Me gusta ir con tiempo al aeropuerto. Prefiero llegar sin agobios y no tener que preocuparme por si pierdo el vuelo. Vale, los aeropuertos son aburridos y el zumo de naranja es carísimo, pero al menos estoy tranquilo. Me llevo mi libro y, hala, a leer.
A principios de la década de 1910 me instalé en un solar situado a las afueras de Barcelona, cerca del Prat. Acampé durante varios meses hasta que llegaron unos señores con unos planos y se pudieron a edificar lo que en 1916 sería el aeropuerto, que se inauguró con un vuelo Barcelona (salida desde el aeropuerto del Prat) – El Masnou (llegada al aeropuerto del Prat).
Recuerdo cómo despegaban los primeros aviones, que eran globos aerostáticos con alas o, a veces, palomas muy grandes, y cómo me pasaba horas esperando que anunciaran mi vuelo. También seguía la prensa económica, pendiente de que en 1927 se fundara Iberia, la compañía con la que había reservado billete.
Gracias a los años que pasé en el aeropuerto, aprendí muchas cosas. Por ejemplo, el zumo de naranja es tan caro porque no son naranjas: son las cabezas exprimidas de monos en peligro de extinción. Los croissants, en cambio, se fabrican con las migas que caen de los croissants de cafeterías de toda España, enganchadas con celo.
En el aeropuerto conocí a la que sería mi primera esposa, una fregona que me abandonó después de que la besara y la llamara “cari”. Cobró vida y le crecieron unos brazos que aprovechó para huir reptando mientras yo le gritaba: “¡Puedo cambiar! ¡En serio, no tengo ninguna personalidad!”.
También viví la Guerra Civil en el aeropuerto. En mi opinión, un factor que contribuyó a la derrota republicana fue que todos los zeppelines salían con retraso y los milicianos además tenían que facturar las armas: no podían llevarlas en cabina sin pagar un suplemento de diez reales.
El boom del turismo también fue interesante. De repente, el aeropuerto se llenó de gente que venía de países exóticos, como Murcia, y que hablaba idiomas extraños, como el español con acento de Madrid. Aún recuerdo lo que le costó a la comitiva de bienvenida entenderse con el turista un millón.
-BIENVENIDO. A. ESPAÑA.
-Pero no me grite.
-WELCOME. TO. GUAIÓ MINÍ.
-Que soy de Cuenca. Vengo para el Mobile World Congress.
-Aún no ha empezado. Faltan como cincuenta años.
-Ya, pero me gusta ir con tiempo, así voy pillando sitio.
Nos abrazamos.
Bueno, le abracé mientras forcejeaba.
Acabé invitando a mon semblable, mon frère, a un zumo de naranja y un croissant.
-¿Qué es un móvil, por cierto?
-Ni idea, aún no se han inventado. Espero que sea una tecnología que facilite la posibilidad de insultar a extraños. Hoy en día es dificilísimo insultar a gente que no conoces.
-Y eso que son todos unos hijos de puta.
-Efectivamente.
Admito que a lo largo de los años me aburrí mucho. Al final, ya me conocía todas las tiendas y todas las cafeterías. Por culpa de este aburrimiento me obsesioné con temas que, con la distancia, admito que eran ridículos. Por ejemplo, en 1991 me acabé el libro que llevaba (Teo va en avión) y pasé por una de las librerías. Me enfadé muchísimo cuando vi el truco barato que usaban las editoriales para vender.
-Oiga, aquí pone que es de bolsillo, pero no me cabe en el bolsillo.
-Bueno, es una forma de hablar. Se refiere a que…
-Que no cabe, le digo.
-¿Quizás en el bolsillo de la maleta?
-Eso es trampa.
-A ver, que es Los pilares de la Tierra, ¿cómo quiere que quepa en un bolsillo?
-NO SOY YO QUIEN HA PUESTO “DE BOLSILLO” EN LA PORTADA, SEÑORITA.
-Me llamo Antonio.
-NO LE HE PREGUNTADO SU NOMBRE, SEÑORITA.
Me hice con un megáfono e inicié una serie de protestas que terminaron cuando un empleado me dio de tortas con una fregona.
Fue muy doloroso.
Se parecía tanto a mi primera esposa.
Al final me compré un abrigo muy grande para llevar los libros.
A pesar de estas escenas de violencia, me hice amigo de muchos de los trabajadores del aeropuerto. Recuerdo esas largas conversaciones con Álvaro, de información.
-¿Qué tal va todo?
-Tengo cáncer.
-Así me gusta, Álvaro de información, que me mantengas informado. JAJAJAJA…
-Me han dado seis meses de vida.
-Eso, dame más datos. Infórmame, que es tu trabajo. JAJAJAJA… Ahora en serio, qué tal todo.
-Me duele mucho.
-Qué tío, siempre pensando en el trabajo.
Total, que finalmente anunciaron mi vuelo, con salida el 17 de julio de 2019 y con destino a Castelldefels. Y, en fin… A ver cómo lo cuento… Ahora me río, pero en ese momento no me hizo ni puñetera gracia. Mejor juzgáis vosotros.
Llego a la puerta y resulta que EL VUELO SE HABÍA RETRASADO MEDIA HORA.
Menudo cabreo pillé. ¡Podría haber dormido media hora más!
Jajaja… ¿Lo pilláis? Llevo ahí desde 1910 y digo que podría haber dormido media hora más… Jajaja… PUES NO TIENE GRACIA, JODER. NO ES UN CHISTE. SIEMPRE IGUAL CON LOS RETRASOS, SON TODOS UNA PANDA DE INÚTILES. SI ME RETRASO YO, EL AVIÓN NO ME ESPERA. TENDRÍA QUE HABERME IDO SIN ELLOS. DANDO SALTOS, PORQUE NO PUEDO VOLAR. SI LOS TUVIERA DELANTE AHORA MISMO LES DABA DE PATADAS HASTA QUE SE ME ROMPIERAN TODOS LOS HUESOS DE LAS PIERNAS.
Aunque al final dormí en el avión y ya se me pasó el mosqueo.
Pero, vamos, que prefiero ir con tiempo al aeropuerto. Ahora estoy esperando el vuelo de vuelta, que sale el 7 de juliembre de 2051. Juliembre es un mes que se inventará en 2022 para reflejar EL FIN DE TODAS LAS ESTACIONES Y EL INICIO DE LA OLA DE CALOR ETERNA.