Cochefobia

The US National Archives (Flickr Commons)

Es una vergüenza el acoso al que estamos sometidos los conductores. El ayuntamiento nos trata como si fuéramos apestados: no podemos casi ni acercarnos al coche sin que nos multen, nos den una paliza y nos arranquen todos los dientes uno a uno. Si van a prohibir el coche, que lo prohíban, pero esta persecución constante es insoportable, además de injusta: ¿acaso no pagamos impuestos e incluso sanciones por haber intentado no pagar esos impuestos? 

Pongamos por ejemplo lo que me pasó hace unos días. Salgo de casa, bajo al coche, arranco, hasta aquí todo bien, pimpam, pero me subo a la acera y la gente ya enfadada. Bájese de aquí, pero qué hace. ¿Es que yo no tengo derecho a desplazarme solo porque prefiero ir en coche? A ver si ahora la ciudad va a ser solo de los peatones. 

Además, es un momento, hasta que entre en el portal. Nada, lo justo para bajar y abrir la puerta. Con eso no basta, claro, porque el coche no cabe. Ya puedo ponerme a maniobrar, que no hay manera. Ni de frente ni de culo, que lo he probado varias veces. Total, que tengo que coger cierta velocidad, porque si no, no hay forma de echar abajo la puerta y lo que pueda llevarme por delante. ¿Que por qué la abro antes, si la voy a reventar? Hombre, pues para que no impacte todo el frontal, que no estamos locos.

Pero esa no es la pregunta que hay que hacerse. La duda que todos los vecinos nos planteamos (creo) es ¿qué clase de ayuntamiento te monta entradas de edificios por las que no cabe un coche? Pues un ayuntamiento que odia a todos los ciudadanos que no nos sometemos a la dictadura de lo políticamente correcto. Luego que por qué pierden elecciones. Pues por cosas como estas. 

Encima, el coche no cabe en el ascensor. Una vez conseguí pillar un poco de velocidad y colocar las dos ruedas delanteras apoyadas contra el espejo. Pero ni así. Todo el culo se quedaba fuera.

Es decir, hay que subir por las escaleras. Porque tampoco no hay rampas. En el edificio todos (creo) tenemos coche, pero no hay rampas y cada vez que saco el tema en las reuniones de vecinos, me encierran en el cuarto de los contadores. Las escaleras destrozan la suspensión, pero eso a los políticos y al podemita del presidente les da igual. Lo importante son los peatones, dicen. ¿No preferirán rampas ellos también, digo yo? Más cómodo para todos, ¿no? Da igual, la planificación urbana de esta ciudad y de mi casa es un infierno. Nada tiene sentido. Nada.

Como los descansillos. No sé quién fue el genio que los diseñó, pero me imagino que sería cosa de algún concejal que cobró sus buenas comisiones a cambio de mirar hacia otro lado. Tengo que maniobrar como cuatro o cinco veces para girar y coger el siguiente tramo de escaleras. Además, no me queda espacio para coger impulso, así que para subir tengo que ir tirando de embrague y freno de mano. Cuando llevas dos pisos, el coche ya huele a perro chamuscado, así que imagina llegar al quinto.

Y si eso fuera todo, pues aún. Pero no, qué va. Encima las escaleras parecen las Ramblas. Empieza a salir y a entrar todo el mundo, gritando tonterías como “pero tú estás bien de la cabeza” o “qué haces con el coche aquí”. ¿Cómo que qué hago? Pues lo mismo que tú, mis cosas. Y las hago en coche porque es más cómodo, porque es legal y porque los coches son parte del progreso y de nuestra forma de vida. Un coche es libertad. Un coche es poder levantarse un sábado y decir “me voy a comer al monte” y luego volverse a la ciudad porque en el monte no hay ni un puto restaurante y además huele raro. 

Libertad, la palabra que no entienden en el ayuntamiento ni la comunista del tercero que me tira huevos cada vez que me ve. 

Si el ayuntamiento no quiere que vaya en coche, la solución no es construir puertas estrechas y descansillos minúsculos, no, la solución es más transporte público. Por ejemplo, si quiero subir del portal a casa, la parada de metro más cercana está como a diez minutos. Ya me dirás tú qué servicio público es ese. Pues al final pasa lo normal, que la gente coge el coche porque va de puerta a puerta.

Y eso que cada vez es más difícil porque las escaleras se llenan de intolerantes. Como el perroflauta del cuarto con la bici. Madre mía, el tío se me pone siempre farruco e incluso le suele dar algún golpe al capó. Increíble. Los de las bicis son unos fascistillas. Encima te miran por encima del hombro porque ellos nunca han atropellado a una vaca. Solo fue una vez y además me la comí, así que no pasa nada, lo comido por lo servido, etcétera.

Cuando llego a casa me encuentro con el mismo problema que abajo: la puerta es estrechísima. Total, que tengo que echar media pared abajo, como en el portal. Y luego aguantar las quejas de mi mujer y sus “otra vez, no” y “¿pero no puedes ir andando? Nuestro hijo va en silla de ruedas por tu culpa”. Hombre, poder, puedo, pero para ir andando no me compré yo un Opel Kadett 1.8 con 115 caballos y un alerón rojo (el rojo corre más).

En fin, mujeres… Como no saben de coches, no se puede hablar con ellas. También es por el ruido: un defecto del Kadett es que su motor es bastante ruidoso en interiores.

En casa tampoco es que lo tenga muy fácil: los pisos de hoy en día son pequeñísimos. La parte buena es que el pladur se cae con solo mirarlo y es fácil abrirse camino por el pasillo.

El coche no cabe en el baño, pero eso ya da igual: me basta con que entre la parte delantera para poder abrir la puerta, que se abre mal porque toca con el bidet, pero bueno, salir, salgo. Que esa es otra, no sé para qué tenemos un bidet. ¿Qué es esto? ¿La Francia de Luis XVI? Oui, oui, le bidet du Bordeaux, oh la la, le baguette est au bidet, ça va, ça va, spasiba, croissant, pain au chocolat, buongiorno, wie geht es dir. 

La bajada es más fácil porque las puertas ya están reventadas y es cuesta abajo. Lo que ya no es tan fácil es encontrar aparcamiento mientras te persigue la policía. Son todo zonas verdes, azules, rojas… Yo qué sé, si ya no quedan más colores para sacarnos la pasta. Un desastre. 

Encuentro sitio en un paso de cebra en el que no molesto (¡no hay nadie cruzando!). Pero nada más salir del coche ya me estoy meando otra vez. 

Y así nos tiene todo el día el ayuntamiento. Subiendo, meando, bajando, subiendo, meando, bajando, huyendo, siendo esposados nada más salir del coche solo por ejercer nuestra libertad, pasando la noche en el calabozo, siendo llevados ante el juez, esperando el juicio o, mejor dicho, los juicios, preparando mi defensa, porque me defenderé a mí mismo, hablando con el abogado de mi mujer, firmando los papeles del divorcio… Todo porque el ayuntamiento se ha empeñado en hacernos la vida imposible a los conductores con una legislación anticonstitucional por discriminatoria.

¿Hasta cuándo va a durar la discriminación a la que estamos sometidos los conductores? ¿Hasta el martes? El martes tengo lío, ¿puede ser el miércoles?

Eso sí, la policía bien que me llevó en furgón a comisaría. Ellos no tienen que ir en metro, no, los señoritos hacen lo que les da la gana.

Doble moral.

Una vergüenza.

Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas