Hace unos años propuse los fundamentos para un principio categórico ético del que se derivan todas nuestras obligaciones. Se trata, como bien sabrán algunos de mis lectores, de un requisito moral que se ha de aplicar siempre. Una de sus formulaciones es la que sigue: “Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”.
Bien, pues creo haber encontrado una excepción a mi principio categórico. Consiste en que si Johann Tropf quiere quedar contigo para cenar, le puedes decir que estás liado o que te duele la cabeza, aunque sea mentira.
Es cierto que en un texto en respuesta a Benjamin Constant argumenté que, siguiendo mi imperativo categórico, no podemos mentir nunca, ni siquiera a un asesino que pretenda matar a un amigo. Sobre todo porque cada vez que mentimos estamos degradando el valor de la palabra dada y, por tanto, perjudicando a la humanidad en su conjunto.
Pero el caso de la cena con Johann Tropf es muy diferente y mucho peor. Nada que ver, joder. Prefiero que me maten. Supongamos que mi acción se convirtiera en ley universal: “Cualquier persona podrá decirle a Johann Tropf que le duele la cabeza y no puede quedar con él para cenar”. El primer resultado sería que mucha gente se sentiría aliviada al no tener que soportar las historias de Johann Tropf, casi todas relacionadas con el servicio de Correos, ni sus teorías, que desarrolla durante horas y llegando a conclusiones sin sustento, como que no se puede comer nada crudo. ¿De dónde saca esas mierdas? En fin, veríamos un incremento notable en la felicidad de todos los habitantes de Königsberg en general y de la mía en particular.
¿Y se depreciaría el valor de la palabra dada? ¿El hecho de que todos mintamos a Johann Tropf llevaría a que no pudiéramos fiarnos de si los demás dicen o no la verdad? No, si dejamos claro que no se puede mentir en otros asuntos que no sean las excusas que le damos a Johann Tropf cuando quiere quedar para cenar. Esta es la única excepción al imperativo categórico, solo esa, y creo que todos podríamos ponernos de acuerdo. Ya lo tenemos bastante hablado porque no soy el único que sufre a Johann Tropf.
Quizás algunos de mis lectores se estén preguntando por qué no puedo decirle la verdad a Johann Tropf, y simplemente contestarle que no deseo verle. Eso es porque no conocen a Johann Tropf. Si yo le dijera la verdad a Johann Tropf, esto es, si le dijera que no me apetece cenar con él, Johann Tropf se presentaría en mi casa igualmente, aduciendo que “pasaba por el barrio” o que no le habían llegado mis cartas. Cosa que ya ha hecho en más de una ocasión, a pesar de que sé que es mentira porque, conociéndole, siempre aviso al mensajero de que se cerciore de que Johann Tropf lee mi nota en su presencia. Pero, nada, el muy hijo de puta se hace el loco y cuando te das cuenta se ha abierto una botella de vino y está explicándote por qué China en realidad no existe.
Alguien podría decir que Johann Tropf podría presentarse igualmente en mi casa aun después de decirle que estoy enfermo. Pero todo el mundo sabe que Johann Tropf es hipocondriaco, además del cabrón más pesado del continente, y que no se acercaría a menos de seis leguas de alguien que dijera encontrarse con dolores o fiebres, así que es evidente que no habría consecuencias negativas como las que acabamos de mencionar.
Un momento, diría otro, igual de pesado que los anteriores, ¿y qué hay del pobre Johann Tropf? No es mala persona, ni mucho menos, y le estamos privando del placer de una velada en buena compañía. Dejando al margen mi opinión personal sobre él y sobre su madre, mi respuesta es sencilla: Johann Tropf está casado. Su esposa tiene obligaciones especiales con él que no tenemos los que ni siquiera recordamos cómo lo conocimos, cosa que probablemente ocurrió porque alguien nos lo presentó para librarse de él un rato. Las malas lenguas dicen que es ella quien le anima a salir casi cada noche a sembrar el terror entre sus conocidos porque tampoco lo soporta. Sin embargo, no podemos olvidar que fue ella quien se casó con Johann Tropf contra el deseo expreso de su familia, que prefería al teniente Müller para su hija, así que es ella quien debe hacerse cargo de su marido y no yo, joder, en serio, ¿qué culpa tengo yo?
Hágase cargo de su obligación especial, señora Tropf, se lo ruego. Johann Tropf me tuvo despierto anoche hasta las dos de la mañana intentando convencerme de que Rusia es parte de Prusia, como su propio nombre indica. ¡Y hoy se lo he dicho en clase a mis alumnos! ¡Estaba tan dormido que he explicado por qué Rusia es parte de Prusia! ¡Y la respuesta es que su propio nombre lo indica! ¡Señora Tropf, por el amor de Dios, nadie la obligó a casarse con el señor Tropf! ¡Ya sé que el teniente Müller, ahora coronel Müller, es encantador y no ha engordado un gramo desde que tenía 25 años, pero eso no tiene nada que ver conmigo! ¿Usted decide casarse con Johann Tropf hace tres décadas y por culpa de ese error yo tengo que apagar todas las luces de casa porque Johann Tropf está aporreando la puerta y no quiero que me vea? ¡Pasé dos horas a oscuras hasta que Johann Tropf se cansó y se fue! ¡Hágase cargo! ¡Joder! ¡Estoy hasta los cojones ya de Johann Tropf! ¡No solo yo, media ciudad de Königsberg vive con miedo a que Johann Tropf se presente en casa para hablar de economía! ¡Hostia, qué pesado! ¡No se calla nunca el hijo de la gran puta! ¡Es que empieza a hablar y ya tengo ganas de golpearle la cabeza con mi bastón! ¡Ojo, que es buen tío! ¡No tiene un gramo de maldad en el cuerpo! ¡Pero ojalá ese cuerpo estuviera en las Indias! ¡Al menos la lengua! ¡Que alguien le corte la lengua y la envíe al Pacífico, por Dios! ¡Ya no aguanto más, joder!
En definitiva, queda así demostrada la excepción al imperativo categórico, cuya formulación es la siguiente: “Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal, o en ley particular si se refiere a la hora de poner excusas para no quedar con Johann Tropf, como decirle que te duele la cabeza o que llevas toda la noche con diarrea”.
Así se hará constar en las sucesivas ediciones de mi Fundamentación de la metafísica de las costumbres y de mi Crítica de la razón práctica.
La primera tote bag me la dieron cuando compré el pan. Hoy las estamos regalando, me dijo la panadera, rodeada de montañas de bolsas. Pagué, di las gracias, metí la barra en la bolsa de tela y fui al kiosco, donde me dieron otra tote bag con el periódico. Te irá bien, me dijo el kiosquero, que los sábados el diario pesa casi tanto como el domingo. Me regalaron otra tote bag con el vermut, una más cuando pedí unas patatas y otra por la calle, cuando salí del bar. Había un tipo repartiéndolas, como si fueran flyers. Es publicidad de una cafetería que acabamos de abrir, me dijo. Intenté poner orden en todas mis tote bags, pero no me aclaraba, así que entré en una tienda de tote bags y compré una tote bag para meter todas mis tote bags. Casi había logrado ordenar todas aquellas bolsas cuando la dueña me dio una tote bag de regalo por haber comprado una tote bag. Salí de la tienda intentando meter bolsas en otras bolsas y pensando en todos los recados que me quedaban por hacer y en todas las bolsas que podían regalarme, cuando oí la voz de un niño. ¡Señor, señor! ¡Se le ha caído la tote bag! Le di las gracias a ese desgraciado mientras recogía mi tote bag. Un momento, dije, esta tote bag no es de las mías, yo no he ido a cortarme el pelo. Pero el niño ya había desaparecido y no veía a nadie a mi alrededor buscando ninguna tote bag. Abrumado por todas las tote bags, decidí tirar esta última a la papelera cuando me llamó la atención un guardia. Oiga, qué hace, cómo tira eso. Es que no es mía. Pero quédesela, hombre, que siempre vienen bien. Ya tengo muchas. ¿Ha pensado en comprar una tote bag para guardar las tote bags? Precisamente vengo de… Ande, llévesela, que luego esto con suerte y como mucho se recicla para hacer más tote bags, así que no tiene mucho sentido tirarla. Bueno, en fin… Y tenga, una tote bag de regalo, que en el Ayuntamiento las estamos repartiendo entre los vecinos. Me dieron otra tote bag en la óptica, una más en la frutería, otra en la tienda de vinos y una en la zapatería, donde solo me había parado a mirar el escaparate. Hui a casa, tropezando con mis propias tote bags. En uno de estos tropiezos se me cayeron al suelo y estoy casi convencido de que la señora que me ayudó a recogerlas deslizó tres o cuatro tote bags suyas para que me las llevara yo. Volví caminando por el parque porque pensaba que corría menos peligro de que me regalaran una tote bag, pero justo ese día habían organizado un pequeño mercadillo de tote bags artesanales y me regalaron una al entrar y otra al salir. Por entre el montón de tote bags que acarreaba pude ver en el estanque a dos patos peleándose por una tote bag. Creo que era una maniobra de distracción porque una paloma aprovechó para dejar una tote bag a mis pies y alguien (no pude ver si hombre, mujer o ardilla) la recogió y me la puso en la cabeza. Tenga, tenga, que se le ha caído. Musité un “no es mía”, pero ya se había marchado, probablemente corriendo a toda prisa. Mientras estaba parado, intentado localizar a ese tipo, como media docena de personas arrojaron sus tote bags sobre mí. Intenté explicar que no estaba recogiendo tote bags, pero me di cuenta de que con eso solo atraía a más gente que quería librarse de sus tote bags, así que eché a correr para salir de allí lo antes posible. Cuando llegué a casa estaba empapado en sudor. Me costó encontrar las llaves (estaban en una tote bag), pero casi mejor no haberlo hecho. En el buzón había seis tote bags más, a pesar de que los vecinos habíamos puesto un cartel avisando de que no queríamos tote bags. Subiendo por las escaleras, la vecina del primero salió al rellano y me dio una tote bag de su club de lectura. La llamé hija de la gran puta, pero creo que entendió muchas gracias. Abrí la puerta y me desplomé en el recibidor. Oí la voz de mi novia, que me decía que le habían dado un par de tote bags y que las había dejado en la mesa. Las guardo, le dije, ya las guardo. Abrí el armario del recibidor. Ahí ya no cabían: había tres chaquetas y un montón de tote bags. Tampoco había sitio en ningún mueble de la cocina ni en el dormitorio. Me senté un momento en el sofá, que en realidad era un montón de tote bags. Mi novia se sentó a mi lado y preguntó por las tote bags que había dejado tiradas en la entrada. No sé, dije, igual hay que quemarlas. No, hombre, no; guárdalas, que siempre vienen bien. Pero dónde. ¿Debajo de la cama? No, porque la cama era otro montón de tote bags y no había ningún “debajo”. ¿En el balcón? Había tantas que no entraba luz en casa. ¿En el despacho? Hacía meses que la puerta no se abría por culpa de todas las tote bags acumuladas. Tampoco podía venderlas por wallapop porque wallapop ya solo era una web para librarse de tote bags, con los dueños pagando más de doscientos euros por deshacerse de una de esas bolsas de tela. Quizás podía salir a la calle y regalarlas, pero corría el peligro de que me regalaran a mí aún más tote bags. ¿Has traído el periódico?, me preguntó mi novia. Sí. ¿Dónde está? La miré, con lágrimas en los ojos. En una tote bag, le dije. En una tote bag.
-Sí, aquí está su nombre. No hay ningún error. ¡Bienvenido al infiern…!
-No, no. No puede ser. Dediqué mi vida a defender los valores cristianos gracias a mi asociación Hazte Oír. Por ejemplo, en 2021 logramos que se prohibiera la rueda, al tratarse de una clara invención sodomita.
-No sé qué decirle. Su nombre está aquí. En la lista.
-Pero…
-No se preocupe. El infierno tiene mala fama, pero no es para tanto.
-¿Esto es… Esto es el infierno?
-Bueno, hay otro edificio más grande, que es donde están los curas pederastas, pero sí, esto es lo que hay.
-Parece una casa rural.
-Escalofriante, ¿verdad?
-No es muy grande.
-No. Entre usted y yo, y ahora que no nos oye nadie, Dios es un blando y se lo perdona casi todo a casi todo el mundo. Le acompaño a su habitación.
***
-Entonces, ¿usted es…?
-Hitler, Adolf Hitler.
-Vaya. Yo soy Ignacio Arsuaga.
-Encantado.
-Igualmente. Este té no está mal del todo, para ser del infierno.
-¡Solo hay té! ¡No hay café!
-Esperaba más torturas.
-Pruebe a encender la tele. Solo echan programas de subastas de trasteros.
-Y mi habitación es muy húmeda. Pero esperaba algo más del infierno.
-No destinan fondos. Eso es lo que ocurre. Está fatal organizado. Ni siquiera hay café. Y eso que me dijeron que esta semana traerían. ¿Y usted por qué está aquí, si le puedo preguntar?
-No lo sé. Yo soy Ignacio Arsuaga. Soy muy buena persona.
-No me suena.
-Gracias a nuestra campaña de 2033, las mujeres tienen cocinas más grandes.
-No parece algo tan malo.
-¿Verdad?
-Pues lo que yo hice fue…
-Ya lo sé, ya lo sé.
***
-¡Y por eso el catolicismo no es la religión verdadera!
-Osama.
-¿Sí?
-Estamos en el infierno.
-¿Y?
-¿Qué más pruebas necesitas?
-Estamos en el infierno protestante.
-¿Qué?
-Sí… ¿no lo sabías? Lutero tenía razón en todo. Bueno, en casi todo. La tortilla de patata va sin cebolla.
-Entonces, estoy aquí por ser católico. Ahora lo entiendo todo. A los católicos siempre nos han perseguido. Somos los verdaderos marginados de la historia de Occidente. No hay historia de sufrimiento como la de los católic…
-Qué va. Apenas hay católicos aquí. Bueno, en el edificio de curas pederastas hay unos cuantos. Pero aquí creo que solo hay un papa, para que te hagas una idea. Alejandro VI. Por cierto, no dejes tu taza de té cerca de él, que siempre está echando polvitos. Son inofensivos, pero dejan un sabor amargo. Creo que es sacarina.
-Pues sigo sin entender nada.
-¿Verdad? Se supone que la sacarina es un edulcorante. Entonces, ¿por qué tiene ese regusto amargo?
***
-Disculpe, ¿usted trabaja aquí?
-¡La semana que viene!
-¿Qué?
-¡La semana que viene traigo café! ¡Dejen de preguntar por el maldito café y dedíquense a expiar sus culpas! ¡Esto es el infierno, no una casa rural! ¡Bueno, técnicamente es las dos cosas! ¡Pero se entiende lo que quiero decir!
-No, no. Es que quiero hablar con Dios.
-Esto es el infierno. Dios no viene mucho por aquí.
-Es que yo no debería estar en el infierno. Soy el de Hazte Oír.
-Su nombre es…
-Ignacio Arsuaga.
-Claro que debería estar aquí. Me acuerdo porque con la A hay pocos. Están usted, Idi Amin, Esperanza Ag…
-Ya sé que mi nombre está en la lista. Pero quiero hablar con Dios.
-No es posible.
-Gracias a nuestra campaña de 2029 prohibimos que la gente dijera “madre de Dios” como expresión de asombro no religiosa. Eso tiene que contar para algo.
-Y bien que ha contado.
-Yo creo que no.
-Yo creo que sí.
-Oh.
-Exacto.
***
-Hola, ¿usted es nuevo?
-Sí, me llamo Ignacio Arsuaga.
-Encantado, yo soy Drácula.
-¿Drácula? ¿Vlad Tepes?
-No, no. Drácula. El conde Drácula.
-¿Pero no era un personaje de ficción?
-No.
-¿Drácula existió?
-Le aseguro que existí. Durante más de cuatrocientos años.
-Guau. Vaya. Deje que le prepare un té. ¿Bebe té? Quiero saberlo todo sobre… Un momento, se está riendo.
-Sí, lo siento. No he podido aguantar más. Salid, salid. Perdón, era una novatada. Si viniera más gente, tendría más práctica, pero no es el caso. Yo soy Josef y ellos son Talat y Rosemary. ¿Qué tal va la aclimatación?
-Me empiezo a cansar del té.
-La semana que viene traen café. Bueno, eso me han dicho.
***
-Sí, soy nuevo. Me llamo Ignacio Arsuaga.
-Yo soy Roberto García.
-No me suena.
-No todos somos famosos, como Hitler o ese ministro de Franco, ¿cómo se llamaba? ¿El que no se puede nombrar en los tuits?
-¿Arias Navarro?
-No, ese no está aquí. El otro, el que llegó muy arriba…
-¿Fraga?
-No, no. El otro. Joder. Lo tengo en la punta de la lengua. El astronauta…
-¿Astronauta? ¿Pero qué dice?
-Sí, joder, el del coche.
-¿Serrano Súñer?
-No, no. Él tampoco está aquí. Me refiero al que era militar… Del ejército del aire, no sé si me explico.
-No. ¿Franco está aquí, por cierto?
-Sí. Suele quedarse en su habitación. Tiene un balconcito y sale a que le dé el sol y a dar discursos imaginarios.
-Me encantaría conocerle.
-Claro, todo el mundo quiere conocer a los condenados famosos. Pero a Roberto García que le den.
-Perdone, no quería ofenderle.
-Nada, es igual.
-¿Y usted qué hizo?
-No necesito su caridad.
-No, en serio, me interesa.
-Se lo cuento, pero solo si no se ríe.
-Claro.
-Prométame que no se va a reír.
-Se lo prometo.
-No le creo, todo el mundo se ríe.
-No me voy a reír. Sé en carne propia que el criterio para condenar a alguien para toda la eternidad es un tanto arbitrario.
-Pues verá: en 1774 contaminé las aguas de un pozo con la intención de asesinar a toda la gente del pueblo en el que vivía.
-Pero eso es horrible. ¿Por qué creía que me iba a reír?
-El caso es que no estaba seguro de si había echado suficiente veneno, así que probé un poco para ver si mataba o no.
-Vaya.
-Me empezó a doler mucho el estómago, pero seguía con vida, así que eché más veneno y probé un poco más de agua, a ver si había dado con la dosis acertada. Perdí la vista en apenas unos segundos, pero aún no estaba muerto. Necesitaba asegurarme de que los asesinaba a todos, así que eché un poquito más y volví a probar. Y entonces sí, vomité sangre hasta morir.
-Eso es muy desagradable. No es nada gracioso.
-Cuando vieron mi cadáver al lado del pozo, con la mano aún agarrando el cubo y la cara paralizada en un gesto de dolor, dedujeron que el pozo estaba contaminado, arrojaron mi cadáver dentro y lo sellaron.
-No le salió muy bien, no. Pero sigue sin ser gracioso.
-Hombre, un poco sí. Venga, que le presento a Franco.
***
-Usted es el demonio que me dio la bienvenida.
-Preferimos el término “emprendedor”.
-¿Emprendedor? ¿Pero qué emprenden ustedes? ¿No son funcionarios del infierno?
-Este no es mi único trabajo. Tengo proyectos en la Tierra. ¿Ha oído hablar de Uber?
-¿Usted inventó Uber?
-No, no, qué va. Lo gracioso es que a todo el mundo le resulta creíble. Pero en fin, al grano. Vengo porque usted quiere revisar su caso.
-Sí, debería estar en el Cielo.
-Podemos echar un vistazo, pero sería el primer error en la historia de la humanidad.
-Pero es que está claro que es un error. Una campaña nuestra de 2039 sustituyó los cinturones de seguridad de los coches por estampitas de santos.
-Es verdad que eso aumentó el número de almas que llegó al Cielo.
-¿Lo ve?
-De todas formas, su informe es muy claro. Mire, se lo leo en voz alta, que es breve: “PERO QUÉ… PERO ESTE TÍO… MENUDO GILIPOLLAS, PERO QUÉ PEDAZO DE… NO PUEDO, ES QUE NO PUEDO NI SEGUIR… PERO… AH… POR FAVOR. ¡HAY QUE SER IMBÉCIL! ¡ME TOMO EL RESTO DEL DÍA LIBRE! ASÍ NO PUEDO TRABAJAR. PERO QUÉ… POR FAVOR, QUÉ PEDAZO DE IMBÉCIL, NO ENTIENDO CÓMO SE PUEDE DAR TANTO ASCO”. Firmado: el Arcángel Miguel.
-Vaya.
-Sí.
-Ha sido un poco duro eso.
-Mire, le recomiendo que se tome un té y descanse en su habitación unas horas. Esta noche hay programada una partida de SingStar.
Cuando un loco se lía a tiros en Estados Unidos, surge el debate sobre la facilidad con la que un estadounidense puede comprar un arma. ¿Y en España es difícil? Algo más: para empezar, no se puede adquirir un «arma de guerra» de forma legal, es decir, no podemos tener un rifle de asalto o un arma automática en casa.
Parece razonable.
Pero pongamos que yo creo que debo tener algún arma en casa precisamente para defenderme de los malos que las tienen. Vale, no me hace falta un kalashnikov, pero igual puedo tener una pistola debajo de la almohada.
Veamos qué puedo hacer.
Hay cinco tipos de licencias a las que puede acceder un ciudadano de a pie. Para obtener una licencia de armas de fuego cortas (tipo B: pistolas y revólveres) es necesario ser mayor de edad y hacer constar en la solicitud los motivo que justifican la posesión de un arma corta. En la web de la guardia civil se dice expresamente que «la razón de defensa de personas o bienes, por sí sola, no justifica la concesión de la licencia B».
Por lo que leo, se concede a personas amenazadas o gente que necesita defenderse, pero mucho, como un joyero.
Otro detalle curioso es que se conceden con una vigencia de tres años y no se pueden renovar. Es decir, hay que solicitar una nueva concesión y, por tanto, volver a explicar por qué la necesitamos.
Además de eso, necesitamos; un certificado de aptitudes psicofísicas (creo que te lo dan si eres capaz de mantenerte de pie), uno de antecedentes penales, otrode antecedentes sobre violencia de género y la fotocopia del DNI. Hay que pagar una tasa de 13,82 euros.
Como suponemos que no estoy amenazado y que sólo soy un ciudadano que no quiere ver cómo la policía llegar tarde, tenemos que descartar la licencia de tipo B, así que pasemos a la siguiente: C, armas para vigilancia y guardería. Se trata de armas largas, como escopetas «no incluidas entre las armas de guerra».
Sin embargo, «esta licencia está reservada a los vigilantes de seguridad y escoltas privados de las empresas de seguridad, a los vigilantes de explosivos y a los guardas particulares de campo». Y además se conceden a nombre de las empresas y se han de guardar en el local de la entidad: no puedo tenerlas en casa.
Es decir, esta ni siquiera me sirve.
También hay que pasar un examen para demostrar que se sabe manejar el arma y una prueba escrita. Y por supuesto hay que presentar los certificados anteriores, además de un informe de la empresa.
Probemos con la D: armas largas rayadas para caza mayor, de nuevo no clasificadas como armas de guerra (serviría para la clásica escopeta de cartuchos de caza, vamos). Interesante: con esta licencia puedo comprar un arma de esta categoría, pero si quiero comprar otra, necesito una nueva autorización. También tendría que pasar una prueba práctica y teórica, y además debo tener un armero en casa que reúna unas condiciones mínimas de seguridad. Para practicar y antes de sacarte la licenci, puedes ir a un campo de tiro y alquilar un arma o pedirle a alguien con licencia que te acompañe y te las preste. Ha de ir contigo, ojo, no puedes pasar por su casa a recogerlas e irte al campo.
Además de los certificados ya típicos, necesitaría una licencia de caza. Por cierto, caza mayor, implica cualquier animal más grande que un zorro.
La licencia tipo E inluye armas de fuego largas, como escopetas, y deportivas, incluyendo ballestas, arcos y pistolas de bengalas. Y armas para lanzar cabos. Y pistolas detonadoras. Y armas de inyección anestésica.
Esta categoría es muy divertida. Y los requisitos son muy similares a los del tipo D.
Por último, queda la licencia del tipo F, las de concurso. Sólo sirve para usar estas armas en campos y galerías de tiro. Obviamente, las puedo guardar en casa, pero debo estar federado.
Es decir, sacarse un permiso de armas resulta más complejo que en Estados Unidos, pero no es una tarea complicada. Es casi imposible tener una pistola en casa, pero tener una escopeta presenta una dificultad similar a sacarse el permiso de conducir. Obviamente, un loco lo tiene muy difícil para hacerse con fusiles de asalto y demás barbaridades, pero si alguien quiere tener un arma de caza en casa y usarla como arma defensiva, puede hacerlo con relativa facilidad. Eso sí, guardar una escopeta debajo de la almohada es poco romántico, muy incómodo e ilegal.