La terracita

Powerhouse Museum (Flickr Commons)

Tras la llamada de unos vecinos, mi compañero de patrulla y yo mismo nos personamos en el lugar de los hechos, el bar llamado Tolo, a las 19:58 horas. Nada más acercarnos a la zona de la disputa oímos gritos y amenazas, sin que pudiéramos especificar en ese momento quién las profería, a quién iban dirigidas y si la madre de la persona interpelada estaba presente o no para defenderse de tales injurias.

En la terraza del antes mencionado bar discutían acaloradamente dos hombres varones de sexo masculino. Tal y como pudimos averiguar en cuanto los separamos y calmamos, uno de ellos era el dueño del local, Arturo Sánchez, mientras que el otro era un vecino llamado Álvaro Gutiérrez, al parecer afectado por las molestias ocasionadas por el funcionamiento de dicho establecimiento.

Procedimos a hablar primero con el vecino. Queríamos así contribuir a que se tranquilizara, al ser quien se mostraba más alterado de los dos. En estos casos es importante que la otra persona se sienta escuchada, tal y como leí en el blog de una psicóloga a la que sigo mucho y que me recomendó mi señora. Parece que no, pero estas cosas ayudan. Cabe decir que se trata solo de una técnica psicológica y que en todo momento mantuvimos la neutralidad que se espera de nuestro trabajo.

El vecino nos contó que vivía justo encima del bar, en el primer piso del mismo edificio. Llegando ese día a su vivienda en torno a las 19:00 horas oyó un ruido en su balcón, que da a la terraza del establecimiento. Creyendo que se trataba de la habitual algarabía festiva del bar llamado Tolo, se asomó para quejarse, como reconoce que hacía habitualmente, pero su sorpresa fue que se halló, en su propio balcón, con cuatro clientes del bar, sentados en dos mesas metálicas, bebiendo Mahou y picando unas aceitunitas y unos frutos secos, cortesía de la casa.

Ante la sorpresa y la ira de Gutiérrez, los clientes le explicaron que uno de los camareros les había dicho que la terraza estaba completa, pero que quedaba sitio en “la terraza superior”, a la que se accedía a través de una escalera apoyada contra la barandilla del balcón de Gutiérrez.

El vecino intentó echarles a gritos. Admitió haber proferido palabras subidas de tono e incluso haber arrojado un cuenco, cree recordar que de aceitunas, por el balcón. Fue entonces cuando el dueño del bar llamado Tolo intervino, saliendo del local y pidiendo a Gutiérrez desde la calle que dejara en paz a sus clientes. El vecino bajó y el intercambio de pareceres fue subiendo de tono, llegando al punto de que los clientes de la terraza superior prefirieron irse (motivo por el que no pudimos hablar con ellos cuando llegamos al lugar de los hechos). 

El dueño del local nos mostró los permisos para ampliar su terraza hacia el balcón del vecino inmediatamente superior a su local. Estos permisos estaban vigentes y en orden. Además de eso y según el hostelero, el vecino no usa nunca el balcón, excepto para apilar unas cajas y una bicicleta oxidada “que ni siquiera deberían estar ahí”, y por eso en el ayuntamiento le concedieron el permiso en solo una semana. 

También nos contó que se trata de uno de los vecinos “conflictivos” de la plaza: “Uno de esos que cuelga pancartas contra el ruido, pero luego el que hace ruido y molesta a mis clientes es él, no se si se han fijado en cómo gritaba”. 

No solo los papeles estaban en regla, sino que comprobamos que la terraza cumplía las condiciones para proceder a su crecimiento vertical, al no quedar sitio ninguno en la acera en el que colocar ninguna otra silla. Informado al respecto, el vecino se quejó y, visiblemente alterado, preguntó por qué tenía que meter él a gente en su casa, mostrando su sorpresa cuando se le recordaron sus obligaciones para con el mantenimiento del turismo y del crecimiento económico. Se le preguntó por la última vez que había salido al balcón y contestó con vaguedades, admitiendo así, al menos en parte, que esa zona de su casa estaba completamente desaprovechada, sobre todo si se comparaba con el servicio que podían dar dos mesas sirviendo cervezas y alguna que otra tapa siete días a la semana.

A pesar de que el dueño del local había aludido a un historial conflictivo por parte del vecino, decidimos limitarnos a amonestarlo verbalmente y pedirle que no importunara a los clientes del bar llamado Tolo, que tenían todo el derecho a disfrutar de su refrigerio sin que nadie les tirara las aceitunas a la calle. Le recordamos que en el caso de que le molestaran el ruido y el humo del tabaco de estos clientes, algo sin duda inevitable, siempre podía cerrar la ventana que daba al balcón.

El vecino no se lo tomó bien y amenazó con acciones legales. Conseguimos calmarle y hacerle ver que el local tenía todos los permisos en regla y que iba a ser perder el tiempo. Insistimos en que siempre era mejor una solución amistosa, a la que también se mostraba inclinado el señor Arturo Sánchez. En este sentido, le recordamos que el dueño del local ni siquiera le había exigido que pagara las consumiciones de los clientes que se habían marchado y a quienes había tenido que invitar. Añadimos que no queríamos tener que volver y reventarle la cabeza a hostias, a ver si así aprendía. Que no hay nada más agradable que una terracita en verano, hijo de puta, y que a ver dónde quería que el bar pusiera las mesas, ¿en lo alto de los coches o qué, pedazo de subnormal? A ver si dejamos que la gente se divierta en paz, amargado, que eres un amargado. Uno sale del trabajo, con el calorcito de la tarde, y qué mejor que tomarse una cervecita tan tranquilo en el bar sin tener que soportar los lamentos del clásico paliducho que se pasa todo el día en casa, quejándose de cualquier cosa, joder ya, aprende a divertirte o al menos deja en paz a los que sí saben hacerlo. Sal tú también de vez en cuando. Relájate, pedazo de cabrón. O al menos cierra la puta boca, que no hay nada peor que el ñiñiñi de un cenizo, que se le quitan a uno las ganas de vivir con tanta protestita de mierda. Procedí a darle las dos palmaditas suaves en la mejilla, técnica también recomendada en el blog de la psicóloga antes mencionada para demostrar dominación física y mental. Sonreí y dije: “Nos vamos entendiendo, ¿verdad?”, a lo que mi compañero, que no lee este blog por más veces que se lo recomiende, añadió un innecesario y diría que contraproducente: “Pues arreando, que es gerundio”.

Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas