayo ¿Está bien pegar a un nazi?
—No va a caber todo.
—Jaime Rubio Hancock (1977, Barcelona). ESCRITOR, autor de la novela La decadencia del ingenio y del ensayo ¿Está bien pegar a un nazi? Trabajó como periodista hasta 2022 cuando se pudo retirar gracias a la lotería. Vive en su mansión, donde se dedica a no contestar nunca al teléfono.
—Pongo Jaime, ¿vale? Cuando esté listo le avisamos.
—No, mejor: Jaime Rubio Hancock (1977, Barcelona). ESCRITOR, autor de la novela La decadencia del ingenio y del ensayo ¿Está bien pegar a un nazi?Ganador del Oscar al mejor actor secundario en 2027, con su primera actuación en una película en la que también se encargó de la peluquería.
—Me he perdido.
—Sí, tiene razón, es demasiado complicado. Ponga “Jaime Rubio Hancock, escritor, periodista y pensador”.
—Ya he puesto solo el nombre. Mi compañero le está haciendo el café.
—Vale, dejémoslo así: Jaime Rubio Hancock (1977-2025). Escritor, periodista y pensador, campeón de España de peso superwelther. No del boxeo, sino del peso, es el que mejor pesa superwelther de España.
—Un latte machiatto cuádruple para Javier.
—¿Qué?
—¿Javier? ¿Latte macchiato cuádruple?
—Yo he pedido lo mismo, pero es para Jaime Rubio Hancock, ESCRITOR.
En 2028 llegaron a la Tierra alienígenas de una sociedad mucho más avanzada que la nuestra. No solo venían en son de paz, sino que la tecnología y el conocimiento que nos trajeron iniciaron una era de paz y prosperidad nunca vista, pidiendo a cambio solo algunas materias primas escasas en su planeta.
Esto es lo que yo decía sobre estos extraterrestres a mis amigos, familiares y cualquier persona que estuviera a menos de dos metros:
—Tan listos no son.
—Si nuestra civilización hubiera vivido diez mil años más, también habría llegado a ese nivel de conocimiento. Era solo cuestión de tiempo.
—Sí, bueno, pero no pueden tomarse una buena cervecita fresca porque el alcohol los mata. No compensa.
—¿Diez kilos de arena al año no es un precio demasiado elevado? Esa arena es nuestra.
—A lo mejor han curado el cáncer, pero vete a saber lo que nos han metido en el cuerpo. A largo plazo se verán las consecuencias.
—No digo que no sean inteligentes, solo digo que es otro tipo de inteligencia. Nosotros somos más de calle y ellos más de curar el cáncer y esas cosas.
—Yo no me aclaro en un laboratorio, pero si un alienígena y yo nos metemos en una banda callejera, al que eligen de líder es a mí. Me juego lo que quieras.
—Ya sé que no hay bandas callejeras porque su plan para terminar con la delincuencia funcionó a la perfección. Era un planteamiento hipotético.
—¿Estamos seguros de que su vacuna universal sin efectos secundarios no provoca calvicie? Veo mucho calvo últimamente, no creo que sea casualidad.
—¿Tú has visto a alguno de cerca? Yo sí. No son tan altos.
—No es verdad que mi mujer me dejara por uno de ellos. Primero me dejó y luego comenzó a salir con él. Pasaron al menos dos semanas.
—No, no es lo mismo.
—No sé por qué dices eso, me parece que no tienen pene.
—No te puedes creer todo lo que ves en los vídeos porno.
—Es posible que hayan terminado con las guerras, pero no todas las guerras eran malas. Si no fuera por la Segunda Guerra Mundial, Hitler seguiría vivo. Esto es ciencia.
—Ya sé que también han terminado con el nazismo, solo era un ejemplo.
—Lo único que digo es que me habría gustado tener la oportunidad de terminar con el nazismo por mi cuenta. No digo que yo hubiera podido hacerlo, solo que tenía derecho a intentarlo.
—Claro que he engordado. ¿No te estoy diciendo que se nos quieren comer? Todo forma parte de su plan.
—La arena para el que se la trabaja.
—Es verdad que gracias a ellos podemos viajar a otros planetas, pero como en España no se come en ningún sitio.
—¿Te tengo que recordar lo de la cerveza? No compensa.
—Son capaces de prohibir el alcohol. Ojo. Que se empieza por la delincuencia, se sigue con la pobreza, se erradica el cáncer y lo siguiente son las cervecitas.
—Vale, lo de las pastillas contra la resaca estuvo muy bien.
Me llamaron hace unos días desde el MIT para decirme que soy el último usuario humano de Twitter, que el resto son bots. Mis enemigos ya no saben qué inventar porque ven claro que estoy ganando la guerra cultural en las redes sociales y quieren que deje de criticar con mi particular acidez y sentido del humor al extremo centro tuitero.
Los del MIT me han dicho que lo deje ya, que no merece la pena tanto disgusto, ¿pero cómo voy a dejarlo? ¿Acaso no me debo a mis 319 seguidores? Según el MIT, no, porque son todos bots. ¿Pero cómo van a ser todos bots? ¿Acaso no siguen mis brillantes discusiones con @vivaAlgeteyEspaña, mi archinémesis? Lo humillo cada día con mis acerados comentarios sobre la corrupción del PP y sobre el peinado de Donald Trump, que en realidad le sirve para ocultar a un ruso muy bajito, que es quien de verdad gobierna Estados Unidos.
Por cierto, yo quedé con él para tomar unas cañas. Me refiero a @vivaAlgeteyEspaña, no al ruso que susurra órdenes al oído de Trump. Es curioso, pero la gente de Algete tiene un acento que les hace hablar muy raro.
-Mi nombre de sistema es dos puntos vivaAlgeteyEspaña. Saludos, humano. Yo también soy humano. Ja, ja, ja, claro que sí.
-¿Qué te pido? ¿Una cerveza?
-Un chorro de aceite, por favor. Me he quedado enredado en un cable. Por favor, trasládame a una nueva ubicación y pulsa CLEAN para continuar.
Le salieron chispas del cuello y la cabeza le comenzó a dar vueltas de 360 grados, cada vez más rápido, mientras gritaba “¡hay que construir un muro en Segovia, basta con tapar los agujeros del acueducto!”. Justo entonces paró un coche, bajó un tipo con una caja de herramientas, le abrió la cabeza y ajustó un par de tornillos.
Pues eso, ¿cómo va a ser un bot, si quedé con él, vi con mis propios ojos que existía e hicimos el amor durante toda la noche?
Fui a conocer a sus padres, que me invitaron a comer sopa de tuercas.
-Depósito lleno. Depósito lleno -decía todo el rato su padre. Pero no logró convencerme. ¿Cómo que depósito lleno? ¡Hay sitio en España para más inmigrantes! No le llamé sucio racista porque soy muy educado y, al fin y al cabo, yo era un invitado en su casa, pero estuve a punto de arrojar los destornilladores al suelo y largarme de allí.
-¿Más aceite? -Preguntó su madre. Tuve que rechazar la oferta porque ya había vomitado tres veces, me estaban dando calambres en las piernas y había perdido la visión del ojo izquierdo.
¿Puede surgir el amor entre personas que tienen opiniones tan diferentes acerca de los impuestos? Yo creo que hay que subirlos para afianzar el estado del bienestar, pero @vivaAlgeteyEspaña opina que hay infiltrarse en nuestra sociedad para exterminar a todos los humanos.
Lo nuestro funcionó durante un tiempo, pero al final tuve que terminar la relación.
-Lo siento vivaAlgeteyEspaña, pero esto no puede continuar.
-Batería baja. Debo volver a la base.
-Me alegro de que lo entiendas. Es lo mejor para los dos.
-Batería baja. Debo volver a la base.
Tuvimos algún que otro nuevo encontronazo en Twitter. Aunque yo siempre acabo mis hilos con el emoticono 😉 para que sepa que le sigo apreciando, creo que aún no ha superado nuestra ruptura. Por ejemplo, a menudo me dice “SyntaxError: invalid syntax”, algo que sabe que me molesta.
Y ahora el MIT quiere hacerme creer que @vivaAlgeteyEspaña no es una persona de verdad, sino un Pentium atado a una Roomba con el cable de un ratón. Es obvio que estos supuestos profesores del MIT son agentes rusos que saben que soy un tipo peligroso, dada mi contundente defensa de la democracia, del progreso y de Christopher Nolan (este es otro tema diferente, pero también muy importante).
Cuando les colgué el teléfono por tercera vez, envié un tuit a @Jack, fundador y consejero delegado de Twitter.
“Jack, some Russian agents are mortadeloed as MIT scientists. They say that every world in Twitter is a robot, like R2D2, jajaja, what thing! Please stop Russian agents. Live Twitter! I bandage Opel Corsa!”.
La respuesta de @Jack fue la típica que dan los empresarios de las tecnológicas. Nunca se mojan: “Spin Jack’s side wheels to clean”. Eso fue en público, porque en privado me escribió para invitarme a un par de cañas de aceite. Le tuve que decir que no porque aún no he recuperado la visión del ojo izquierdo, pero con esto queda demostrado lo que vengo diciendo desde el primer párrafo: en Twitter hay humanos, el MIT está lleno de agentes rusos y Nolan es buenísimo, me da igual lo que digáis. Esto no lo llevo diciendo desde el primer párrafo, pero también es muy importante.
La ayudó a deshacerse del sostén con sus experimentadas y masculinas manos, las mismas con las que comenzó a acariciar sus sonrosados pechos.
—¿Quién está ahí?
—Oiga, ¿qué hace?
¿Yo? Nada, soy el narrador. Sigan, sigan.
—¿Cómo que el narrador? Salga del dormitorio ahora mismo.
—¿Y qué quiere decir con “sonrosados pechos”? ¿Qué significa eso?
No se preocupen por mí. Yo me quedo aquí de pie, narrando y sin molestar.
—¿Quiere dejar de escribir en esa libreta? Le estoy hablando.
—¿Pero qué clase de pervertido se pone a narrar en un dormitorio ajeno?
No soy ningún pervertido. Solo estoy escribiendo su escena de sexo.
—No necesitamos que nadie escriba nuestra escena de sexo. Y mis pechos no son sonrosados. Ni siquiera sé qué quiere decir con eso.
¿Frescos como naranjas?
—¿Qué?
—¿Qué dice?
Eso es lo de menos, puedo corregir la descripción más tarde.
—No, ni más tarde ni nunca. Salga de aquí.
Pero es que necesito narrar la escena.
—No necesita narrar nada, tío guarro.
—¿Naranjas? ¿Pero usted ha visto una naranja en su vida?
La novela necesita una escena de sexo, me lo ha dicho el editor.
—Me da igual lo que necesite la novela, me niego a que usted se quede aquí de pie con una libreta y menos aún para decir que mis pechos están sonrosados o que parecen naranjas.
En serio, ni se van a enterar que estoy aquí.
—Mire, tiene que irse.
—O llamaremos a la policía.
Pero la escena…
—Haga una elipsis.
—Si va a ser lo mejor para todos. Mucho más sensual y enigmático. Y así no tiene que comparar mis pechos con nada.
Les aseguro que no se trata de ninguna perversión. A mí esto no me resulta placentero. Es un trabajo como cualquier otro. Es como si describiera una pared o como si explicara los mecanismos psicológicos detrás de la decisión de cualquiera de los personajes.
—Venga, fuera de aquí. Le recuerdo que, según usted mismo ha escrito, soy exboxeador.
Arruinó su carrera por culpa del alcohol.
—Sí, pero le suelto una bofetada con la mano abierta y no se acuerda de su nombre en tres semanas.
Ya, eso también es verdad.
—Espere en el sofá tranquilamente y ya seguirá narrando luego.
Bueno. Vale. Pues nada.
En fin.
Una elipsis, dicen.
No me convence.
Y el editor fue muy claro: el sexo vende.
A ver qué puedo hacer.
Desde la cocina, donde el narrador había ido a beber un vaso de agua, apenas se oían los sensuales gemidos de ella, que probablemente se mordía el labio inferior mientras él acariciaba sus pechos que en nada se parecían a ninguna fruta. ¿Quizás a alguna hortaliza? Ahora mismo no lo tengo muy claro.
—¡Eh! ¡Le estamos oyendo narrar! ¡Y no me estoy mordiendo nada!
—Yo así no puedo.
—¡Y deje de hablar de mis pechos!
—He perdido todas las ganas.
—No me extraña.
El alcohol y los remordimientos le impidieron estar a la altura de las circunstancias.
—¿Pero qué dice? ¿Qué alcohol, si ha sido usted?
Con su hombría herida, se levantó de la cama y se encerró en el lavabo, donde escondía una botella de ron.
—¿Tú te puedes creer lo que dice este impresentable?
—Voy a echarlo de casa.
Ella se levantó y fue a la cocina, para que él no la viera llorar.
—No estoy llorando, estoy enfadadísima. Y ahora me muerdo el labio, pero por no arrancarle las orejas. Fuera de mi casa.
Pero la novela…
—Me da igual la novela. Ya está bien por hoy. Nos va a dejar en paz un ratito, que además es tardísimo y mañana madrugamos.
No, no, qué va. Mañana él se levantará con resaca a mediodía e irá a ver a la viuda, que le dará una pista que lo pondrá tras el verdadero asesino del senador.
—¿Pero qué dice? Él mañana tiene que ir a la oficina, como todos los lunes. Y yo voy a dar clase en la facultad.
¿Oficina? Él es detective privado y usted una exmodelo drogadicta y retirada.
—Esto es increíble, ¿pero qué problema tiene conmigo?
Yo ninguno, pero es que la novela…
—Largo de aquí. Pero qué asco de tío. Llamarme drogadicta.
Lo hago por ustedes, quiero que sean inmortales.
—Que se pire a narrar a su abuela.
Yo…
—Fuera. No lo pienso decir más veces.
El narrador salió al descansillo y llamó al ascensor. Ella se lo quedó mirando con la puerta abierta, para asegurarse de que se iba y no se quedaba por ahí cerca, narrando más cosas.
Salió a la calle. Era una noche de marzo aún fría. Notó sus propios pezones endurecidos contra la camiseta. Se preguntó con qué fruta podría comparar sus pechos de narrador. ¿Quizás unos paraguayos? ¿Para qué? Para hacer una comparación.
Su móvil sonó. Era él.
—Que pare de narrar, le digo, que no podemos dormir. Si sigue narrando, voy a llamar a la policía.
Noche 43. Está bailando sardanas. Sin música. Quizás escuche la música con auriculares.
Noche 44. Ahora está escuchando música de sardanas, pero no baila.
Noche 48. Lleva dos horas montando a caballo.
Noche 50. Está celebrando un juicio. No lo oigo bien y no sé de qué se acusa a sí mismo, pero grita cosas como “ORDEN, ORDEN”, “PROTESTO, SEÑORÍA”, “ME ACOJO A LA QUINTA ENMIENDA”, “¿CUÁL ES LA QUINTA ENMIENDA?”, “LA DE TU MERIENDA”, “JAJAJA”, “ORDEN, ORDEN”, “SEÑORÍA, ESO NO TIENE SENTIDO”, “MENUDO ZASCA TE HA SOLTADO”.
Noche 53. Hoy viven tres docenas de personas en el piso. Hay gente lavando los platos, otros moviendo muebles, uno baja las persianas, otro se está duchando, se oyen tres televisiones y en el cuarto del fondo se celebra otro juicio (“ORDEN, ORDEN”).
Noche 54. Discusión familiar. ¿Desde cuándo tiene hijos? ¿Desde cuándo tiene siete hijos?
Noche 55. Uno de los hijos tiene una batería.
Noche 56. Los hijos han formado un grupo de cumbia.
Noche 58. Se han separado tras una discusión a gritos y han iniciado siete carreras en solitario.
Noche 61. Ya no aguantaba más. Son las tres de la mañana y está moviendo el mismo sillón por toda la casa. He subido y he llamado a la puerta. Tras mucho insistir (no me oía con el ruido del sillón, supongo) me ha abierto.
-Ya está bien de ruiditos, ¿no?
-Ah, perdón. Es que no sé dónde poner esto -no era un sillón, era una jaula con unos ochenta cangrejos vivos.
-Abajo no se puede dormir.
-¿Abajo? Tú eres el vecino de arriba.
-¿Cómo voy a ser yo el vecino de arriba?
-Vives en el segundo. Y esto es el primero.
-Vivo en el menos dos. Y esto es el menos uno.
-Estás caminando por el techo.
-¡Tú estás caminando por el techo!
-Llevas unas botas de clavos para no caerte.
-Soy muy torpe. De siempre.
-A ver, ven a la cocina.
Me sirvió un vaso de agua y me lo pasó.
-Bebe.
Bebí.
-¿Lo ves? ¡Has puesto el suelo perdido!
-¡He bebido con tanto ímpetu que he salpicado el techo!
Bajé a mi piso enfadadísimo. Mi vecino estaba loco: no solo movía su sillón por toda el piso y vivía bocabajo, sino que me hacía creer que el chiflado era yo y que vivía en una especie de mundo al revés. Pero mi casa era absolutamente normal, con sus muebles clavados en el suelo y el típico techo de tarima.
Me até a la cama e intenté dormir, pero me resultó imposible. No ya por el ruido, porque el muy imbécil había parado, sino por el enfado que me había provocado aquella conversación absurda.
Seguía pensando en el tema al día siguiente, cuando cogí el ascensor y subí a la calle. Aquella discusión nocturna me estaba haciendo dudar de todas mis acciones. Pero fuera todo me pareció como siempre. Las aceras, también llamadas “cornisas”, cada vez eran más pequeñas, pero bajo mis pies seguía el Gran Abismo Azul. Mucha gente caminaba por la Sucia Bóveda de Tierra, yendo bocabajo, pero eso no es lo que nos enseñó el Gran Señor del Gran Abismo Azul, al que nosotros adoramos.
Es cierto que algunas cosas no terminaban de cuadrar: ¿por qué me tenía que sentar en el techo de los autobuses, por ejemplo? ¿Qué había más allá de la Sucia Bóveda de Tierra? Pero la religión es una guía espiritual y la ciencia, a pesar de sus progresos, aún no nos permite saberlo todo.
Hay que subrayar esto último: la ciencia ha ido confirmando muchas de las ideas ya avanzadas en las enseñanzas del Gran Libro Orbil. Este texto dice, por ejemplo, que cuando pecamos, el Gran Señor del Gran Abismo Azul se enoja y nos empuja contra la Sucia Bóveda de Tierra. También dice que la mayor parte de los humanos son pecadores y malvados, y prefieren retozar como animales por la Bóveda (¡Sucia Bóveda!).
Nuestros científicos han ido corroborando punto por punto gran parte de los contenidos lo que dice el Gran Libro Orbil. Como explica el físico Stephen Thorne en El universo en la cáscara del abismo, el mundo que conocemos está formado por un Gran Abismo Azul en forma de esfera. La gravedad actúa repeliéndolo todo del centro de este abismo, de acuerdo con las leyes de Notewn.
Es cierto que lo fácil es dejarse caer y vivir en la Sucia Bóveda, que es como se llama toda la tierra que cubre el Gran Abismo Azul. Pero eso no solo es pecado, sino que además es peligroso para nuestra salud, al concentrarse toda la sangre en los pies. Hay muchos estudios que confirman que lo mejor para nuestra actividad cerebral es que nuestra cabeza se llene de toda la sangre repelida por la gravedad. ¡La sangre es vida!
Nuestra religión es minoritaria, lo admito, y nuestros avances científicos no son muy conocidos. Pero he tenido suerte y he encontrado un empleo en el que se respetan mis creencias. Aunque admito que me resulta muy difícil trabajar de camarero en un local de pecadores. Tanto espiritual como físicamente.
-Hay que poner las mesas en el suelo. Si no, no las puedo servir bien.
-¡Ya están en el suelo!
-¡Están en el techo! ¡Hay que clavarlas en el suelo!
-¡Deja de tirar los cafés!
Aquel día se me cayeron aún más cafés hacia el techo que de costumbre. Las palabras del vecino de arriba me habían hecho dudar de mi fe y me sentía inseguro, a pesar de que había cambiado los clavos de mis zapatos hacía pocas semanas.
Las dudas solo aguantaron hasta la noche:
Noche 62. Está cortando leña.
Me quedó claro que lo único que quería aquel maleducado era convertir mis justos reproches (“estás haciendo ruido a las dos de la mañana”) en una acusación hacia mi persona (“no soy el vecino de arriba, tú eres el vecino de arriba”), con el único objetivo de desviar la atención de sus habituales escandaleras.
Esa vez no me molesté en bajar. Llamé a la policía.
Que yo era el vecino de arriba, cómo se atrevía a decir eso… Fijé el móvil a la mesilla de noche con esparadrapo e intenté conciliar el sueño.
Como casi todo el mundo, yo también he sufrido el síndrome del impostor y he llegado a pensar que tal vez no merecía haber llegado a donde había llegado. Lo pasé particularmente mal cuando fui nombrado Papa de Roma, después de haber robado la documentación de un tal cardenal Brunelleschi.
Pasé las primeras semanas atenazado por el miedo, hasta que hice partícipe de mis temores a mi Secretario de Estado, el cardenal Voiello. “¡Cardenali!” -Le grité, moviendo mucho las manos-. ¿Cómo voy a ser il Papa si non sé ni parlare italiano?”. Voiello fue quien me habló por primera vez de este síndrome, que hace creer a quien lo padece que sus éxitos son fruto de la suerte, de la casualidad o directamente de algún delito, como hacerse pasar por otra persona. Pero esos temores son infundados y no nos dejan ver nuestros indudables méritos.
-¡Voi non soi incompetenti! -Resumió-. ¡Io tampoco sé parlare italiano!
-¡Ah, che cosa!
-¡Ma che cosa!
-¡Oh la là!
-¡Agora sem entendo!
Las sabias palabras de mi fiel consejero, que llevaba ya tres largas horas a mi servicio sin haberme fallado ni un solo día, me dieron algo de tranquilidad. ¿Acaso no estaba yo tan capacitado para ser Papa como cualquier otra persona que le hubiera robado la sotana a un cadáver y después hubiera cambiado las papeletas de la votación por otras con el nombre del muerto, quizás con alguna falta de ortografía por la falta de costumbre?
Con esto no quiero decir que no me encontrara con dificultades a lo largo de mi papado. Había muchas cosas que desconocía acerca de mi nuevo empleo. Por ejemplo, me dijeron que tenía que cambiar de nombre. Intenté resistirme porque no sabía si iba a poder recordar todos los cambios por los que ya había pasado, pero insistieron en que era lo que imponía la tradición.
-Está bien. Pues seré el Papa Snoop Dogg IV.
-¿Cómo? Pero… No es un nombre tradicional… Ni siquiera ha habido otros Snoop Dogg…
Al final negociamos y aceptaron que me llamara Kanye Kardashian VII. El VII es mi número favorito. Es noventa y cuatro en italiano.
Tampoco fue fácil ponerme al día con los retos de la Iglesia católica. Por ejemplo, la prensa me preguntó si iba a dejar que los curas se casaran y respondí que era mejor que vivieran juntos un tiempo, para conocerse mejor.
Eso no fue óbice para que tomara medidas arriesgadas para modernizar la institución, como poner algo encima de la hostia, un poco de queso al menos, para hacer como una tapita. Por desgracia, me topé con la oposición del sector más reaccionario del clero, incapaz de ver cómo esta iniciativa ayudaría a que la gente volviera a misa.
A pesar de las dificultades, al cabo de unas semanas ya tenía prácticamente superado ese síndrome absurdo y me sentía cómodo en mi nuevo empleo. Por supuesto, seguía siendo consciente de mis limitaciones, pero también confiaba en que podría ser un buen Papa. ¿Por qué no, si hasta me sienta bien el color blanco? Y eso que a casi nadie le queda bien ese color.
Recuerdo una hermosa tarde en los jardines del Vaticano, paseando con mi fiel Voiello. El sol ya estaba bajo y se oían los pájaros y el trote de un grupo de monjas que corría y hacía algo de ejercicio.
-Fíjate, Voilello, qué rápido van esas monjas.
-Sí, santidad, digo, santità. Van tan rápido que parecen jamones.
-¿Y cuándo comienzan los cardenales a fabricar juguetes? -Pregunté.
-¿Juguetes?
-Claro, enseguida nos plantamos en otoño y ni siquiera he comenzado a leer las cartas.
-¿Qué cartas?
-Las de los niños, pidiéndome regalos.
Aquella tarde en la que me enteré de que me había equivocado de Papa fue una de las más tristes de mi tiempo en el cargo. Un tiempo que no sabía que ya estaba llegando a su fin.
Mi plan no era perfecto: el cardenal Brunelleschi tenía diecisiete hijos que se habían pasado varias semanas insistiendo en que yo no era su padre. No me sirvió de nada gritar “ma che cosa” y mover mucho las manos. Me pusieron a prueba y no sabía ni sus nombres.
-Tú eres Tonino… Tú también te llamas Tonino… Tú eres Paolo Conte… A ti siempre te llamo signorina…
Tuve que huir con Voiello y algunos de mis fieles a Aviñón, donde fundamos el papado auténtico, al que llamamos Papa2.
En efecto, Voiello no me abandonó. Mi fiel Secretario de Estado creía que yo merecía ser Papa porque, al fin y al cabo, había sido el Espíritu Santo el que había inspirado aquella fraudulenta votación. También influyó que en realidad se llamara Enric Sánchez y fuera un falsificador de descuentos del Carrefour buscado por la policía. No estábamos solos: me acompañaban una rúa del carnaval de Sitges, que se había despistado hacía año y medio y había terminado en Roma, y diecisiete palomas que estaban atrapadas debajo de una sotana.
Declaramos la guerra santa al Vaticano, que duró hasta que llegó un guardia y nos envió a casa.
En resumen, si alguna vez sentís el síndrome del impostor, colocaos delante del espejo y repetid: “Ma che cosa”. Y si os cruzáis conmigo por la calle, estaré encantado de daros ánimos y consejos, siempre y cuando recordéis que ahora me hago llamar Felipe VI. Y Voiello es Letizia.
Discurso inaugural de JFK. (U. S. Army Signal Corps photograph de la Biblioteca y Museo Presidencial de John F. Kennedy, Boston).
Primer intento
Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No te preguntes lo que te puedes hacer por tu…”. No, espera, no era así. No preguntes lo que pueden hacerte en tu… No, tampoco. ¿Quieres hacer algo por tu país? Pregúntame cómo. No, no. Un momento que ya lo tengo. No me preguntes qué hora es. No. Pregúntate qué puedes hacer por las tardes si solo trabajas por las mañanas, ¿quizás aprender a tocar un instrumento? Se me ha ido. Lo siento, creía que tenía clara la frase, pero no me sale. No sé qué pasa, pero no me sale.
Qué rabia me da esto. Quería compartir un texto inspirador para no venirnos abajo estos días y me encallo con una tontería. Esto es por estar todo el día encerrado. No me circula bien la sangre y así estamos.
A ver. Venga. Yo creo que ahora sí.
Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Pregunta a tu país qué puede hacer por ti, en lugar de preguntar qué puedes hacer por ti”. No, eso no puede ser, no tiene sentido. Pregunta… No, es al revés. Empieza con “no preguntes” seguro. No preguntes en qué país vives… No te preguntes lo que tú país está haciendo… Pregunta… Pregúnteme usted… No te preguntes si queda café, pon una cafetera y ya luego vemos… Tu país está para preguntitas, si te parece… Pregun… Pregunta… No preguntes, contesta…
Nada. Tampoco.
Pues es una pena porque el resto del texto era superépico. Pero, claro, todo depende de la primera frase. Porque tenía pensadas como referencias y ecos y llamadas y demás, y si no consigo citarla bien no tiene sentido.
Segundo intento
Voy a empezar desde el principio otra vez, a ver si pillando impulso sale sola.
Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Yo te conjuro, Satán, príncipe de es… “. Huy, no, no. No era así. Creo que era algo de Satán, ¿pero príncipe? Eso me suena rarísimo, siendo Estados Unidos una república.
SOY EL SEÑOR DE LAS TINIEBLAS
¿Qué?
SOY SATANÁS. ¿ME HAS LLAMADO?
¿Yo?
TENGO UNA PERDIDA TUYA.
Ha sido un error. Creía que estaba citando a Kennedy.
PUES ME HAS LLAMADO A MÍ.
Ostras, perdón. ¿Cómo lo haces?
¿EL QUÉ?
Escribir en mi texto.
ESTOY POSEYÉNDOTE.
No es muy agradable.
TÚ ERES EL QUE HA LLAMADO.
¿Puedes parar?
SÍ, CLARO, SIN PROBLEMA. SI YO SOLO HE VISTO LA PERDIDA Y QUERÍA VER QUIÉN ERA. ESTOY ESPERANDO UNA LLAMADA DEL LAMPISTA, A VER CUÁNDO PUEDE PASAR, QUE LA CISTERNA PIERDE AGUA.
No, no. Lo siento. Un error.
¿HAY ALGO QUE PUEDA HACER POR TI?
Pues mira, ya que estamos. ¿Tú sabes cómo es esa frase famosa de Kennedy?
¿CUÁL? ¿ICH BIN EIN BERLINER?
No, la otra.
MARILYN, ¿TE VIENES A VER UNA PELI? MIS PADRES NO ESTÁN EN CASA.
No, la otra.
PARECE QUE REFRESCA.
No, la de “no te preguntes de qué…”
AH, SÍ. SÍ, CLARO. LA DEL DISCURSO INAUGURAL DE SU PRESIDENCIA.
Exacto.
ES MUY BUENA.
¿Verdad?
MUY INSPIRADORA. PATRIOTISMO DEL BUENO, DEL QUE NO HACE DIFERENCIAS ENTRE IZQUIERDAS Y DERECHAS.
¿Eres de Ciudadanos?
CLARO, SOY SATÁN.
¿Y de la frase te acuerdas?
SÍ, ERA… A VER… NO PREGUNTES QUÉ PUEDES HACER POR TU PAÍS, PREGUNTA A TU PAÍS… NO, ASÍ NO ERA… NO ME PREGUNTES QUÉ HACE TU PAÍS POR TI… NO… NO ME SALE…
¡A mí tampoco!
NO ME PREGUNTES QUÉ PAÍS… NADA, NO HAY FORMA. ¿ERA IMPORTANTE?
Quería escribir un texto inspirador para estos días.
PUES YA ME SABE MAL, PERO ES QUE NO ME ACUERDO.
¿Le puedes preguntar?
¿QUÉ TE HACE PENSAR QUE ESTÁ AQUÍ?
No sé, fue presidente de Estados Unidos.
ESO NO FUE CULPA SUYA, LE OBLIGARON LOS MASONES PARA OCULTAR QUE LA TIERRA ES PLANA.
¿Qué?
¿EH?
¿Qué has dicho?
SE CORTA.
¿La Tierra es plana?
OYE, TENGO QUE IRME. SI ME ACUERDO DE LA FRASE, TE POSEO Y TE CUENTO.
Gracias. Y disculpa lo de la llamada.
NADA, SI ESTABA VIENDO LA CASA DE EMPEÑOS. UNO REPETIDO, ADEMÁS.
Tercer intento
Creo que ya me ha salido.
Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia:
Haz el favor y no preguntes tanto
que “el preguntitas” aquí ya te llaman,
te ven venir y al cielo todos claman,
pero qué tío más pesado, qué espanto.
Siempre exigiendo, menudo descaro,
de verdad, te parecerá bonito.
Pues que sepas que con tanto llantito,
pareces un comunista, ¡pues claro!
Si nos ponemos tontos, yo quiero un yate,
cuatro Ferraris y un avión privado,
¿a que te parece todo un dislate?
Deberías ser generoso y sano,
dejarte de todo este disparate
y ofrecerte para echar una mano.
No. Así no era. Seguro que no eran Ferraris. ¿Cómo va a citar coches italianos siendo el discurso inaugural del presidente de Estados Unidos? ¿Corvettes? ¿Mustangs? Nada, no me sale.
Cuarto intento
Esto es Kennedy que agarra el micro y dice:
—¿Qué tal, Washington? ¿Cómo va eso? El otro día voy por la calle y viene un tío y me dice: “Jotaefecá, Jotaefecá, ¿sabes qué puede hacer mi país por mí?”. ¿Y sabéis qué le dije? “No, pero me gustaría verlas?
(Risas, aplausos).
—A tope, Washington. No voy el otro día a Berlín y digo: “Ich bin ein Berliner”. Y coge el alcalde y me dice: “No, pero me gustaría verlas”.
(Risas).
—Este no os ha gustado tanto. Cuando me pongo negro siempre me pasa lo mismo. Es humor negro porque mucha gente va a morir intentando cruzar el muro.
(Más risas).
—Ahora sí, ¿eh? El otro día estaba con la gente de la NASA y les digo: “Vamos a ir a la Luna esta década”. Y me dicen: “Pero tío, eso es dificilísimo”. Y les digo: “Elegimos ir a la Luna no porque sea fácil, sino porque es difícil”.
(Silencio expectante).
—Y porque me gustaría verlas.
(Risas. Aplausos).
Quinto intento
>buenas, es la primera vez que intervengo en el foro aunque os leo desde hace tiempo. nada, que me estoy volviendo loco con una frase de Kennedy que no me sale. es esta que dice no preguntes a tu país no sé qué, pregúntale a no sé quién no sé qué. ¿os suena? gracias, peña.
>pole
>No preguntes, son T_D_S P_T_S.
>esa frase no es de kennedy, es de churchill
>pole
>pole
>este tema debería ir en “off topic”, no en el foro de consultas de nefrología, gracias.
> pole
Sexto intento
Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No preguntes a tu país qué puedes hacer por ti, hazles saber que la Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”.
No.
No es así.
No sé qué falla, pero así no era.
Séptimo intento
He llamado a información para preguntar y tampoco se acordaban. Mi interlocutor me ha sugerido un método para dar con la frase: ir descartando palabras que seguro que no salen. De este modo, tarde o temprano, tendré como mucho trescientas o cuatrocientas palabras que podrían formar la cita literal y luego todo será ir probando.
Algunas palabras que tengo en la lista de posibles: nunca, siempre, duda, nación, bandera, perro, manzanica, pifostio, paisanaje, política, quiero, casa, común, reloj, reloj pero digital, siglo, bandurria, peras, sandías, melocotones, árbol, guitarra, increpar.
Palabras que casi seguro que salen en la frase: no, preguntes, qué, puede, hacer, tu, país, por, ti, te, contigo, pregunta, qué, hora, es, puedes, atención, tu, anda, peluca, tradición, historia, nación, filosofía, hazme, el, amor, aprisióname.
Voy a ir poniéndolas en un excel para poder ordenarlas por orden alfabético.
Octavo intento
Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Prestadme atención un momento y dejad de hablar sobre lo que estéis hablando. Hablemos de algo importante. ¡Deja ese café! El café es solo para los que venden. ¿Crees que estoy de cachondeo? No estoy de cachondeo. Vengo del centro. Vengo de Mitch and Murray. Y vengo en una misión de caridad. ¿Te llamas Levene? ¿Crees que eres un vendedor, hijo de puta? No lo eres, amigo. Porque la buena noticia es que estáis despedidos. La mala noticia es que todos tenéis una sola semana para recuperar vuestros empleos, empezando esta noche. Empezando con la venta de esta noche. Ah, ahora tengo vuestra atención. ¿verdad? Bien. Porque vamos a añadir algo interesante al concurso de ventas de este mes. Como sabéis, el primer premio es un Cadillac El Dorado. ¿Alguien quiere saber cuál es el segundo premio? El segundo premio es un juego de cuchillos de carne. El tercer premio es vuestro despido. ¿Lo pilláis? ¿Os sigue haciendo gracia?”.
Noveno intento
Décimo intento
Antes de ser presidente, John Fitzgerald Kennedy trabajó de funcionario en el Ayuntamiento de Washington:
—Buenos días. Venía a preguntar qué puede hacer mi país por mí.
—¿Trae toda la documentación?
—Sí, aquí está el impreso rellenado, una fotocopia del DNI y el certificado del empadronamiento.
—Necesito también el documento de Hacienda.
—Sí, el de los impuestos.
—Ese.
—A ver, que no lo encuentro. Ese me costó trabajo pedirlo.
—Ya, es que no se puede hacer por internet, no entiendo por qué.
—Sí.
—Supongo que lo cambiarán.
—Aquí está.
—Perfecto. Deje que compruebe que… No, pero este no es.
—¿El de Hacienda? Me dijeron que era ese.
—El de Hacienda está bien. Hablo del primer impreso que me ha dado.
—¿Qué ocurre?
—Usted quiere saber qué puede hacer su país por usted, pero me ha entregado el impreso para saber qué puede hacer usted por su país.
—Ostras…
—Le puedo dar el impreso bueno y lo rellena aquí mismo.
—Hm… Pues igual sí.
—O a lo mejor prefiere ir a las ventanillas 831 a 836 y preguntar qué puede hacer usted por su país.
—Buf, pues ahora no sé. Es que yo venía a lo otro.
—Lo entiendo, pero a lo mejor debería preguntar por lo segundo.
—¿Usted cree?
—Si alguna vez llego a presidente, ese será mi primer consejo.
Decimoprimer intento
Creo que ya sé cómo puedo hacerlo. Me he estado obsesionando con sacar la frase literal, pero lo que debería hacer es parafrasear a Kennedy. No me hace falta citarle palabra por palabra. Lo único que tengo que hacer es conservar el espíritu de su famosa frase y así podré seguir con mi texto motivador.
Voy a probar:
Estos son días para parafrasear lo que dijo John Fitzgerald Kennedy en el discurso inaugural de su presidencia, aunque no palabra por palabra, porque lo importante es el espíritu y no la letra. Kennedy, que era por cierto todo un ligón, vino a decir que bueno, a ver, tú te crees muy listo, todo el rato exigiendo, pero por qué no pones tú algo de tu parte, ¿eh? Que te llega el borrador de la Renta y lo primero que haces es comprobar que te han desgravado todo lo que te tenían que desgravar. Y luego vas al ambulatorio y te cabreas si te dan hora para el día siguiente por la tarde. El día siguiente, macho. Y ahí, mirando en la Renta para ver si puedes ahorrarte siete euros con cincuenta. Además, ¿no puedes pasarte un día sin rascarte el eczema? No es un cáncer, es un eczema. ¿Y sabes de qué te sale? De pensar que tienes cáncer. Siempre igual. Y no es solo lo de los impuestos, es que llevas toda la vida así, sin poner nada de tu parte. ¿Cuántas prórrogas pediste para no hacer la mili? Todas las que pudiste hasta que la quitaron, ¿verdad? Que pensabas dejarte tres asignaturas hasta que la suprimieran solo para decir que aún tenías que ir a clase. Pues, mira, a lo mejor tendrías que haber servido unos mesecitos en el cuartel, ayudando a pelar patatas. O en la cosa esa de la prestación, cómo se llamara. Un primo mío la hizo en la Cruz Roja y el tío estuvo echando una mano. Algo pequeño, creo que contestaba al teléfono o así, pero eso es mejor que estar en casa rascándote los cojones, que te va a salir otro eczema en los huevos de tanto rascarte. Madre mía. Pasas más horas en posición horizontal que en vertical. Que tienes el hígado a la misma altura que los riñones. Tienes un eczema en la mano, otro en los cojones y llagas en la espalda de no levantarte ni para ir al baño, que te has comprado un cubo para dejártelo al lado del sofá.
No, tampoco. Creo que he capturado muy bien el espíritu de sus palabras, pero es demasiado largo y la entrada al texto pierde fuerza.
Tendré que seguir pensando.
Decimosegundo intento
>Todos sabéis que John Fitzgerald Kennedy fue el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, pero a lo mejor no recordáis la frase más famosa de su discurso inaugural. ABRO HILO.
>JFK ganó las elecciones de 1960 tras prometer que todos los estadounidenses tendrían un terrenito en la Luna para ir a pasar los fines de semana.
>Al final de la campaña se le estaba calentando la boca. En un mitin dijo: “Y como los rusos se pongan tontos, nos plantamos en Marte, así te lo digo. Y lo haremos en miércole, JAJAJAJAJA, qué bueno, JAJAJAJA, miércole, JAJAJA… ¿Lo pilláis? Marte, miércole, jajaja…”.
>JFK se secó la lagrimilla con el dedo índice mientras se seguía riendo. “Ay, si no fuera por estos momentos…”.
>Total, que ganó las elecciones. Los republicanos habían presentado a Nixon, cuyo eslogan de campaña, “Sacrificaré a vuestros primogénitos a Baal”, no acabó de convencer a los estadounidenses. Eso sí, en el voto popular quedó a solo dos décimas porcentuales del demócrata.
>En enero de 1961, JFK tomó posesión del cargo con un discurso muy motivador, que viene al caso estos días. Subió al estrado y dijo: “¡Buenos días, Vietnam! Parece que refresca, ¿eh?”.
>(Los inviernos de Washington son muy duros).
>“Alguien se ha dejado la nevera abierta, ¿eh?”, siguió. “Madre mía, espero que la Casa Blanca tenga calefacción. ¿Sabéis qué me gusta a mí más que la calefacción? Una estufica pequeña. Le echas la manta encima y luego te está toda calentita. Anda que no”.
>Después de hablar durante hora y media sobre “la rasca que hace aquí, la Virgen”, pronunció una frase que pasará a la historia:
>“No preguntes qué puedes hacer por España…”. No. Perdón.
>Pregunta en Estados Unidos lo que puedes hacer por ti y no preguntes… No.
>Pregunta. No preguntes. No controles mi forma de vestir, controla tú lo que bebes, borracho. No preguntes.
>No preguntes qué puede hacer tu país por ti, contesta tú a la pregunta, que tenemos mucho lío.
>Pregúntame.
>Pregunta.
>No.
>Atención, pregunta: ¿qué puede hacer tu país por contestar?
>Prego.
>Pregunta.
>Pregúntame.
>Y esto es todo. Se agradecen los RT. Mi Instagram es @frasesdekennedy
Decimotercer intento
Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No preguntes qué haces tú por tu país, pregunta en qué país…”
Nada, no me sale.
—¡Da igual lo que dijera!
—¿Qué? ¿Pero qué hace usted en mi casa?
—¡He oído que alguien decía algo que estaba mal y he tenido que echar la puerta abajo!
—¿Pero de qué está hablando?
—¡Que da igual lo que dijera! ¡Porque estaba mal! ¡Era una estupidez!
—¿Y usted es?
—Ingeniero.
—¿Eh?
—Allá donde pueda dar una opinión que nadie ha pedido sobre un tema que desconozco y con una seguridad de acero, pero no de cualquier acero, sino del acero bueno que estudiábamos nosotros en una carrera mucho más difícil que cualquier experiencia vital por la que haya pasado cualquier persona, allí estaré.
—¿Pero qué dice?
—Me voy, tengo que explicarle a ese taxista que no sabe conducir.
—¿Pero qué ha hecho con la puerta?
—Ya se lo he dicho, la he tirado abajo.
—Pero…
—Solo hay que hacer fuerza aquí, en este punto. Si lo sabré yo, que soy ingeniero.
—¿Tiene el hombro dislocado?
—Solo es una luxación, imbécil. ¡Cómo se nota que usted no es ingeniero!
—Pero…
—Adiós, buenas tardes.
Decimocuarto intento
Después de atravesar los túneles de la Casa Blanca, enfrentándose a los monos asesinos y eludiendo diecisiete trampas mortales por los pelos, Indiana Jones y Marion Ravenwood llegan a las catacumbas presidenciales.
—¡Indy, creo que es esta!
—La tumba del irlandés.
Indiana pasa la mano por la piedra para leer la inscripción: “John Fitzgerald Kennedy (1917—1963). Esposo, padre, presidente, socio del Círculo de Lectores, Berliner”.
—Ayúdame, Marion.
Entre los dos desplazan la piedra para descubrir, un cadáver vestido de caballero de la Edad Media con un manuscrito en las manos, que están colocadas sobre el techo.
—¿Por qué va vestido de caballero templario, Indy?
—Kennedy era un rosacruz.
—¿Qué?
—No lo sé, Marion. Creo que en algún momento el guionista leyó El péndulo de Foucault y está mezclando muchas cosas. ¡El manuscrito!
—¿Qué dice?
—Dice: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti…”
—¿Cómo sigue?
—No lo sé. El pergamino está roto.
—Alguien llegó antes que nosotros.
—¿Qué es ese ruido?
—¡El techo se derrumba sobre nuestras cabezas!
—¿Ves alguna salida, Marion?
—Creo que tendremos que atravesar a nado la piscina de serpientes.
—¿Serpientes? ¿Por qué siempre serpientes?
(Risas enlatadas. Se congela la imagen mientras suena la música de El príncipe de Bel-Air. Anuncios).
Decimoquinto intento
Jaime Rubio fue juzgado esta mañana por citar mal nada menos que a John Fitzgerald Kennedy, primer presidente católico de Estados Unidos y, por tanto, también Papa de Roma entre 1961 y 1963, año en el que Lee Harvey Oswald, con ayuda de la mafia, de la oposición anticastrista, de la CIA, del KGB y de la RDA, le asesinó con la ayuda de otros cincuenta y cuatro tiradores. Esta es la única forma en la que se entiende la trayectoria de la bala. A no ser que consideremos que la Tierra es plana. Si la Tierra fuera plana, la física gravitatoria resultante (o no—gravitatoria, porque la gravedad no existe) explicaría perfectamente la mencionada trayectoria en zig—zag, un pasito palante, María, en zig—zag, un pasito patrás.
Pero nos desviamos. Como lo que nos quieren hacer creer que fue la trayectoria de la bala. El fiscal quiso saber cómo era posible que Rubio fuera incapaz de recordar una de las frases más citadas de la historia, a lo que el acusado respondió rompiendo a llorar y asegurando que era muy liosa. “¿Ha preguntado a un ingeniero?”, quiso saber el fiscal. “Es posible que lo sepan, su carrera es muy difícil”. Ante la negativa de Rubio, el fiscal concluyó que el acusado no había hecho todo lo necesario para conocer las palabras exactas del presidente de Estados Unidos más guapo de la historia, aunque no tan guapo como Pedro Sánchez, “pero no el presidente, sino un amigo mío que se llama igual y que es guapísimo”.
El juez preguntó si se trataba de la frase de Berlín y el fiscal aclaró que no, que era la frase famosa del discurso inaugural. “Anda que no hace frío en Washington”, afirmó el juez. “Yo estuve ahí hace unos años. Fui con mi señora a celebrar fin de año en Nueva York y pasamos un día en la capital. Cuatro horas de autobús para ver la Casa Blanca por fuera. No merece la pena. Y un frío… Más que en Nueva York, que ya es decir. Me salió un eczema del frío. Vamos, creo que era del frío. ¿Te puede salir un eczema del frío? Ahora dudo. Igual fue de comer hamburguesas”.
El abogado de Jaime Rubio renunció a su defensa al no verse capacitado para ejercerla de forma eficaz. “Señoría —dijo—, no soy abogado, soy una almohada muy grande con traje y una cara pintada”. El juez rechazó la petición, asegurando que no consentiría “truquitos de películas americanas para declarar nulo el juicio”. Ante las quejas tanto de Rubio como de su letrado, el juez apuntó que la almohada había cursado estudios de Derecho, licenciándose en 2004. “Es una almohada de las caras, de estas con memoria. Así que seguro que se acuerda de todo”. El jurado, el fiscal y el juez irrumpieron en una sonora carcajada. “Ay, si no fuera por estos momentos…”, concluyó el magistrado, secándose una lagrimilla con el índice.
Interrogado por su abogado, Rubio explicó que estaba descartando las palabras que seguro que no pronunció Kennedy, por lo que no tardaría en dar con la frase exacta. “Es un método lento —explicó—, pero no creo que tarde más de sesenta y uno o sesenta y tres años”.
El abogado defensor presentó como principal prueba el registro de búsquedas en Google del acusado, para intentar demostrar que Rubio había hecho todo lo que estaba en su mano para encontrar las palabras exactas del presidente de Estados Unidos:
frase kennedy
frase kennedy berliner no la otra
kennedy discurso inaugural
kennedy discurso inaugural frío
kennedy discurso inaugural frío estufa
kennedy discurso inaugural frío estufa manta
kennedy país por ti
kennedy coronavirus
kennedy kennedy
kennedy kennedy kennedy
kennedy kennedy kennedy kennedy
kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy
kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy
kennedy fried chicken
kennedy aeropuerto
suárez aeropuerto
El juez no se vio en absoluto convencido por la defensa de Rubio y declaró culpable al acusado. Su sentencia recoge que “cuando se le pregunte por su cita famosa favorita, Rubio deberá contestar ‘una cena con Ana Obregón, ¿eh? ¿eh?’, levantando las cejas al menos dos veces y dando varios codazos suaves a su interlocutor, para después insistir: ‘Cita famosa con Ana Obregón, ¿eh? Una cena con Ana Obregón es una cita famosa’. Después deberá guiñar el ojo y carcajearse hasta llegar a la lagrimilla, que deberá secarse con el dedo índice”.
Creía que había hecho un trabajo limpio. Había entrado en el edificio por una puerta trasera, donde no había vigilancia, y había subido por las escaleras y no por el ascensor, atento a no cruzarme con nadie. A esa hora, en la planta treinta y nueve ya solo debía quedar mi objetivo, encerrado en su despacho. Entré. Dos disparos en el pecho y uno en la cabeza, como es habitual en estos casos. Y, entonces, algo con lo que no contaba.
-Te traigo tu caf…
Me giré y en la puerta del despacho había un tipo con traje y dos vasos de plástico. Se quedó con la boca abierta, mirando fijamente la pistola que yo sostenía con mi mano enguantada. Era un testigo. No tuve más remedio que disparar de nuevo.
-¿Qué es ese ruido?
Volví a levantar la cabeza. Había una mujer en la puerta con una carpeta en la mano.
-¿Pero esto qué es? -dije, fastidiado por el trabajo extra-. Se suponía que a estas horas lo encontraría solo.
La mujer balbuceó algo de una entrega , antes de que, refunfuñando, disparara de nuevo.
El despacho tenía ventanas de suelo a techo, así que aproveché para examinar mi reflejo y comprobar si me había salpicado sangre en la gabardina. Mientras me lamentaba porque iba a tener que tirar mis zapatos nuevos, vi que en el edificio de enfrente, un edificio residencial, había un señor en bata asomado al balcón y, al parecer, grabando toda la escena con su móvil.
Otro testigo del que había que deshacerse.
Al salir del despacho me crucé con el repartidor de correo. Para ahorrar balas, lo liquidé grapándole muy fuerte las sienes. Al bajar casi tropiezo con una pareja que estaba aprovechando la oscuridad y la ausencia de gente en el edificio para darse el lote entre los pisos veintisiete y veintiocho, así que los arrojé por el hueco de la escalera. Lo que más me molestó de todo fue ver una cámara en la puerta por la que había entrado. Esa cámara no estaba ahí tres días antes, cuando había ido a inspeccionar el edificio. No quiero extenderme, pero tuve que ir a la entrada principal y, tras un tiroteo de poco más de veinte minutos, acabar con los guardias de seguridad y borrar las grabaciones.
Pero para entonces había aún más testigos. Frente a la puerta había varios coches de policía bloqueando el paso y un montón de agentes apuntándome con rifles y pistolas. Todos me habían visto disparar a los guardias y, en caso de juicio, se irían de la lengua, sin duda, así que tenía que deshacerme de ellos. Les pedí que se identificaran (es mi derecho como ciudadano) y apunté sus nombres en una libreta. Hui por el parking y durante las siguientes semanas fui eliminándolos uno a uno, incluyendo al señor en bata de antes.
A partir de entonces la cosa se fue complicando de forma exponencial. Por ejemplo, el señor en bata vivía en una residencia y, en fin, es que me vieron todos al entrar. Y encima ni siquiera había grabado bien el vídeo. Había dejado la cámara frontal puesta y toda la grabación eran siete minutos del abuelo diciendo “madre mía, que lo ha matado, qué bestia. No, no entres. También se lo ha cargado, qué bruto”.
En ocasiones fue error mío, como cuando asesiné a uno de los agentes durante un concierto. El policía era el bajista del grupo y no se me ocurrió otra cosa que subir al escenario. En fin, lo planeé mal, creía que con el silenciador bastaría y no contaba con los focos y el público. Luego encima la gente se puso a correr y yo no tenía tantas balas.
Total, que se me estaba llenando todo de testigos.
-Te veo agobiado.
Era Ramón, el camarero del bar donde me tomaba cada mañana mi café. Sospechaba algo. Tuve que asesinarlo y quemar el local, haciendo que pareciera un accidente. Por desgracia y mientras rociaba la barra de gasolina, paró un autocar enfrente y bajaron varias decenas de turistas japoneses, a los que también tuve que eliminar.
Encima, el perito del seguro veía poco probable que alguien limpiara el suelo del bar con gasolina en lugar de amoniaco, así que también me vi obligado a matarlo a él y a todos los empleados de la empresa, una multinacional suiza. Como seguía liado con los testigos del concierto, me había despistado un par de días y para entonces el perito ya había entregado su informe. Temía que alguien atara cabos y llegara, cortado a cortado, hasta mí.
Dormía poco y eso se notaba en cómo hacía mi trabajo. Cuando duermo menos de ocho horas no doy una a derechas, esa es la verdad. Por ejemplo, intenté viajar con un pasaporte falso. Hasta ahí bien, pero es que era el pasaporte de un niño de 4 años. Intenté explicar que padecía de progeria, pero no coló y tuve que asesinar discretamente a los policías que me pidieron el pasaporte y luego a toda la gente que estaba en el aeropuerto de Rotterdam, adonde había viajado porque la aseguradora tenía allí una de sus filiales.
Llegó un punto en el que me había gastado en balas más de lo que me habían pagado por el encargo original. Pero yo soy así, concienzudo, y si cometo un error, tengo que arreglarlo. Los trabajos, o salen limpios o hay que limpiarlos. Es lo que siempre digo. Todo el rato. Los vecinos están hartos.
A pesar de todas estas precauciones, llegó un punto en el que la policía comenzó a sospechar. Quizás no borré bien las grabaciones de seguridad de aquel Alcampo donde se me había caído la pistola mientras compraba chocolate (con toda esta tensión, encima estaba engordando). O puede que alguien sospechara cuando yo mismo aterricé el avión de vuelta de Rotterdam tras liquidar a todo el pasaje porque un tipo llevaba un boli de publicidad de la dichosa aseguradora.
Total, que vino a verme a mi despacho un inspector de la Policía Nacional.
-Usted dirá en qué puedo ayudarle.
-Verá, es que estamos investigando el asesinato de siete millones doscientas cuarenta y dos mil ciento noventa y cuatro personas. No tenemos apenas pistas porque el sospechoso va haciendo desaparecer a los testigos justo antes de que logremos hablar con ellos, pero hemos encontrado unas huellas de zapatos cerca de uno de los escenarios de uno de los crímenes. Queríamos descartarle de la investigación.
-¿Huellas de zapatos? ¿Eso es todo lo que tienen?
-Bien, según su ficha policial, usted fue arrestado de adolescente por robar zapatos.
-Un error de juventud.
-Ya, pero usted calza un 35 en el pie izquierdo y un 47 en el derecho.
-¡Como muchísima gente! -contesté, bajando los pies de la mesa, donde los tenía apoyados.
-Sí, pero no todo el mundo es un asesino a sueldo.
-¿Y yo lo soy? ¿De dónde saca eso?
-Lo pone en la puerta: “Jaime Rubio, asesino a sueldo”. También en la placa que lleva en la chaqueta: “Hola, me llamo Jaime y soy asesino a sueldo”. Y en su página web, jaimerubioasesinoasueldo.com. También tenemos este anuncio a dos páginas en El norte de Castilla, varias cuñas de radio y su libro Yo soy un asesino a sueldo, la misma frase, por cierto, de la camiseta que lleva puesta. Y luego están las vallas publicitarias en la autovía de Castelldefels, estos trípticos que reparte por buzones, los anuncios de Facebook donde sale usted diciendo que mata a cambio de dinero…
-Soy consultor. Asesino problemas. Creo que la metáfora es evidente.
-Además, me está apuntando con una pistola.
Después de disparar al inspector, repasé los errores que había cometido. No me había deshecho de ninguno de los cadáveres, por ejemplo.
Decidí desenterrarlos a todos y disolverlos en ácido. Cuantas menos pruebas tuviera la policía, mucho mejor. Compré ocho millones de barriles, para ir sobre seguro.
El repartidor de Amazon hizo una gracieta que no me gustó mucho:
-Aquí podría disolver ocho millones de cadáveres sin necesidad de descuartizarlos.
Tuve que eliminarlo. Sabía demasiado.
Aquellas semanas trabajé veinte horas cada día. Por las mañanas seguía eliminando testigos, incluyendo, por cierto, al tipo que me había encargado el trabajo (¡lo sabía todo!). Y por las tardes hasta bien entrada la noche iba a los cementerios a desenterrar cadáveres para luego disolverlos en ácido. Allí a veces me veía algún trabajador o algún familiar despistado, con lo que seguía creciendo la lista de gente que sabía más de la cuenta. Tuve que comprar otros cinco millones de barriles.
Una tarde, la alcaldesa de Barcelona me llamó a casa.
-¡Deje de matar a gente!
-No sé de qué me habla.
-¡En esta ciudad ya solo quedamos usted y yo! ¡Y yo no he sido!
Por la noche abandoné setenta y cuatro cadáveres en el Ayuntamiento e hice una llamada a la policía (la de L’Hospitalet).
-Miren, en esta ciudad solo quedamos dos personas y yo no soy el que tiene setenta y cuatro cadáveres en la puerta.
El juicio a la alcaldesa me sirvió para ganar tiempo y asesinar a todos los ingleses (un tipo que parecía inglés me había visto comprando ochenta millones de balas en el Carrefour), pero cuando la absolvieron tuve que liquidarla a ella, a la policía de l’Hospitalet, al jurado, a todos los empleados de los juzgados y a un repartidor de pizzas que me había pillado mientras me ponía los guantes.
Dediqué mucho trabajo a borrar meticulosamente todas mis huellas. Y no solo hablamos de testigos: me corté la punta de los dedos para que nadie pudiera comparar mis huellas digitales. También me hice la cirugía estética para que nadie me reconociera: me puse tres narices y la cara de George Clooney, pero en la espalda, para no tapar la mía. Y me cambié el nombre varias veces. La última, a Emiaj Oibur, pero antes de eso fui Camilo Séptimo, Pedro Sánchez Pero Otro Pedro Sánchez y El Retorno del Jedi Todo Junto, siendo Todo y Junto apellidos y El Retorno del Jedi, nombre compuesto que se escribía separado. Era un lío, así que me lo cambié a Harrypotter Separado.
Cada vez me costaba más seguir la cuenta de todos los testigos a los que había que eliminar, por lo que acabé asesinando, por supuesto de forma meticulosamente planeada, a doscientas personas al azar cada día. Ese era mi mínimo para dar la jornada por concluida, aunque a veces me animaba e iba a por más. Me dejaba los domingos libres, eso sí, porque si uno no desconecta, se acaba volviendo loco.
Al cabo de veintinueve años años de trabajo, unas cuantas bombas, la liberación de veinticuatro virus experimentales sin vacuna y unos seis o siete millones de cepos que fui dejando por las esquinas, conseguí eliminar a todos los testigos y quedarme solo en el mundo.
Dormí un montón esa noche. Estaba destrozado. Quizás catorce horas, no exagero. Bueno catorce, no creo. Pero doce y pico seguro. Me acosté como a las diez y me levanté yo creo que ya pasadas las nueve. Eso son once horas, ahora que pienso. Pero, bueno, para mí está bien. Con menos de ocho lo paso mal, pero si duermo demasiado me levanto con dolor de cabeza. Ni el ibuprofeno me lo quita.
¿Por dónde iba? Ah, sí. Había matado a todo el mundo, etcétera. Esa mañana, mientras me tomaba un café, me di cuenta de que aún quedaba un testigo. Yo. Yo siempre sabría lo que había hecho.
Quizás podría comprar mi silencio. No me costaría nada falsificar siete mil millones de testamentos y quedarme con todo el dinero del mundo.
Pero siempre viviría con miedo. A que me fuera de la lengua. A las continuas amenazas y exigencias.
Así que quedé conmigo para cenar. En casa, algo tranquilo y, por supuesto, sin testigos, con la excusa de charlar y ponernos al día.
-¿Qué tal la jubilación? Bien, bien, no me aburro, estoy aprendiendo caligrafía. ¿Y eso? Mira, me relaja. Enséñame algo de lo que has hecho. No, ja ja, que me da vergüenza.
A media velada, me dije que iba al baño y allí saqué la pistola que tenía escondida detrás del inodoro y le coloqué el silenciador. Salí sigilosamente y llegué a la sala de estar. Pero no había nadie. ¿Cómo podía ser? Si me había dejado sentado en el sofá.
Me busqué por todas partes, sin encontrarme. No había ni rastro. Había huido, pensé. Soy más inteligente de lo que creía. Una vez más, me he subestimado a mí mismo. Qué estúpido soy.
Pero un día me encontraré. Y cuando me encuentre ya no quedará nadie. Excepto, quizás, esa paloma del balcón que me mira raro. ¿Qué querrá decir con guruguruguru? ¿Y a quién se lo dice? ¿No estará avisando a una paloma policía?
Día 1, más tarde. Me he comido todo el papel higiénico.
Día 1, por la noche. Me he comido Netflix.
Día 4. He olvidado cómo peinarme.
Día 7. Mi jefe me llama para preguntarme por qué no estoy teletrabajando. Simulo toses. No me cree. Simulo un bombardeo. Boom, boom, piñau, piñau. Teme por mi vida. Le digo que no se preocupe, que estoy bien. Me pide que entonces me conecte para trabajar, como todo el mundo. Insisto en que me están bombardeando. Boom, boom. Ah, ah, me han dado. Mi jefe promete enviar refuerzos.
Día 8. Llegan los refuerzos. Pero no sirve de nada, estamos rodeados. Hemos tenido que rendirnos. Durante la batalla, perdí un brazo.
Día 10. He encontrado el brazo que había perdido. Resulta que estaba en la otra chaqueta.
Día 13. Alguien me ha insultado en Twitter. Llevo seis horas llorando.
Día 14. He matado a cuatro zombis.
Día 14, más tarde. Dice la policía que no eran zombis y suerte tengo de que el juez esté también en cuarentena.
Día 15. Diga lo que diga la policía, a mí me ha mordido un zombi.
Día 15, más tarde. Falsa alarma: he sido yo.
Día 18. Por fin he podido dedicar tiempo al ajedrez, mi verdadera pasión. De momento, ya sé cómo se mueven los caballos: dos a un lado y tres al frente. No, espera. Uno y uno. No. En cualquier dirección, pero primero dos cuadros y luego lo que salga en el dado… Un momento, ahora vuelvo.
Día 19. Me he tocado la cara doscientas cincuenta y tres veces. Me gusta mucho tocarme la cara. Hay una cosa en medio que sobresale mucho. La llamaré “pariz”, porque se parece a la Torre Eiffel.
Día 21. Voy a aprovechar para leer Guerra y paz, que nunca he tenido tiempo.
Día 21, dos minutos después. Estoy viendo Los Simpson desde la temporada dos (la uno me aburre un poco).
Día 27. Me he lavado las manos durante 40 segundos. En total y desde que empezó la cuarentena. Hoy, por fin, tengo las manos limpias.
Día 27, más tarde. Me encanta tocarme la cara.
Día 29. Esta sopa de murciélago sabe rarísimo.
Día 29, más tarde. Creo que la sopa de murciélago no me ha sentado bien. Sabía raro, así que le eché un poco de pangolín para que no estuviera tan ácida. Aun así, no acababa de convencerme, así que añadí ortinorrinco picado, hígado de lemur y eñe de ñu. De sabor bien, pero creo que tengo algo de fiebre.
Día 30. He pasado una noche malísima: sudando, sin apenas poder respirar y sin acordarme de cómo se mueve el caballo. Creo que era en forma de R. O de otra letra. ¿Quizás era un rombo? ¿Una L minúscula? No, eso una línea recta. A todo esto, ¿qué significa alfil?
Día 32. Sigo con fiebre, pero tenía que bajar a comprar. Hacía tanto tiempo que no salía a la calle que he abrazado a todo el mundo. Un señor y yo nos hemos besado durante varios minutos. Se ha quejado de mi aliento. Es el pangolín. Repite durante varios días.
Mismo día. Mi lista de la compra: sesenta cervezas, una vaca, doce pares de calcetines, diez sopas de sobre, otras diez sopas con hondas, un despertador digital, el último disco de Bisbal, pipas, agua del grifo, la vacuna contra el coronavirus, seis lápices, un cencerro para la vaca y papel de cocina, para confundirlos a todos.
Día 35. Al fin se me ha pasado la fiebre.
Día 37. He vuelto al ajedrez. Ya tengo claro cómo se mueve el caballo: un pasito palante y un pasi… Mierda, he vuelto a confundir el caballo con Ricky Martin.
Día 39. No entiendo nada, han vuelto a decretar cuarentena para todo el mundo. Al parecer el virus ha mutado y ahora, además de trazas de murciélago y de pangolín, tenía aromas a ornitorrinco y un claro regusto a lemur.
Día 1 de la nueva cuarentena. Me he comido todos los calcetines.
Al fin se demuestra que tenía razón. Siempre me habían llamado hipocondriaco, exagerado, histérico y un poco feo, pero ahora con el coronavirus, ¿quién se ríe? Nadie, porque las carcajadas podrían soltar pequeñas gotas de saliva que nos contagiarían.
Durante toda mi vida he sido extremadamente cuidadoso con mi higiene personal, precisamente por el temor a contagiarme de enfermedades exóticas cuya mortalidad se pudiera comparar, para bien o para mal, con la gripe. Por ejemplo, no es que me lave las manos a menudo, sino que las llevo siempre metidas en un cubo con alcohol que llevo colgando del cuello.
También observo con satisfacción que mucha gente ha empezado a preguntarme por la rutina que sigo para limpiar el móvil, foco de gérmenes, bacterias, virus y créditos bancarios preconcedidos, entre otros peligros para la salud. Muy sencillo: cada día, nada más llegar a casa, lo primero que hago es limpiar el teléfono con Fairy y agua caliente. Después meto el teléfono en arroz para que se seque. Suelo usar un risotto de setas. Si no es temporada, un risotto de verduras funciona casi igual de bien.
A continuación, reseteo el móvil a los valores de fábrica, por si queda alguna superbacteria resistente a la higiene convencional. Después lo rocío con insecticida, le echo un chorro de ron, arrojo una cerilla encendida y salgo a comprarme un móvil nuevo. Si ya es tarde y han cerrado las tiendas, aporreo la puerta hasta que abran, mientras grito: “POR EL AMOR DE DIOS, NO PUEDO LEER TWITTER”.
Con el móvil nuevo sigo el mismo procedimiento, ya que no me fío de si en la fábrica han seguido unas medidas higiénicas mínimas.
Las últimas dos veces se me quemó el piso por culpa de esta rutina de limpieza, pero no pasa nada porque todos los expertos recomiendan incendiar tu casa al menos tres veces al año, cuatro si tienes alfombras.
También es importante no tocarse la cara. Para evitarlo, me he confeccionado una máscara que está llena de clavos. El primer prototipo tenía los clavos hacia adentro, jaja, qué despiste. Perdí un ojo, pero no pasa nada porque tengo dos. Bueno, tenía dos.
Otro consejo para no enfermar nunca y ser inmortal es no tocar a nadie. Esta es fácil porque tampoco hay nadie que quiera tocarme a mí. De hecho, mis padres me echaron de casa nada más cumplir los 47 años y lo hicieron con ayuda de un palo muy largo. Pero nos llevamos bien: no bloquearon mis llamadas hasta hace un par de meses.
Hay que recordar que la boca es uno de los principales focos de gérmenes. Las bocas en general son asquerosas: están llenas de saliva y casi todas tienen lengua, que es una mezcla repugnante entre una babosa y un intestino. Por tanto, recomiendo alimentarse por sonda, como hago desde hace ya varios años. Truco: diecisiete Twix triturados contienen todos los nutrientes que necesitas para pasar la mañana.
Por último, si estornudas no lo hagas en la mano: se te llena la mano de gérmenes. Ni en el codo: se te llena la chaqueta de gérmenes. Ni en un pañuelo: se te llena el bolsillo de gérmenes. En cuanto sientas la necesidad de hacerlo, agarra a la primera persona que veas y estornuda directamente en su barriga, usando todo su cuerpo como pañuelo. Si no hay nadie cerca, ponte dos tapones de corcho en la nariz hasta que se te pasen las ganas de estornudar. Sí, siempre hay que llevar dos tapones de corcho en el bolsillo. Los de cava son los que mejor funcionan, en mi opinión. Si estornudas con los tapones puestos, no te los quites hasta que puedas sumergirte en una bañera llena de amoniaco. Si los tapones se caen con el estornudo, ve a urgencias y explícales detalladamente lo ocurrido, cerrando tu discurso con la conclusión obvia: “Y por eso me voy a morir en breve”.
Espero que estos consejos os sirvan. Mi médico siempre me dice lo mismo: “Por favor, salga de aquí, esto es una zapatería”. Podría serlo, nunca abro los ojos -bueno, el ojo- para evitar que me entre, yo qué sé, la lepra y me muera al instante.