Quiero una pistola

Cuando un loco se lía a tiros en Estados Unidos, surge el debate sobre la facilidad con la que un estadounidense puede comprar un arma. ¿Y en España es difícil? Algo más: para empezar, no se puede adquirir un «arma de guerra» de forma legal, es decir, no podemos tener un rifle de asalto o un arma automática en casa.

Parece razonable.

Pero pongamos que yo creo que debo tener algún arma en casa precisamente para defenderme de los malos que las tienen. Vale, no me hace falta un kalashnikov, pero igual puedo tener una pistola debajo de la almohada.

Veamos qué puedo hacer.

Hay cinco tipos de licencias a las que puede acceder un ciudadano de a pie. Para obtener una licencia de armas de fuego cortas (tipo B: pistolas y revólveres) es necesario ser mayor de edad y hacer constar en la solicitud los motivo que justifican la posesión de un arma corta. En la web de la guardia civil se dice expresamente que «la razón de defensa de personas o bienes, por sí sola, no justifica la concesión de la licencia B».

Por lo que leo, se concede a personas amenazadas o gente que necesita defenderse, pero mucho, como un joyero.

Otro detalle curioso es que se conceden con una vigencia de tres años y no se pueden renovar. Es decir, hay que solicitar una nueva concesión y, por tanto, volver a explicar por qué la necesitamos.

Además de eso, necesitamos; un certificado de aptitudes psicofísicas (creo que te lo dan si eres capaz de mantenerte de pie), uno de antecedentes penales, otrode antecedentes sobre violencia de género y la fotocopia del DNI. Hay que pagar una tasa de 13,82 euros.

Como suponemos que no estoy amenazado y que sólo soy un ciudadano que no quiere ver cómo la policía llegar tarde, tenemos que descartar la licencia de tipo B, así que pasemos a la siguiente: C, armas para vigilancia y guardería. Se trata de armas largas, como escopetas «no incluidas entre las armas de guerra».

Sin embargo, «esta licencia está reservada a los vigilantes de seguridad y escoltas privados de las empresas de seguridad, a los vigilantes de explosivos y a los guardas particulares de campo». Y además se conceden a nombre de las empresas y se han de guardar en el local de la entidad: no puedo tenerlas en casa.

Es decir, esta ni siquiera me sirve.

También hay que pasar un examen para demostrar que se sabe manejar el arma y una prueba escrita. Y por supuesto hay que presentar los certificados anteriores, además de un informe de la empresa.

Probemos con la D: armas largas rayadas para caza mayor, de nuevo no clasificadas como armas de guerra (serviría para la clásica escopeta de cartuchos de caza, vamos). Interesante: con esta licencia puedo comprar un arma de esta categoría, pero si quiero comprar otra, necesito una nueva autorización. También tendría que pasar una prueba práctica y teórica, y además debo tener un armero en casa que reúna unas condiciones mínimas de seguridad. Para practicar y antes de sacarte la licenci, puedes ir a un campo de tiro y alquilar un arma o pedirle a alguien con licencia que te acompañe y te las preste. Ha de ir contigo, ojo, no puedes pasar por su casa a recogerlas e irte al campo.

Además de los certificados ya típicos, necesitaría una licencia de caza. Por cierto, caza mayor, implica cualquier animal más grande que un zorro.

La licencia tipo E inluye armas de fuego largas, como escopetas, y deportivas, incluyendo ballestas, arcos y pistolas de bengalas. Y armas para lanzar cabos. Y pistolas detonadoras. Y armas de inyección anestésica.

Esta categoría es muy divertida. Y los requisitos son muy similares a los del tipo D.

Por último, queda la licencia del tipo F, las de concurso. Sólo sirve para usar estas armas en campos y galerías de tiro. Obviamente, las puedo guardar en casa, pero debo estar federado.

Es decir, sacarse un permiso de armas resulta más complejo que en Estados Unidos, pero no es una tarea complicada. Es casi imposible tener una pistola en casa, pero tener una escopeta presenta una dificultad similar a sacarse el permiso de conducir. Obviamente, un loco lo tiene muy difícil para hacerse con fusiles de asalto y demás barbaridades, pero si alguien quiere tener un arma de caza en casa y usarla como arma defensiva, puede hacerlo con relativa facilidad. Eso sí, guardar una escopeta debajo de la almohada es poco romántico, muy incómodo e ilegal.

En mi época con dos mil pesetas

euros

En mi época con dos mil pesetas, que son unos doce euros, te ibas al cine con tu novia, pagabas las dos entradas y comprabas palomitas y coca-colas. Además, te sobraba para pagarte la gasolina y el parking, así que la llevabas en coche al restaurante. Sí, a cenar, porque algo sencillo también lo podías pagar con el cambio de las dos mil pesetas, incluida una botella de vino. Después cogías el coche y la llevabas a su casa, y tú con el vino ibas medio regular y ella además te iba hablando, hasta que de repente soltaba un grito, frenabas bruscamente y decía: «Creo que le hemos dado a alguien, Jaime, creo que le hemos dado a alguien». Y salías del coche consciente de que sí, de que habías oído un ruido seco, quizás era un perro, hasta que veías a una señora muerta a los pies del parachoques. Después del susto inicial, te atrevías a buscarle el pulso, luego mirabas alrededor y le decías a tu novia: «Sal, ayúdame. Tú cógela de las piernas y yo de los hombros». Y ella te preguntaba: «Pero qué quieres hacer, llama a una ambulancia, por Dios». Y tú le contestabas: «Ni hablar, que vendrá la policía y yo he bebido». Y ella: «Pero esta mujer…» Y cortabas: «¡Esta zorra esta muerta y ya le da lo mismo! ¡Tengo que pensar en mi carrera política! ¡La prensa me destrozará!» Entre sollozos, ella la agarraba por los tobillos y entre los dos la llevabais hasta el maletero, que tú abrías mientras con el brazo izquierdo seguías sosteniendo a duras penas a la mujer. La metíais dentro y con el cambio aún tenías dinero suficiente para comprarte una pala en una gasolinera e ir a un descampado, porque antes de la burbuja inmobiliaria en Barcelona había descampados. Allí, iluminándote con los faros del coche y mientras tu novia lloraba en el asiento del acompañante, cavabas un agujero lo suficientemente hondo como para enterrar el cuerpo de la mujer. Después, sudado y manchado de tierra, llevabas a tu novia a su casa y tú te ibas a intentar dormir un poco, aunque ya sabías que no pegarías ojo en toda la noche.

Veías a tu novia quizás dos o tres veces más. Ella no sacaba el tema, pero los silencios se hacían cada vez más largos hasta que finalmente, tomando un cortado, ella decía que no podía seguir así: «No tengo valor para ir a la policía, pero cada vez que te veo me acuerdo de aquella noche. No puedo seguir contigo». Se iba y te dejaba solo y tú te cabreabas porque había sido ella la que había querido ir a cenar, y no vas a cenar con agua, y también había sido ella la que estaba hablando mientras tú conducías. Si se hubiera estado calladita, hubieras ido mirando la carretera y no hubiera pasado nada. Encima te quería hacer sentir culpable. Es increíble. Las mujeres. No hay quien las entienda.

Pero bueno, lo importante: ese cortado, ese último cortado, ojo, aún lo pagabas con el cambio de las dos mil pesetas con las que habías ido al cine.

Fuente de la imagen.

Instrucciones para enfundar un nórdico

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Cambiar la funda de un nórdico sin ayuda de dos o tres personas y una grúa es una tarea difícil. Todos creemos conocer algún sistema infalible que hemos visto en Youtube, pero al final acabamos sentados en el suelo, sudando, llorando de rabia, con ganas de olvidarlo todo y de dormir siempre en el sofá.

La teoría es sencilla: hay que hacer coincidir los dos extremos superiores del nórdico con los dos de la funda, y luego extenderla. Para hacerlo de forma rápida y sin lesiones musculares, lo mejor es seguir estas indicaciones:

-Extiende tus brazos dentro de la funda, sosteniendo los dos extremos del nórdico. Sobre todo (importante), mete medio cuerpo dentro.

-Comienza a caminar en dirección al sur. Consulta la brújula.

Haz descansos e hidrátate bien. Sigue las indicaciones de tus dos sherpas. Ellos conocen el territorio mucho mejor que tú y han seguido la misma ruta en muchas ocasiones.

-Escribe una entrada en tu diario: “Después de trece jornadas de viaje, nos acercamos al extremo izquierdo. Cada vez hace más frío y nos estamos quedando sin víveres. Nos hemos tenido que comer a la mula. No sé quién ha traído esta lata de piña en almíbar, que no le gusta a nadie”.

-La situación es tan difícil que tienes que comenzar a racionar el whisky y ya pasas la mayor parte del día sobrio.

-Llegas a un territorio en el que habita una manada de tejones mutantes, que como todo el mundo sabe, crían en las camas cuando no cambias las sábanas con la periodicidad adecuada. Saca el rifle y dispárale a uno: será un buen almuerzo.

-Oyes un grito. Como no sabes disparar, le has dado a uno de los sherpas en la pierna.

-Ese sherpa te quita el rifle mientras masculla insultos en su idioma y se encarga de cazar el tejón. Prepáralo siguiendo una receta de tu abuela (paella de tejón; buenísima).

-Dos días más de viaje y llegas a la primera esquina de la funda, donde dejas con cuidado una de las puntas del nórdico (qué descanso en el brazo izquierdo, ¿eh? Ahora ya no parece que bailes sardanas).

-Coméntales a tus sherpas que esa noche descansaréis allí y que al día siguiente partiréis hacia el otro extremo. Asustados, hablan entre sí en su idioma. Pregúntales qué ocurre: te contestarán que la esquina derecha está MALDITA. Diles que eso es una estupidez y ríete de sus costumbres entre carcajadas.

-Al día siguiente, los sherpas habrán huido, dejándote la lata de piña en almíbar, dos pares de calcetines, el rifle y algo de munición.

-Tras dos días de camino, darás con un poblado. Los nativos te acogen saludándote en su idioma (OLA K ASE) y celebran una fiesta en tu honor.

-Durante la fiesta, fíjate en la hija del jefe, que no está nada mal, e invítala a una copa de una especie de ponche que han preparado.

-Se te acercarán unos cuantos hombres de la tribu y te pedirán que vayas con ellos un momento. Como eres el invitado de honor, no te puedes negar, claro. Dile a la chica que vuelves en seguida.

-Sigue las tradiciones de ese antiguo pueblo y las indicaciones de los lugareños, para acabar atado a un palo que da vueltas encima de una hoguera.

-Sospecha que igual esa fiesta no es tan divertida como creías.

-Se te caerá la lata de piña en almíbar en la fogata. Con el calor, reventará y los nativos huirán asustados. Aprovecha para desatarte justo cuando tu espalda empiece a oler a cochinillo asado.

-Huye, no sin dejarle una nota a la chica con tu número de teléfono. Nunca se sabe.

-Resguárdate de una tormenta en una cueva. Está oscuro, enciende una linterna. Suelta un grito al ver un esqueleto vestido también con ropa de montañista. Abre su mochila y lee su diario. Sí, murió de hambre y frío hace doce años, cambiando la funda de su nórdico. Róbale el reloj, que parece bueno.

-Llegarás a la esquina derecha, que está custodiada por El Guardián de la Esquina Derecha. Te pondrá un acertijo. Es uno de estos en plan “si Juan tiene el doble de la edad de su hermano, cuántos años tendrá si dentro de seis años, etcétera”. La solución al acertijo es darle de garrotazos con el fusil al guardián hasta que te deje pasar.

-Coloca con cuidado el segundo extremo del nórdico.

-Por el camino de vuelta ve asegurándote de que el edredón queda plano y ajustado a la funda.

-Sal de la funda. Estás de vuelta en tu dormitorio. Mira el móvil. 27 de mayo. Saca el nórdico de la funda, dóblalo todo bien y guárdalo en el armario hasta el año que viene.

-Qué barba más chula de moderno llevas.

-Dúchate.

(Publicado originalmente en GQ.com).

Daltonia

semaforos

Nuestro viaje más divertido fue el que hicimos a Daltonia. Aún recuerdo lo que nos sorprendió la gran cantidad de peliverdes que había y qué bonitos eran aquellos jardines con el césped color remolacha. Allí te dio un ataque de risa porque yo llevaba una camiseta verde y con ese césped de fondo parecía que mi cabeza flotara.

También recuerdo aquella botella del vino verde local, que bebimos en ese restaurante que sólo servía carne roja y que insistía en que era vegetariano. Y qué raro el postre, ese helado de fresa que sabía a sorbete de melón.

Volvimos al hotel dando un paseo mientras anochecía y el cielo se teñía de color esmeralda. Pasamos además por un pequeño estanque, en medio de una plaza, en el que había conejos que, según cómo los miraras, parecían patos. Como llegamos además en campaña electoral, por la noche pudimos ver en la tele un confuso debate entre ecologistas y comunistas, que a mí me dio dolor de cabeza.

Y qué decir de la visita al museo de Daltonia, con cuadros como Labatalla de Daltonia y el realismo de esas heridas verdes y brillantes. La batalla de Daltonia es un episodio muy importante para el país. Tuvo lugar en 1752, cuando durante unos ejercicios de caballería, el general Dalton avistó un regimiento con la bandera enemiga, verde y roja.

Después de movilizar a todas las tropas y tras seis días de sangrientos combates con muchos e inexplicables cambios de alianzas, el lugarteniente de Dalton se dio cuenta de que en realidad aquel otro ejército no llevaba una bandera verde y roja, sino roja y verde, la bandera nacional daltona, y que por tanto habían iniciado una batalla contra el regimiento de otro cuartel.

Desde entonces y para evitar confusiones, la bandera daltona es la única que lleva escrito el nombre del país.

La única pega: cruzar la calle era un peligro. Leí en la guía que durante una época cambiaron el verde (o el rojo) por el azul, por lo que los semáforos pasaron a ser verdes (o rojos), ámbar y azules. Pero la gente no sabía que hacer cuando el semáforo se ponía en azul y seguía sin saber si el verde era verde o en cambio rojo. Los accidentes se incrementaron en un 17% hasta que se cambiaron de nuevo los semáforos y se usó una luz blanca, una ámbar y una azul.

Los daltones, completamente confundidos, decidieron dejar de hacer caso a las luces y conducir como los italianos: al azar.

Además, casi nadie usa el metro porque sólo hay dos líneas: la 1 que es roja (o verde) y la 2, que es verde (o roja).

Fue un viaje muy bonito, eso sí. Aún tengo sobre el escritorio el souvenir que me compré: un pisapapeles en el que pone I (corazón) Daltonia. Por algún motivo, el corazón es amarillo.

Fuente de la imagen.