¿Qué es la internet? Os lo explico

lainternet

Es posible que hayáis oído hablar de un invento reciente que podría revolucionar el mundo de las telecomunicaciones: se trata de la internet, que conectaría nuestros ordenadores con la red telefónica y nos permitiría acceder a lo que ya se denomina la «autopista de la información».

Imaginad lo que algo así podría suponer para la civilización occidental (incluso la oriental): tendríamos acceso a los clásicos de la literatura universal (como Superlópez) hablaríamos con personas que están en la otra punta del mundo (pudiendo enviarles fotos de nuestros cuerpos desnudos) y, por qué no, podríamos entrar en los ordenadores del Pentágono (y lanzar varios misiles atómicos).

Recientemente tuve la oportunidad de adentrarme en el centro neurálgico de la internet: unas oficinas subterráneas llenas de computadoras y cables, situadas en Silicon Valley (California), una zona llamada así por su semejanza con el entreteto de una señora operada.

En esta central trabaja una cincuentena de personas, proporcionando todos los contenidos que podemos ver y leer cada día cuando surfeamos en la red. «Puede parecer mucho trabajo -explica el doctor Jakob Adenauer, director técnico de la internet-, pero contamos con los medios más sofisticados para llevar a cabo nuestra tarea».

Me lleva a una de las áreas más importantes de la internet, Gatitos, y me muestra cómo funciona. «En estas jaulas guardamos gatitos graciosos, como por ejemplo este de aquí -mientras habla, saca de su jaula a un gato que lleva pajarita-. Lo único que tenemos que hacer es introducirlo en la máquina de memes». Abre una compuerta metálica de la que sale una llamarada y arroja al gato dentro, que grita durante apenas unos segundos. «El meme se genera en esta pantalla y nuestro guionista escribe varios cientos de miles de frases graciosas».

Me presenta al redactor, un tal Damon Lindelof, que deja de teclear para agarrarse a mi chaqueta y explicarme en qué consiste su trabajo: «Sácame de aquí… Por favor… Te lo suplico…» Adenauer suelta una carcajada y lo aparta con un palo. «Qué bromista es. Así le salen luego las cosas de gatos».

gato lindelof

¿Esto es lo mejor que se te ocurrió, Lindelof? ¡Todo el mundo te odia!

Adenauer también me enseña cómo se hacen los gifs. «Se trata de uno de los mayores avances tecnológicos de la humanidad. Ni te imaginas lo que cuestan». El equipo de gifs está formado por cuatro personas que llevan trajes de amianto y a los que sólo podemos ver desde detrás de un cristal reforzado. «Esta gente trata las imágenes con radioactividad: ¡por eso se mueven!», explica Adenauer, que añade, con un tono de voz menos jovial, que «los técnicos en gifs acaban muriendo de cáncer después de apenas unas semanas de trabajo. No supone un problema real, porque casi todos son extranjeros, pero es un engorro tener que sustituirlos con tanta frecuencia».

grimes

Técnico en gifs dándolo todo

Otra parte importante de la internet es la publicidad. «Nuestro trabajo consiste en que sea odiosa: que te tape el texto que estás leyendo, que tenga musiquita, que el botón para cerrarlo sea lo más pequeño posible… El objetivo es que hagas clic sin querer y se te abran setenta u ochenta pestañas». Es lo que Adenauer llama «marketing por erosión»: «Está comprobadísimo que si te insisten lo suficiente, acabas gritando BASTA, POR DIOS, BASTA, TOMA MI DINERO Y CÁLLATE, BASTA YA, NO PUEDO MÁS, ME QUIERO MORIR. No se trata sólo de nuestra experiencia diaria: hay estudios que lo demuestran».

Una preocupación de muchas empresas culturales es la piratería. ¿La internet es el paraíso de lo gratis? «Lo fácil es echarle la culpa a la internet. También es lo acertado, claro». Adenauer afirma que «las empresas tendrán que adaptarse» y no duda en añadir que «la internet ofrece muchas oportunidades de negocio, aparte de la ya mencionada publicidad. Hay expertos que están ganando mucho dinero con la internet dando conferencias en las que explican que se puede ganar mucho dinero con la internet».

Le pregunto al doctor Adenauer por los nuevos proyectos que está desarrollando y me explica que «lo estamos organizando todo en listas. Verás». Me lleva hasta una sala llena de archivos metálicos en la que un par de bibliotecarias cincuentonas con gafas en la punta de la nariz toman notas en multitud de fichas desperdigadas por varias mesas. «Internet contiene cantidades ingentes de información y conocimiento. Pero tanta información acaba resultando caótica y por eso necesitamos ordenarla. Por ejemplo -lee un par de fichas-: 27 cosas que no sabías del cuerpo humano, 42 inconvenientes de ser millonario, 11 motivos por los que un hombre debe leer, 19 gatitos graciosos… ¿Ves? Así es más fácil dar con la información que te hace falta».

Sin duda, la internet será aún más útil gracias a estas listas. ¡La información ya no estará dispersa en multitud de páginas, sino que se podrá acceder a ellas con un sólo clic! ¡Gracias, internet!

Le comento que he visto poca gente trabajando y me dice que eso es normal, ya que «la mayoría de los empleados trabaja en otras dos secciones». La primera es el área llamada Sabiduría, donde una decena de guionistas escribe comentarios para periódicos, foros y, sobre todo, Menéame. «Es un trabajo muy difícil, ya que deben comentar textos que no han tenido tiempo para leer, y aun así hacerlo como si supieran lo que pone y se hubieran enfadado mucho leyéndolos». Para hacerlo, añade, el departamento cuenta con «las personas mejor preparadas». Se trata de tertulianos medio retirados, como Juan Adriansens y Javier Nart. «No hay nada mejor para hablar de lo que no se sabe. Lo único que le pedimos es que sepa escribir un poco, excepto en el caso de Miguel Ángel Rodríguez, al que le dejamos que dicte a un mono borracho».

Este departamento también se encarga de las redes sociales: “Hay que darle a ‘me gusta’ en las fotos en las que sales gordo, escribir esos chistes tan buenos sobre gordas en Twitter y publicar fotos de magdalenas de colores en Instagram. Sí, este tema lo lleva el chico gordito del fondo”.

La otra gran área es la de Tetas, en la que otra decena de personas se dedica a colgar fotos y vídeos subidos de tono. No sé muy bien lo que ocurre con este departamento, pero lo cierto es que entro a echar un vistazo el 12 de julio de 1998 y salgo de allí el 2 de octubre de 2013. Me puse a mirar cosas, hice un par de clics y me lié.

«En realidad -explica Adenauer-, esto te podría haber pasado en cualquier departamento. Cuando los datos se transmiten por la internet, ya sea por cable o de forma inalámbrica, se crean unos campos electromagnéticos que rompen el tejido del continuo espacio-tiempo y generan una anomalía. Por eso cuando estamos con la internet y nos ponermos a ver gifs de gatos, el tiempo transcurre mucho más deprisa de lo que nos parece». Los gifs son especialmente peligrosos, «por culpa de la radiación».

Dejo las instalaciones de la internet muy contento con la experiencia. He aprendido mucho acerca de un medio que sin duda será muy importante en el futuro. ¡Estoy ansioso por conocer qué más sorpresas nos traerá la red de redes!

Cómo distinguir a alguien de derechas

derechas

Como todo el mundo sabe, nosotros los de izquierdas somos mejores que los de derechas en casi todo: varios estudios confirman que somos más inteligentes, más guapos y al menos tres centímetros más altos. Además, yo puedo hacer esto con el pulgar. Fíjate, fíjate, ¿a que mola? ¡Y con el otro también!

Durante los últimos años, he observado muy de cerca a la gente de derechas, tanto que incluso en ocasiones llegaba a olerlos. Sí, alguna vez me han llamado la atención por eso mismo. Pero lo importante es que esta experiencia me ha servido para confeccionar una lista de rasgos que en su gran mayoría sirven para identificar a un facha. Lo cual es muy útil si uno, por ejemplo, quiere montar un restaurante sólo para comunistas.

  1. A la gente de derechas no le gusta que la olfateen.
  2. La gente de derechas toma gintonics. Todavía.
  3. A los de derechas les gusta ir de boda.
  4. Y añaden: “¡Mientras no sea la mía!”, para luego reírse muy fuerte.
  5. ¡Los de derechas son calvos! ¡Todos! ¡Sin excepciones!
  6. ¡Las mujeres también! ¡Es horrible! ¡Se quitan la peluca y la dejan en una cabeza de maniquí en la mesilla de noche y luego se bajan uno de los tirantes del camisón, mostrando un hombro, y te guiñan un ojo, con la esperanza de que les hagas el amor con la luz apagada!
  7. Eso, en caso de que estéis casados. Si no, es posible que la mujer llame a la policía y te denuncie por haberte colado en su casa (y en su cama).
  8. Lo cual es muy injusto: el que le ha visto la calva soy yo.
  9. ¿Ves a ese tipo que lleva camisa de manga corta? Es de derechas. Hay que tener mal gusto.
  10. Otra cosa que hacen a menudo los de derechas es masticar con la boca abierta mientras dicen cosas de fachas, como “lo que pasa es que hay mucho vago”, “dicen que hay crisis, pero los bares están llenos”, o “pásame la sal”.
  11. La gente de derechas toma demasiada sal. En serio, un día van a tener un susto, que eso sube mucho la tensión.
  12. La gente de derechas es más de gatos que de perros. Sobre todo los villanos de derechas, que se pasan las tardes acariciando a sus gatos mientras piensan cosas de derechas en sus enormes y malvadas butacas.
  13. La frase anterior suena regular en inglés.
  14. Los de derechas ya tienen el nórdico puesto. ¡Son muy frioleros! ¡Hay que ser fascista!
  15. Hasta donde yo sé, todos los que no saben silbar, son de derechas. (Conozco a una persona que no sabe silbar).
  16. El otro día vi a una señora por la calle que llevaba mucha laca y pensé: “Zorra nazi, por tu culpa nos hemos quedado sin capa de ozono”. Era una tal Pilar Bardem.
  17. Un porcentaje muy elevado de la gente de derechas de más de 40 años está casada y con hijos.
  18. También es habitual que estén pagando una hipoteca. ¡Endeudados hasta las cejas! ¡Putos fachas, qué cosas tienen!
  19. Los fachas van mucho a El Corte Inglés a comprar cosas.
  20. Y a otras tiendas. Son muy de comprar.
  21. Está demostrado que la mayoría de los votantes del PP ha asesinado en alguna ocasión a una stripper en Las Vegas.
  22. Mucha gente de derechas lleva gafas.
  23. Pero no te fíes: ¡hay gente de derechas con lentillas!
  24. La gente con lentillas camina más lento que la gente con gafas.
  25. (Perdón).
  26. La serie favorita de la gente de derechas es Breaking Bad, porque Breaking Bad es buenísima y le gusta a todo el mundo.
  27. La gente de derechas mira la hora en el móvil aunque lleve reloj. Lo cual es muy absurdo. Y lo cual prueba que los de derechas son muy estúpidos.
  28. Qué tonto el tío facha, mirando la hora en el móvil, CUANDO LLEVA UN RELOJ EN LA MUÑECA. Así vota luego, el muy anormal.
  29. Este texto me está saliendo muy largo, así que voy a pegar aquí un gif. El primero que pille de Buzzfeed.
  30. salto
  31. Me he pasado cuatro días y siete horas en Buzzfeed.
  32. Voy a ducharme y a tomarme un café. Ahora vuelvo.
  33. Sigamos hablando de la gente de derechas.
  34. Una cosa que los fachas hacen mucho es ducharse por las noches. Como si fueran niños pequeños. Y luego llegan a la oficina con legañas y el pelo graso.
  35. Es de noche y me he duchado, pero porque llevaba cuatro días mirando gifs de animales. Es algo completamente diferente. Y mañana por la mañana también me ducharé. ¿Por quién me tomas? ¿¡POR JOSÉ MARÍA AZNAR!?
  36. La gente de derechas habla con diminutivos: cafelito, cortadito, cruasantito, cervecita…
  37. Excepto cuando se trata de gintonics. Entonces es “copazo”.
  38. Los de derechas tienen los nudillos más peludos que los de izquierdas. Fíjate, fíjate.
  39. Los peperos tienen tres pezones.
  40. ¿Cómo distinguir a una persona de derechas en un museo? Pregúntale si es de derechas. Si te contesta que sí, es muy probable que lo sea.
  41. Aunque igual ES UN EMBUSTERO.
  42. Lo mejor será secuestrarlo y torturarlo hasta que confiese la verdad.
  43. La gente de derechas está leyendo esto y pensando “pero qué gilipollez”. Los de izquierdas, no. Los de izquierdas saben dónde vivo y vienen a prenderle fuego al edificio.
  44. ¡Socorro! ¡Avisad a la policía! ¡Socorro, peperos, que los comunistas me queman vivo!
  45. Está toda la casa llena de humo… No puedo salir, han atrancado la puerta…
  46. Intentaré llegar a la ventana… Sólo es un primero… Puedo lograrlo…
  47. No puedo respirar… Malditos fachas…
  48. En caso de incendio, la gente de derechas es muy de quemarse.
  49. He llegado… Está abierta… He de ponerme en pie…
  50. Estoy colgando… Ahora debería dejar de teclear y soltarme…
  51. Primero el portát
  52. il. Y ahora
  53. yo.
  54. Creo que me he torcido un tobillo. Y tengo los ojos y la garganta en carne viva por culpa del humo y del calor. Pero al menos he sobrevivido. Ahí llegan los bomberos.
  55. ¿Serán de derechas los bomberos? Voy a preguntarles.

Es que no soy persona

cafe

Jaime Rubio ha sido absuelto esta mañana del cargo de asesinato, tras un giro inesperado de los acontecimientos, que han pasado a ser los sotneimicetnoca. El juicio se preveía un paseo para el fiscal, quien de hecho se presentó con calzado cómodo y expuso los hechos entre bostezos: Rubio había asestado diecinueve sillazos en la cabeza a un compañero suyo de trabajo, para después arrojarlo por la ventana. “Acto seguido, cogió el ascensor, bajó a la callé y saltó sobre su cabeza una docena veces, salpicando a varios transeúntes”.

El juez hizo una pausa para que el jurado fuera a vomitar antes de que el abogado de Rubio llamara a declarar al acusado. Le preguntó si negaba los hechos relatados por el fiscal y Rubio contestó que no, pero que eso no significaba que hubiera asesinado a nadie, al contrario.

“Verá -siguió Rubio-, este compañero decía cada mañana que hasta que no se tomaba su cortadito de las diez, no era persona. Cada mañana. Sin excepción. Varias veces. Antes y después del café. Que además bajaba a tomar con él, momento que aprovechaba para insistir una o dos veces más en que no era persona hasta que se tomaba este cortadito. No hablaba de un cortado, no, sino de un cortadito. Con el diminutivo incluido. Yo le arrojé por la ventana a las nueve y media, media hora antes de bajar al bar”.

El abogado defensor de Rubio solicitó al juez que sobreseyera la causa, “ya que no se puede hablar de asesinato si Rubio había arrojado por la ventana algo que no era una persona, sino un objeto o como mucho un animal”.

El fiscal arguyó que el compañero de Rubio había dicho que no era persona hasta después del cortadito de las diez, “pero bien podía referirse al cortadito de las diez del día anterior, y por lo tanto todavía sería persona a las nueve y media del día siguiente. No hay por qué suponer que uno deja de serlo cuando se va a dormir”.

Ante la imposibilidad de establecer si se refería o no a ese café anterior y ni tan si quiera si se lo había tomado, el juez dio por bueno el argumento de la defensa, aplicando la presunción de inocencia y, eso sí, condenando a Rubio a pagar los gastos de tintorería de aquellos a quienes había salpicado con la sangre y los sesos de su compañero.

Te has hecho algo en el pelo

carrito

(Estoy acabando una novela, cuyo título provisional es Te has hecho algo en el pelo. Aquí tenéis las cuatro primeras páginas. Si no os gustan, es porque sois gordos y tenéis granos).

 

-¿Te has hecho algo en el pelo?

Así empezó todo. Con una pregunta anodina, quizás algo peligrosa, teniendo en cuenta que se la estaba haciendo a mi mujer un sábado por la mañana. Si la respuesta a esa pregunta era afirmativa, ya tendría que haberme dado cuenta la tarde anterior.

-No -contestó ella-. Hace más de un mes que no voy a la pelu. ¿Por qué lo dices?
-No sé, te lo veo más claro.

Y sí, se lo veía más claro. Si me hubieran preguntado de qué color era el cabello de mi mujer, hubiera contestado, sin dudar, “castaño oscuro, casi negro”. Desde siempre. No se lo había teñido en todos los años que llevábamos juntos. Pero ahora la estaba mirando y lo veía castaño claro, casi rubio.

-Será la luz -añadí, girando la cabeza, intentando buscar algún reflejo del sol que se me hubiera escapado y que hacía que el cabello de Mireia pareciera, eso, más claro-. O igual es que estoy medio dormido todavía.
-¿Rebeca ha desayunado?
-Sí, le he calentado la leche mientras estabas en el baño.
-No me gusta que vea la tele cuando desayuna.
-Bah, déjala, están echando uno de sus setecientos programas favoritos.
-…
-No gruñas. Es sábado. Los sábados por la mañana los niños ven la tele mientras sus padres olvidan toda la semana anterior. Yo lo hacía. Tú lo hacías. ¿Recuerdas La bola de cristal?
-A mí no me dejaban ver tanta tele como a ti.
-Así has salido.
-No, perdona, así has salido tú.

Me había despertado una mañana y mi mujer tenía el pelo de otro color. Tampoco era tan grave. No tenía una joroba, ni le faltaba un ojo. Intenté olvidarme del tema, asumir que me había despistado, olvidado. Decidí comportarme con normalidad. Estaría aún medio dormido. Seguramente mi cerebro todavía no funcionaba a pleno rendimiento. Me hacía mayor.

La mañana transcurrió como cualquier otra mañana de sábado, con la excepción de que no dejaba de mirarle el cabello a Mireia. Rebeca jugó, yo me duché y bajé al supermercado, también preparé la comida y acepté la propuesta horrible para pasar la tarde que hizo Mireia, si bien hay que admitir que podría haber salido de cualquiera de los dos.

-Podríamos ir a l’Illa. Rebeca necesita zapatos. Y a ti no te irían mal unos tejanos.

Fuimos a ese centro comercial, igual que aproximadamente la mitad de Barcelona. Todos dábamos tumbos de tienda en tienda, pensando por qué diablos estábamos allí con toda esa gente, pero conscientes de que dentro de dos o tres semanas volveríamos a venir y a agobiarnos y a quejarnos.

Como es natural, Rebeca se puso imposible, igual que todos los críos de su edad en una situación similar. Escogimos unos zapatos que le gustaban, pero que luego, nada más salir de la tienda, ya no. Manifestó su disgusto con un llanto forzado. La reñimos con escaso convencimiento, ya que nosotros mismos también estábamos algo hartos de aquel escenario y teníamos ganas de tener cinco años y soltar una pataleta. Mireia se probó varios vestidos de verano y un par de camisetas. No se compró nada. Yo no quise ir a ninguna de mis tiendas. Demasiada cola en los probadores. En una tienda vacía, podía tardar cuatro minutos en comprar unos tejanos. En aquellas igual tenía que pasar una hora. Demasiado. No estaba capacitado para llevar a cabo un esfuerzo semejante. Mireia volvió a las mismas tiendas en las que ya había estado para probarse la mitad de las prendas que ya se había probado. Ante una nueva y justificadísima, seamos sinceros, pataleta de Rebeca y ante mi también excusable cara de fastidio, Mireia nos envió a tomar un refresco mientras agarraba perchas como si se las fuera a clavar a alguien.

Salimos de allí a las ocho, estresados y malhumorados, con tres bolsas de ropa que no le acababa de gustar a nadie. Y yo con unas ganas terribles de beberme tres cervezas. Sólo que no podría porque habría que prepararle la cena a la niña, ponerle el pijama y luego ella querría jugar a algo y cuando finalmente se acostara ya se me habrían pasado las ganas de tomarme no tres, sino ninguna.

En todo ese tiempo intenté quitarme de la cabeza el hecho de que seguía viendo el cabello de Mireia de otro color. Pero no podía. Le miraba el pelo fijamente, cuando no atendía, claro, para no ponerla nerviosa, buscando el motivo que me hacía verlo en otro tono o el que me hacía recordarlo de otra manera. Incluso miré las fotos que tenía de ella en el móvil, mientras tomaba una Coca-Cola con Rebeca, sólo para comprobar que no, que su pelo nunca había sido castaño oscuro, casi negro, y que ese castaño claro, casi rubio, era su tono natural, o al menos el que aparecía en todas las fotos que tenía guardadas.

-No pienso volver con vosotros de compras un sábado -dijo, precisamente, Mireia, durante el paseo de vuelta.
-Menos mal -contesté, esbozando una sonrisa.
-¿Por qué? -Preguntó Rebeca desde mis hombros.
-Porque somos muy pesados.
-¿Mamá está enfadada?
-No, claro que no estoy enfadada.
-Sí que lo está. Y para que no lo esté más, tú y yo vamos a preparar la cena cuando lleguemos.
-Quiero tortilla de patatas.
-Pues tortilla de patatas.

Los tres llegamos a casa con mejor ánimo. Nos subimos en el ascensor y apretamos el botón del cuarto piso. Yo salí primero y, como de costumbre, hice mi imitación de mayordomo, que consistía en sostener la puerta e inclinarme mucho, con el rostro muy serio.

-Señoras, por favor.

La primera en salir fue Rebeca, dando saltitos. Le siguió un bulto negro, que era un cochecito para bebé en el que dormía un niño de alrededor de un año. Empujando el carrito estaba Mireia, con cara de cansancio.

-¿Tienes tus llaves? -Me preguntó.
-Er… Pues… Sí, sí, las tengo.

Abrí la puerta de casa. Mireia aparcó el carrito en el recibidor y sacó al niño, sin despertarlo.

-Voy a bañar a Xavi -me dijo-. Si quieres ir haciendo la cena…
-Sí, claro, la cena…

Me quedé parado, de pie, supongo que con la boca entreabierta, mientras Mireia se llevaba a aquel crío al cuarto de baño.

-Papá, papá -Rebeca tiraba de mi mano-. ¿Te puedo ayudar con la tortilla? ¿Puedo batir el huevo?
-Ehm… Sí…
-El tete no puede cocinar.
-No, el tete es pequeño.

Mi temporada en Ferrari

carreras

Es posible que mucha gente no sepa que yo estuve a esto de ser piloto de Fórmula 1. Para quienes me lean y no me vean dictarle el texto a uno de mis chimpancés-secretario, debo aclarar que al mismo tiempo que decía la palabra «esto», acercaba los dedos índice y pulgar de mi mano derecha, dejando entre ellos espacio para apenas dejar pasar el cerebro de un periodista del corazón.

El caso es que los capos –ja, ja, capos, como son italianos… Es una broma mía– de Ferrari me ofrecieron la posibilidad de hacer unas pruebas con ellos, dada mi pericia al volante y tras los sorprendentes tiempos que había conseguido en unas sesiones con Minardi, equipo que aún existía por aquel entonces.

Creo que no es necesario decir que acepté encantado. Así que no lo diré. Mono, borra, la frase. ¿Pero qué escribes? ¿QUIERES DEJAR DE ANOTAR? ¿PERO QUÉ HACES? ¡TRAEDME A OTRO MONO QUE NO SEA RETRASADO!

(Gritos. Forcejeos. Latigazos).

Disculpad. Prosigamos con la historia.

Acudí al circuito italiano de Mugello, donde recibí la calurosa bienvenida de los mecánicos de la escudería, que por algún motivo me confundieron con el técnico de la máquina de café. Movido por mi espíritu de equipo, deseoso de mostrar mis habilidades técnicas y como además soy muy tímido, intenté arreglar la máquina.

Sólo recuerdo una explosión, gritos y sangre.

Dos días más tarde salí del hospital y volví al circuito, donde me recibió Luca di Montezemolo, que me dio su tarjeta. Al ver que su segundo nombre era Cordero, me entró un ataque de risa que le hizo llorar un poco.

Me sentí poco menos que cumpliendo un sueño cuando me puse el mono rojo sobre los hombros. Claro que aquello fue una broma de los mecánicos. Ja, ja. Me habían cambiado el mono por otro mono: un babuino rabioso que me mordió el ojo izquierdo tras confundirlo con una nuez. Ja, ja. Ahí nació mi amor por los monos.

El caso es que ya convenientemente equipado, me metí en el coche y di las últimas instrucciones a mi equipo. «Me lo llenas de súper y echa un vistazo a ver qué tal está el aceite. Y pon estas pegatinas de llamas en los alerones, que así seguro que va más rápido”. Sin duda, los mecánicos quedaron impresionados con mis conocimientos. No quedaba duda de que sería de gran ayuda para poner el coche a punto.

Apreté el acelerador y salí a todo gas del box. Me llevé por delante a la jefa de prensa de Fernando Alonso e incrusté el coche en el muro. Le intenté echar la culpa al mono y el babuino se enfadó y me mordió la oreja. Reconozco que con razón: el pobre bicho estaba tan tranquilo con sus cosas, sentado en el alerón delantero, y no había tenido nada que ver con el accidente.

Como Cordero (yo ya le llamaba así) estaba convencido de mis posibilidades, me dio una segunda oportunidad. Una vez se hubieron apartado todos los mecánicos, salí con algo más de tranquilidad y logré meter el coche en pista. Cuatro horas y diecisiete minutos más tarde completaba mi primera vuelta. El ingeniero de pista me preguntó si todo iba bien. Le dije que sí, sólo que no tenía muy claro cómo cambiar de marcha. No encontraba la palanca.

Todo fue más fácil después de que me explicara que las marchas se cambiaban con unas palanquitas que había en el propio volante. Mejoré mucho mis tiempos una vez supe eso. Seis o siete segundos. Eso fue lo que tardé en salirme de pista a doscientos noventa kilómetros por hora e incrustar el bólido en la ambulancia que se llevaba (muy lentamente) a la jefa de prensa a la que había atropellado antes.

Una vez me sacaron del coche con una grúa, mantequilla y una espátula, tuve una charla con Cordero, que quería saber cómo era posible que hubiera conseguido unos tiempos tan buenos con Minardi. Le expliqué que los nervios me habían traicionado y que lo único que tenían que hacer era sustituir el volante por un mando de la Play Station. “Es que me cambiáis los botones de sitio y me lío. Y ponédmelo en modo automático, que lo de cambiar las marchas es un rollo”.

Finalmente no me contrataron, imagino que por no haber podido llegar a un acuerdo con mis patrocinadores (Vermutería Los Mundiales), así que después de recibir una paliza de unos amiguetes de Cordero, Ferrari y yo dimos por concluida nuestra relación profesional.

Guardo un recuerdo muy grato de aquella experiencia. Sí, es el mono. Jamás aprendió a teclear, así que me lo comí. Uso su cráneo para beber té.

91%

olimpiadas

A: Tenemos con nosotros a uno de esos españoles que está a favor de que los Juegos Olímpicos se celebren en Madrid.
B: ¿Eh?
A: Parte de ese 91% que según las encuestas está apoyando a la capital española en su carrera olímpica.
B: ¿Pero qué dice?
A: Todo el mundo está de acuerdo: a la vigésimo novena va a la vencida.
B: ¿Esa cámara está grabando?
A: Díganos, ¿qué ventajas cree que le pueden traer los juegos a Madrid?
B: ¿Pero de qué juegos habla? Si yo sólo he bajado a por pan.
A: Ya, pero se alegra por el hecho de que la llama olímpica ya caliente los corazones de los madrileños.
B: ¿De qué habla? Si yo soy de Huesca.
A: Es lo mismo, usted está a favor de Madrid 2020: es una verdad matemática.
B: No entiendo nada de lo que me está diciendo.
A: Es muy sencillo: sólo el 9% está en contra de que los juegos se celebren en Madrid. Eso significa que 0,9 personas de cada diez no apoyan a nuestra capital. Y no veo que le falte la mano ni que le hayan cortado la nariz. Por tanto, está a favor.
B: ¿Pero esa encuesta cuándo se hizo? A mí no me ha llamado nadie.
A: No es una encuesta, es una verdad matemática. Si uno es un español entero y no un traidor tullido, está a favor de los Juegos Olímpicos de Madrid.
B: Yo es que no soy mucho de deportes. Le he dicho que bajaba a por pan, pero en realidad voy a comprar una palmera de chocolate. (Baja el rostro, avergonzado).
A: Pues no le extrañe que en 2020 pueda comprar palmeras DE ORO: un 99% de los encuestados de fuera de Madrid cree que los juegos aportarán beneficios económicos.
B: ¿Un 99%? Eso es mucho, ¿no?
A: Es posible que hayamos preguntado a algunos de los votantes de Kim Jong-un.
B: Oiga, pues me alegra mucho estar a favor de algo porque estar en contra de las cosas es de tristes. Y yo sin saberlo. Me quedo más tranquilo.
A: Pero por favor, no se vaya sin darnos su opinión sobre los Juegos Olímpicos que sin duda se celebrarán en Madrid dentro de siete años.
B: No sé… Pues a ver… Yo no voy a verlos porque soy más de dormir, pero… ¿Qué me está dando?
A: Nada, nada.
B: ¡Me está pasando un papelito!
A: Es lo que piensa acerca de los juegos. Por si necesita ayuda.
B: “Los juegos son una ilusionante oportunidad…” ¿Quiere que lea esto? Yo no he pensado nada así en toda mi vida.
A: Según la encuesta de antes, sí.
B: No voy a leer esta hoja.
A: El 93% de los españoles cree que debería.
B: ¿Cómo lo sabe? Eso no lo puede decir la encuesta.
A: No, no, qué tontería… Es otra encuesta. Una que he hecho. Ahora.
B: Oiga, eso es imposible.
A: El 102% de los españoles cree que es posible.
B: Pero si no se ha movido de aquí.
A: El 345,2% de los españoles insiste en que por favor lea la nota que le he pasado, que seguro que coincide totalmente con sus ideas acerca de las olimpiadas.
B: Pero…
A: Mire. Se lo voy a demostrar. Disculpe, caballero.
C: ¿Sí?
A: ¿Debe o no debe este señor leer la nota que le he pasado?
C: Y tanto.
A: ¿Lo ve? ¡El 100%! ¡Todos!
B: Esto no me parece normal. ¿No estará usted compinchado con ese otro señor?
A: No, en absoluto.
B: Entonces, ha escogido a alguien al azar.
A: Sí.
B: Que casualmente es el cámara.
A: Las probabilidades eran escasas, lo admito. Pero la estadística y las matemáticas son así.
B: (…)
A: ¿Sabe que nueve de cada diez españoles se está impacientando?
B: (…)
A: ¿Sabe que estamos en directo?
B: (Lee la nota mientras se va desnudando torpemente. La última palabra -“alegría”-, coincide con el caer de sus calzoncillos sobre los tobillos).
A: Muchas gracias.
B: De nada.

 

(Fuente de la imagen).

¡Opinad, malditos!

juicio

Jaime Rubio fue conducido ante el juez esta mañana por haber afirmado en un bar que no tenía muy claro lo que estaba pasando en Siria y por no haber ofrecido ninguna solución al conflicto ni en Twitter, ni en su blog, ni en GQ.

Interrogado por el fiscal, Rubio admitió los cargos e intentó explicar que no había tenido tiempo de leer nada sobre el tema, “ni tampoco muchas ganas, lo admito”. El fiscal se llevó las manos de una señora a la cabeza (él es manco) y le recordó que todo el mundo puede e inclusodebe decir lo que piensa. “¿No sabe usted que eso de documentarse es de invertidos, ateos y extranjeros?” El abogado de Rubio protestó enérgicamente por las palabras del fiscal pronunciadas en otro juicio, dos meses antes. “Orden, orden -rugió el juez-, ahora estamos hablando de otro tema”. “¡Pero es que llevo dándole vueltas al asunto desde entonces!” “¡Orden, orden!”.

Haciendo caso al juez, el fiscal le preguntó a Rubio: “¿Nada no nunca opinar piensa Siria sobre?” Tras un silencio de varios segundos por parte de todos los asistentes, el juez le pidió al fiscal que continuara el interrogatorio utilizando sólo el orden cronológico y no el alfabético, “aunque admito que ha estado ágil ahí”. Después de reordenar la pregunta, el acusado afirmó, muy solemne: “Sirio sé que no sé nada”, rompiendo a reír mientras todo el mundo le miraba muy serio con una ceja levantada y lamentando el dinero que se habían gastado sus padres en darle unos estudios que era evidente que no habían servido para nada. Rubio, ajeno a estas consideraciones, concluyó su carcajada con una palmada en el muslo, para después secarse una lagrimilla con el dedo índice y suspirar. “Qué bueno… Sirio sé que no sé nada…”

El abogado de la acusación concluyó su interrogatorio recordando al juez que no se podía permitir que la gente opinara únicamente acerca de las cosas que conocía, ya que eso supondría que los bares quedarían en silencio, los platós de televisión y los estudios de radio se vaciarían, y los periódicos venderían páginas en blanco. “Y en internet apenas nos quedaría el porno”, terminó, alzando uno de los puños de la misma señora de antes, a la que aún no había soltado a pesar de sus quejas.

Llegado el turno de la defensa, el abogado de Rubio le preguntó qué pensaba acerca de la guerra en general, a lo que el acusado respondió que él era partidario “de no ir matando a gente”. Acto seguido, el letrado le pidió su opinión sobre las dictaduras. “Las dictaduras son malas, sí, eso es verdad…” A lo que el abogado contestó: “Tanto le costaba decir eso en el bar, hombre de Dios…” Rubio se quejó al juez de que su propio abogado le había tendido una trampa, a lo que el magistrado respondió con un “si es que usted también…” Rubio insistió en su derecho a no tener una opinión formada, lo que llevó al fiscal a soltar, casi gritando, “¡la que tengo aquí colgada!”

Entre carcajadas, el juez condenó a Jaime Rubio a escribir quince tuits y dos textos en su blog sobre la guerra de Siria, condena que fue recibida por Rubio con gritos de “¡NO ME PODÉIS DECIR CÓMO TENGO QUE USAR TWITTER, SOY UN TUITSTAR!” mientras dos policías nacionales lo sacaban a rastras de la sala.

Este cronista coincidió con Rubio en el metro justo después de la vista y pudo leer su libretita por encima del hombro, en la que había garabateado algunas notas:

  • Why so Syrious, Obama?
  • Sirio sé no vengo.
  • Comparar el bigote de Aznar con el de Assad.
  • ¡Te van a Assad vivo con las bombas!
  • Damasco, asco: aquí hay posibilidades.
  • Oriente Miedo.
  • “Entre nosotros hay química”, le dijo Obama a Assad.

Después de escribir la última frase, Rubio rompió a llorar. Este periodista se levantó silenciosamente y se fue a la otra punta del vagón, mientras la vergüenza ajena le erizaba el vello de la nuca.

Vladímir Putin: “En Rusia somos todos muy viriles, diría que por el frío”

Vladímir Putin, presidente de Rusia, me recibe en su dacha, con el torso desnudo y sudado.

-Perdona, estaba haciendo algo de ejercicio -me explica, mientras se pasa una toalla por el pecho-. No hay nada como comenzar la jornada haciendo tres mil setecientas flexiones con un cerdo de setenta kilos subido a la espalda.

He viajado hasta su residencia de verano en el Mar Negro para preguntarle por la polémica ley que impide a los homosexuales hacer pública su condición. Mientras cabalgamos juntos por el monte, Putin me explica que esta normativa simplemente quiere proteger el orden social: “No podemos permitir que los homosexuales vayan por ahí diciendo que son homosexuales. ¿Qué será lo próximo? ¿Ciudadanos que no estén de acuerdo conmigo? ¿Personas expresando su opinión? Eso supondría el caos”.

1

El presidente de Rusia se pone filosófico y añade que “tampoco hace falta decir todo lo que somos. Yo no voy por ahí explicando que asesiné a la periodista Anna Politkóvskaya, por ejemplo, y no soy menos feliz por eso”.

Las penas por hacer “propaganda” de las preferencias sexuales van desde una multa hasta quince días de cárcel y la deportación en el caso de los extranjeros, aunque Putin se considera más partidario de las “charlas aleccionadoras”, como hacían en la KGB. “Yo la homosexualidad la curo a hostias”, dice, entrelazando sus dedos con los míos mientras paseamos por el río, en lo que él llama “un gesto varonil típico de los cosacos”.

2

“Por otro lado, en Rusia apenas hay homosexuales. En Rusia somos todos muy viriles, diría que por el frío. Ven, bañémonos juntos”. Entre risas chapoteamos en el agua, mientras le pregunto por los Juegos Olímpicos de invierno y la preocupación que está despertando esta legislación en contra de la homosexualidad. “Para empezar, los juegos de invierno no le interesan a nadie. Así que en todo caso el COI debería agradecer está polémica porque significa que a lo mejor hay alguien que enciende la tele para verlos. Por otro lado, no vamos a discriminar a ningún atleta homosexual. Eso sí, los maricas van a correr con tacones. Pero eso no es discriminación, simplemente les estamos dando lo que piden. ¿No quieren comportarse como hembras? Pues eso”. ¿Y las lesbianas? “El lesbianismo no existe -explica, muy convencido-. Eso es propaganda americana. No tiene ningún sentido. Es anatómicamente inconsistente. Como mucho, besitos durante algún Erasmus, pero nada más”.

3

Nos quitamos la ropa mojada y nos tumbamos al sol, en la orilla. “Hablando de deporte, ¿sabes que soy cinturón negro de judo? Ven, que te enseño unas llaves”. Entrelazamos nuestros cuerpos desnudos, emulando a los luchadores griegos que protagonizaron tantas olimpiadas clásicas, hasta que el sol se pone, momento en el que recogemos nuestra ropa y volvemos a casa, cabalgando hacia el anochecer.

“El problema de los homosexuales -explica mientras tomamos un té- es que no saben disfrutar de la compañía de otros hombres, de la verdadera amistad masculina. Por ejemplo, si yo te acaricio la entrepierna, como estoy haciendo ahora, es simplemente por cordialidad. No son nada más que unas caricias cariñosas que aprovecho para comparar tamaños y para mostrarte de forma viril mi afecto y mi amistad. Es como una palmada en la espalda, un brindis con cerveza o un beso con lengua y mucha saliva. Nada sexual. Puedes hacer lo mismo, si quieres”.

Intento excusarme y salir de la habitación, pero en la puerta hay dos agentes de seguridad. “Piotr, el de la derecha -me susurra Putin al oído, mientras me abraza por detrás-, mató a un oso con una sola mano”.

19 características de un buen presidente del gobierno

presi

Es posible que no seas muy inteligente y que no te guste demasiado trabajar. Eso significa que tus únicas salidas laborales son participar en un reality o meterte en política. Concursar en Gran Hermano es ligeramente menos indigno que ser diputado, pero tiene el inconveniente de que lo más probable es que el sueldo sólo te dure un puñado meses, mientras que la carrera política puede ser algo más prolongada en el tiempo. Y ya puestos a perder la dignidad, ¿por qué no aspirar a la presidencia del gobierno? Piensa que un presidente no hace absolutamente nada, ni conducir, ¡tiene hasta chófer!

Por supuesto, no todo el mundo sirve. Estas son las diecinueve características que deberías reunir para ser un presidente del gobierno ideal.

1. No aprendas ningún idioma, aparte de un español justito. Si sabes inglés o cualquier otra lengua extranjera, asegura que no la entiendes y simula un acento muy forzado, algo así como “Espein is a beri nais contri. Contri más yu si it, más yu laic it”.
2. No te dediques a ninguna otra profesión que no sea la de político. Como mucho, sácate unas oposiciones, pero ni se te ocurra ejercer. Es importante que no tengas ningún contacto con la realidad. La realidad podría llevarte a pensar que los trabajadores no reciben sobres con sueldos extra en negro, por ejemplo.
3. No tengas opiniones propias. A partir de ahora, tus principios serán una combinación de muy difícil equilibrio entre: a) las preferencias de la mayoría de tus votantes y b) las necesidades de tu partido.
4. En caso de que haya conflicto de intereses, di que sí a ambos y no hagas nada al respecto.
5. De hecho, lo mejor es no hacer nada nunca. Cualquier acción o declaración hará que alguien que se enfade: lo ideal es mantenerte quieto y callado.
6. A no ser que necesites crear una cortina de humo. Si por ejemplo alguien de tu equipo está acusado de corrupción, resucita a Franco, habla de toros, declárale la guerra al Reino Unido o incendia un hospital infantil. Cualquier cosa antes de que uno de los tuyos se vea obligado a dimitir o, peor, tú te veas obligado a dar explicaciones.
7. Aprende a hablar sobre cosas que no te interesan con gente que no sabes quién es. La mayoría de actos políticos (inauguraciones, campañas, conferencias) no son más que largas conversaciones de ascensor.
8. Cásate con una persona del sexo opuesto.
9. No tienes por qué saber historia, pero sí has de poder utilizarla. Cualquier peligro o controversia es comparable a “los peores momentos de la guerra civil / la dictadura / el nazismo / la Segunda Guerra Mundial / el estalinismo / la Cuba de Fidel” (según la ocasión y las preferencias). Da igual que no haya relación, lo importante es asustar y soliviantar a los propios en contra de los ajenos.
10. No hables de tus ideas: a nadie le importa si eres progresista, conservador, cristiano, ateo, ecologista, liberal… Eso pertenece a tu esfera privada. Es algo muy íntimo. Pero eso sí, cuéntale a todo el mundo de qué equipo de fútbol eres. No vaya a pensar nadie que no te gusta el fútbol.
11. Si tu equipo o la selección llega a alguna final, no trabajes y ve al campo. Lo primero es lo primero.
12. Busca fotos con líderes políticos internacionales, aunque no hables su idioma. Como estos restaurantes que cuelgan fotos de los famosos que han comido allí. Estrecha su mano y después comenta que “hemos tenido una conversación muy enriquecedora que fortalecerá los vínculos entre dos naciones aliadas”.
13. No tengas memoria: piensa que hoy puedes decir una cosa y dentro de seis meses la contraria, según lo que interese en cada momento. Es posible que algún listillo publique tu primera declaración, pero no te preocupes: a nadie le gustan los listillos.
14. Y tampoco te preocupes por tus memorias: te las escribirá otro y no las leerá nadie.
15. Recuerda que tus declaraciones son opiniones sensatas, expresadas con respeto y desde la moderación. Las declaraciones de la oposición son burdos ejemplos de demagogia.
16. Si alguien del partido de la oposición disiente de su líder es porque no están organizados de forma eficiente. Un caos. Si el que discrepa es de tu partido, es simplemente porque hay libertad y pensamiento crítico.
17. Cuando ocurra algo horrible, busca a alguien a quien culpar. Ha de ser fácilmente identificable, pero lo suficientemente difuso como para que el menor número posible de gente se sienta aludido. Por ejemplo, la culpa del paro puede ser del gobierno anterior, de las grandes empresas, de los sindicatos, de los funcionarios o de los propios parados que no están dispuestos a aceptar cualquier trabajo. Depende de lo que le interese a cada cual.
18. Pero no olvides que cuando te retires, necesitarás algún carguito majo, de estos de ir a firmar de vez en cuando y hacer alguna llamada telefónica, así que acuérdate de hacer algunos amigos.
19. En definitiva, lo importante es dormir bien por las noches. Y disfrutar de una reparadora siesta.

Si sigues estos consejos, lo tendrás algo más fácil para alcanzar la presidencia del gobierno. Se trata de un camino difícil y sacrificado, al final del cual le caerás mal a un montón de gente. Pero da igual, si quieres dedicarte a la política, es muy posible que ya le caigas mal a muchos antes de comenzar. Así que ya puestos, mejor oír los insultos desde tu coche oficial blindado y pedirle al chófer que suba el volumen de la música.

 

(Fuente de la imagen).

Franco era catalán

Franco0001

El historiador Jordi Bilbeny ha publicado unos libritos que en los que asegura que Cristóbal Colón y Miguel de Cervantes eran catalanes o, como mucho, checos, pero jamás y en ningún caso españoles.

Precisamente yo estoy a punto de publicar un estudio interesantísimo que demostraría que Francisco Franco también era catalán. Su verdadero nombre sería Francesc Francés, y habría nacido en Les Borges Blanques. Allí conoció a Francesc Macià, de quien heredaría su vocación militar.

Al parecer, Franco bailaba muy bien la sardana y tocaba la tenora. Ganó la Flor Natural en los Juegos Florales de su pueblo con un poema titulado «El meu cor plora pels teus ulls», militó durante una breve temporada en la Lliga Regionalista e incluso publicó un artículo en La Veu de Catalunya en el que defendía más autogobierno para su país: «Hem de defensar Catalunya de la conspiració judeomasònica espanyolista que ens ofega», concluía.

Cuando fue destinado a Marruecos, Francés ocultó su origen y cambió su nombre. Y todo por culpa de un error absurdo. Al parecer, unos compañeros, en lo que vendría a ser una alegre novatada, le dieron una paliza «por enano, voz de pito y cara pan».

Como le sangraban las orejas después de los bofetones que le habían sacudido, no entendió bien las dos últimas palabras. Se puso en pie como pudo –aunque esto no tuvo mucho mérito, ya que al ser pequeñajo, no había mucho que poner en pie– y, después de escupir dos dientes dijo: «Jo no sóc català». Con esto esperaba ahorrarse futuras palizas, pero sólo consiguió que le llamaran «el gallego» en tono de burla.

De ahí su resentimiento con los catalanes. Siempre creyó que su origen había sido la causa de aquella mala experiencia. Franco se empeñó en ocultarlo desde entonces y desde luego creyó haberlo logrado. Pero no contaba con que muchos no descansamos hasta que encontramos la verdad.

(Dicho sea de paso: sospecho que Jordi Bilbeny es en realidad sevillano y que su verdadero nombre es Jorge Bilbao. Seguiremos informando.)

 

(Texto publicado originalmente en La decadencia del ingenio).

(Fuente de la foto).