Diario de la cuarentena

Foto: Piotr Makowski (Unsplash)

Día 1. Me he comido todo el pan.

Día 1, más tarde. Me he comido todo el papel higiénico.

Día 1, por la noche. Me he comido Netflix.

Día 4. He olvidado cómo peinarme.

Día 7. Mi jefe me llama para preguntarme por qué no estoy teletrabajando. Simulo toses. No me cree. Simulo un bombardeo. Boom, boom, piñau, piñau. Teme por mi vida. Le digo que no se preocupe, que estoy bien. Me pide que entonces me conecte para trabajar, como todo el mundo. Insisto en que me están bombardeando. Boom, boom. Ah, ah, me han dado. Mi jefe promete enviar refuerzos.

Día 8. Llegan los refuerzos. Pero no sirve de nada, estamos rodeados. Hemos tenido que rendirnos. Durante la batalla, perdí un brazo.

Día 10. He encontrado el brazo que había perdido. Resulta que estaba en la otra chaqueta.

Día 13. Alguien me ha insultado en Twitter. Llevo seis horas llorando.

Día 14. He matado a cuatro zombis.

Día 14, más tarde. Dice la policía que no eran zombis y suerte tengo de que el juez esté también en cuarentena.

Día 15. Diga lo que diga la policía, a mí me ha mordido un zombi.

Día 15, más tarde. Falsa alarma: he sido yo.

Día 18. Por fin he podido dedicar tiempo al ajedrez, mi verdadera pasión. De momento, ya sé cómo se mueven los caballos: dos a un lado y tres al frente. No, espera. Uno y uno. No. En cualquier dirección, pero primero dos cuadros y luego lo que salga en el dado… Un momento, ahora vuelvo.

Día 19. Me he tocado la cara doscientas cincuenta y tres veces. Me gusta mucho tocarme la cara. Hay una cosa en medio que sobresale mucho. La llamaré “pariz”, porque se parece a la Torre Eiffel.

Día 21. Voy a aprovechar para leer Guerra y paz, que nunca he tenido tiempo.

Día 21, dos minutos después. Estoy viendo Los Simpson desde la temporada dos (la uno me aburre un poco).

Día 27. Me he lavado las manos durante 40 segundos. En total y desde que empezó la cuarentena. Hoy, por fin, tengo las manos limpias.

Día 27, más tarde. Me encanta tocarme la cara.

Día 29. Esta sopa de murciélago sabe rarísimo. 

Día 29, más tarde. Creo que la sopa de murciélago no me ha sentado bien. Sabía raro, así que le eché un poco de pangolín para que no estuviera tan ácida. Aun así, no acababa de convencerme, así que añadí ortinorrinco picado, hígado de lemur y eñe de ñu. De sabor bien, pero creo que tengo algo de fiebre.

Día 30. He pasado una noche malísima: sudando, sin apenas poder respirar y sin acordarme de cómo se mueve el caballo. Creo que era en forma de R. O de otra letra. ¿Quizás era un rombo? ¿Una L minúscula? No, eso una línea recta. A todo esto, ¿qué significa alfil?

Día 32. Sigo con fiebre, pero tenía que bajar a comprar. Hacía tanto tiempo que no salía a la calle que he abrazado a todo el mundo. Un señor y yo nos hemos besado durante varios minutos. Se ha quejado de mi aliento. Es el pangolín. Repite durante varios días.

Mismo día. Mi lista de la compra: sesenta cervezas, una vaca, doce pares de calcetines, diez sopas de sobre, otras diez sopas con hondas, un despertador digital, el último disco de Bisbal, pipas, agua del grifo, la vacuna contra el coronavirus, seis lápices, un cencerro para la vaca y papel de cocina, para confundirlos a todos.

Día 35. Al fin se me ha pasado la fiebre.

Día 37. He vuelto al ajedrez. Ya tengo claro cómo se mueve el caballo: un pasito palante y un pasi… Mierda, he vuelto a confundir el caballo con Ricky Martin.

Día 39. No entiendo nada, han vuelto a decretar cuarentena para todo el mundo. Al parecer el virus ha mutado y ahora, además de trazas de murciélago y de pangolín, tenía aromas a ornitorrinco y un claro regusto a lemur.

Día 1 de la nueva cuarentena. Me he comido todos los calcetines.

Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas