El síndrome del impostor

 

Como casi todo el mundo, yo también he sufrido el síndrome del impostor y he llegado a pensar que tal vez no merecía haber llegado a donde había llegado. Lo pasé particularmente mal cuando fui nombrado Papa de Roma, después de haber robado la documentación de un tal cardenal Brunelleschi.

Pasé las primeras semanas atenazado por el miedo, hasta que hice partícipe de mis temores a mi Secretario de Estado, el cardenal Voiello. “¡Cardenali!” -Le grité, moviendo mucho las manos-. ¿Cómo voy a ser il Papa si non sé ni parlare italiano?”. Voiello fue quien me habló por primera vez de este síndrome, que hace creer a quien lo padece que sus éxitos son fruto de la suerte, de la casualidad o directamente de algún delito, como hacerse pasar por otra persona. Pero esos temores son infundados y no nos dejan ver nuestros indudables méritos.

-¡Voi non soi incompetenti! -Resumió-. ¡Io tampoco sé parlare italiano!

-¡Ah, che cosa!

-¡Ma che cosa!

-¡Oh la là!

-¡Agora sem entendo!

Las sabias palabras de mi fiel consejero, que llevaba ya tres largas horas a mi servicio sin haberme fallado ni un solo día, me dieron algo de tranquilidad. ¿Acaso no estaba yo tan capacitado para ser Papa como cualquier otra persona que le hubiera robado la sotana a un cadáver y después hubiera cambiado las papeletas de la votación por otras con el nombre del muerto, quizás con alguna falta de ortografía por la falta de costumbre?

Con esto no quiero decir que no me encontrara con dificultades a lo largo de mi papado. Había muchas cosas que desconocía acerca de mi nuevo empleo. Por ejemplo, me dijeron que tenía que cambiar de nombre. Intenté resistirme porque no sabía si iba a poder recordar todos los cambios por los que ya había pasado, pero insistieron en que era lo que imponía la tradición. 

-Está bien. Pues seré el Papa Snoop Dogg IV.

-¿Cómo? Pero… No es un nombre tradicional… Ni siquiera ha habido otros Snoop Dogg…

Al final negociamos y aceptaron que me llamara Kanye Kardashian VII. El VII es mi número favorito. Es noventa y cuatro en italiano. 

Tampoco fue fácil ponerme al día con los retos de la Iglesia católica. Por ejemplo, la prensa me preguntó si iba a dejar que los curas se casaran y respondí que era mejor que vivieran juntos un tiempo, para conocerse mejor. 

Eso no fue óbice para que tomara medidas arriesgadas para modernizar la institución, como poner algo encima de la hostia, un poco de queso al menos, para hacer como una tapita. Por desgracia, me topé con la oposición del sector más reaccionario del clero, incapaz de ver cómo esta iniciativa ayudaría a que la gente volviera a misa.

A pesar de las dificultades, al cabo de unas semanas ya tenía prácticamente superado ese síndrome absurdo y me sentía cómodo en mi nuevo empleo. Por supuesto, seguía siendo consciente de mis limitaciones, pero también confiaba en que podría ser un buen Papa. ¿Por qué no, si hasta me sienta bien el color blanco? Y eso que a casi nadie le queda bien ese color. 

Recuerdo una hermosa tarde en los jardines del Vaticano, paseando con mi fiel Voiello. El sol ya estaba bajo y se oían los pájaros y el trote de un grupo de monjas que corría y hacía algo de ejercicio.

-Fíjate, Voilello, qué rápido van esas monjas.

-Sí, santidad, digo, santità. Van tan rápido que parecen jamones.

-¿Y cuándo comienzan los cardenales a fabricar juguetes? -Pregunté.

-¿Juguetes?

-Claro, enseguida nos plantamos en otoño y ni siquiera he comenzado a leer las cartas.

-¿Qué cartas?

-Las de los niños, pidiéndome regalos.

Aquella tarde en la que me enteré de que me había equivocado de Papa fue una de las más tristes de mi tiempo en el cargo. Un tiempo que no sabía que ya estaba llegando a su fin.

Mi plan no era perfecto: el cardenal Brunelleschi tenía diecisiete hijos que se habían pasado varias semanas insistiendo en que yo no era su padre. No me sirvió de nada gritar “ma che cosa” y mover mucho las manos. Me pusieron a prueba y no sabía ni sus nombres.

-Tú eres Tonino… Tú también te llamas Tonino… Tú eres Paolo Conte… A ti siempre te llamo signorina…

Tuve que huir con Voiello y algunos de mis fieles a Aviñón, donde fundamos el papado auténtico, al que llamamos Papa2. 

En efecto, Voiello no me abandonó. Mi fiel Secretario de Estado creía que yo merecía ser Papa porque, al fin y al cabo, había sido el Espíritu Santo el que había inspirado aquella fraudulenta votación. También influyó que en realidad se llamara Enric Sánchez y fuera un falsificador de descuentos del Carrefour buscado por la policía. No estábamos solos: me acompañaban una rúa del carnaval de Sitges, que se había despistado hacía año y medio y había terminado en Roma, y diecisiete palomas que estaban atrapadas debajo de una sotana.

Declaramos la guerra santa al Vaticano, que duró hasta que llegó un guardia y nos envió a casa.

En resumen, si alguna vez sentís el síndrome del impostor, colocaos delante del espejo y repetid: “Ma che cosa”. Y si os cruzáis conmigo por la calle, estaré encantado de daros ánimos y consejos, siempre y cuando recordéis que ahora me hago llamar Felipe VI. Y Voiello es Letizia.

No preguntes lo que tu país puede hacer por etcétera

Discurso inaugural de JFK. (U. S. Army Signal Corps photograph de la Biblioteca y Museo Presidencial de John F. Kennedy, Boston).

Primer intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No te preguntes lo que te puedes hacer por tu…”. No, espera, no era así. No preguntes lo que pueden hacerte en tu… No, tampoco. ¿Quieres hacer algo por tu país? Pregúntame cómo. No, no. Un momento que ya lo tengo. No me preguntes qué hora es. No. Pregúntate qué puedes hacer por las tardes si solo trabajas por las mañanas, ¿quizás aprender a tocar un instrumento? Se me ha ido. Lo siento, creía que tenía clara la frase, pero no me sale. No sé qué pasa, pero no me sale.

Qué rabia me da esto. Quería compartir un texto inspirador para no venirnos abajo estos días y me encallo con una tontería. Esto es por estar todo el día encerrado. No me circula bien la sangre y así estamos.

A ver. Venga. Yo creo que ahora sí.

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Pregunta a tu país qué puede hacer por ti, en lugar de preguntar qué puedes hacer por ti”. No, eso no puede ser, no tiene sentido. Pregunta… No, es al revés. Empieza con “no preguntes” seguro. No preguntes en qué país vives… No te preguntes lo que tú país está haciendo… Pregunta… Pregúnteme usted… No te preguntes si queda café, pon una cafetera y ya luego vemos… Tu país está para preguntitas, si te parece… Pregun… Pregunta… No preguntes, contesta… 

Nada. Tampoco.

Pues es una pena porque el resto del texto era superépico. Pero, claro, todo depende de la primera frase. Porque tenía pensadas como referencias y ecos y llamadas y demás, y si no consigo citarla bien no tiene sentido.

 

Segundo intento

Voy a empezar desde el principio otra vez, a ver si pillando impulso sale sola.

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Yo te conjuro, Satán, príncipe de es… “. Huy, no, no. No era así. Creo que era algo de Satán, ¿pero príncipe? Eso me suena rarísimo, siendo Estados Unidos una república.

SOY EL SEÑOR DE LAS TINIEBLAS

¿Qué?

SOY SATANÁS. ¿ME HAS LLAMADO?

¿Yo?

TENGO UNA PERDIDA TUYA.

Ha sido un error. Creía que estaba citando a Kennedy.

PUES ME HAS LLAMADO A MÍ.

Ostras, perdón. ¿Cómo lo haces?

¿EL QUÉ?

Escribir en mi texto.

ESTOY POSEYÉNDOTE.

No es muy agradable.

TÚ ERES EL QUE HA LLAMADO.

¿Puedes parar?

SÍ, CLARO, SIN PROBLEMA. SI YO SOLO HE VISTO LA PERDIDA Y QUERÍA VER QUIÉN ERA. ESTOY ESPERANDO UNA LLAMADA DEL LAMPISTA, A VER CUÁNDO PUEDE PASAR, QUE LA CISTERNA PIERDE AGUA.

No, no. Lo siento. Un error.

¿HAY ALGO QUE PUEDA HACER POR TI?

Pues mira, ya que estamos. ¿Tú sabes cómo es esa frase famosa de Kennedy?

¿CUÁL? ¿ICH BIN EIN BERLINER?

No, la otra.

MARILYN, ¿TE VIENES A VER UNA PELI? MIS PADRES NO ESTÁN EN CASA.

No, la otra.

PARECE QUE REFRESCA.

No, la de “no te preguntes de qué…”

AH, SÍ. SÍ, CLARO. LA DEL DISCURSO INAUGURAL DE SU PRESIDENCIA.

Exacto.

ES MUY BUENA.

¿Verdad?

MUY INSPIRADORA. PATRIOTISMO DEL BUENO, DEL QUE NO HACE DIFERENCIAS ENTRE IZQUIERDAS Y DERECHAS.

¿Eres de Ciudadanos?

CLARO, SOY SATÁN.

¿Y de la frase te acuerdas?

SÍ, ERA… A VER… NO PREGUNTES QUÉ PUEDES HACER POR TU PAÍS, PREGUNTA A TU PAÍS… NO, ASÍ NO ERA… NO ME PREGUNTES QUÉ HACE TU PAÍS POR TI… NO… NO ME SALE…

¡A mí tampoco! 

NO ME PREGUNTES QUÉ PAÍS… NADA, NO HAY FORMA. ¿ERA IMPORTANTE?

Quería escribir un texto inspirador para estos días.

PUES YA ME SABE MAL, PERO ES QUE NO ME ACUERDO.

¿Le puedes preguntar?

¿QUÉ TE HACE PENSAR QUE ESTÁ AQUÍ?

No sé, fue presidente de Estados Unidos.

ESO NO FUE CULPA SUYA, LE OBLIGARON LOS MASONES PARA OCULTAR QUE LA TIERRA ES PLANA.

¿Qué?

¿EH?

¿Qué has dicho?

SE CORTA.

¿La Tierra es plana?

OYE, TENGO QUE IRME. SI ME ACUERDO DE LA FRASE, TE POSEO Y TE CUENTO.

Gracias. Y disculpa lo de la llamada.

NADA, SI ESTABA VIENDO LA CASA DE EMPEÑOS. UNO REPETIDO, ADEMÁS.

 

Tercer intento

Creo que ya me ha salido.

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: 

 

Haz el favor y no preguntes tanto

que “el preguntitas” aquí ya te llaman,

te ven venir y al cielo todos claman,

pero qué tío más pesado, qué espanto.

 

Siempre exigiendo, menudo descaro,

de verdad, te parecerá bonito.

Pues que sepas que con tanto llantito,

pareces un comunista, ¡pues claro!

 

Si nos ponemos tontos, yo quiero un yate,

cuatro Ferraris y un avión privado,

¿a que te parece todo un dislate?

 

Deberías ser generoso y sano,

dejarte de todo este disparate

y ofrecerte para echar una mano.

No. Así no era. Seguro que no eran Ferraris. ¿Cómo va a citar coches italianos siendo el discurso inaugural del presidente de Estados Unidos? ¿Corvettes? ¿Mustangs? Nada, no me sale.

 

Cuarto intento

Esto es Kennedy que agarra el micro y dice:

—¿Qué tal, Washington? ¿Cómo va eso? El otro día voy por la calle y viene un tío y me dice: “Jotaefecá, Jotaefecá, ¿sabes qué puede hacer mi país por mí?”. ¿Y sabéis qué le dije? “No, pero me gustaría verlas?

(Risas, aplausos).

—A tope, Washington. No voy el otro día a Berlín y digo: “Ich bin ein Berliner”. Y coge el alcalde y me dice: “No, pero me gustaría verlas”.

(Risas).

—Este no os ha gustado tanto. Cuando me pongo negro siempre me pasa lo mismo. Es humor negro porque mucha gente va a morir intentando cruzar el muro.

(Más risas).

—Ahora sí, ¿eh? El otro día estaba con la gente de la NASA y les digo: “Vamos a ir a la Luna esta década”. Y me dicen: “Pero tío, eso es dificilísimo”. Y les digo: “Elegimos ir a la Luna no porque sea fácil, sino porque es difícil”.

(Silencio expectante).

—Y porque me gustaría verlas.

(Risas. Aplausos).

 

Quinto intento

>buenas, es la primera vez que intervengo en el foro aunque os leo desde hace tiempo. nada, que me estoy volviendo loco con una frase de Kennedy que no me sale. es esta que dice no preguntes a tu país no sé qué, pregúntale a no sé quién no sé qué. ¿os suena? gracias, peña.

>pole

>No preguntes, son T_D_S P_T_S.

>esa frase no es de kennedy, es de churchill

>pole

>pole

>este tema debería ir en “off topic”, no en el foro de consultas de nefrología, gracias.

> pole

 

Sexto intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No preguntes a tu país qué puedes hacer por ti, hazles saber que la Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”.

No. 

No es así.

No sé qué falla, pero así no era.

 

Séptimo intento

He llamado a información para preguntar y tampoco se acordaban. Mi interlocutor me ha sugerido un método para dar con la frase: ir descartando palabras que seguro que no salen. De este modo, tarde o temprano, tendré como mucho trescientas o cuatrocientas palabras que podrían formar la cita literal y luego todo será ir probando.

He descartado las siguientes: natillas, teleférico, mesa, sombra, coche, berlina, descapotable, deportivo, bólido, camastro, silla, manzana, manzanas, manzanilla, manzanita, manzanero, manzano, Noruega, Ich, bin, ein, Berliner, botella, copa, cervecita, terracita, gustito, sácate, unas, aceitunas, o, unas, almendritas, ¿no?, teléfono, móvil, fijo, internet, pistola, rifle, serpiente, manzanitas, traigo, a, buenas, horas, mangas, verdes.

Algunas palabras que tengo en la lista de posibles: nunca, siempre, duda, nación, bandera, perro, manzanica, pifostio, paisanaje, política, quiero, casa, común, reloj, reloj pero digital, siglo, bandurria, peras, sandías, melocotones, árbol, guitarra, increpar.

Palabras que casi seguro que salen en la frase: no, preguntes, qué, puede, hacer, tu, país, por, ti, te, contigo, pregunta, qué, hora, es, puedes, atención, tu, anda, peluca, tradición, historia, nación, filosofía, hazme, el, amor, aprisióname.

Voy a ir poniéndolas en un excel para poder ordenarlas por orden alfabético.

 

Octavo intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Prestadme atención un momento y dejad de hablar sobre lo que estéis hablando. Hablemos de algo importante. ¡Deja ese café! El café es solo para los que venden. ¿Crees que estoy de cachondeo? No estoy de cachondeo. Vengo del centro. Vengo de Mitch and Murray. Y vengo en una misión de caridad. ¿Te llamas Levene? ¿Crees que eres un vendedor, hijo de puta? No lo eres, amigo. Porque la buena noticia es que estáis despedidos. La mala noticia es que todos tenéis una sola semana para recuperar vuestros empleos, empezando esta noche. Empezando con la venta de esta noche. Ah, ahora tengo vuestra atención. ¿verdad? Bien. Porque vamos a añadir algo interesante al concurso de ventas de este mes. Como sabéis, el primer premio es un Cadillac El Dorado. ¿Alguien quiere saber cuál es el segundo premio? El segundo premio es un juego de cuchillos de carne. El tercer premio es vuestro despido. ¿Lo pilláis? ¿Os sigue haciendo gracia?”.

 

Noveno intento

 

Décimo intento

Antes de ser presidente, John Fitzgerald Kennedy trabajó de funcionario en el Ayuntamiento de Washington:

—Buenos días. Venía a preguntar qué puede hacer mi país por mí.

—¿Trae toda la documentación?

—Sí, aquí está el impreso rellenado, una fotocopia del DNI y el certificado del empadronamiento.

—Necesito también el documento de Hacienda.

—Sí, el de los impuestos.

—Ese.

—A ver, que no lo encuentro. Ese me costó trabajo pedirlo.

—Ya, es que no se puede hacer por internet, no entiendo por qué.

—Sí.

—Supongo que lo cambiarán.

—Aquí está.

—Perfecto. Deje que compruebe que… No, pero este no es.

—¿El de Hacienda? Me dijeron que era ese.

—El de Hacienda está bien. Hablo del primer impreso que me ha dado.

—¿Qué ocurre?

—Usted quiere saber qué puede hacer su país por usted, pero me ha entregado el impreso para saber qué puede hacer usted por su país.

—Ostras…

—Le puedo dar el impreso bueno y lo rellena aquí mismo.

—Hm… Pues igual sí.

—O a lo mejor prefiere ir a las ventanillas 831 a 836 y preguntar qué puede hacer usted por su país.

—Buf, pues ahora no sé. Es que yo venía a lo otro.

—Lo entiendo, pero a lo mejor debería preguntar por lo segundo.

—¿Usted cree?

—Si alguna vez llego a presidente, ese será mi primer consejo.

 

Decimoprimer intento

Creo que ya sé cómo puedo hacerlo. Me he estado obsesionando con sacar la frase literal, pero lo que debería hacer es parafrasear a Kennedy. No me hace falta citarle palabra por palabra. Lo único que tengo que hacer es conservar el espíritu de su famosa frase y así podré seguir con mi texto motivador.

Voy a probar:

Estos son días para parafrasear lo que dijo John Fitzgerald Kennedy en el discurso inaugural de su presidencia, aunque no palabra por palabra, porque lo importante es el espíritu y no la letra. Kennedy, que era por cierto todo un ligón, vino a decir que bueno, a ver, tú te crees muy listo, todo el rato exigiendo, pero por qué no pones tú algo de tu parte, ¿eh? Que te llega el borrador de la Renta y lo primero que haces es comprobar que te han desgravado todo lo que te tenían que desgravar. Y luego vas al ambulatorio y te cabreas si te dan hora para el día siguiente por la tarde. El día siguiente, macho. Y ahí, mirando en la Renta para ver si puedes ahorrarte siete euros con cincuenta. Además, ¿no puedes pasarte un día sin rascarte el eczema? No es un cáncer, es un eczema. ¿Y sabes de qué te sale? De pensar que tienes cáncer. Siempre igual. Y no es solo lo de los impuestos, es que llevas toda la vida así, sin poner nada de tu parte. ¿Cuántas prórrogas pediste para no hacer la mili? Todas las que pudiste hasta que la quitaron, ¿verdad? Que pensabas dejarte tres asignaturas hasta que la suprimieran solo para decir que aún tenías que ir a clase. Pues, mira, a lo mejor tendrías que haber servido unos mesecitos en el cuartel, ayudando a pelar patatas. O en la cosa esa de la prestación, cómo se llamara. Un primo mío la hizo en la Cruz Roja y el tío estuvo echando una mano. Algo pequeño, creo que contestaba al teléfono o así, pero eso es mejor que estar en casa rascándote los cojones, que te va a salir otro eczema en los huevos de tanto rascarte. Madre mía. Pasas más horas en posición horizontal que en vertical. Que tienes el hígado a la misma altura que los riñones. Tienes un eczema en la mano, otro en los cojones y llagas en la espalda de no levantarte ni para ir al baño, que te has comprado un cubo para dejártelo al lado del sofá.

No, tampoco. Creo que he capturado muy bien el espíritu de sus palabras, pero es demasiado largo y la entrada al texto pierde fuerza.

Tendré que seguir pensando.

 

Decimosegundo intento

>Todos sabéis que John Fitzgerald Kennedy fue el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, pero a lo mejor no recordáis la frase más famosa de su discurso inaugural. ABRO HILO.

>JFK ganó las elecciones de 1960 tras prometer que todos los estadounidenses tendrían un terrenito en la Luna para ir a pasar los fines de semana.

>Al final de la campaña se le estaba calentando la boca. En un mitin dijo: “Y como los rusos se pongan tontos, nos plantamos en Marte, así te lo digo. Y lo haremos en miércole, JAJAJAJAJA, qué bueno, JAJAJAJA, miércole, JAJAJA… ¿Lo pilláis? Marte, miércole, jajaja…”.

>JFK se secó la lagrimilla con el dedo índice mientras se seguía riendo. “Ay, si no fuera por estos momentos…”.

>Total, que ganó las elecciones. Los republicanos habían presentado a Nixon, cuyo eslogan de campaña, “Sacrificaré a vuestros primogénitos a Baal”, no acabó de convencer a los estadounidenses. Eso sí, en el voto popular quedó a solo dos décimas porcentuales del demócrata.

>En enero de 1961, JFK tomó posesión del cargo con un discurso muy motivador, que viene al caso estos días. Subió al estrado y dijo: “¡Buenos días, Vietnam! Parece que refresca, ¿eh?”.

>(Los inviernos de Washington son muy duros).

>“Alguien se ha dejado la nevera abierta, ¿eh?”, siguió. “Madre mía, espero que la Casa Blanca tenga calefacción. ¿Sabéis qué me gusta a mí más que la calefacción? Una estufica pequeña. Le echas la manta encima y luego te está toda calentita. Anda que no”.

>Después de hablar durante hora y media sobre “la rasca que hace aquí, la Virgen”, pronunció una frase que pasará a la historia:

>“No preguntes qué puedes hacer por España…”. No. Perdón.

>Pregunta en Estados Unidos lo que puedes hacer por ti y no preguntes… No.

>Pregunta. No preguntes. No controles mi forma de vestir, controla tú lo que bebes, borracho. No preguntes.

>No preguntes qué puede hacer tu país por ti, contesta tú a la pregunta, que tenemos mucho lío.

>Pregúntame.

>Pregunta.

>No.

>Atención, pregunta: ¿qué puede hacer tu país por contestar?

>Prego.

>Pregunta.

>Pregúntame.

>Y esto es todo. Se agradecen los RT. Mi Instagram es @frasesdekennedy

 

Decimotercer intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No preguntes qué haces tú por tu país, pregunta en qué país…”

Nada, no me sale.

—¡Da igual lo que dijera!

—¿Qué? ¿Pero qué hace usted en mi casa?

—¡He oído que alguien decía algo que estaba mal y he tenido que echar la puerta abajo!

—¿Pero de qué está hablando?

—¡Que da igual lo que dijera! ¡Porque estaba mal! ¡Era una estupidez!

—¿Y usted es?

—Ingeniero.

—¿Eh?

—Allá donde pueda dar una opinión que nadie ha pedido sobre un tema que desconozco y con una seguridad de acero, pero no de cualquier acero, sino del acero bueno que estudiábamos nosotros en una carrera mucho más difícil que cualquier experiencia vital por la que haya pasado cualquier persona, allí estaré.

—¿Pero qué dice?

—Me voy, tengo que explicarle a ese taxista que no sabe conducir.

—¿Pero qué ha hecho con la puerta?

—Ya se lo he dicho, la he tirado abajo.

—Pero…

—Solo hay que hacer fuerza aquí, en este punto. Si lo sabré yo, que soy ingeniero.

—¿Tiene el hombro dislocado?

—Solo es una luxación, imbécil. ¡Cómo se nota que usted no es ingeniero!

—Pero…

—Adiós, buenas tardes.

 

Decimocuarto intento

Después de atravesar los túneles de la Casa Blanca, enfrentándose a los monos asesinos y eludiendo diecisiete trampas mortales por los pelos, Indiana Jones y Marion Ravenwood llegan a las catacumbas presidenciales.

—¡Indy, creo que es esta!

—La tumba del irlandés.

Indiana pasa la mano por la piedra para leer la inscripción: “John Fitzgerald Kennedy (1917—1963). Esposo, padre, presidente, socio del Círculo de Lectores, Berliner”.

—Ayúdame, Marion.

Entre los dos desplazan la piedra para descubrir, un cadáver vestido de caballero de la Edad Media con un manuscrito en las manos, que están colocadas sobre el techo.

—¿Por qué va vestido de caballero templario, Indy?

—Kennedy era un rosacruz.

—¿Qué?

—No lo sé, Marion. Creo que en algún momento el guionista leyó El péndulo de Foucault y está mezclando muchas cosas. ¡El manuscrito!

—¿Qué dice?

—Dice: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti…”

—¿Cómo sigue?

—No lo sé. El pergamino está roto.

—Alguien llegó antes que nosotros.

—¿Qué es ese ruido?

—¡El techo se derrumba sobre nuestras cabezas!

—¿Ves alguna salida, Marion?

—Creo que tendremos que atravesar a nado la piscina de serpientes.

—¿Serpientes? ¿Por qué siempre serpientes?

(Risas enlatadas. Se congela la imagen mientras suena la música de El príncipe de Bel-Air. Anuncios).

 

Decimoquinto intento

Jaime Rubio fue juzgado esta mañana por citar mal nada menos que a John Fitzgerald Kennedy, primer presidente católico de Estados Unidos y, por tanto, también Papa de Roma entre 1961 y 1963, año en el que Lee Harvey Oswald, con ayuda de la mafia, de la oposición anticastrista, de la CIA, del KGB y de la RDA, le asesinó con la ayuda de otros cincuenta y cuatro tiradores. Esta es la única forma en la que se entiende la trayectoria de la bala. A no ser que consideremos que la Tierra es plana. Si la Tierra fuera plana, la física gravitatoria resultante (o no—gravitatoria, porque la gravedad no existe) explicaría perfectamente la mencionada trayectoria en zig—zag, un pasito palante, María, en zig—zag, un pasito patrás.

Pero nos desviamos. Como lo que nos quieren hacer creer que fue la trayectoria de la bala. El fiscal quiso saber cómo era posible que Rubio fuera incapaz de recordar una de las frases más citadas de la historia, a lo que el acusado respondió rompiendo a llorar y asegurando que era muy liosa. “¿Ha preguntado a un ingeniero?”, quiso saber el fiscal. “Es posible que lo sepan, su carrera es muy difícil”. Ante la negativa de Rubio, el fiscal concluyó que el acusado no había hecho todo lo necesario para conocer las palabras exactas del presidente de Estados Unidos más guapo de la historia, aunque no tan guapo como Pedro Sánchez, “pero no el presidente, sino un amigo mío que se llama igual y que es guapísimo”.

El juez preguntó si se trataba de la frase de Berlín y el fiscal aclaró que no, que era la frase famosa del discurso inaugural. “Anda que no hace frío en Washington”, afirmó el juez. “Yo estuve ahí hace unos años. Fui con mi señora a celebrar fin de año en Nueva York y pasamos un día en la capital. Cuatro horas de autobús para ver la Casa Blanca por fuera. No merece la pena. Y un frío… Más que en Nueva York, que ya es decir. Me salió un eczema del frío. Vamos, creo que era del frío. ¿Te puede salir un eczema del frío? Ahora dudo. Igual fue de comer hamburguesas”.

El abogado de Jaime Rubio renunció a su defensa al no verse capacitado para ejercerla de forma eficaz. “Señoría —dijo—, no soy abogado, soy una almohada muy grande con traje y una cara pintada”. El juez rechazó la petición, asegurando que no consentiría “truquitos de películas americanas para declarar nulo el juicio”. Ante las quejas tanto de Rubio como de su letrado, el juez apuntó que la almohada había cursado estudios de Derecho, licenciándose en 2004. “Es una almohada de las caras, de estas con memoria. Así que seguro que se acuerda de todo”. El jurado, el fiscal y el juez irrumpieron en una sonora carcajada. “Ay, si no fuera por estos momentos…”, concluyó el magistrado, secándose una lagrimilla con el índice.

Interrogado por su abogado, Rubio explicó que estaba descartando las palabras que seguro que no pronunció Kennedy, por lo que no tardaría en dar con la frase exacta. “Es un método lento —explicó—, pero no creo que tarde más de sesenta y uno o sesenta y tres años”.

El abogado defensor presentó como principal prueba el registro de búsquedas en Google del acusado, para intentar demostrar que Rubio había hecho todo lo que estaba en su mano para encontrar las palabras exactas del presidente de Estados Unidos:

frase kennedy

frase kennedy berliner no la otra

kennedy discurso inaugural

kennedy discurso inaugural frío

kennedy discurso inaugural frío estufa

kennedy discurso inaugural frío estufa manta

kennedy país por ti

kennedy coronavirus

kennedy kennedy

kennedy kennedy kennedy

kennedy kennedy kennedy kennedy

kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy 

kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy

kennedy fried chicken

kennedy aeropuerto

suárez aeropuerto

El juez no se vio en absoluto convencido por la defensa de Rubio y declaró culpable al acusado. Su sentencia recoge que “cuando se le pregunte por su cita famosa favorita, Rubio deberá contestar ‘una cena con Ana Obregón, ¿eh? ¿eh?’, levantando las cejas al menos dos veces y dando varios codazos suaves a su interlocutor, para después insistir: ‘Cita famosa con Ana Obregón, ¿eh? Una cena con Ana Obregón es una cita famosa’. Después deberá guiñar el ojo y carcajearse hasta llegar a la lagrimilla, que deberá secarse con el dedo índice”.

Un trabajo limpio

Creía que había hecho un trabajo limpio. Había entrado en el edificio por una puerta trasera, donde no había vigilancia, y había subido por las escaleras y no por el ascensor, atento a no cruzarme con nadie. A esa hora, en la planta treinta y nueve ya solo debía quedar mi objetivo, encerrado en su despacho. Entré. Dos disparos en el pecho y uno en la cabeza, como es habitual en estos casos. Y, entonces, algo con lo que no contaba.

-Te traigo tu caf…

Me giré y en la puerta del despacho había un tipo con traje y dos vasos de plástico. Se quedó con la boca abierta, mirando fijamente la pistola que yo sostenía con mi mano enguantada. Era un testigo. No tuve más remedio que disparar de nuevo.

-¿Qué es ese ruido?

Volví a levantar la cabeza. Había una mujer en la puerta con una carpeta en la mano.

-¿Pero esto qué es? -dije, fastidiado por el trabajo extra-. Se suponía que a estas horas lo encontraría solo.

La mujer balbuceó algo de una entrega , antes de que, refunfuñando, disparara de nuevo.

El despacho tenía ventanas de suelo a techo, así que aproveché para examinar mi reflejo y comprobar si me había salpicado sangre en la gabardina. Mientras me lamentaba porque iba a tener que tirar mis zapatos nuevos, vi que en el edificio de enfrente, un edificio residencial, había un señor en bata asomado al balcón y, al parecer, grabando toda la escena con su móvil.

Otro testigo del que había que deshacerse. 

Al salir del despacho me crucé con el repartidor de correo. Para ahorrar balas, lo liquidé grapándole muy fuerte las sienes. Al bajar casi tropiezo con una pareja que estaba aprovechando la oscuridad y la ausencia de gente en el edificio para darse el lote entre los pisos veintisiete y veintiocho, así que los arrojé por el hueco de la escalera. Lo que más me molestó de todo fue ver una cámara en la puerta por la que había entrado. Esa cámara no estaba ahí tres días antes, cuando había ido a inspeccionar el edificio. No quiero extenderme, pero tuve que ir a la entrada principal y, tras un tiroteo de poco más de veinte minutos, acabar con los guardias de seguridad y borrar las grabaciones.

Pero para entonces había aún más testigos. Frente a la puerta había varios coches de policía bloqueando el paso y un montón de agentes apuntándome con rifles y pistolas. Todos me habían visto disparar a los guardias y, en caso de juicio, se irían de la lengua, sin duda, así que tenía que deshacerme de ellos. Les pedí que se identificaran (es mi derecho como ciudadano) y apunté sus nombres en una libreta. Hui por el parking y durante las siguientes semanas fui eliminándolos uno a uno, incluyendo al señor en bata de antes.

A partir de entonces la cosa se fue complicando de forma exponencial. Por ejemplo, el señor en bata vivía en una residencia y, en fin, es que me vieron todos al entrar. Y encima ni siquiera había grabado bien el vídeo. Había dejado la cámara frontal puesta y toda la grabación eran siete minutos del abuelo diciendo “madre mía, que lo ha matado, qué bestia. No, no entres. También se lo ha cargado, qué bruto”.

En ocasiones fue error mío, como cuando asesiné a uno de los agentes durante un concierto. El policía era el bajista del grupo y no se me ocurrió otra cosa que subir al escenario. En fin, lo planeé mal, creía que con el silenciador bastaría y no contaba con los focos y el público. Luego encima la gente se puso a correr y yo no tenía tantas balas. 

Total, que se me estaba llenando todo de testigos.

-Te veo agobiado.

Era Ramón, el camarero del bar donde me tomaba cada mañana mi café. Sospechaba algo. Tuve que asesinarlo y quemar el local, haciendo que pareciera un accidente. Por desgracia y mientras rociaba la barra de gasolina, paró un autocar enfrente y bajaron varias decenas de turistas japoneses, a los que también tuve que eliminar.

Encima, el perito del seguro veía poco probable que alguien limpiara el suelo del bar con gasolina en lugar de amoniaco, así que también me vi obligado a matarlo a él y a todos los empleados de la empresa, una multinacional suiza. Como seguía liado con los testigos del concierto, me había despistado un par de días y para entonces el perito ya había entregado su informe. Temía que alguien atara cabos y llegara, cortado a cortado, hasta mí.

Dormía poco y eso se notaba en cómo hacía mi trabajo. Cuando duermo menos de ocho horas no doy una a derechas, esa es la verdad. Por ejemplo, intenté viajar con un pasaporte falso. Hasta ahí bien, pero es que era el pasaporte de un niño de 4 años. Intenté explicar que padecía de progeria, pero no coló y tuve que asesinar discretamente a los policías que me pidieron el pasaporte y luego a toda la gente que estaba en el aeropuerto de Rotterdam, adonde había viajado porque la aseguradora tenía allí una de sus filiales.

Llegó un punto en el que me había gastado en balas más de lo que me habían pagado por el encargo original. Pero yo soy así, concienzudo, y si cometo un error, tengo que arreglarlo. Los trabajos, o salen limpios o hay que limpiarlos. Es lo que siempre digo. Todo el rato. Los vecinos están hartos.

A pesar de todas estas precauciones, llegó un punto en el que la policía comenzó a sospechar. Quizás no borré bien las grabaciones de seguridad de aquel Alcampo donde se me había caído la pistola mientras compraba chocolate (con toda esta tensión, encima estaba engordando). O puede que alguien sospechara cuando yo mismo aterricé el avión de vuelta de Rotterdam tras liquidar a todo el pasaje porque un tipo llevaba un boli de publicidad de la dichosa aseguradora. 

Total, que vino a verme a mi despacho un inspector de la Policía Nacional.

-Usted dirá en qué puedo ayudarle.

-Verá, es que estamos investigando el asesinato de siete millones doscientas cuarenta y dos mil ciento noventa y cuatro personas. No tenemos apenas pistas porque el sospechoso va haciendo desaparecer a los testigos justo antes de que logremos hablar con ellos, pero hemos encontrado unas huellas de zapatos cerca de uno de los escenarios de uno de los crímenes. Queríamos descartarle de la investigación.

-¿Huellas de zapatos? ¿Eso es todo lo que tienen?

-Bien, según su ficha policial, usted fue arrestado de adolescente por robar zapatos.

-Un error de juventud.

-Ya, pero usted calza un 35 en el pie izquierdo y un 47 en el derecho.

-¡Como muchísima gente! -contesté, bajando los pies de la mesa, donde los tenía apoyados.

-Sí, pero no todo el mundo es un asesino a sueldo.

-¿Y yo lo soy? ¿De dónde saca eso? 

-Lo pone en la puerta: “Jaime Rubio, asesino a sueldo”. También en la placa que lleva en la chaqueta: “Hola, me llamo Jaime y soy asesino a sueldo”. Y en su página web, jaimerubioasesinoasueldo.com. También tenemos este anuncio a dos páginas en El norte de Castilla, varias cuñas de radio y su libro Yo soy un asesino a sueldo, la misma frase, por cierto, de la camiseta que lleva puesta. Y luego están las vallas publicitarias en la autovía de Castelldefels, estos trípticos que reparte por buzones, los anuncios de Facebook donde sale usted diciendo que mata a cambio de dinero…

-Soy consultor. Asesino problemas. Creo que la metáfora es evidente.

-Además, me está apuntando con una pistola.

Después de disparar al inspector, repasé los errores que había cometido. No me había deshecho de ninguno de los cadáveres, por ejemplo. 

Decidí desenterrarlos a todos y disolverlos en ácido. Cuantas menos pruebas tuviera la policía, mucho mejor. Compré ocho millones de barriles, para ir sobre seguro.

El repartidor de Amazon hizo una gracieta que no me gustó mucho:

-Aquí podría disolver ocho millones de cadáveres sin necesidad de descuartizarlos.

Tuve que eliminarlo. Sabía demasiado. 

Aquellas semanas trabajé veinte horas cada día. Por las mañanas seguía eliminando testigos, incluyendo, por cierto, al tipo que me había encargado el trabajo (¡lo sabía todo!). Y por las tardes hasta bien entrada la noche iba a los cementerios a desenterrar cadáveres para luego disolverlos en ácido. Allí a veces me veía algún trabajador o algún familiar despistado, con lo que seguía creciendo la lista de gente que sabía más de la cuenta. Tuve que comprar otros cinco millones de barriles.

Una tarde, la alcaldesa de Barcelona me llamó a casa.

-¡Deje de matar a gente!

-No sé de qué me habla.

-¡En esta ciudad ya solo quedamos usted y yo! ¡Y yo no he sido!

Por la noche abandoné setenta y cuatro cadáveres en el Ayuntamiento e hice una llamada a la policía (la de L’Hospitalet).

-Miren, en esta ciudad solo quedamos dos personas y yo no soy el que tiene setenta y cuatro cadáveres en la puerta.

El juicio a la alcaldesa me sirvió para ganar tiempo y asesinar a todos los ingleses (un tipo que parecía inglés me había visto comprando ochenta millones de balas en el Carrefour), pero cuando la absolvieron tuve que liquidarla a ella, a la policía de l’Hospitalet, al jurado, a todos los empleados de los juzgados y a un repartidor de pizzas que me había pillado mientras me ponía los guantes.

Dediqué mucho trabajo a borrar meticulosamente todas mis huellas. Y no solo hablamos de testigos: me corté la punta de los dedos para que nadie pudiera comparar mis huellas digitales. También me hice la cirugía estética para que nadie me reconociera: me puse tres narices y la cara de George Clooney, pero en la espalda, para no tapar la mía. Y me cambié el nombre varias veces. La última, a Emiaj Oibur, pero antes de eso fui Camilo Séptimo, Pedro Sánchez Pero Otro Pedro Sánchez y El Retorno del Jedi Todo Junto, siendo Todo y Junto apellidos y El Retorno del Jedi, nombre compuesto que se escribía separado. Era un lío, así que me lo cambié a Harrypotter Separado.

Cada vez me costaba más seguir la cuenta de todos los testigos a los que había que eliminar, por lo que acabé asesinando, por supuesto de forma meticulosamente planeada, a doscientas personas al azar cada día. Ese era mi mínimo para dar la jornada por concluida, aunque a veces me animaba e iba a por más. Me dejaba los domingos libres, eso sí, porque si uno no desconecta, se acaba volviendo loco. 

Al cabo de veintinueve años años de trabajo, unas cuantas bombas, la liberación de veinticuatro virus experimentales sin vacuna y unos seis o siete millones de cepos que fui dejando por las esquinas, conseguí eliminar a todos los testigos y quedarme solo en el mundo.

Dormí un montón esa noche. Estaba destrozado. Quizás catorce horas, no exagero. Bueno catorce, no creo. Pero doce y pico seguro. Me acosté como a las diez y me levanté yo creo que ya pasadas las nueve. Eso son once horas, ahora que pienso. Pero, bueno, para mí está bien. Con menos de ocho lo paso mal, pero si duermo demasiado me levanto con dolor de cabeza. Ni el ibuprofeno me lo quita.

¿Por dónde iba? Ah, sí. Había matado a todo el mundo, etcétera. Esa mañana, mientras me tomaba un café, me di cuenta de que aún quedaba un testigo. Yo. Yo siempre sabría lo que había hecho.

Quizás podría comprar mi silencio. No me costaría nada falsificar siete mil millones de testamentos y quedarme con todo el dinero del mundo.

Pero siempre viviría con miedo. A que me fuera de la lengua. A las continuas amenazas y exigencias. 

Así que quedé conmigo para cenar. En casa, algo tranquilo y, por supuesto, sin testigos, con la excusa de charlar y ponernos al día.

-¿Qué tal la jubilación? Bien, bien, no me aburro, estoy aprendiendo caligrafía. ¿Y eso? Mira, me relaja. Enséñame algo de lo que has hecho. No, ja ja, que me da vergüenza.

A media velada, me dije que iba al baño y allí saqué la pistola que tenía escondida detrás del inodoro y le coloqué el silenciador. Salí sigilosamente y llegué a la sala de estar. Pero no había nadie. ¿Cómo podía ser? Si me había dejado sentado en el sofá.

Me busqué por todas partes, sin encontrarme. No había ni rastro. Había huido, pensé. Soy más inteligente de lo que creía. Una vez más, me he subestimado a mí mismo. Qué estúpido soy.

Pero un día me encontraré. Y cuando me encuentre ya no quedará nadie. Excepto, quizás, esa paloma del balcón que me mira raro. ¿Qué querrá decir con guruguruguru? ¿Y a quién se lo dice? ¿No estará avisando a una paloma policía?

En fin, tendré que encargarme también de esto.

Diario de la cuarentena

Foto: Piotr Makowski (Unsplash)

Día 1. Me he comido todo el pan.

Día 1, más tarde. Me he comido todo el papel higiénico.

Día 1, por la noche. Me he comido Netflix.

Día 4. He olvidado cómo peinarme.

Día 7. Mi jefe me llama para preguntarme por qué no estoy teletrabajando. Simulo toses. No me cree. Simulo un bombardeo. Boom, boom, piñau, piñau. Teme por mi vida. Le digo que no se preocupe, que estoy bien. Me pide que entonces me conecte para trabajar, como todo el mundo. Insisto en que me están bombardeando. Boom, boom. Ah, ah, me han dado. Mi jefe promete enviar refuerzos.

Día 8. Llegan los refuerzos. Pero no sirve de nada, estamos rodeados. Hemos tenido que rendirnos. Durante la batalla, perdí un brazo.

Día 10. He encontrado el brazo que había perdido. Resulta que estaba en la otra chaqueta.

Día 13. Alguien me ha insultado en Twitter. Llevo seis horas llorando.

Día 14. He matado a cuatro zombis.

Día 14, más tarde. Dice la policía que no eran zombis y suerte tengo de que el juez esté también en cuarentena.

Día 15. Diga lo que diga la policía, a mí me ha mordido un zombi.

Día 15, más tarde. Falsa alarma: he sido yo.

Día 18. Por fin he podido dedicar tiempo al ajedrez, mi verdadera pasión. De momento, ya sé cómo se mueven los caballos: dos a un lado y tres al frente. No, espera. Uno y uno. No. En cualquier dirección, pero primero dos cuadros y luego lo que salga en el dado… Un momento, ahora vuelvo.

Día 19. Me he tocado la cara doscientas cincuenta y tres veces. Me gusta mucho tocarme la cara. Hay una cosa en medio que sobresale mucho. La llamaré “pariz”, porque se parece a la Torre Eiffel.

Día 21. Voy a aprovechar para leer Guerra y paz, que nunca he tenido tiempo.

Día 21, dos minutos después. Estoy viendo Los Simpson desde la temporada dos (la uno me aburre un poco).

Día 27. Me he lavado las manos durante 40 segundos. En total y desde que empezó la cuarentena. Hoy, por fin, tengo las manos limpias.

Día 27, más tarde. Me encanta tocarme la cara.

Día 29. Esta sopa de murciélago sabe rarísimo. 

Día 29, más tarde. Creo que la sopa de murciélago no me ha sentado bien. Sabía raro, así que le eché un poco de pangolín para que no estuviera tan ácida. Aun así, no acababa de convencerme, así que añadí ortinorrinco picado, hígado de lemur y eñe de ñu. De sabor bien, pero creo que tengo algo de fiebre.

Día 30. He pasado una noche malísima: sudando, sin apenas poder respirar y sin acordarme de cómo se mueve el caballo. Creo que era en forma de R. O de otra letra. ¿Quizás era un rombo? ¿Una L minúscula? No, eso una línea recta. A todo esto, ¿qué significa alfil?

Día 32. Sigo con fiebre, pero tenía que bajar a comprar. Hacía tanto tiempo que no salía a la calle que he abrazado a todo el mundo. Un señor y yo nos hemos besado durante varios minutos. Se ha quejado de mi aliento. Es el pangolín. Repite durante varios días.

Mismo día. Mi lista de la compra: sesenta cervezas, una vaca, doce pares de calcetines, diez sopas de sobre, otras diez sopas con hondas, un despertador digital, el último disco de Bisbal, pipas, agua del grifo, la vacuna contra el coronavirus, seis lápices, un cencerro para la vaca y papel de cocina, para confundirlos a todos.

Día 35. Al fin se me ha pasado la fiebre.

Día 37. He vuelto al ajedrez. Ya tengo claro cómo se mueve el caballo: un pasito palante y un pasi… Mierda, he vuelto a confundir el caballo con Ricky Martin.

Día 39. No entiendo nada, han vuelto a decretar cuarentena para todo el mundo. Al parecer el virus ha mutado y ahora, además de trazas de murciélago y de pangolín, tenía aromas a ornitorrinco y un claro regusto a lemur.

Día 1 de la nueva cuarentena. Me he comido todos los calcetines.

Medidas básicas de higiene

Foto: Pan Xiaozhen, (Unsplash)

Al fin se demuestra que tenía razón. Siempre me habían llamado hipocondriaco, exagerado, histérico y un poco feo, pero ahora con el coronavirus, ¿quién se ríe? Nadie, porque las carcajadas podrían soltar pequeñas gotas de saliva que nos contagiarían.

Durante toda mi vida he sido extremadamente cuidadoso con mi higiene personal, precisamente por el temor a contagiarme de enfermedades exóticas cuya mortalidad se pudiera comparar, para bien o para mal, con la gripe. Por ejemplo, no es que me lave las manos a menudo, sino que las llevo siempre metidas en un cubo con alcohol que llevo colgando del cuello.

También observo con satisfacción que mucha gente ha empezado a preguntarme por la rutina que sigo para limpiar el móvil, foco de gérmenes, bacterias, virus y créditos bancarios preconcedidos, entre otros peligros para la salud. Muy sencillo: cada día, nada más llegar a casa, lo primero que hago es limpiar el teléfono con Fairy y agua caliente. Después meto el teléfono en arroz para que se seque. Suelo usar un risotto de setas. Si no es temporada, un risotto de verduras funciona casi igual de bien.

A continuación, reseteo el móvil a los valores de fábrica, por si queda alguna superbacteria resistente a la higiene convencional. Después lo rocío con insecticida, le echo un chorro de ron, arrojo una cerilla encendida y salgo a comprarme un móvil nuevo. Si ya es tarde y han cerrado las tiendas, aporreo la puerta hasta que abran, mientras grito: “POR EL AMOR DE DIOS, NO PUEDO LEER TWITTER”.

Con el móvil nuevo sigo el mismo procedimiento, ya que no me fío de si en la fábrica han seguido unas medidas higiénicas mínimas.

Las últimas dos veces se me quemó el piso por culpa de esta rutina de limpieza, pero no pasa nada porque todos los expertos recomiendan incendiar tu casa al menos tres veces al año, cuatro si tienes alfombras.

También es importante no tocarse la cara. Para evitarlo, me he confeccionado una máscara que está llena de clavos. El primer prototipo tenía los clavos hacia adentro, jaja, qué despiste. Perdí un ojo, pero no pasa nada porque tengo dos. Bueno, tenía dos.

Otro consejo para no enfermar nunca y ser inmortal es no tocar a nadie. Esta es fácil porque tampoco hay nadie que quiera tocarme a mí. De hecho, mis padres me echaron de casa nada más cumplir los 47 años y lo hicieron con ayuda de un palo muy largo. Pero nos llevamos bien: no bloquearon mis llamadas hasta hace un par de meses.

Hay que recordar que la boca es uno de los principales focos de gérmenes. Las bocas en general son asquerosas: están llenas de saliva y casi todas tienen lengua, que es una mezcla repugnante entre una babosa y un intestino. Por tanto, recomiendo alimentarse por sonda, como hago desde hace ya varios años. Truco: diecisiete Twix triturados contienen todos los nutrientes que necesitas para pasar la mañana.

Por último, si estornudas no lo hagas en la mano: se te llena la mano de gérmenes. Ni en el codo: se te llena la chaqueta de gérmenes. Ni en un pañuelo: se te llena el bolsillo de gérmenes. En cuanto sientas la necesidad de hacerlo, agarra a la primera persona que veas y estornuda directamente en su barriga, usando todo su cuerpo como pañuelo. Si no hay nadie cerca, ponte dos tapones de corcho en la nariz hasta que se te pasen las ganas de estornudar. Sí, siempre hay que llevar dos tapones de corcho en el bolsillo. Los de cava son los que mejor funcionan, en mi opinión. Si estornudas con los tapones puestos, no te los quites hasta que puedas sumergirte en una bañera llena de amoniaco. Si los tapones se caen con el estornudo, ve a urgencias y explícales detalladamente lo ocurrido, cerrando tu discurso con la conclusión obvia: “Y por eso me voy a morir en breve”.

Espero que estos consejos os sirvan. Mi médico siempre me dice lo mismo: “Por favor, salga de aquí, esto es una zapatería”. Podría serlo, nunca abro los ojos -bueno, el ojo- para evitar que me entre, yo qué sé, la lepra y me muera al instante.

Los mejores Batman de la historia

El actor Gene Hackman
Estos son los actores que, en mi opinión, mejor han hecho de Batman a lo largo de la historia del cine. No incluyo aún a Robert Pattinson, al no haberse estrenado su película.
1. Michael Keaton
2. Michael Knight
3. Pac-Man
4. Spider-Man
5. Christian Bale
6. Mortadelo
7. George Clooney
8. Bruce Wayne
9. Leonardo DiCaprio
10. Joe Pesci
11. Michael Keaton cuando intentaba mirar a los lados
12. Matt Damon
13. Adam West en Padre de familia
14. Un amigo mío que tiene padres con pasta
15. Matías Prats
16. Cate Blanchett
17. Mortadelo disfrazado de murciélago
18. Este cojín que tengo aquí al lado
19. Jaime Rubio, pero otro Jaime Rubio
20. Jeff Bezos
21. Tu madre
22. George Clooney
23. George Clooney
24. George Clooney
25. Matt Damon
26. Mark Hamill
27. Sean Connery
28. Ana Obregón
29. Matt Damon
30. Un funko de Superman
31. Val Kilmer
32. Ronald Reagan
33. George Clooney
34. Kim Basinger
35. Tom Waits
36. Mocedades
37. Matt Damon
38. George Clooney
39. El PSOE
40. Matt Damon
41. Matt Damon no, el otro
42. Jason Statham
43. George Clooney
44. Arnold Schwarzenegger
45. Friedrich Nietzsche
46. Arthur Schopenhauer
47. Matt Damon

Bienvenido a su banco

Foto: Museums Victoria (Unsplash)

Bienvenido a UN BANCO:

Gracias por confiar en nosotros y darnos todo su dinero. A modo de bienvenida, queríamos aclarar algunas de las dudas habituales de nuestros clientes y recordarle que tiene un crédito preconcedido de 50.000 euros.

Los horarios de oficina de UN BANCO:

Ingresos, retirada de efectivo y otros trámites: el martes 17 de noviembre de 10:00 a 10:04 de la mañana. También puede usar cualquier cajero.

(Nota: el cajero está temporalmente fuera de servicio).

Puede pasarse cuando quiera para aceptar el crédito preconcedido de 50.000 euros.

La premiada app de UN BANCO:

Le recomendamos que se instale nuestra aplicación para móvil, compatible con todos los Alcatel. Recibió un premio en 2015 de una empresa que ya no existe, ahí es nada. La app solo funciona cuando se queja mucha gente en Twitter y avisamos a Nacho, el sobrino de Pedro, que es informático, pero habitualmente no hay problema para aceptar el crédito preconcedido de 50.000 euros, que por cierto ya está a su disposición. 

Aparte de eso, la app está muy bien. Y no es cierto que Villarejo tenga acceso a sus datos, jaja, qué tontería, ¿quién es Villarejo? ¿Es su madre de usted? La app tiene un premio. Lo tenemos en la oficina. Es como un diploma, pero de metal. Precioso. En realidad es un accésit.

La web de UN BANCO:

Los trámites que no se pueden hacer en la oficina tampoco se pueden hacer en la web, pero en la web sale un gráfico que dice cuánto lleva usted gastado desde el día 1. Está mal porque no suma bien lo de la tarjeta de crédito ni lo de la cuenta corriente, pero es muy bonito.

Ya le hemos ingresado los 50.000 euros, para ir ganando tiempo. Total, el crédito estaba preconcedido. Si entra en la web los verá ya en la cuenta.

Su tarjeta de crédito:

El periodo de liquidación es del 20 al 20 de cada mes. 

El cargo en su cuenta se hará el día 5 de cada mes.

El objetivo es que nunca sepa cuánto lleva gastado, pero no pasa nada porque tiene esos 50.000 euretes ya ingresados, que siempre vienen bien, anda que no. ¿En qué se los va a gastar? ¿Un coche? ¿Obras? ¿Ludopatía? No nos lo cuente, que dentro de unos años vendrán los juicios y queremos poder negarlo todo.

Comisiones:

Gracias por darnos todo su dinero, pero ya nos lo hemos gastado y necesitamos más. 

Somos absolutamente incapaces de ganar dinero con todo el dinero de nuestros clientes porque la app es un agujero sin fondo y ya no sabemos qué hacer para que funcione, aparte de darle otro premio. Necesitamos 50 euros al año, por favor. 

Que sean 100.

Además, están los intereses de los 50.000 eurillos del préstamo preconcedido. Las condiciones eran buenísimas: 6500 % TAE.

Puede pasarse a nuestra cuenta ONLINE, en la que no se le cobrarán esos 150 euros de comisiones de mantenimiento. Las condiciones son las siguientes:

– Ingresar la nómina y domiciliar al menos cuarenta recibos.

– Matar a este perro. ¿No quiere pagar comisiones? Pues mate a este perro. Si tanto le molestan los 200 euros anuales, coja a este animal del cuello y estrangúlelo con sus propias manos. Demuéstrenos que realmente quiere ahorrarse esos 250 euros. Y sin llorar. COMPÓRTESE COMO UN HOMBRE Y NO LE COBRAREMOS LOS 300 EUROS DE COMISIONES QUE NOS HEMOS GANADO AL QUEDARNOS CON SU DINERO.

Los 350 euros de comisiones se redondean al millar superior más cercano.

Recuerde que aunque le confirmemos el cambio de las condiciones de cuenta, este no se hará efectivo y nadie le avisará nunca de qué falta ni por qué. En caso de duda, puede pasar por cualquiera de nuestras oficinas, si llega antes de que las cerremos para siempre. Allí le diremos que tiene que enviar la consulta por la web o a través de la app (que tiene un premio). También le recordaremos que tiene a su disposición un crédito preconcedido de 50.000 euros (sí, otro).

Comunicaciones con UN BANCO:

Le enviaremos publicidad de todos los créditos que le preconcedamos. Es posible que perdamos su DNI y le bloqueemos la cuenta. En tal caso, ya se enterará cuando le corten la luz, así que no le molestaremos. 

Puede llamar a su ASESOR PERSONAL cuando quiera para aceptar un nuevo crédito preconcedido de 50.000 euros.

Su ASESOR PERSONAL:

Su ASESOR PERSONAL resolverá todas sus dudas sobre los créditos preconcedidos.

Créditos de 50.000 euros:

Están todos preconcedidos. Ya le hemos ingresado tres.

Anexo a “Créditos de 50.000 euros”

Las condiciones del crédito preconcedido han cambiado: 8.000 % TAE.

Hipotecas:

Espera, chaval, que están mirando… Pásate luego y te la financio al a 150 años por el 300 % del valor del piso. Y, de regalo, un crédito preconcedido de 50.000 euros.

Anglicismos innecesarios

Hay un hecho que es indiscutible: ya no hablamos español de verdad, como hacían los españoles hasta, más o menos, el 3 de diciembre de 1889. Ahora escupimos un mejunje horrible, trufado de expresiones inglesas innecesarias que están destruyendo nuestro idioma y convirtiéndonos en humanos tartamudos con la espalda retorcida de tanto inclinarnos ante la pérfida Albión. Para evitar esta degeneración que solo nos traerá comunismo, hambre y un tic muy raro en el ojo derecho, recordamos aquí, en Die Verschwörung, una serie de palabras en inglés a evitar, acompañadas de su mejor equivalente en español y organizadas por categorías.

 

Empresa

Afterwork: Merendola.

Conference call: Ratito para dibujar.

Startup: El dinero de mis padres.

Cash: El dinero de mis padres.

Cash-flow: Casi no me queda dinero de mis padres.

Crowdfunding: El dinero de mis amigos.

Staff: Gente que cobra el dinero de mis padres y yo creo que no hace nada, me cago en todo, joder ya.

Target: ¿Pero quién coño va a pagar por esto?

Break, hacer un: Embolia, sufrir una.

Brainstorming: El día que me dé por hablar…

Headhunter: El amigo de mi padre.

Reset: Hoy ya no tomo más café, que llevo como quince.

Branding: Marca del ganado. Es importante porque si lo roban, el sheriff lo puede identificar y traerlo de vuelta. 

Coach: Estafador.

Couch: Sofá.

Networking: No soporto este sufrimiento, ojalá entre alguien con una escopeta y nos mate a todos.

Feedback: Sí… Sí, pero… Si no le digo que no… Lo que yo… ¿¡QUE A QUÉ PISO VA!?

Buenos días in the morning: Por favor, que alguien llame a un médico, no me encuentro muy bien.

 

Tecnología

Newsletter: Boletín Oficial del Estado.

Selfie: ¿Este bulto en la barbilla no será un tumor cerebral?

Engagement: Matrimonio, refiriéndose a la tapa de boquerón y anchoa.

Followers: Amantes.

Smartphone: Téléphone intelligent.

Influencer: Las voces de tu cabeza.

Like: Me siento muy solo.

Podcast: Crucigrama.

 

Cultura

Twerking: Taller mecánico.

Celebrity: El tío ese que salía en aquello… Sí, hombre, lo de la tele…

Cool: Señor mayor.

Gym: Misa.

Crush (como en “mi crush me ha hecho like”): Lumbago.

Estoy living: Me duele el pecho, creo que me ha dado un infarto.

It was the best of times, it was the worst of times: Hoy no puedo, que he quedado. ¿Qué tal el jueves?

Cupcake: Miguelitos de La Roda.

Muffin: Calçot.

S’il vous plaît: ¿Hacemos de primero un pica-pica para compartir?

X-Men: La patrulla X.

Spiderman: Mortadelo.

Fútbol: Petanca de pies.

Basket: Cesta.

Mis vacaciones. Edición crítica publicada en ‘Páginas escogidas’, colección Letras Hispánicas, editorial Cátedra

Foto: Giammarco Boscaro (Unsplash)

Este1 verano2 he ido con mi3 papá y con4 mi mamá a la playa5. No6 me gusta la playa7 porque la arena pica. Le pregunté a mi8 papá si había tiburones y me dijo que sí y que con suerte me comerían9, pero mi mamá10 dijo que no, no es verdad, no hagas caso a papá, está enfadado porque tampoco le gusta la playa. Yo11 le dije a mamá que a mí tampoco me gustaba y mamá dijo pues ya estoy harta, el año que viene nos quedamos en casa12. Mi papá dijo así ahorraremos y yo les dije que quería un helado13. Papá dijo y yo quiero un yate14, pero me dio el dinero igual. Fui a por el helado y el heladero me dijo tienes buenas manos para limpiar las heladeras, son pequeñas, pero fuertes. Me dijo que llamara a mis padres y mamá y papá vinieron, y mi papá dijo pero qué pasa, ni eso sabes hacer, y el señor de los helados dijo oiga, que podría trabajar para mí, pago bien15, y mi mamá dijo bueno, a ver, cuánto, pongámonos de acuerdo16, y se pusieron de acuerdo y pasé el verano trabajando17,18 limpiaba19 las máquinas de helado porque tengo las manos pequeñas, pero fuertes, como de labrador20 pequeño. El heladero era duro, pero justo21, decía mi papá22. No lo pasé muy bien porque no me gusta la playa, pero mi mamá dijo bueno23, mira, entre tu trabajo y las tres carteras que robó tu padre24 en el paseo marítimo, las vacaciones nos han salido gratis, así que ni tan mal. Y luego volvía25 casa y ahora estoy en el cole26.

  1. El texto se redactó en septiembre de 1984 (según Blecua) o 1985 (según Valverde). A pesar del baile de fechas, ambos coinciden en que se trata de su primer trabajo desde junio, al margen de un cuaderno de vacaciones Santillana en el que apenas se pueden leer frases sueltas que la crítica considera obras menores. Se publicó por primera vez en Ensayos, aforismos y textos dispersos (2007, con prólogo de Rafael Sánchez Ferlosio).
  2. “Berano” en la primera versión del relato. Se han corregido estas y otras faltas ortográficas, gramaticales y de puntuación. La versión original se puede consultar en sus Obras completas, publicadas por esta misma editorial.
  3. Al decir “mi” se refiere a “su”, no a “mi”. Es decir, “su” madre, no la mía. Al tratarse de un texto temprano, Rubio no acaba de controlar la técnica narrativa y provoca este tipo de confusiones en el lector.
  4. Nótese la aliteración en “con… con…”, muestra temprana del estilo de Rubio. Otro ejemplo de la misma época lo tenemos en Redacción, en el que se juega de manera interesantísima con la repetición. El relato consiste en la palabra “mesa” repetida 200 veces y concluye con “ya está, ya es lo largo que pedía la señu”. Este trabajo fue acogido de manera tibia por la crítica, que suspendió su obra. El autor se vio obligado a repetirla, ofreciendo una versión más formal, también con el título de Redacción y que no es más que un resumen un tanto libre de Indiana Jones y el arca perdida, menos interesante, aunque no sin valor.
  5. Nótese cómo Rubio no deja claro de qué playa hablamos, logrando que el lector se identifique plenamente con el personaje. Su técnica narrativa no interfiere con el lector, permitiéndole imaginarse en su propia playa.
  6. En general, Rubio usa a menudo el adverbio “no”, casi tanto como el adverbio “sí”. Véase al respecto el trabajo de López Teruel, que contó estos adverbios a mano. Cuando alguien le explicó que podría haberlo hecho con ayuda de un ordenador de forma sencilla y rápida, López Teruel puso fin a su vida arrojándose al vacío. Para encontrar dicho vacío tuvo que colarse en el laboratorio de la Universidad de Física de Barcelona.
  7. ¿Se trata de la misma playa de antes? Probablemente, aunque, de nuevo, Blecua y Valverde discrepan.
  8. Una vez más, su padre, no el mío. Lo sé porque le pregunté a mi padre si se trataba de él y su respuesta no da lugar a dudas: “Lo siento, hijo, pero eso que haces no es un trabajo de verdad. ¿Por qué no estudiaste ingeniería, como tu hermana?”. Porque no sería feliz, papá. No hay ingenieros felices. Además, tengo una carrera, edito libros para Cátedra, hostia. Estoy construyendo los cimientos sobre los que se sustenta la cultura. Dentro de SIGLOS mi trabajo ayudará a lectores a acercarse a la obra de GENIOS. Bueno, más o menos, que en Cátedra ya publican cualquier cosa porque al final llega un punto en el que las “obras maestras” se acaban.
  9. Esta es otra muestra de impresionante capacidad narrativa de Rubio. El arco de este relato concluye en 2019, cuando Rubio fue devorado por un perro al que llevaba varios días siguiendo y diciéndole: “Dame la patita”. Según determinó la investigación policial, se trata de la única vez que un yorkshire terrier se come a un humano entero*. En este caso, Blecua y Valverde coindiden al elogiar la originalidad literaria de Rubio y este juego en el que ficción (el relato) y realidad (su propia muerte, narrada por los periódicos) mantienen un diálogo a base de ecos y referencias constantes.

* Tanto el perro como el dueño fueron absueltos.

  1. Un buen ejemplo del dualismo de Rubio, que juega con el eje papá-mamá, en referencia a los arquetipos hombre-mujer y, en otras obras y según Valverde perro-gato. Blecua también menciona el eje pájaro-pingüino, en una ingeniosa explicación que ocupa 20 páginas de su tercer libro sobre Rubio y que supuso su ingreso en un sanatorio en los Alpes.
  2. Esta palabra aparece tachada en el primer borrador, aunque finalmente se volvió a añadir. ¿La primera versión le pareció demasiado nihilista? Esa es la interpretación de Valverde, pero Blecua se inclina por una explicación meramente formal.
  3. La “casa” es uno de los escenarios recurrentes en la obra de Rubio. Muchos de sus personajes tienen “casa” y viven en ella, en ocasiones acompañados de otras personas. Recordemos que este trabajo es solo unos meses anterior a una de sus pocas incursiones en la pintura, una obra titulada precisamente “Mi casa”. Como ha señalado la crítica, se trata de un título irónico, ya que él no vivía con su familia en una casa de dos pisos con chimenea y lo que parece un manzano, sino en un piso de 85 metros cuadrados de L’Hospitalet de Llobregat,
  4. Se aprecia la lucha entre la sociedad capitalista y el anhelo de libertad. De nuevo un tema constante. En Redacción, el arca está llena de helados e Indiana Jones se toma varios de ellos seguidos sin que le duela la barriga, descubriendo que lo del dolor de barriga es, cito, “un invento de los padres”. 
  5. Nunca consiguió el yate, al menos según cuenta Rubio en trabajos posteriores, como Redacción para el día del padre y las tres Vacaciones que escribió en años siguientes.
  6. Llevo mucho sin poner notas al pie porque me han llamado por teléfono y me he despistado. Nada, los de Cátedra, metiendo prisa. Es más fácil editar para Austral: un prologuito y a tomar por saco.
  7. Hay una negociación similar en Fin de semana en la nieve, cuando sus padres acceden a alquilar a Rubio como trineo en Andorra.
  8. El poder del diálogo es otro de los temas recurrentes de Rubio y se suele relacionar con la figura de la madre. No siempre llega a buen puerto, como se puede leer en un relato del mismo año, Mi madre es una dictadora y no me deja comer chocolate.
  9. Según Valverde, esta coma debería ser un punto, pero según Blecua, debería ser punto y coma.
  10. Este relato anticipa gran parte de lo que sería la carrera de Rubio, que dejó la literatura a los 12 años y que desde entonces dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a otras actividades, como la contabilidad e ir al súper a hacer la compra. Lo único que le devolvió a las letras fue la supervisión de la publicación de varias antologías y de sus obras completas, a la que en realidad dedicó poco esfuerzo, según cuenta Tudela en su biografía del escritor. Esta labor iba acompañada de quejas como “¿pero esto es normal?” y “¿cuánto me van a pagar? Necesito el dinero”. Según Blecua, sus primeros trabajos revolucionaron el panorama narrativo, en especial Odio los garbanzos. Valverde opina que su obra es interesante y que no carece de madurez, pero se ve necesariamente limitada por su escaso recorrido. 
  11. Se refiere al campesino y no al perro, aunque Blecua ve de nuevo un anticipo de su temprana muerte. Al respecto, Valverde contesta con un “eso es una idiotez” y “no entiendo cómo sigo casada con este analfabeto”.
  12. La dureza del heladero va acorde con la frialdad del helado. El extenso estudio de Peláez sobre este relato dedica un capítulo a esta frase, que define como “perfecta definición de la visión del mundo de Rubio”. Lo relaciona, en nuestra opinión muy hábilmente, con los tres años que pasó, ya licenciado, trabajando en el departamento de contabilidad de una cementera.
  13. Este fragmento recuerda a otro trabajo anterior, titulado Barça, que arranca de una forma parecida: “Mi papá dice que Lineker es un vago”.
  14. López Teruel también contó el número de “bueno” en la obra de Rubio y llegó a la conclusión de que era una cifra “superior a la media”.
  15. Pasó tres años en la cárcel, no consecutivos, por cargos similares, como narra Rubio en De qué trabaja mi papá.
  16. La crítica se haya divididísima respecto a esta construcción. Para Blecua, “volvía casa” es una bellísima metáfora sobre la vuelta de la cotidianeidad, una forma de ver esta experiencia mucho más amenazante que una vuelta a la cotidianeidad. Este crítico aprecia influencias de Heidegger en esta frase. Para Valverde, se trata de una errata. También para la profesora de lengua de Rubio, que así la señaló. Blecua lamenta con dureza la “escasez de miras” con la que fue recibido el texto de Rubio: “Nunca sabremos qué influencia tuvo esta incomprensión en el hecho de que el autor abandonara la labor literaria”.
  17. El texto se cierra con una vuelta a la normalidad. El tono pesimista y el carácter cíclico de la vida también está presente en obras como Fin de semana en la nieve, Fin de semana en Castelldefels, Mis vacaciones de Semana Santa y ¿Otra vez garbanzos?

 

130 cosas que nos diferencian de los animales

‘His station and four aces’, de Cassius Marcellus Coolidge
  1. Ver series.
  2. Reírse de lo que pasa en la serie y decir: “Lo que inventan estos guionistas”.
  3. Decirse a uno mismo que no pasa nada por hablar solo en casa.
  4. Repetirlo en voz alta para convencerse.
  5. Acostarse.
  6. Despertarse menos de una hora más tarde porque el vecino de arriba está haciendo ruido.
  7. Preguntarse por qué siempre tiene que mover todos los muebles a medianoche.
  8. Intentar dormir a pesar de que el ruido no para.
  9. Estar a punto de conciliar el sueño cuando de repente pone música muy alta.
  10. Preguntarse: “¿Subo?”.
  11. Pensar: “Es que no lo conozco de nada. ¿Y si se enfada y luego no me espera cuando vaya a coger el ascensor?”.
  12. “O, peor, me espera y tengo que subir cuatro pisos con él, sin saber qué decir”.
  13. Subir a quejarse porque “es que así no se puede dormir. Y no es la primera vez que este tío la lía”.
  14. Tocar el timbre. Los animales no tienen timbres en sus madrigueras.
  15. Mientras abre, pensar: “Si es que la música se oye en todo el rellano, no entiendo cómo no estamos aquí todos los vecinos aporreando la puerta”.
  16. Darle al vecino las buenas noches y preguntarle si podría bajar la música.
  17. Constatar, sin sorpresa ninguna, que “este tío huele a alcohol”.
  18. Sorprenderse cuando el vecino no quiere bajar la música a pesar de que al día siguiente hay que trabajar.
  19. Poner el brazo en la puerta cuando el vecino va a cerrarla porque uno no puede creer que el tío de verdad no vaya a bajar la música.
  20. Es que ni siquiera le has dicho que la quite, solo le has pedido que la baje.
  21. Y lo has pedido por favor, que sin favor tendría que ser.
  22. Ver cómo el vecino no esperaba que opusieras resistencia, por débil que fuera, y al toparse la puerta con tu brazo, resbala y cae hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el mueble que hay en el recibidor.
  23. Preguntar: “Oiga, ¿se ha hecho daño?”.
  24. Ver que no reacciona.
  25. Entrar en el recibidor y acercarse al cuerpo. Hablar de nuevo para decir: “Oiga…”
  26. Cerrar la puerta.
  27. Entrar en la casa para ver si hay alguien o buscar un teléfono.
  28. Aunque el teléfono móvil también nos diferencia de los animales, no lo has cogido al salir de casa en pijama y bata para subir al piso de arriba.
  29. Aún gracias que te has acordado de las llaves.
  30. No hay nadie en casa.
  31. Apagas la música. 
  32. “Mucho mejor ahora”.
  33. “Es que encima el tío estaba solo. Si me dijeras que tenía a gente de visita, pues aún”.
  34. “Y ni aún, que es martes, no me jodas”.
  35. Ir con el teléfono al recibidor y empezar a marcar el número de emergencias.
  36. No acordarse de cuál es por culpa de las series americanas, que la lían con su 911.
  37. Ver que hay un charco de sangre debajo de la cabeza del vecino.
  38. Comprobar que el vecino no respira. Un animal no comprobaría nada. Empezaría a comerse al otro animal. Crudo, además.
  39. No encontrarle el pulso al vecino.
  40. Preguntarse si lo uno lo está buscando bien.
  41. Buscárselo a uno mismo y no encontrarlo.
  42. “A ver si me he muerto del susto… Ah no, que es aquí. A ver ahora… Ahora sí, claro”.
  43. Probar otra vez con el vecino.
  44. Darse cuenta de que uno ha matado al vecino sin querer.
  45. Preguntarse si merece la pena llamar a emergencias. Al fin y al cabo, solo va a servir para terminar en la cárcel y con la vida arruinada por culpa de un accidente difícil de explicar.
  46. Además, es que tenía la música muy alta.
  47. ¿Y quién tiene un mueble en el recibidor en pleno siglo XXI? Alguien que merece morir, esto es evidente.
  48. Pensar en las opciones que nos presenta el futuro y los riesgos de cada una de ellas. Eso no lo hacen los animales ni de coña.
  49. Decidir que lo mejor es deshacerse del cuerpo.
  50. Un animal se lo comería, pero un humano lo arrastra a la bañera y comienza a descuartizarlo con ayuda de un cuchillo gordo, pero mal afilado, que había en la cocina.
  51. Llorar un poco, preguntándose por qué no podía simplemente bajar un poco la música, que no era tanto pedir.
  52. Preguntarse si las lágrimas tienen ADN.
  53. Hacer una nota mental para buscarlo en Google luego.
  54. Secar con cuidado las lágrimas que han caído sobre el cuerpo, por si acaso.
  55. Oír un ladrido. Eso sí lo hacen los animales, pero lo que no hacen es girarse y decir: “Joder, qué susto”.
  56. Sacar al chucho, pequeño y tranquilote, del lavabo.
  57. Preguntarse si un perro podría ser testigo en un juicio, quizás reconociendo al acusado por el olor.
  58. Hacer otra nota mental para buscarlo también en Google.
  59. “Madre mía, a ver si ahora ahora tengo que matar a un perro”.
  60. Decidir que no vas a matar y descuartizar a un perro, que prefieres correr el riesgo. Lo del vecino ha sido un accidente, lo del perro sería ya con toda la mala idea.
  61. Meter el cuerpo de tu vecino en varias bolsas de basura.
  62. Limpiarlo todo a fondo con lejía.
  63. Mirar bien por la mirilla antes de volver a tu piso.
  64. Maldecir tu mala suerte al ver que te van a hacer falta al menos dos viajes.
  65. Dejar las bolsas de basura en tu cocina.
  66. Enfadarse porque después de todo el follón solo quedan cuatro horas para dormir antes de que suene el despertador.
  67. Consolarse pensando que habría sido aún peor con la música: “No habría podido dormir en toda la noche”.
  68. Al volver del trabajo al día siguiente, llevar las bolsas de basura al coche y distribuirlas por contenedores de toda la ciudad.
  69. Encontrarse con una prima justo cuando llevas la bolsa con la cabeza.
  70. En serio, con tu prima. Ya es mala suerte. Si no os veis nunca.
  71. Saludar, qué tal todo, etc. Pero no poder dejar de pensar en si se notará que lo que hay en la bolsa es una cabeza.
  72. Igual hasta se le marcan las orejas contra el plástico.
  73. Pasar algún que otro mal rato pensando en si la policía vendrá a preguntar algo o no.
  74. No ver aparecer a la policía.
  75. Oír al perro, pero no saber muy bien qué hacer con él.
  76. Oír una conversación que los vecinos de arriba tienen en el rellano.
  77. Abrir un poco la puerta de casa para enterarse mejor.
  78. Resulta que dan por desaparecido al vecino. Al parecer, alguien se ha hecho cargo del perro.
  79. Sentirse aliviado al oír las dos cosas.
  80. Enfadarse al oír: “Ni un problema daba”.
  81. “¿Cómo que ni un problema? ¿Y el ruido, qué?”
  82. “No, si resulta que me invento las cosas”.
  83. Lamentar que en este país baste con morirse para que hablen bien de uno.
  84. O desaparecer, vaya.
  85. Pensar que hay que tener cuidado con los lapsus, que cualquier día aparece la policía y a saber qué le decimos, todo por no prestar un poco de atención. Si la policía pregunta, no sabemos qué le ha pasado, nada de dar por hecho que está muerto.
  86. Seguir con tu vida.
  87. Dormir bien por las noches porque no hay música ni movimiento de muebles.
  88. Conocer a una chica en un bar. Te la presenta un amigo del barrio. 
  89. Quedar con ella para otro día.
  90. Empezar a salir con ella, en serio y todo.
  91. Ilusionarse.
  92. Darse cuenta de que tiene cosas raras. Bueno, solo es una: nunca quiere ir a tu casa y siempre vais a la de ella.
  93. Preguntarle por eso.
  94. Escuchar su historia.
  95. Resulta que su padre las abandonó a ella y a su madre cuando era niña.
  96. No era una mala persona, pero tenía problemas con el alcohol.
  97. Parecía que los últimos años estaba mejor. Incluso habían retomado la relación.
  98. Vivía en el barrio, con su perro.
  99. “Era tu vecino. Por eso no me gusta ir a tu casa… Vivía encima de ti, en el quinto”.
  100. Preguntar, hábilmente: “¿Vivía?”.
  101. Oír cómo cuenta que desapareció hace unos meses, dejando al perro solo. 
  102. “Una recaída, imaginamos. Pero no sabemos nada de él”.
  103. Preguntar por el perro: “Está con mi madre, aunque no lo soporta. Me lo voy a tener que quedar yo”.
  104. Pensar: “He matado al padre de mi novia”.
  105. Constatar que esto es más casualidad que lo de tu prima cuando llevabas la cabeza del vecino.
  106. Aunque, bueno, siendo todos más o menos del barrio, pues tampoco es tan raro.
  107. Un poco sí.
  108. Creer que la mejor forma de disimular es decir que crees que sabes quién era su padre.
  109. “Nunca dio ningún problema”, dices, consciente que no es el momento de sacar el tema de la música.
  110. Porque no era la primera vez que hacía ruido.
  111. Ningún problema, mis cojones.
  112. “Claro -dice ella-. Es que estaba mucho mejor”.
  113. Enterarse, un par de semanas más tarde, de que ella se lleva al perro a su casa.
  114. Temer que el perro te vaya a reconocer y se vaya a poner a ladrar como un loco.
  115. Pero qué va, le caes hasta bien. Los perros no son tan listos como los humanos, esto es así.
  116. Tras un par de noches en su casa, descubrir se es alérgico a los perros.
  117. ¿Los animales tienen alergias?
  118. Buscarlo en Google.
  119. Pues resulta que también, qué cosas. En fin, que las alergias no nos diferencian de los animales.
  120. Y, total, que no puedes pasar mucho tiempo en su casa.
  121. Exponerle, de la forma más suave posible y sin que suene a ultimátum, que el perro y tú no podéis compartir piso.
  122. Sentirse decepcionado cuando ella escoge al perro.
  123. Entender que es normal cuando dice: “Es lo único que me queda de mi padre”.
  124. Pero intentar ganar puntos con el comodín que te habías guardado todo este tiempo: “Bueno, a ver, que tu padre ponía la música muy alta”.
  125. Darse cuenta de que el argumento no es tan convincente ni racional como uno creía.
  126. Quedarse soltero otra vez.
  127. Todo por culpa del vecino.
  128. Un martes por la noche y con la música puesta.
  129. Es que con bajarla bastaba, ni siquiera tenía que quitarla.
  130. Preguntarse si habría merecido la pena matar también al perro.