La terracita

Powerhouse Museum (Flickr Commons)

Tras la llamada de unos vecinos, mi compañero de patrulla y yo mismo nos personamos en el lugar de los hechos, el bar llamado Tolo, a las 19:58 horas. Nada más acercarnos a la zona de la disputa oímos gritos y amenazas, sin que pudiéramos especificar en ese momento quién las profería, a quién iban dirigidas y si la madre de la persona interpelada estaba presente o no para defenderse de tales injurias.

En la terraza del antes mencionado bar discutían acaloradamente dos hombres varones de sexo masculino. Tal y como pudimos averiguar en cuanto los separamos y calmamos, uno de ellos era el dueño del local, Arturo Sánchez, mientras que el otro era un vecino llamado Álvaro Gutiérrez, al parecer afectado por las molestias ocasionadas por el funcionamiento de dicho establecimiento.

Procedimos a hablar primero con el vecino. Queríamos así contribuir a que se tranquilizara, al ser quien se mostraba más alterado de los dos. En estos casos es importante que la otra persona se sienta escuchada, tal y como leí en el blog de una psicóloga a la que sigo mucho y que me recomendó mi señora. Parece que no, pero estas cosas ayudan. Cabe decir que se trata solo de una técnica psicológica y que en todo momento mantuvimos la neutralidad que se espera de nuestro trabajo.

El vecino nos contó que vivía justo encima del bar, en el primer piso del mismo edificio. Llegando ese día a su vivienda en torno a las 19:00 horas oyó un ruido en su balcón, que da a la terraza del establecimiento. Creyendo que se trataba de la habitual algarabía festiva del bar llamado Tolo, se asomó para quejarse, como reconoce que hacía habitualmente, pero su sorpresa fue que se halló, en su propio balcón, con cuatro clientes del bar, sentados en dos mesas metálicas, bebiendo Mahou y picando unas aceitunitas y unos frutos secos, cortesía de la casa.

Ante la sorpresa y la ira de Gutiérrez, los clientes le explicaron que uno de los camareros les había dicho que la terraza estaba completa, pero que quedaba sitio en “la terraza superior”, a la que se accedía a través de una escalera apoyada contra la barandilla del balcón de Gutiérrez.

El vecino intentó echarles a gritos. Admitió haber proferido palabras subidas de tono e incluso haber arrojado un cuenco, cree recordar que de aceitunas, por el balcón. Fue entonces cuando el dueño del bar llamado Tolo intervino, saliendo del local y pidiendo a Gutiérrez desde la calle que dejara en paz a sus clientes. El vecino bajó y el intercambio de pareceres fue subiendo de tono, llegando al punto de que los clientes de la terraza superior prefirieron irse (motivo por el que no pudimos hablar con ellos cuando llegamos al lugar de los hechos). 

El dueño del local nos mostró los permisos para ampliar su terraza hacia el balcón del vecino inmediatamente superior a su local. Estos permisos estaban vigentes y en orden. Además de eso y según el hostelero, el vecino no usa nunca el balcón, excepto para apilar unas cajas y una bicicleta oxidada “que ni siquiera deberían estar ahí”, y por eso en el ayuntamiento le concedieron el permiso en solo una semana. 

También nos contó que se trata de uno de los vecinos “conflictivos” de la plaza: “Uno de esos que cuelga pancartas contra el ruido, pero luego el que hace ruido y molesta a mis clientes es él, no se si se han fijado en cómo gritaba”. 

No solo los papeles estaban en regla, sino que comprobamos que la terraza cumplía las condiciones para proceder a su crecimiento vertical, al no quedar sitio ninguno en la acera en el que colocar ninguna otra silla. Informado al respecto, el vecino se quejó y, visiblemente alterado, preguntó por qué tenía que meter él a gente en su casa, mostrando su sorpresa cuando se le recordaron sus obligaciones para con el mantenimiento del turismo y del crecimiento económico. Se le preguntó por la última vez que había salido al balcón y contestó con vaguedades, admitiendo así, al menos en parte, que esa zona de su casa estaba completamente desaprovechada, sobre todo si se comparaba con el servicio que podían dar dos mesas sirviendo cervezas y alguna que otra tapa siete días a la semana.

A pesar de que el dueño del local había aludido a un historial conflictivo por parte del vecino, decidimos limitarnos a amonestarlo verbalmente y pedirle que no importunara a los clientes del bar llamado Tolo, que tenían todo el derecho a disfrutar de su refrigerio sin que nadie les tirara las aceitunas a la calle. Le recordamos que en el caso de que le molestaran el ruido y el humo del tabaco de estos clientes, algo sin duda inevitable, siempre podía cerrar la ventana que daba al balcón.

El vecino no se lo tomó bien y amenazó con acciones legales. Conseguimos calmarle y hacerle ver que el local tenía todos los permisos en regla y que iba a ser perder el tiempo. Insistimos en que siempre era mejor una solución amistosa, a la que también se mostraba inclinado el señor Arturo Sánchez. En este sentido, le recordamos que el dueño del local ni siquiera le había exigido que pagara las consumiciones de los clientes que se habían marchado y a quienes había tenido que invitar. Añadimos que no queríamos tener que volver y reventarle la cabeza a hostias, a ver si así aprendía. Que no hay nada más agradable que una terracita en verano, hijo de puta, y que a ver dónde quería que el bar pusiera las mesas, ¿en lo alto de los coches o qué, pedazo de subnormal? A ver si dejamos que la gente se divierta en paz, amargado, que eres un amargado. Uno sale del trabajo, con el calorcito de la tarde, y qué mejor que tomarse una cervecita tan tranquilo en el bar sin tener que soportar los lamentos del clásico paliducho que se pasa todo el día en casa, quejándose de cualquier cosa, joder ya, aprende a divertirte o al menos deja en paz a los que sí saben hacerlo. Sal tú también de vez en cuando. Relájate, pedazo de cabrón. O al menos cierra la puta boca, que no hay nada peor que el ñiñiñi de un cenizo, que se le quitan a uno las ganas de vivir con tanta protestita de mierda. Procedí a darle las dos palmaditas suaves en la mejilla, técnica también recomendada en el blog de la psicóloga antes mencionada para demostrar dominación física y mental. Sonreí y dije: “Nos vamos entendiendo, ¿verdad?”, a lo que mi compañero, que no lee este blog por más veces que se lo recomiende, añadió un innecesario y diría que contraproducente: “Pues arreando, que es gerundio”.

El verdadero significado del manuscrito Voynich

Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University

Lamento comunicar a todos los interesados en el manuscrito Voynich que el estudio que afirma haber desentrañado su código es otra falsa alarma. Un momento, se preguntará algún lector enfrascado en la interpretación del libro más misterioso de la historia, ¿y tú qué sabes? ¿Cuánto tiempo has dedicado a intentar desentrañar su código y a mirar los dibujitos? Bien, pues lo sé porque yo escribí ese manuscrito.

Llevo años intentando explicarme, pero nadie me cree. No se trata de un texto medieval. Solo es una libreta sobre la que se me cayó una taza de café. Por eso parece tan antigua.

En realidad es de 1903. Poco después de licenciarme en Filosofía y Letras (el Periodismo de la época) encontré un trabajo en la primera empresa de telemarketing de España, llamada Telemercadeo Dato e Hijos. Era propiedad del conocido como Gran Dato: don Fulgencio Dato, el dueño de la empresa, que pesaría casi 15 arrobas.

Se trataba de un trabajo relativamente sencillo: solo había tres personas que tuvieran teléfono en España, así que las llamaba cada mañana y les ofrecía los productos que se incluían en nuestro catálogo.

Había de todo: cuellos de camisa, bañadores que iban de los tobillos a los hombros, pesas con los pesos redondos, calesas, fines de semana en fondas de Santander, trabucos, rapé, peines para el bigote, anteojos, jofainas, polainas, mantones, chalinas, banderas anarquistas para colgar en el balcón, bombas anarquistas para arrojar en bodas reales y relojes de bolsillo que atrasaban cinco minutos cada cuatro minutos, además de toda clase de sombreros: bombines, canotiers, chisteras, clochés, pamelas, chambergos, porkpies, gorras de Caja Rural…

Aunque hoy en día parezca increíble, las personas a las que llamaba me atendían y se pasaban un buen rato charlando conmigo. El teléfono era una novedad y los tres no tenían a nadie con quien hablar (no se conocían entre sí), por lo que agradecían poder usar este invento.

Y más teniendo en cuenta el gasto. Por aquel entonces, solo la línea costaba la friolera de 27 reales al mes. Para que nos hagamos una idea, con 27 reales un joven de provincias podía alojarse en una pensión de Barcelona durante tres o cuatro años, el tiempo justo para conocer a una joven de familia burguesa, comprometerse con ella, verse envuelto en una trama de corrupción que llegaba hasta el mismísimo secretario de la Diputación y volverse al pueblo disgustado para ejercer de maestro.

Pero me desvío. Hablábamos del manuscrito Voynich. En realidad -y me da hasta apuro decirlo-, no era más que el cuaderno que usaba para ir tomando notas mientras hablaba por teléfono con nuestros únicos tres clientes. Como les gustaba charlar, a menudo me limitaba a asentir y a hacer garabatos mientras me contaban, qué se yo, lo último que hubiesen leído en el Diario de avisos.

¿Son todo garabatos y dibujos sin significado? No, en absoluto. Tengo mala letra, pero no creo que resulte difícil distinguir los nombres de mis tres clientes: Don Telesforo Matías (regidor de Gobernación), Doña María de la Encarnación Cánovas (dueña de la fonda del mismo nombre) y el señor Mateu Bonaventura (empresario textil).

También son visibles algunos de sus pedidos. Por ejemplo, en esta página se ve claramente que las primeras palabras son “bolas de naftalina (3)” siendo (3) el número de cajas.

Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University

No todos los fragmentos son tan prosaicos: en las últimas páginas comencé una novela sobre un joven que emigra a América a hacer fortuna, pero como le dan miedo los barcos, decide emprender el viaje en globo aerostático. Al ser su primer viaje en globo, se pierde y acaba en la Luna, donde se tiene que alojar en una fonda mientras los selenitas reparan la cesta averiada. Allí se enamora de la mujer del Regente lunar, una joven obligada por su familia a casarse con un hombre mucho mayor que ella. La joven, torturada al no poder escoger entre las convenciones sociales y su verdadero amor, se suicida ingiriendo cuarenta y siete litros de aceite de ricino. Al final de la novela, el protagonista regresa desengañado a Sant Martí de Sesentranyes, donde pasa el resto de su vida como maestro.

Otros fragmentos que considero interesantes:

– Página 16: la receta de cocido de Doña María de la Encarnación.

– Página 42: la respuesta al sentido de la vida, el universo y todo lo demás (pero no entiendo mi letra).

– Página 78: diseño para la construcción de una máquina del tiempo (es un reloj de bolsillo).

– Página 110: es el dibujo de un pene, jajaja…

– Página 131: la lista de posibles títulos para mi novela.

– Página 188: una caricatura de don Fulgencio Dato.

La empresa cerró al poco tiempo. Don Mateu Bonaventura fue asesinado por unos anarquistas y perdimos de golpe el 33% de nuestros clientes. Nos resultó imposible recuperarnos: me pasé toda la tarde en manguitos, haciendo cálculos con el ábaco, pero no había forma de cuadrar los números.

Esa tarde se me cayó una taza de café sobre el cuaderno y, disgustado, decidí dejarlo sobre la mesa cuando me marché para no volver. Hasta hace unos años no conocía la existencia del mal llamado “manuscrito Voynich”, así que lo imaginaba desaparecido.

Rogaría a los actuales propietarios (la Universidad de Yale) que me lo hicieran llegar, ya que creo que aún podría publicar La regenta de Selene (título provisional).

Extrañas y sorprendentes aventuras de Jaime Rubio, náufrago

Foto: Adriel Kloppenburg (Unsplash)

Día 1

Yo, pobre y miserable Jaime Rubio, habiendo naufragado con el mar en calma, llegué más muerto que vivo a esta desdichada isla a la que llamé Isla de la Desesperación, mientras que el resto de la tripulación del barco supongo que está bien porque no les ha pasado nada, al menos que yo sepa.

Mis desdichas comenzaron la noche anterior. Insistí en comentarle al capitán del crucero que yo podía conducir el barco mucho más rápido que él. “Mañana estamos aparcados en Grecia o dónde sea que vayamos”, le dije. Herido en su orgullo, me gritó que abandonara la cabina del piloto (que él insistía en llamar “puente de mando”, a pesar de que estábamos en el mar y no cruzando un río) y me dijo que me fuera a algo llamado “cubierta”. Tras unos cuantos gritos más, logré entender que se refería a la terraza, que no tenía techo, por lo que era absurdo referirse a ella con ese término.

Una vez allí, me di cuenta de que se trataba de una terraza peligrosísima, porque cualquiera podía caerse. Bastaba con ponerse de pie sobre la barandilla y perder el equilibrio. Cosa que me ocurrió al tercer intento, mientras gritaba “¡que venga el conductor a la barandilla de la derecha!”.

El mar me ha traído a la costa de este islote en apariencia desierto. Por suerte, soy un hombre con recursos: he visto varios episodios de El último superviviente y sé que todo irá bien siempre que coma al menos una lagartija y pueda pasar la noche en un hotel.

Lo primero que necesitaba era construir un pequeño refugio, por si llovía. Como no he visto vegetación, he levantado un enorme castillo de arena. Bueno, a ver, no es un castillo, es más bien un chalé. Tiene dos plantas, con un un total de cinco habitaciones y tres baños. Me he hecho una terraza muy grande (o una “cubierta”, como la llaman los marineros) donde he escrito un mensaje con conchas para los aviones que sobrevuelen la isla:

“NO ESTOY AL DÍA CON JUEGO DE TRONOS. NADA DE SPOILERS, POR FAVOR”.

También he decidido escribir este diario en las paredes de la casa con ayuda de un palo que he encontrado en la playa y al que he llamado Palo.

Día 2

Al despertar he tenido el primer contacto con los nativos. Han venido hasta la playa en grupos de dos a cinco. Tienen la piel muy roja y visten ropa de manga corta y colores llamativos. Se tumban sobre mantas de tela y guardan extraños rituales. Por ejemplo, después de comer no pueden acercarse al agua durante dos horas, dado que podrían provocar la ira de sus dioses. Beben un líquido parecido a la cerveza y comen melón, sandía y superchocs.

Como no quería arriesgarme a que me capturaran, les he ahuyentado arrojándoles arena, lo que ha hecho que mantengan las distancias.

Mismo día, por la tarde

Se me ha acercado una líder nativa. Vestía una camiseta blanca con una cruz roja y, sorprendentemente, hablaba mi idioma. Quizás lo ha aprendido de oírme gritar:

-Oiga, no puede tirar arena a la gente que viene a la playa.

-Te llamaré Viernes. Si hoy no es viernes, te llamaré Hoy.

-¿Qué?

-Ayúdame a construir una balsa. Tengo que huir de aquí.

-¿Se encuentra usted bien?

-Palo, te presento a Viernes.

-¿Está hablando con un palo?

¿Te he hablado ya de mi libro?

Día 3

La policía nativa ha entrado en mi chalet de arena. Logré huir a tiempo y esconderme detrás de un señor. Desde aquí veo cómo están registrando la casa. Espero que no encuentren mi disco duro de arena con porno de arena. Este señor se queja mucho cuando escribo en su espalda, así que no puedo quedarme detrás de él durante mucho tiempo.

Día 4

He llegado al poblado de los nativos. Parece bastante más avanzado de lo que me imaginaba. Tienen tiendas de tela, pero también hay cabañas de madera, imagino que para los nativos más fuertes.

Me arrastro entre los pinos y llego hasta donde un grupo está preparando su comida. Al parecer, están cocinando al aire libre lo que llaman “paellita”, que es un guiso muy parecido a nuestra “paella”. Pero no tienen ni puta idea, claro. ¿Por qué le echan pimientos? ¿Y trozos de pescado? Eso no es paellita, eso es arrocito con cositas.

Día 5

He pasado la noche en lo alto de un pino. Desconozco la fauna local, por lo que no quería arriesgarme a que me devoraran lobos isleños, osos isleños, leones isleños o tiburones de tierra isleños. Me he despertado muy temprano, antes de que los nativos llegaran a la playa, por lo que he podido pescar con mis manos algo para desayunar. En concreto, dos algas y algo que parece una concha vacía. Suficiente para hacerme una sopa. En el pinar podré hacerme un fuego.

Mismo día, más tarde

El pinar está en llamas.

Día 6

Hoy he hecho un descubrimiento aterrador. Todo ha comenzado cuando la policía de los nativos me ha apresado.

Un inciso: creo que el pinar que he quemado era sagrado porque les ha molestado mucho que lo incendiara.

-¡Ha sido sin querer!

-Lo siento, pero nos tiene que acompañar.

-¡Si se hace sin querer no pasa nada! ¡Los accidentes ocurren!

Me han llevado a una comisaría nativa, un edificio de varias plantas imagino que construido con adobe y paja.

-A ver, ¿por qué lleva usted varios días durmiendo en la playa?

-¿Cómo habláis mi idioma?

-¿Qué quiere decir?

-Habláis muy bien español. ¿Cómo lo aprendisteis? ¿Estoy en el Caribe?

-¿En el Caribe?

-Naufragué y llegué a esta costa hace unos días… No sé dónde estoy…

-En Castelldefels.

-¿Cómo?

-En Castelldefels. Estamos en Castelldefels. ¿Dónde dice usted que naufragó?

-Pues en el mar, dónde voy a naufragar, si no.

-Pues llegó a Castelldefels.

No sé cuánto tiempo estuve perdido en alta mar, pero la conclusión es clara: durante el tiempo que pasé en el crucero o intentando sobrevivir en el agua, los nativos de no sé bien qué isla caribeña invadieron la costa mediterránea.

No sé qué habrá sido de mis compatriotas y hasta dónde habrá llegado la invasión. La policía nativa no contesta a mis preguntas y los agentes quieren quitarme a Palo, con el que seguía escribiendo mi diario (ahora en la pared de la celda). Ignoro cuándo podré seguir con mi narrativa. Solo espero que no me hagan comer “paellita”.

Y yo me pregunto: ¿quién es el verdadero salvaje? ¿Los nativos que nos invadieron? ¿Nosotros, que hemos sido invadidos y, por tanto, en cierto modo, somos los nativos? ¿El capitán del barco, que llamaba “cubierta” a algo que está al aire libre? ¿O mi compañero de celda, que me ha contado que al final del último capítulo de Juego de tronos aparecían los créditos? ¿No te estoy diciendo que NO lo he visto?

La subasta

Foto: rawpixel (Unsplash)

-El precio de salida es de 6.000 euros al año. Tenemos 6.000. Ofrecen 6.500. 7.000. ¿7.500? ¿Nadie ofrece 7.500? 7.500 al fondo.

La sala está abarrotada: casi todos los que pujan son jóvenes, pero unos cuantos están en torno a la cuarentena, como Antonio, de 38 años: “Me quedé sin empleo hace unos meses y esta es la forma de volver a trabajar. Yo estaba ya casi cobrando, pero bueno, así es la vida”.

La puja es por un contrato indefinido como administrativo. Los empleos de esta categoría suelen rondar los 18.000 euros al año, pero se espera que en este caso el precio sea inferior, ya que se busca a alguien con experiencia y buen nivel de inglés. Es decir, no debería haber tantos pujantes como para otros puestos similares.

“No sé qué decirte, yo veo la sala llena, más llena incluso que ayer, cuando se llegó a los 20.000 -opina, algo desanimada, Mónica, de 29 años, poco antes de que comience la subasta-. Me he puesto el tope en los 16.000, porque a mi edad no puedo estar en puestos de más de 20.000 o no llegaré a cobrar nunca, pero no sé si pujaré porque no es realmente de lo mío”.

-Tenemos 8.000. ¿Quién ofrece 8.500? 8.500 por aquí. Vamos por 9.000. ¿Quién ofrece 9.000? ¿9.000 por horario intensivo entre mayo y septiembre, ambos incluidos?

Nuria, de 32 años, es una de las pocas personas que ha venido a pujar a pesar de que ya tiene un empleo: “Solo pago 12.000 y no creo que esta puja mejore mis condiciones, teniendo en cuenta que empieza ya en los 6.000, pero es importante estar abierta a nuevas oportunidades”. Su objetivo es bajar de los 10.000 el año que viene y comenzar a cobrar en menos de cinco años: “Sé que es difícil tener un sueldo antes de los 40, pero mi generación está muy bien preparada. Tenemos másters, idiomas… Yo sigo estudiando”.

-Ofrecen 9.000 Tenemos los 9.500. ¿Nadie ofrece 10.000? ¿10.000? Tenemos 10.000. 10.500. ¿11.000? ¿11.000 por un empleo que ofrece la posibilidad de trabajar desde casa un día a la semana? 11.000. 11.500.

Aunque algunos economistas se llevaron a la cabeza cuando las primeras empresas cobraron a sus empleados a cambio de permitirles trabajar, lo cierto es que el experimento ha sido todo un éxito: “En una empresa uno recibe una formación que en realidad no se puede pagar con dinero, pero que al menos se puede compensar parcialmente”, explica Rebeca Martínez, responsable de empleo de la casa de subastas Clisbal.

Cuando el empleado está formado y produce beneficios a la empresa es cuando comienza a percibir un sueldo. “Los primeros años son difíciles, sin duda, pero a partir de los 35 hay mucha gente que ya pasa a cobrar unos mil euros al mes y puede comenzar a devolver los créditos a los bancos”. La banca ha sido una de las grandes favorecidas por la iniciativa: los beneficios del sector han llegado casi a duplicarse en los últimos cuatro años.

-12.000. Ofrecen 12.500. ¿13.000? Recordemos que el puesto cuenta con luz natural. ¿Alguien ofrece 13.000? Tenemos 13.000. ¿13.500? ¿Nadie ofrece 13.500? 13.500 a la una. 13.500 a las dos. 13.500 a las tres. Adjudicado por 13.500.

“Me había puesto el límite en 12.000 -explica Jordi, de 29 años, que se ha llevado el empleo-, pero al final he decidido subir porque puedo ir andando a la oficina y me ahorro el transporte”. Jordi tiene un empleo, pero esta oferta mejora sus condiciones: “Estoy pagando 18.000 al año en mi actual trabajo y ya me dijeron que no pueden cobrarme menos porque la empresa sigue en pérdidas y el director general se ha comprado una casa nueva”. A Jordi le sale a cuenta el cambio incluso teniendo en cuenta que tendrá que compensar a su empresa con 3.000 euros por romper el contrato para marcharse.

Jordi sale a la calle para llamar a sus padres y darles la buena noticia. Frente a la puerta hay media docena de manifestantes, con carteles con lemas perezosos como “el trabajo es un derecho” y “no se paga por trabajar”.

Las protestas cada vez son menos, explica Martínez, de Clisbal: “Antes venían todos los días, pero ahora solo se acercan de vez en cuando. Ya nos conocemos y nos saludamos, son buena gente”. En su opinión, no saben cómo funciona el mundo: “¿Cuál es la alternativa que ofrecen? Porque aquí no vivimos en el país de la gominola, sino en una economía de mercado. Claro que a todos nos gustaría cobrar por hacer nuestro trabajo, pero eso no se sostiene: ¿cómo vas a pagar a alguien que acaba de llegar y no sabe ni dónde está el baño? Esa persona tendrá que poner algo de su parte, ¿no? Además, es que ya es una realidad. Hoy en día, si no quieres pagar por trabajar, la única alternativa es el paro. ¿Quién quiere estar desempleado, con la que está cayendo?”.

Un día en la vida de Jaime Rubio resumido en titulares

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Foto: Denny Müller (Unsplash)

– “¿Por qué?”, se pregunta cada mañana un vecino cuando suena el despertador

– Vecino sale desnudo a la calle, sembrando el caos en el barrio

– Hablamos con el vecino que salió desnudo esta mañana: “¡Yo qué sé! ¡Tenía sueño! ¡Dejadme en paz! ¡Destructores!”

– Pasajero habla con el conductor del autobús a pesar de lo que dice el cartel

– Segundo pasajero se une a la ya conocida como “tertulia del autobús”

– Dos muertos y tres heridos en el accidente de un autobús en la A-2

– La “tertulia de la ambulancia” se emitirá en Radio Nacional a partir del año que viene

– Tomar tres cafés antes de las 9 no es perjudicial para la salud y esos temblores son perfectamente normales

– Descubierto empleado cuando intentaba dejar a un maniquí en su puesto para irse a casa

– “¡Pero si mi jefe es un maniquí!”: el empleado despedido por dejar a un maniquí en su puesto reclama ante la justicia

– Juez maniquí declara nulo el despido por parte de un maniquí del empleado que dejó a un maniquí en su puesto

– Empleado sale a cazar su comida

– Empleado es atacado por dos patos del parque

– Familia recibe extraña nota de rescate: “Si queréis ver a Jaime con vida, enviad todo el pan que tengáis”

– Hombre liberado tras dos horas de secuestro y después del pago de 800 barras de pan duro

– Familia descubre consternada que el hombre liberado no era su padre

– Los patos secuestradores se disculpan por haber enviado la nota a la casa equivocada

– Tras dos horas secuestrado por patos, este hombre no puede dejar de comer pan

– “¡El síndrome de patocolmo es real! ¡Y nadie me creía!”: una señora con bata blanca asegura ser una experta en secuestros

– Farmacia denuncia el robo de una bata

– Hombre secuestrado por patos se reincorpora a su trabajo tras la traumática experiencia y con secuelas aún visibles: “¿Cuák era mi mesa, que no me acuerdo?”

– ¡Momento incómodo! Un empleado coincide en el ascensor con el consejero delegado

– ¡Exclusiva! El consejero delegado pasa todo el día en el ascensor para causar el pánico a sus empleados

– Hombre escucha lista de 30 sugerencias de Spotify en apenas medio minuto: “No me salen nada más que mierdas”

– “El sol se pone cada vez más tarde”, asegura un señor mayor mientras gruñe en el autobús de vuelta

– El mismo señor mayor sigue gruñendo: “¡Qué ganas de que sea noviembre otra vez!”

– Autobús abandona en el arcén a pasajero que gruñía demasiado

– Llevar los pantalones en los tobillos y otras 11 formas de triunfar con el autoestop

– El 100 % de los autoestopistas de la A-2 son muy feos, asegura estudio

– Persona demasiado extrovertida recoge a autoestopista

– “Cada persona tiene una historia que contar, ¿cuál es tu historia?”, pregunta un conductor a un autoestopista

– Autoestopista prefiere ir caminando

– ¿Quién es el loco que vive en la A-2 y grita a todos los aviones que pasan?

– Hombre descubre que llevaba todo el día con calcetines de diferente color

– Escritor anuncia el título de su autobiografía: Calcetines de diferente color

– ¿Este manuscrito está maldito? Cuatro editores se suicidan tras comenzar a leer Calcetines de diferente color

– Hombre se declara “un genio de la cocina y futura estrella Michelin” tras prepararse una cena con “lo que había en la nevera”

– Hombre ingresado en el hospital tras ingerir seis litros de sangre

– Arrestado el ladrón de sangre que asaltó varios hospitales de la zona

– Policía descubre que no ha arrestado al ladrón de sangre, sino a un maniquí

– “Jamás me atraparéis”: reproducimos íntegra la nota que el ladrón de sangre envió a la policía tras su fuga

– Escuadrón de patos policía arresta al ladrón de sangre

– Ladrón de sangre confiesa: “¿Qué? ¡Yo no he confesado! ¿Por qué escribes eso?”

– A las 10 en la cama: así es la rutina en prisión del ladrón de sangre

¡Vamos a morir todos!

Back-to-the-Future-Day

– 1994 está tan cerca de 2018 como 2042.

– Ha pasado tanto tiempo desde el año 2000 hasta ahora como entre 1982 y el año 2000.

– Hace 27 años del Smells Like Teen Spirit. Kurt Cobain murió con 27 años. Ahora tendría 259 años, como Shakespeare.

– ¿Recuerdas cuando de niño pensabas que la gente de 20 años era muy vieja? Pues ahora tienes 38.

– No solo tienes 38 años, también tienes un tumor en el hígado que te está matando sin que tú lo sepas.

– Si no te mata el cáncer, te matará Antonio Sánchez, ese tío de tu oficina tan raro. Dentro de unos meses se liará a tiros con todo el mundo.

– Los nacidos en el año 2000 ya están en la universidad.

– Han ido en coches voladores y disparando rayos láser por las orejas.

– De niño soñabas con un futuro con coches voladores. ¿Pero para qué quieres coches voladores si morirás atropellado por un tranvía el 12 de noviembre de 2020 a las tres y cuarto de la tarde?

– Por un tranvía. Como en el siglo XIX.

– Han pasado tantos años desde 1899 como desde que Nirvana publicó In utero. 612 millones de años.

– ¿Te acuerdas de los vinilos? Se extinguieron cuando cayó un meteorito.

– ¡Bum! Te acabas de contagiar de sida.

– Tu madre ya ha cocinado la cena y tú aún no te has levantado del sofá.

– Se acaba de ir el autobús que tenías que coger.

– Hace muchos años era 1997.

– Espinete era bisexual.

– Mira tu reloj. Se ha parado porque el tiempo pasa demasiado deprisa y no merece la pena intentar medirlo.

– El lunes compraste uvas. Abre la nevera. Esas uvas ahora son un vino del Priorat con 14 meses de barrica.

– Te estás quedando calvo.

– Hace 10 años que acabó Breaking Bad. Y desde entonces no te callas. Deja de recomendarla.

– Tu sobrino aún no ha nacido. Ocho años más tarde, tu sobrino tiene 52 años y trabaja en un banco.

– Piscis y escorpio se llevan mal.

– Eres zurdo.

– Son las siete y media.

– Son las siete y mediaPASADAS.

– Compraste una cosa en Amazon y ya te llegó.

– Se está haciendo tardísimo.

– Anochece. Anochece EN TU VIDA.

– Aún no te has dado cuenta, pero llevas diecisiete minutos muerto. Los mismos que Kurt Cobain.

Mi tesis doctoral

Foto: Thomas Kelley (Unsplash)

Ante las dudas surgidas acerca de mi tesis doctoral, titulada ¿Es el neotomismo una refutación de la teoría de la relatividad? Por supuesto que no, menuda tontería, si no tienen nada que ver, reproduzco algunos fragmentos con el objetivo de acallar rumores y confirmar mi buen hacer y mi ética profesional y personal.

“Quiero dedicarle este trabajo de final de carrera a mis amigos del Bar Bero, que me estarán viendo” (p. 2).

“Como dice Jaime Rubio: ‘Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos Joaquín, que es un nombre como muy futurista. Tanto, que no se lo puedes poner a un niño, porque es nombre de persona mayor. Solo se lo puedes poner dentro de 42 años, cuando crezca y sea abogado o contable o algo así. Pero de niño le tienes que poner otro nombre. Ahora no sabría cuál decirte” (p. 14).

“A la luz de todos estos datos, hemos de concluir que los osos panda no son tan simpáticos como parecen, sino que en realidad son crueles asesinos que planean matarnos a puñaladas mientras dormimos. ¡Menos mal que están a punto de extinguirse! Según mis cálculos, tal cosa ocurrirá el 18 de noviembre a las 16:42” (p. 28).

“Entonces le dije a mi jefe que si volvía a hablarme así, cogía mis cosas y me iba, que yo soy el único que trabaja en esta puta empresa” (p. 42).

“Bueno, no lo dije, cómo le voy a decir algo así. Pero lo pensé muy fuerte” (p. 43).

“Seguro que nadie llega hasta la página 82 de este texto. Aquí puedo poner lo que me salga de la polla” (p. 82).

“Después de esta breve introducción, entremos en materia” (p. 114)

“¿En qué consiste el principio de incertidumbre de Heisenberg? Nadie lo sabe, en caso contrario se llamaría el principio de certidumbre” (p. 133).

“4, 6, 5, 1, 2, 3. Este es mi ránking de las películas de Misión imposible” (p. 150).

“¿No has visto Breaking Bad? Es buenísima, tío, tienes que verla. Va de un tío al que le da igual todo porque se va a morir y hace lo que los demás no nos atrevemos aunque lo estemos deseando: dejarnos perilla” (p. 152).

“… perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro…” (p. 177).

“En conclusión, queda demostrado que el sistema fiscal propuesto por Schumpeter (1988:230 y ss.) es en el mejor de los casos insuficiente, cosa que queda recogida en las críticas que le hace sobre todo Johnson. Sus modificaciones se aprecian en el gráfico 4.5” (p. 202).

“No, espera, eso estaba mal” (p. 202).

“Un momento, que lo tenía en otra libreta y no sé dónde lo puse” (p. 202).

“Ahora. A ver, hay que borrar las 20 páginas sobre Schumpeter y sustituirlas por lo siguiente: ‘Bua, Breaking Bad es buenísima. Y tienes que ver la de Bojack Horseman. Va de un caballo que habla, es la monda. Un caballo que habla… Lo que inventan estos tíos” (p. 202).

“Flipo con los emprendedores. Habría que enviarlos a trabajar al campo, a ver si se les quita la tontería. Cambiando de tema, mi propuesta es un sistema mobile first con ingresos sobre todo por publicidad, pero sin miedo a pivotar en caso necesario. Diez mil euros y estás dentro” (p. 216).

“Cinco mil euros, pero te estoy haciendo un favor” (p. 216).

“Mil euros. Cien. Lo que lleves” (p. 216).

“La perilla es lo mejor. Me da igual lo que digan. Es lo puto mejor. Es elegante, pero de malote, como de salir en una peli de Tarantino con una chaqueta de cuero” (p. 220).

“…perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro…” (p. 233).

“Por cierto, ahora que me acuerdo. El otro día me crucé con tu hermano por la calle. Hacía años que no le veía. Ya me contó que estuvo trabajando fuera. Si es que lo de la crisis… Y aún dicen que se ha arreglado” (p.240).

“¿Sabes cómo acababa yo con la crisis? Enviaba a los políticos a trabajar al campo, a ver si se les quita la tontería” (p. 242).

“Me gusta despertarme pronto los fines de semana, para aprovechar el día” (p. 255).

“Ahí conozco yo un sitio de arroces buenísimo. Cuando vayas, avisa y te digo. Hay que reservar, eso sí, pero no es caro” (p. 288).

“Voy a ir pasando a las conclusiones, que tengo que coger un autobús a las siete y media” (p. 301).

“Sí… Sí… Yo ya se lo dije… No… Eso no… Pues se lo ha inventado… ¡Hostias! No, nada, que me había dejado la tesis abierta mientras hablaba contigo y se seguía escribiendo. Espera, que la cierro” (p. 330).

“La cebolla tiene que estar dorada, pero no se puede quemar. Si se quema la cebolla, ya puedes empezar de nuevo porque no vale nada” (p. 349).

“¿Un color? El azul. ¿Con qué persona célebre, viva o muerta, me iría de cañas? Con Jaime Rubio. ¿Qué hábito ajeno no soporto? La gente que respira. No hay aire para todos, no abuses, que no estás solo en el mundo” (p. 388).

“Total, que luego no me cogía el teléfono” (p. 440).

“Mierda, me he dejado la cafetera puesta” (p. 448).

“… perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro, perro… Y ya está: 200.000 palabras” (p. 590).

Se equivoca

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—¡Antonia! Perdona que te llame tan tarde, pero…

—No, se equivoca.

—¿Me equivoco?

—Sí.

—¿Segura?

—Y tanto, aquí no hay ninguna Antonia.

—¿Y no es posible que te hayas equivocado tú y que seas Antonia?

—¿Pero cómo me voy a equivocar yo en eso?

—Es que yo casi nunca me equivoco. La última vez fue en 2003, cuando dije que me parecía una tontería que los móviles llevaran cámara, que eso no tenía ningún sentido.

—Pues se le ha fastidiado la racha porque se equivoca de número. Y de persona.

—¿Tú no eres Antonia? ¿Mi prima Antonia?

—Qué va, me llamo Jordi.

—¿Jordi? ¿Seguro? Mira que Antonia es muy despistada.

—Sí, Jordi. De toda la vida, además.

—¿Y tus amigos y familia te llaman Jordi?

—Bueno, a veces me llaman Antonia, pero es por una broma nuestra. Una broma privada que tenemos. Se la contaría, pero no la iba a entender.

—¿Y no te parece raro, Antonia?

—Hombre, un poco sí, ahora que pienso.

—¿Y no estás casada con Ramón?

—¿Qué? No, no. Yo estoy soltero. Soltero del todo.

—Hazme un favor, Antonia. Dime, ¿ahora mismo estás en casa?

—Sí. Pero no me llame Antonia, que me pone de los nervios.

—¿Y estás sola?

—Solo. Esto solo, no sola ¡Coño! Hay un señor sentado a mi lado en el sofá.

—Pregúntale cómo se llama.

—Madre mía, dice que Ramón.

—¿Lo ves como eres Antonia? Si es que llevas un despiste encima…

—Ahora me hace dudar. De hecho, este señor está preguntando: “¿Pero qué te pasa, Antonia?”.

—¿Lo ves?

—Igual se refiere a usted.

—No, no. Yo no soy Antonia, Antonia. Yo soy Eugenia, Antonia.

—Ojo, que yo estaba convencida de que me llamaba Jordi.

—Somos dos contra uno. Me parece que está bastante claro que tú eres Antonia.

—No estoy nada de acuerdo con que algo así se pueda decidir votando.

—A ver… ¿Cómo se llama tu hijo?

—¿Lo ve? Yo no tengo ningún hijo.

—Hazme otro favor y vete al cuarto a mirar.

—¿A qué cuarto?

— Yo qué sé. A uno donde quepa una cuna.

— …

— …

—Pues es verdad, había un bebé.

—Claro.

—Aunque no sé si niño o niña.

—Niño, créeme, Antonia. O le puedes preguntar a Ramón.

—¿Y cómo sé yo que no están ustedes dos compinchados para hacerme creer que soy Antonia y no Jordi?

—¿Pero qué interés iba a tener yo en eso?

—No sé… ¿Para qué me llamaba?

—Pues para saludar.

—¿Y qué número ha marcado?

—Pues el tuyo.

—¿Y cuál es el mío?

—Pues el que he marcado.

—No, no, pero dígamelo.

—Eso da igual ahora.

—No, no da igual.

—Vale, vale, lo admito. Me he equivocado. Llamo desde el fijo y al mirar el número en el móvil me habré liado.

—Ah, ¿lo ve? Entonces yo soy Jordi, ¿verdad?

—Sí, sí, Jordi… O quien sea, yo no lo conozco de nada. Es que no soporto equivocarme y soy capaz de cualquier cosa con tal de no admitirlo.

—Menos mal. No le negaré que me había asustado. Imagine: ¿y si, por ejemplo, me hubieran implantado todos los recuerdos de Jordi hace dos minutos, borrando los de Antonia? ¿Quién sería yo en realidad, si tenemos en cuenta que la identidad es, en gran medida, producto de la memoria? ¿Soy quien recuerdo ser, quien los demás me dicen que soy, o hay algo en mi ADN que…?

—Bueno, déjelo. Que ya le he dicho que me he equivocado.

—Sí, sí, perdone.

—No, perdone usted. Es que como no me pasa casi nunca, me da mucha rabia y me enfado muchís.

— Normal, lo entiendo.

—Desde 2003. Cada vez que lo pienso…

—Oiga, ¿y con la lotería tampoco se equivoca nunca?

—Nunca. Siempre digo: “No me va a tocar”. Y no me toca.

—Increíble.

—En fin, ya le dejo.

—Una cosa: ¿qué hago con el bebé y con el señor que está en mi sofá?

—Ahora aviso a Antonia para que los recoja.

—El señor se está comiendo mi queso.

—Tendrá hambre.

—Dese prisa, por favor.

La ley de la gravedad

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Andrew Dunn / Wikimedia

—Pues he inventado la gravedad.

—¿Eso no estaba ya inventado, señor Newton? ¿Cómo distinguimos las notas unas de otras, si no?

—No, no. Me refiero a la fuerza de la gravedad.

—¿Y para qué sirve esta fuerza, señor Newton?

—Empuja las cosas hacia abajo.

—Ah.

—Creo que no lo estás entendiendo. Acompáñame.

—Sí, señor Newton.

—Mira, en esta habitación tengo encendida la fuerza de la gravedad. Ahora tiraré esta naranja. ¿Lo ves? Se cae al suelo.

—Parece que le ha hecho daño. Al rebotar era como si intentara escaparse. No parecía agradable.

—No digas tonterías, que he arrojado una naranja, no un toro.

—¿Y esto de la gravedad para qué sirve?

—Hombre, pues para que no se desperdiguen las cosas. ¿Recuerdas el otro día cuando perdí las gafas? Tienen que estar ya por Saturno. Con este nuevo invento sabré dónde mirar: en el suelo.

—Pero se van a romper.

—Bueno, no siempre, no seas cenizo.

—¿Y la gente también se caerá?

—Solo los torpes.

—No sé, no lo veo claro.

—Prueba, prueba. Pasa dentro y me cuentas. Espera, espera, pon los pies abajo y agárrate a la silla.

—¡Uoh! ¡Esto es raro! ¿Cómo lo hago para moverme?

—Tienes que caminar.

—¿Cami qué?

—Mueve la pierna derecha hacia adelante. Muy bien. Y ahora la izquierda.

—Esto es muy raro.

—Hay que acostumbrarse. Pero solo es cuestión de práctica.

—¿Y si tenemos prisa?

—Pues lo mismo, pero más rápido. Lo llamo prisaminar.

—Sigo sin verle las ventajas a esto.

—Pues mira, de entrada podemos estar charlando sin tener que estar con una mano agarrándonos a una columna y con la otra sujetando la cerveza.

—Bueno, sí, pero esto es agotador.

—Hombre, pero deja de caminar.

—¡Me caeré!

—No, no. Mira, prueba a sentarte. No hacen falta ni sillas: en el suelo.

—¿Cómo me voy a sentar aquí? ¡Moriré aplastado por su estúpida gravedad, señor Newton!

—Mira, lo voy a hacer yo.

—¡Cuidado! ¡No!

—¿Lo ves? Ya está. Ahora tú.

—Ay… Pues sí. La verdad es que sentarse cuando hay gravedad no está mal del todo.

—Esto se lo voy a vender primero a los bares. Van a ser mucho más fáciles de limpiar: solo tendrán que fregar el suelo.

—Me sigue costando pensar que la gente vaya a pagar por esto.

—Todo el mundo querrá tener gravedad en su casa.

—No lo sé… Piense en los niños. ¿Es que nadie piensa en los niños?

—¿Qué les pasa?

—¡Se van a caer! No creo que puedan caminar al menos hasta que sus cuerpos se formen a los 22 o 23 años.

—Con agarrarlos bien basta.

—Aquí las cosas pesan mucho. Como para sostener a un adolescente.

—Lo que nos cuesta a los genios convencer al vulgo, ¿eh? Hay que ver, qué poco os gustan los avances.

—Esto no es un avance, señor. Esto es un peligro.

—Peligro es que no haya gravedad. La semana pasada me quedé dormido debajo de un manzano y desperté en Bristol.

—Pero con la gravedad se le habrían caído todas las manzanas encima mientras estaba dormido.

—No exageres…

—Hablando de caer. ¿No se caerá la Luna sobre la Tierra?

—La gravedad no es tan fuerte. La Luna está lejísimos: ¿no ves que apenas es un puntito blanco en el cielo, un poco más grande que cualquier otra estrella?

—Sigo sin verlo claro.

—Si todo el mundo se lo toma como tú, voy a tener que presionar al Parlamento para que la gravedad sea una ley.

—¿Una ley de la gravedad? Señor Newton, eso es ridículo. No puede hacerlo. Iría en contra de todas las libertades.

—Solo al principio, hasta que la gente la pruebe y se dé cuenta de las ventajas.

—Pero señor Newton…

—No sería en todas partes. Podríamos empezar con los parques.

—No puede obligar a la gente a caminar por un parque.

—No se escaparían tantos perros flotando.

—¡No, claro! ¡Se caerían y se matarían!

—¿Cómo se van a caer si no pueden ni siquiera comenzar a volar? Razona un poco, por favor. ¿Esto es lo que va a pasar a partir de ahora? ¿Voy a tener que responder a objeciones ridículas? ¡Todo el mundo tiene una opinión. O quince opiniones. ¡No me interesa saberlas! ¡No pienso hablar con nadie que no tenga conocimientos mínimos de física o de alquimia!

—¿Pero no se da cuenta de que…? No puedo ni hablar. Voy a salir… Estoy agotado.

—Te falta práctica, pero solo es cuestión de pasar unas pocas horas aquí cada día.

—No… No puedo…

—A mí me va muy bien para escribir. ¡La tinta se queda en el frasco!

—Me voy…

—Bueno, pues nada, vete. Pero que sepas que mañana voy a poner gravedad en toda la casa.

—Señor, por favor. No me haga esto. Que luego me toca a mí recogerlo todo.

—La decisión está tomada. Pensé que me apoyarías, la verdad, pero me da lo mismo. Esta es mi casa y se hace lo que yo digo. Si no promuevo mis propias invenciones, ¿cómo voy a convencer a los demás de que las usen?

—¿Es que la ciencia no conoce límites?

—Precisamente lo que hace la gravedad es poner límites. ¡El suelo!

—Señor, lo siento mucho, pero si pone gravedad en toda la casa, voy a tener que buscarme otro empleo.

—¡Me da lo mismo! ¡No te necesito para nada! ¡Exceptuando comer y vestirme y todas esas tonterías!

—Otro asunto, si me permite…

—Dime.

—Gravedad es un nombre malísimo. La gente va a pensar que habla de música.

—Pues por eso. La música es bonita. ¿Quién no quiere tener algo grave? No la voy a llamar fuerza de la agudeza. Aún creerán que les quiero clavar algo.

—Le ruego lo reconsidere.

—¿El nombre?

—Todo.

—Anda, sal ya de la habitación, que te va a dar algo.

—No puedo… No sé ponerme de pie.

—Arrástrate. Como si fueras una lagartija. Eso es. Muy bien. Ya casi está. ¿Lo ves? Todo ventajas. Pero muévete. De verdad, yo es que así no puedo. Siempre en contra del progreso. Así no vamos a ningún lado. Ni la humanidad ni tú: mueve los brazos. No, si aún tendré que cogerte en brazos. Pero haz fuerza. No, así no. Primero un brazo y luego el otro. Así, muy bien. Un poco más. Ya casi lo tienes.

Modelo de carta de baja voluntaria

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NOMBRE DEL TRABAJADOR

DOMICILIO DEL TRABAJADOR

AL DEPARTAMENTO DE RRHH

D./Dª …………………………… con D.N.I. ……………………………, siendo aún trabajador de esta empresa, les comunico mediante el presente escrito mi voluntad de causar baja voluntaria, siendo mi último día de trabajo el …………………………….

Se trata de una decisión que tomo con el corazón en un puño y el alma encogida, pero a la que me veo forzado tras: (MARCAR EL MOTIVO APLICABLE)

  • Haber perdido una apuesta.

  • Haber sufrido un grave accidente que me ha causado un más que evidente daño cerebral.

  • Haberse descubierto que soy comunista.

  • Haber llegado a un acuerdo con la empresa después de que mis superiores me hayan descubierto robando / masturbándome / defendiendo el comunismo / pidiendo un aumento de sueldo.

  • Haberme dado cuenta de que no soy digno de trabajar aquí.

  • Otro motivo: (ESPECIFICAR)

De acuerdo con la normativa vigente y el Convenio Colectivo aplicable, realizo esta comunicación con 15 días de antelación. Les ruego que para el último día de prestación de servicios preparen la documentación relativa a la liquidación, así como el certificado de empresa. Yo traeré el rostro compungido y bañado en lágrimas, además de las ojeras que evidenciarán una mala noche por culpa de los remordimientos y por el temor a terminar como Alfredo Llorente.

No me quiero despedir sin antes aclarar que no hay más responsable de esta ruptura que yo mismo. Vaya donde vaya, jamás me encontraré con profesionales tan competentes como con los que me he cruzado en esta compañía, en especial el señor director general. Sé que mi marcha es un error y asumo que dentro de unos meses, tal vez semanas, me habré arrepentido de mi decisión.

¿Podré entonces volver arrastrándome y pidiendo clemencia? Es posible, ya que la magnanimidad de los directivos y accionistas de esta empresa es bien conocida, como demostró el caso de Alfredo Llorente, que pasó dos años fuera y volvió con el rabo entre las piernas, aceptando el mismo empleo con un recorte del 20 por ciento del sueldo. Así de desesperado estaba. Pero incluso aunque yo también regrese habiendo aprendido una importante lección de humildad, soy consciente de que siempre quedará algo de resquemor, de que nunca volverá a haber confianza plena y de que la culpa será mía, solo mía.

De todas formas y llegado el caso, quizás con mucho tiempo, mucho trabajo duro, muchas horas extra y la renuncia a días de vacaciones, es posible que todo acabe volviendo a cierto nivel de normalidad. Seis años más tarde, Alfredo Llorente cobra ya casi lo mismo que antes de irse y, lo que es aún mejor, el señor director general le ha devuelto el saludo, aunque sigue sin dirigirse a él por su nombre. “Eh, tú -le dice-, ¿qué tal todo? ¿Como va con Pedro, en ventas?”. Y luego añade, sin esperar respuesta y mientras prosigue su camino: “Bien, bien, me alegro”.

El señor director general sabe perfectamente en qué departamento trabaja Alfredo Llorente y que no está con Pedro, en ventas. Pero Alfredo Llorente tiene una lección muy importante que aprender: que no está bien traicionar a la gente que ha confiado en ti y que ha puesto en tus manos informes, clientes, el material de oficina y, en una ocasión, las llaves del armario del mueble bar del señor director general, para limpiar bien los vasos antes de una visita.

Este trato o, mejor dicho, este proceso de aprendizaje le está sirviendo a Alfredo Llorente para crecer como persona. Y quizás yo debería tomar nota: con la que está cayendo, ¿merece la pena dejar una empresa solo por dinero, olvidando las relaciones personales que he creado, despreciando el hecho de que, por ejemplo, cada diciembre se me ha invitado a una cena de Navidad con barra libre?

Desde luego, Alfredo Llorente es consciente de todo esto, como reconoció en el discurso que leyó, precisamente, durante la pasada cena de empresa y que, a pesar de los rumores, no había escrito el señor director general. Tampoco es cierto que Alfredo lo leyera bajo la amenaza de ser despedido. Y las lágrimas eran de alegría, como pudo apreciar cualquiera que sepa un poco de psicología y tenga algo de sentido común.

Me gustaría recordar la frase: “Si no tuviera dos hijos pequeños me liaba a tiros con todo el mundo, comenzando por el puto señor director general” y subrayar que no se trataba más que de una pequeña broma navideña que el señor director general recibió con carcajadas. He decidido dejar la empresa y no se puede dudar de mi sinceridad cuando digo que otra cosa no, pero sentido del humor, el señor director general tiene un rato.

Es más, aprovechando que no se puede desconfiar de mi buena fe, me gustaría insistir en que las críticas a la dirección de la compañía en lo que se refiere a este caso son tremendamente injustas. Por ejemplo, Alfredo Llorente dispone de despacho propio y eso nadie lo recuerda. Y no, no es un “armario”. Es un despacho en el que antes se guardaban paquetes de folios y en el que ahora, también, porque en algún sitio habrá que ponerlos. En todo caso, Alfredo Llorente tiene espacio de sobra para su silla y para una carpeta de cartón que usa a modo de mesa.

El hecho de que a partir de esa pequeña broma, Alfredo Llorente asumiera la tarea de llevar y recoger del tinte los trajes del señor director general no tiene nada que ver con dicha frase, sino que se trata de una nueva muestra de la confianza que la empresa está recobrando en quien se puede calificar de hijo pródigo, al asignarle cada vez más responsabilidades.

Y así es como también debemos juzgar otras funciones de Alfredo Llorente, como limpiar el coche del director general, sacar a pasear al perro del director general y acudir en nombre del señor director general a las reuniones de propietarios del parking. ¿Qué mejor prueba de que poco a poco Alfredo Llorente está recuperando la confianza de la empresa? ¿Qué mejor ejemplo que el de Alfredo Llorente para que me quede más o menos claro que dejar la compañía para buscar otras oportunidades supone un error para mi carrera profesional? ¿Qué mejor evidencia de que, eso sí, la empresa perdona y en caso necesario me recibirá con los brazos entrecerrados, incluso aunque no haya vacantes, con el único objetivo de susurrarme “te lo dije”, cada mañana hasta que me jubile, cuatro o cinco años más tarde de lo que debería porque se han perdido, entre comillas, unos papeles, pero que nadie se lo diga a Alfredo Llorente, que es una sorpresa que le tenemos preparada para dentro de poco más de veintitrés años?

Dicho lo cual, quiero expresar mi más sentido agradecimiento por estos años tan maravillosos, en los que he cobrado más de lo que debería porque, admitámoslo, no es solo que nadie esté a la altura de la empresa, sino que todos los empleados tendríamos que pagar por el privilegio de trabajar aquí, especialmente el de poder colaborar con el señor director general. Desde que comencé en esta empresa, el señor director general es mi modelo, la persona en la que me quiero convertir. No hay forma de expresar cuánto he aprendido de él.

Alfredo Llorente sí puede decir que ha aprendido que no te puedes fiar cuando te llaman de recursos humanos dos años más tarde y te hacen una oferta que parece tan buena que dejas tu trabajo sin firmar nada y te encuentras con que la oferta final que te hace el señor director general en persona no es la misma que te hizo la responsable de recursos humanos, quien cada vez que ve a Alfredo Llorente agacha la cabeza. Ya le ha explicado más de una decena de veces que ella no sabía nada y Alfredo Llorente la cree y le ha dicho también varias veces que no tiene nada que perdonarle, que no es su culpa, pero aun así a la pobre mujer le sabe todo fatal.

Quedo a su disposición para cualquier aclaración que necesiten.

LUGAR Y FECHA

Fdo. el trabajador

Fdo. La Empresa