No preguntes lo que tu país puede hacer por etcétera

Discurso inaugural de JFK. (U. S. Army Signal Corps photograph de la Biblioteca y Museo Presidencial de John F. Kennedy, Boston).

Primer intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No te preguntes lo que te puedes hacer por tu…”. No, espera, no era así. No preguntes lo que pueden hacerte en tu… No, tampoco. ¿Quieres hacer algo por tu país? Pregúntame cómo. No, no. Un momento que ya lo tengo. No me preguntes qué hora es. No. Pregúntate qué puedes hacer por las tardes si solo trabajas por las mañanas, ¿quizás aprender a tocar un instrumento? Se me ha ido. Lo siento, creía que tenía clara la frase, pero no me sale. No sé qué pasa, pero no me sale.

Qué rabia me da esto. Quería compartir un texto inspirador para no venirnos abajo estos días y me encallo con una tontería. Esto es por estar todo el día encerrado. No me circula bien la sangre y así estamos.

A ver. Venga. Yo creo que ahora sí.

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Pregunta a tu país qué puede hacer por ti, en lugar de preguntar qué puedes hacer por ti”. No, eso no puede ser, no tiene sentido. Pregunta… No, es al revés. Empieza con “no preguntes” seguro. No preguntes en qué país vives… No te preguntes lo que tú país está haciendo… Pregunta… Pregúnteme usted… No te preguntes si queda café, pon una cafetera y ya luego vemos… Tu país está para preguntitas, si te parece… Pregun… Pregunta… No preguntes, contesta… 

Nada. Tampoco.

Pues es una pena porque el resto del texto era superépico. Pero, claro, todo depende de la primera frase. Porque tenía pensadas como referencias y ecos y llamadas y demás, y si no consigo citarla bien no tiene sentido.

 

Segundo intento

Voy a empezar desde el principio otra vez, a ver si pillando impulso sale sola.

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Yo te conjuro, Satán, príncipe de es… “. Huy, no, no. No era así. Creo que era algo de Satán, ¿pero príncipe? Eso me suena rarísimo, siendo Estados Unidos una república.

SOY EL SEÑOR DE LAS TINIEBLAS

¿Qué?

SOY SATANÁS. ¿ME HAS LLAMADO?

¿Yo?

TENGO UNA PERDIDA TUYA.

Ha sido un error. Creía que estaba citando a Kennedy.

PUES ME HAS LLAMADO A MÍ.

Ostras, perdón. ¿Cómo lo haces?

¿EL QUÉ?

Escribir en mi texto.

ESTOY POSEYÉNDOTE.

No es muy agradable.

TÚ ERES EL QUE HA LLAMADO.

¿Puedes parar?

SÍ, CLARO, SIN PROBLEMA. SI YO SOLO HE VISTO LA PERDIDA Y QUERÍA VER QUIÉN ERA. ESTOY ESPERANDO UNA LLAMADA DEL LAMPISTA, A VER CUÁNDO PUEDE PASAR, QUE LA CISTERNA PIERDE AGUA.

No, no. Lo siento. Un error.

¿HAY ALGO QUE PUEDA HACER POR TI?

Pues mira, ya que estamos. ¿Tú sabes cómo es esa frase famosa de Kennedy?

¿CUÁL? ¿ICH BIN EIN BERLINER?

No, la otra.

MARILYN, ¿TE VIENES A VER UNA PELI? MIS PADRES NO ESTÁN EN CASA.

No, la otra.

PARECE QUE REFRESCA.

No, la de “no te preguntes de qué…”

AH, SÍ. SÍ, CLARO. LA DEL DISCURSO INAUGURAL DE SU PRESIDENCIA.

Exacto.

ES MUY BUENA.

¿Verdad?

MUY INSPIRADORA. PATRIOTISMO DEL BUENO, DEL QUE NO HACE DIFERENCIAS ENTRE IZQUIERDAS Y DERECHAS.

¿Eres de Ciudadanos?

CLARO, SOY SATÁN.

¿Y de la frase te acuerdas?

SÍ, ERA… A VER… NO PREGUNTES QUÉ PUEDES HACER POR TU PAÍS, PREGUNTA A TU PAÍS… NO, ASÍ NO ERA… NO ME PREGUNTES QUÉ HACE TU PAÍS POR TI… NO… NO ME SALE…

¡A mí tampoco! 

NO ME PREGUNTES QUÉ PAÍS… NADA, NO HAY FORMA. ¿ERA IMPORTANTE?

Quería escribir un texto inspirador para estos días.

PUES YA ME SABE MAL, PERO ES QUE NO ME ACUERDO.

¿Le puedes preguntar?

¿QUÉ TE HACE PENSAR QUE ESTÁ AQUÍ?

No sé, fue presidente de Estados Unidos.

ESO NO FUE CULPA SUYA, LE OBLIGARON LOS MASONES PARA OCULTAR QUE LA TIERRA ES PLANA.

¿Qué?

¿EH?

¿Qué has dicho?

SE CORTA.

¿La Tierra es plana?

OYE, TENGO QUE IRME. SI ME ACUERDO DE LA FRASE, TE POSEO Y TE CUENTO.

Gracias. Y disculpa lo de la llamada.

NADA, SI ESTABA VIENDO LA CASA DE EMPEÑOS. UNO REPETIDO, ADEMÁS.

 

Tercer intento

Creo que ya me ha salido.

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: 

 

Haz el favor y no preguntes tanto

que “el preguntitas” aquí ya te llaman,

te ven venir y al cielo todos claman,

pero qué tío más pesado, qué espanto.

 

Siempre exigiendo, menudo descaro,

de verdad, te parecerá bonito.

Pues que sepas que con tanto llantito,

pareces un comunista, ¡pues claro!

 

Si nos ponemos tontos, yo quiero un yate,

cuatro Ferraris y un avión privado,

¿a que te parece todo un dislate?

 

Deberías ser generoso y sano,

dejarte de todo este disparate

y ofrecerte para echar una mano.

No. Así no era. Seguro que no eran Ferraris. ¿Cómo va a citar coches italianos siendo el discurso inaugural del presidente de Estados Unidos? ¿Corvettes? ¿Mustangs? Nada, no me sale.

 

Cuarto intento

Esto es Kennedy que agarra el micro y dice:

—¿Qué tal, Washington? ¿Cómo va eso? El otro día voy por la calle y viene un tío y me dice: “Jotaefecá, Jotaefecá, ¿sabes qué puede hacer mi país por mí?”. ¿Y sabéis qué le dije? “No, pero me gustaría verlas?

(Risas, aplausos).

—A tope, Washington. No voy el otro día a Berlín y digo: “Ich bin ein Berliner”. Y coge el alcalde y me dice: “No, pero me gustaría verlas”.

(Risas).

—Este no os ha gustado tanto. Cuando me pongo negro siempre me pasa lo mismo. Es humor negro porque mucha gente va a morir intentando cruzar el muro.

(Más risas).

—Ahora sí, ¿eh? El otro día estaba con la gente de la NASA y les digo: “Vamos a ir a la Luna esta década”. Y me dicen: “Pero tío, eso es dificilísimo”. Y les digo: “Elegimos ir a la Luna no porque sea fácil, sino porque es difícil”.

(Silencio expectante).

—Y porque me gustaría verlas.

(Risas. Aplausos).

 

Quinto intento

>buenas, es la primera vez que intervengo en el foro aunque os leo desde hace tiempo. nada, que me estoy volviendo loco con una frase de Kennedy que no me sale. es esta que dice no preguntes a tu país no sé qué, pregúntale a no sé quién no sé qué. ¿os suena? gracias, peña.

>pole

>No preguntes, son T_D_S P_T_S.

>esa frase no es de kennedy, es de churchill

>pole

>pole

>este tema debería ir en “off topic”, no en el foro de consultas de nefrología, gracias.

> pole

 

Sexto intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No preguntes a tu país qué puedes hacer por ti, hazles saber que la Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”.

No. 

No es así.

No sé qué falla, pero así no era.

 

Séptimo intento

He llamado a información para preguntar y tampoco se acordaban. Mi interlocutor me ha sugerido un método para dar con la frase: ir descartando palabras que seguro que no salen. De este modo, tarde o temprano, tendré como mucho trescientas o cuatrocientas palabras que podrían formar la cita literal y luego todo será ir probando.

He descartado las siguientes: natillas, teleférico, mesa, sombra, coche, berlina, descapotable, deportivo, bólido, camastro, silla, manzana, manzanas, manzanilla, manzanita, manzanero, manzano, Noruega, Ich, bin, ein, Berliner, botella, copa, cervecita, terracita, gustito, sácate, unas, aceitunas, o, unas, almendritas, ¿no?, teléfono, móvil, fijo, internet, pistola, rifle, serpiente, manzanitas, traigo, a, buenas, horas, mangas, verdes.

Algunas palabras que tengo en la lista de posibles: nunca, siempre, duda, nación, bandera, perro, manzanica, pifostio, paisanaje, política, quiero, casa, común, reloj, reloj pero digital, siglo, bandurria, peras, sandías, melocotones, árbol, guitarra, increpar.

Palabras que casi seguro que salen en la frase: no, preguntes, qué, puede, hacer, tu, país, por, ti, te, contigo, pregunta, qué, hora, es, puedes, atención, tu, anda, peluca, tradición, historia, nación, filosofía, hazme, el, amor, aprisióname.

Voy a ir poniéndolas en un excel para poder ordenarlas por orden alfabético.

 

Octavo intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “Prestadme atención un momento y dejad de hablar sobre lo que estéis hablando. Hablemos de algo importante. ¡Deja ese café! El café es solo para los que venden. ¿Crees que estoy de cachondeo? No estoy de cachondeo. Vengo del centro. Vengo de Mitch and Murray. Y vengo en una misión de caridad. ¿Te llamas Levene? ¿Crees que eres un vendedor, hijo de puta? No lo eres, amigo. Porque la buena noticia es que estáis despedidos. La mala noticia es que todos tenéis una sola semana para recuperar vuestros empleos, empezando esta noche. Empezando con la venta de esta noche. Ah, ahora tengo vuestra atención. ¿verdad? Bien. Porque vamos a añadir algo interesante al concurso de ventas de este mes. Como sabéis, el primer premio es un Cadillac El Dorado. ¿Alguien quiere saber cuál es el segundo premio? El segundo premio es un juego de cuchillos de carne. El tercer premio es vuestro despido. ¿Lo pilláis? ¿Os sigue haciendo gracia?”.

 

Noveno intento

 

Décimo intento

Antes de ser presidente, John Fitzgerald Kennedy trabajó de funcionario en el Ayuntamiento de Washington:

—Buenos días. Venía a preguntar qué puede hacer mi país por mí.

—¿Trae toda la documentación?

—Sí, aquí está el impreso rellenado, una fotocopia del DNI y el certificado del empadronamiento.

—Necesito también el documento de Hacienda.

—Sí, el de los impuestos.

—Ese.

—A ver, que no lo encuentro. Ese me costó trabajo pedirlo.

—Ya, es que no se puede hacer por internet, no entiendo por qué.

—Sí.

—Supongo que lo cambiarán.

—Aquí está.

—Perfecto. Deje que compruebe que… No, pero este no es.

—¿El de Hacienda? Me dijeron que era ese.

—El de Hacienda está bien. Hablo del primer impreso que me ha dado.

—¿Qué ocurre?

—Usted quiere saber qué puede hacer su país por usted, pero me ha entregado el impreso para saber qué puede hacer usted por su país.

—Ostras…

—Le puedo dar el impreso bueno y lo rellena aquí mismo.

—Hm… Pues igual sí.

—O a lo mejor prefiere ir a las ventanillas 831 a 836 y preguntar qué puede hacer usted por su país.

—Buf, pues ahora no sé. Es que yo venía a lo otro.

—Lo entiendo, pero a lo mejor debería preguntar por lo segundo.

—¿Usted cree?

—Si alguna vez llego a presidente, ese será mi primer consejo.

 

Decimoprimer intento

Creo que ya sé cómo puedo hacerlo. Me he estado obsesionando con sacar la frase literal, pero lo que debería hacer es parafrasear a Kennedy. No me hace falta citarle palabra por palabra. Lo único que tengo que hacer es conservar el espíritu de su famosa frase y así podré seguir con mi texto motivador.

Voy a probar:

Estos son días para parafrasear lo que dijo John Fitzgerald Kennedy en el discurso inaugural de su presidencia, aunque no palabra por palabra, porque lo importante es el espíritu y no la letra. Kennedy, que era por cierto todo un ligón, vino a decir que bueno, a ver, tú te crees muy listo, todo el rato exigiendo, pero por qué no pones tú algo de tu parte, ¿eh? Que te llega el borrador de la Renta y lo primero que haces es comprobar que te han desgravado todo lo que te tenían que desgravar. Y luego vas al ambulatorio y te cabreas si te dan hora para el día siguiente por la tarde. El día siguiente, macho. Y ahí, mirando en la Renta para ver si puedes ahorrarte siete euros con cincuenta. Además, ¿no puedes pasarte un día sin rascarte el eczema? No es un cáncer, es un eczema. ¿Y sabes de qué te sale? De pensar que tienes cáncer. Siempre igual. Y no es solo lo de los impuestos, es que llevas toda la vida así, sin poner nada de tu parte. ¿Cuántas prórrogas pediste para no hacer la mili? Todas las que pudiste hasta que la quitaron, ¿verdad? Que pensabas dejarte tres asignaturas hasta que la suprimieran solo para decir que aún tenías que ir a clase. Pues, mira, a lo mejor tendrías que haber servido unos mesecitos en el cuartel, ayudando a pelar patatas. O en la cosa esa de la prestación, cómo se llamara. Un primo mío la hizo en la Cruz Roja y el tío estuvo echando una mano. Algo pequeño, creo que contestaba al teléfono o así, pero eso es mejor que estar en casa rascándote los cojones, que te va a salir otro eczema en los huevos de tanto rascarte. Madre mía. Pasas más horas en posición horizontal que en vertical. Que tienes el hígado a la misma altura que los riñones. Tienes un eczema en la mano, otro en los cojones y llagas en la espalda de no levantarte ni para ir al baño, que te has comprado un cubo para dejártelo al lado del sofá.

No, tampoco. Creo que he capturado muy bien el espíritu de sus palabras, pero es demasiado largo y la entrada al texto pierde fuerza.

Tendré que seguir pensando.

 

Decimosegundo intento

>Todos sabéis que John Fitzgerald Kennedy fue el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, pero a lo mejor no recordáis la frase más famosa de su discurso inaugural. ABRO HILO.

>JFK ganó las elecciones de 1960 tras prometer que todos los estadounidenses tendrían un terrenito en la Luna para ir a pasar los fines de semana.

>Al final de la campaña se le estaba calentando la boca. En un mitin dijo: “Y como los rusos se pongan tontos, nos plantamos en Marte, así te lo digo. Y lo haremos en miércole, JAJAJAJAJA, qué bueno, JAJAJAJA, miércole, JAJAJA… ¿Lo pilláis? Marte, miércole, jajaja…”.

>JFK se secó la lagrimilla con el dedo índice mientras se seguía riendo. “Ay, si no fuera por estos momentos…”.

>Total, que ganó las elecciones. Los republicanos habían presentado a Nixon, cuyo eslogan de campaña, “Sacrificaré a vuestros primogénitos a Baal”, no acabó de convencer a los estadounidenses. Eso sí, en el voto popular quedó a solo dos décimas porcentuales del demócrata.

>En enero de 1961, JFK tomó posesión del cargo con un discurso muy motivador, que viene al caso estos días. Subió al estrado y dijo: “¡Buenos días, Vietnam! Parece que refresca, ¿eh?”.

>(Los inviernos de Washington son muy duros).

>“Alguien se ha dejado la nevera abierta, ¿eh?”, siguió. “Madre mía, espero que la Casa Blanca tenga calefacción. ¿Sabéis qué me gusta a mí más que la calefacción? Una estufica pequeña. Le echas la manta encima y luego te está toda calentita. Anda que no”.

>Después de hablar durante hora y media sobre “la rasca que hace aquí, la Virgen”, pronunció una frase que pasará a la historia:

>“No preguntes qué puedes hacer por España…”. No. Perdón.

>Pregunta en Estados Unidos lo que puedes hacer por ti y no preguntes… No.

>Pregunta. No preguntes. No controles mi forma de vestir, controla tú lo que bebes, borracho. No preguntes.

>No preguntes qué puede hacer tu país por ti, contesta tú a la pregunta, que tenemos mucho lío.

>Pregúntame.

>Pregunta.

>No.

>Atención, pregunta: ¿qué puede hacer tu país por contestar?

>Prego.

>Pregunta.

>Pregúntame.

>Y esto es todo. Se agradecen los RT. Mi Instagram es @frasesdekennedy

 

Decimotercer intento

Estos son días para recordar la frase que John Fitzgerald Kennedy pronunció en el discurso inaugural de su presidencia: “No preguntes qué haces tú por tu país, pregunta en qué país…”

Nada, no me sale.

—¡Da igual lo que dijera!

—¿Qué? ¿Pero qué hace usted en mi casa?

—¡He oído que alguien decía algo que estaba mal y he tenido que echar la puerta abajo!

—¿Pero de qué está hablando?

—¡Que da igual lo que dijera! ¡Porque estaba mal! ¡Era una estupidez!

—¿Y usted es?

—Ingeniero.

—¿Eh?

—Allá donde pueda dar una opinión que nadie ha pedido sobre un tema que desconozco y con una seguridad de acero, pero no de cualquier acero, sino del acero bueno que estudiábamos nosotros en una carrera mucho más difícil que cualquier experiencia vital por la que haya pasado cualquier persona, allí estaré.

—¿Pero qué dice?

—Me voy, tengo que explicarle a ese taxista que no sabe conducir.

—¿Pero qué ha hecho con la puerta?

—Ya se lo he dicho, la he tirado abajo.

—Pero…

—Solo hay que hacer fuerza aquí, en este punto. Si lo sabré yo, que soy ingeniero.

—¿Tiene el hombro dislocado?

—Solo es una luxación, imbécil. ¡Cómo se nota que usted no es ingeniero!

—Pero…

—Adiós, buenas tardes.

 

Decimocuarto intento

Después de atravesar los túneles de la Casa Blanca, enfrentándose a los monos asesinos y eludiendo diecisiete trampas mortales por los pelos, Indiana Jones y Marion Ravenwood llegan a las catacumbas presidenciales.

—¡Indy, creo que es esta!

—La tumba del irlandés.

Indiana pasa la mano por la piedra para leer la inscripción: “John Fitzgerald Kennedy (1917—1963). Esposo, padre, presidente, socio del Círculo de Lectores, Berliner”.

—Ayúdame, Marion.

Entre los dos desplazan la piedra para descubrir, un cadáver vestido de caballero de la Edad Media con un manuscrito en las manos, que están colocadas sobre el techo.

—¿Por qué va vestido de caballero templario, Indy?

—Kennedy era un rosacruz.

—¿Qué?

—No lo sé, Marion. Creo que en algún momento el guionista leyó El péndulo de Foucault y está mezclando muchas cosas. ¡El manuscrito!

—¿Qué dice?

—Dice: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti…”

—¿Cómo sigue?

—No lo sé. El pergamino está roto.

—Alguien llegó antes que nosotros.

—¿Qué es ese ruido?

—¡El techo se derrumba sobre nuestras cabezas!

—¿Ves alguna salida, Marion?

—Creo que tendremos que atravesar a nado la piscina de serpientes.

—¿Serpientes? ¿Por qué siempre serpientes?

(Risas enlatadas. Se congela la imagen mientras suena la música de El príncipe de Bel-Air. Anuncios).

 

Decimoquinto intento

Jaime Rubio fue juzgado esta mañana por citar mal nada menos que a John Fitzgerald Kennedy, primer presidente católico de Estados Unidos y, por tanto, también Papa de Roma entre 1961 y 1963, año en el que Lee Harvey Oswald, con ayuda de la mafia, de la oposición anticastrista, de la CIA, del KGB y de la RDA, le asesinó con la ayuda de otros cincuenta y cuatro tiradores. Esta es la única forma en la que se entiende la trayectoria de la bala. A no ser que consideremos que la Tierra es plana. Si la Tierra fuera plana, la física gravitatoria resultante (o no—gravitatoria, porque la gravedad no existe) explicaría perfectamente la mencionada trayectoria en zig—zag, un pasito palante, María, en zig—zag, un pasito patrás.

Pero nos desviamos. Como lo que nos quieren hacer creer que fue la trayectoria de la bala. El fiscal quiso saber cómo era posible que Rubio fuera incapaz de recordar una de las frases más citadas de la historia, a lo que el acusado respondió rompiendo a llorar y asegurando que era muy liosa. “¿Ha preguntado a un ingeniero?”, quiso saber el fiscal. “Es posible que lo sepan, su carrera es muy difícil”. Ante la negativa de Rubio, el fiscal concluyó que el acusado no había hecho todo lo necesario para conocer las palabras exactas del presidente de Estados Unidos más guapo de la historia, aunque no tan guapo como Pedro Sánchez, “pero no el presidente, sino un amigo mío que se llama igual y que es guapísimo”.

El juez preguntó si se trataba de la frase de Berlín y el fiscal aclaró que no, que era la frase famosa del discurso inaugural. “Anda que no hace frío en Washington”, afirmó el juez. “Yo estuve ahí hace unos años. Fui con mi señora a celebrar fin de año en Nueva York y pasamos un día en la capital. Cuatro horas de autobús para ver la Casa Blanca por fuera. No merece la pena. Y un frío… Más que en Nueva York, que ya es decir. Me salió un eczema del frío. Vamos, creo que era del frío. ¿Te puede salir un eczema del frío? Ahora dudo. Igual fue de comer hamburguesas”.

El abogado de Jaime Rubio renunció a su defensa al no verse capacitado para ejercerla de forma eficaz. “Señoría —dijo—, no soy abogado, soy una almohada muy grande con traje y una cara pintada”. El juez rechazó la petición, asegurando que no consentiría “truquitos de películas americanas para declarar nulo el juicio”. Ante las quejas tanto de Rubio como de su letrado, el juez apuntó que la almohada había cursado estudios de Derecho, licenciándose en 2004. “Es una almohada de las caras, de estas con memoria. Así que seguro que se acuerda de todo”. El jurado, el fiscal y el juez irrumpieron en una sonora carcajada. “Ay, si no fuera por estos momentos…”, concluyó el magistrado, secándose una lagrimilla con el índice.

Interrogado por su abogado, Rubio explicó que estaba descartando las palabras que seguro que no pronunció Kennedy, por lo que no tardaría en dar con la frase exacta. “Es un método lento —explicó—, pero no creo que tarde más de sesenta y uno o sesenta y tres años”.

El abogado defensor presentó como principal prueba el registro de búsquedas en Google del acusado, para intentar demostrar que Rubio había hecho todo lo que estaba en su mano para encontrar las palabras exactas del presidente de Estados Unidos:

frase kennedy

frase kennedy berliner no la otra

kennedy discurso inaugural

kennedy discurso inaugural frío

kennedy discurso inaugural frío estufa

kennedy discurso inaugural frío estufa manta

kennedy país por ti

kennedy coronavirus

kennedy kennedy

kennedy kennedy kennedy

kennedy kennedy kennedy kennedy

kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy 

kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy kennedy

kennedy fried chicken

kennedy aeropuerto

suárez aeropuerto

El juez no se vio en absoluto convencido por la defensa de Rubio y declaró culpable al acusado. Su sentencia recoge que “cuando se le pregunte por su cita famosa favorita, Rubio deberá contestar ‘una cena con Ana Obregón, ¿eh? ¿eh?’, levantando las cejas al menos dos veces y dando varios codazos suaves a su interlocutor, para después insistir: ‘Cita famosa con Ana Obregón, ¿eh? Una cena con Ana Obregón es una cita famosa’. Después deberá guiñar el ojo y carcajearse hasta llegar a la lagrimilla, que deberá secarse con el dedo índice”.

Los mejores Batman de la historia

El actor Gene Hackman
Estos son los actores que, en mi opinión, mejor han hecho de Batman a lo largo de la historia del cine. No incluyo aún a Robert Pattinson, al no haberse estrenado su película.
1. Michael Keaton
2. Michael Knight
3. Pac-Man
4. Spider-Man
5. Christian Bale
6. Mortadelo
7. George Clooney
8. Bruce Wayne
9. Leonardo DiCaprio
10. Joe Pesci
11. Michael Keaton cuando intentaba mirar a los lados
12. Matt Damon
13. Adam West en Padre de familia
14. Un amigo mío que tiene padres con pasta
15. Matías Prats
16. Cate Blanchett
17. Mortadelo disfrazado de murciélago
18. Este cojín que tengo aquí al lado
19. Jaime Rubio, pero otro Jaime Rubio
20. Jeff Bezos
21. Tu madre
22. George Clooney
23. George Clooney
24. George Clooney
25. Matt Damon
26. Mark Hamill
27. Sean Connery
28. Ana Obregón
29. Matt Damon
30. Un funko de Superman
31. Val Kilmer
32. Ronald Reagan
33. George Clooney
34. Kim Basinger
35. Tom Waits
36. Mocedades
37. Matt Damon
38. George Clooney
39. El PSOE
40. Matt Damon
41. Matt Damon no, el otro
42. Jason Statham
43. George Clooney
44. Arnold Schwarzenegger
45. Friedrich Nietzsche
46. Arthur Schopenhauer
47. Matt Damon

Anglicismos innecesarios

Hay un hecho que es indiscutible: ya no hablamos español de verdad, como hacían los españoles hasta, más o menos, el 3 de diciembre de 1889. Ahora escupimos un mejunje horrible, trufado de expresiones inglesas innecesarias que están destruyendo nuestro idioma y convirtiéndonos en humanos tartamudos con la espalda retorcida de tanto inclinarnos ante la pérfida Albión. Para evitar esta degeneración que solo nos traerá comunismo, hambre y un tic muy raro en el ojo derecho, recordamos aquí, en Die Verschwörung, una serie de palabras en inglés a evitar, acompañadas de su mejor equivalente en español y organizadas por categorías.

 

Empresa

Afterwork: Merendola.

Conference call: Ratito para dibujar.

Startup: El dinero de mis padres.

Cash: El dinero de mis padres.

Cash-flow: Casi no me queda dinero de mis padres.

Crowdfunding: El dinero de mis amigos.

Staff: Gente que cobra el dinero de mis padres y yo creo que no hace nada, me cago en todo, joder ya.

Target: ¿Pero quién coño va a pagar por esto?

Break, hacer un: Embolia, sufrir una.

Brainstorming: El día que me dé por hablar…

Headhunter: El amigo de mi padre.

Reset: Hoy ya no tomo más café, que llevo como quince.

Branding: Marca del ganado. Es importante porque si lo roban, el sheriff lo puede identificar y traerlo de vuelta. 

Coach: Estafador.

Couch: Sofá.

Networking: No soporto este sufrimiento, ojalá entre alguien con una escopeta y nos mate a todos.

Feedback: Sí… Sí, pero… Si no le digo que no… Lo que yo… ¿¡QUE A QUÉ PISO VA!?

Buenos días in the morning: Por favor, que alguien llame a un médico, no me encuentro muy bien.

 

Tecnología

Newsletter: Boletín Oficial del Estado.

Selfie: ¿Este bulto en la barbilla no será un tumor cerebral?

Engagement: Matrimonio, refiriéndose a la tapa de boquerón y anchoa.

Followers: Amantes.

Smartphone: Téléphone intelligent.

Influencer: Las voces de tu cabeza.

Like: Me siento muy solo.

Podcast: Crucigrama.

 

Cultura

Twerking: Taller mecánico.

Celebrity: El tío ese que salía en aquello… Sí, hombre, lo de la tele…

Cool: Señor mayor.

Gym: Misa.

Crush (como en “mi crush me ha hecho like”): Lumbago.

Estoy living: Me duele el pecho, creo que me ha dado un infarto.

It was the best of times, it was the worst of times: Hoy no puedo, que he quedado. ¿Qué tal el jueves?

Cupcake: Miguelitos de La Roda.

Muffin: Calçot.

S’il vous plaît: ¿Hacemos de primero un pica-pica para compartir?

X-Men: La patrulla X.

Spiderman: Mortadelo.

Fútbol: Petanca de pies.

Basket: Cesta.

Mis vacaciones. Edición crítica publicada en ‘Páginas escogidas’, colección Letras Hispánicas, editorial Cátedra

Foto: Giammarco Boscaro (Unsplash)

Este1 verano2 he ido con mi3 papá y con4 mi mamá a la playa5. No6 me gusta la playa7 porque la arena pica. Le pregunté a mi8 papá si había tiburones y me dijo que sí y que con suerte me comerían9, pero mi mamá10 dijo que no, no es verdad, no hagas caso a papá, está enfadado porque tampoco le gusta la playa. Yo11 le dije a mamá que a mí tampoco me gustaba y mamá dijo pues ya estoy harta, el año que viene nos quedamos en casa12. Mi papá dijo así ahorraremos y yo les dije que quería un helado13. Papá dijo y yo quiero un yate14, pero me dio el dinero igual. Fui a por el helado y el heladero me dijo tienes buenas manos para limpiar las heladeras, son pequeñas, pero fuertes. Me dijo que llamara a mis padres y mamá y papá vinieron, y mi papá dijo pero qué pasa, ni eso sabes hacer, y el señor de los helados dijo oiga, que podría trabajar para mí, pago bien15, y mi mamá dijo bueno, a ver, cuánto, pongámonos de acuerdo16, y se pusieron de acuerdo y pasé el verano trabajando17,18 limpiaba19 las máquinas de helado porque tengo las manos pequeñas, pero fuertes, como de labrador20 pequeño. El heladero era duro, pero justo21, decía mi papá22. No lo pasé muy bien porque no me gusta la playa, pero mi mamá dijo bueno23, mira, entre tu trabajo y las tres carteras que robó tu padre24 en el paseo marítimo, las vacaciones nos han salido gratis, así que ni tan mal. Y luego volvía25 casa y ahora estoy en el cole26.

  1. El texto se redactó en septiembre de 1984 (según Blecua) o 1985 (según Valverde). A pesar del baile de fechas, ambos coinciden en que se trata de su primer trabajo desde junio, al margen de un cuaderno de vacaciones Santillana en el que apenas se pueden leer frases sueltas que la crítica considera obras menores. Se publicó por primera vez en Ensayos, aforismos y textos dispersos (2007, con prólogo de Rafael Sánchez Ferlosio).
  2. “Berano” en la primera versión del relato. Se han corregido estas y otras faltas ortográficas, gramaticales y de puntuación. La versión original se puede consultar en sus Obras completas, publicadas por esta misma editorial.
  3. Al decir “mi” se refiere a “su”, no a “mi”. Es decir, “su” madre, no la mía. Al tratarse de un texto temprano, Rubio no acaba de controlar la técnica narrativa y provoca este tipo de confusiones en el lector.
  4. Nótese la aliteración en “con… con…”, muestra temprana del estilo de Rubio. Otro ejemplo de la misma época lo tenemos en Redacción, en el que se juega de manera interesantísima con la repetición. El relato consiste en la palabra “mesa” repetida 200 veces y concluye con “ya está, ya es lo largo que pedía la señu”. Este trabajo fue acogido de manera tibia por la crítica, que suspendió su obra. El autor se vio obligado a repetirla, ofreciendo una versión más formal, también con el título de Redacción y que no es más que un resumen un tanto libre de Indiana Jones y el arca perdida, menos interesante, aunque no sin valor.
  5. Nótese cómo Rubio no deja claro de qué playa hablamos, logrando que el lector se identifique plenamente con el personaje. Su técnica narrativa no interfiere con el lector, permitiéndole imaginarse en su propia playa.
  6. En general, Rubio usa a menudo el adverbio “no”, casi tanto como el adverbio “sí”. Véase al respecto el trabajo de López Teruel, que contó estos adverbios a mano. Cuando alguien le explicó que podría haberlo hecho con ayuda de un ordenador de forma sencilla y rápida, López Teruel puso fin a su vida arrojándose al vacío. Para encontrar dicho vacío tuvo que colarse en el laboratorio de la Universidad de Física de Barcelona.
  7. ¿Se trata de la misma playa de antes? Probablemente, aunque, de nuevo, Blecua y Valverde discrepan.
  8. Una vez más, su padre, no el mío. Lo sé porque le pregunté a mi padre si se trataba de él y su respuesta no da lugar a dudas: “Lo siento, hijo, pero eso que haces no es un trabajo de verdad. ¿Por qué no estudiaste ingeniería, como tu hermana?”. Porque no sería feliz, papá. No hay ingenieros felices. Además, tengo una carrera, edito libros para Cátedra, hostia. Estoy construyendo los cimientos sobre los que se sustenta la cultura. Dentro de SIGLOS mi trabajo ayudará a lectores a acercarse a la obra de GENIOS. Bueno, más o menos, que en Cátedra ya publican cualquier cosa porque al final llega un punto en el que las “obras maestras” se acaban.
  9. Esta es otra muestra de impresionante capacidad narrativa de Rubio. El arco de este relato concluye en 2019, cuando Rubio fue devorado por un perro al que llevaba varios días siguiendo y diciéndole: “Dame la patita”. Según determinó la investigación policial, se trata de la única vez que un yorkshire terrier se come a un humano entero*. En este caso, Blecua y Valverde coindiden al elogiar la originalidad literaria de Rubio y este juego en el que ficción (el relato) y realidad (su propia muerte, narrada por los periódicos) mantienen un diálogo a base de ecos y referencias constantes.

* Tanto el perro como el dueño fueron absueltos.

  1. Un buen ejemplo del dualismo de Rubio, que juega con el eje papá-mamá, en referencia a los arquetipos hombre-mujer y, en otras obras y según Valverde perro-gato. Blecua también menciona el eje pájaro-pingüino, en una ingeniosa explicación que ocupa 20 páginas de su tercer libro sobre Rubio y que supuso su ingreso en un sanatorio en los Alpes.
  2. Esta palabra aparece tachada en el primer borrador, aunque finalmente se volvió a añadir. ¿La primera versión le pareció demasiado nihilista? Esa es la interpretación de Valverde, pero Blecua se inclina por una explicación meramente formal.
  3. La “casa” es uno de los escenarios recurrentes en la obra de Rubio. Muchos de sus personajes tienen “casa” y viven en ella, en ocasiones acompañados de otras personas. Recordemos que este trabajo es solo unos meses anterior a una de sus pocas incursiones en la pintura, una obra titulada precisamente “Mi casa”. Como ha señalado la crítica, se trata de un título irónico, ya que él no vivía con su familia en una casa de dos pisos con chimenea y lo que parece un manzano, sino en un piso de 85 metros cuadrados de L’Hospitalet de Llobregat,
  4. Se aprecia la lucha entre la sociedad capitalista y el anhelo de libertad. De nuevo un tema constante. En Redacción, el arca está llena de helados e Indiana Jones se toma varios de ellos seguidos sin que le duela la barriga, descubriendo que lo del dolor de barriga es, cito, “un invento de los padres”. 
  5. Nunca consiguió el yate, al menos según cuenta Rubio en trabajos posteriores, como Redacción para el día del padre y las tres Vacaciones que escribió en años siguientes.
  6. Llevo mucho sin poner notas al pie porque me han llamado por teléfono y me he despistado. Nada, los de Cátedra, metiendo prisa. Es más fácil editar para Austral: un prologuito y a tomar por saco.
  7. Hay una negociación similar en Fin de semana en la nieve, cuando sus padres acceden a alquilar a Rubio como trineo en Andorra.
  8. El poder del diálogo es otro de los temas recurrentes de Rubio y se suele relacionar con la figura de la madre. No siempre llega a buen puerto, como se puede leer en un relato del mismo año, Mi madre es una dictadora y no me deja comer chocolate.
  9. Según Valverde, esta coma debería ser un punto, pero según Blecua, debería ser punto y coma.
  10. Este relato anticipa gran parte de lo que sería la carrera de Rubio, que dejó la literatura a los 12 años y que desde entonces dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a otras actividades, como la contabilidad e ir al súper a hacer la compra. Lo único que le devolvió a las letras fue la supervisión de la publicación de varias antologías y de sus obras completas, a la que en realidad dedicó poco esfuerzo, según cuenta Tudela en su biografía del escritor. Esta labor iba acompañada de quejas como “¿pero esto es normal?” y “¿cuánto me van a pagar? Necesito el dinero”. Según Blecua, sus primeros trabajos revolucionaron el panorama narrativo, en especial Odio los garbanzos. Valverde opina que su obra es interesante y que no carece de madurez, pero se ve necesariamente limitada por su escaso recorrido. 
  11. Se refiere al campesino y no al perro, aunque Blecua ve de nuevo un anticipo de su temprana muerte. Al respecto, Valverde contesta con un “eso es una idiotez” y “no entiendo cómo sigo casada con este analfabeto”.
  12. La dureza del heladero va acorde con la frialdad del helado. El extenso estudio de Peláez sobre este relato dedica un capítulo a esta frase, que define como “perfecta definición de la visión del mundo de Rubio”. Lo relaciona, en nuestra opinión muy hábilmente, con los tres años que pasó, ya licenciado, trabajando en el departamento de contabilidad de una cementera.
  13. Este fragmento recuerda a otro trabajo anterior, titulado Barça, que arranca de una forma parecida: “Mi papá dice que Lineker es un vago”.
  14. López Teruel también contó el número de “bueno” en la obra de Rubio y llegó a la conclusión de que era una cifra “superior a la media”.
  15. Pasó tres años en la cárcel, no consecutivos, por cargos similares, como narra Rubio en De qué trabaja mi papá.
  16. La crítica se haya divididísima respecto a esta construcción. Para Blecua, “volvía casa” es una bellísima metáfora sobre la vuelta de la cotidianeidad, una forma de ver esta experiencia mucho más amenazante que una vuelta a la cotidianeidad. Este crítico aprecia influencias de Heidegger en esta frase. Para Valverde, se trata de una errata. También para la profesora de lengua de Rubio, que así la señaló. Blecua lamenta con dureza la “escasez de miras” con la que fue recibido el texto de Rubio: “Nunca sabremos qué influencia tuvo esta incomprensión en el hecho de que el autor abandonara la labor literaria”.
  17. El texto se cierra con una vuelta a la normalidad. El tono pesimista y el carácter cíclico de la vida también está presente en obras como Fin de semana en la nieve, Fin de semana en Castelldefels, Mis vacaciones de Semana Santa y ¿Otra vez garbanzos?

 

130 cosas que nos diferencian de los animales

‘His station and four aces’, de Cassius Marcellus Coolidge
  1. Ver series.
  2. Reírse de lo que pasa en la serie y decir: “Lo que inventan estos guionistas”.
  3. Decirse a uno mismo que no pasa nada por hablar solo en casa.
  4. Repetirlo en voz alta para convencerse.
  5. Acostarse.
  6. Despertarse menos de una hora más tarde porque el vecino de arriba está haciendo ruido.
  7. Preguntarse por qué siempre tiene que mover todos los muebles a medianoche.
  8. Intentar dormir a pesar de que el ruido no para.
  9. Estar a punto de conciliar el sueño cuando de repente pone música muy alta.
  10. Preguntarse: “¿Subo?”.
  11. Pensar: “Es que no lo conozco de nada. ¿Y si se enfada y luego no me espera cuando vaya a coger el ascensor?”.
  12. “O, peor, me espera y tengo que subir cuatro pisos con él, sin saber qué decir”.
  13. Subir a quejarse porque “es que así no se puede dormir. Y no es la primera vez que este tío la lía”.
  14. Tocar el timbre. Los animales no tienen timbres en sus madrigueras.
  15. Mientras abre, pensar: “Si es que la música se oye en todo el rellano, no entiendo cómo no estamos aquí todos los vecinos aporreando la puerta”.
  16. Darle al vecino las buenas noches y preguntarle si podría bajar la música.
  17. Constatar, sin sorpresa ninguna, que “este tío huele a alcohol”.
  18. Sorprenderse cuando el vecino no quiere bajar la música a pesar de que al día siguiente hay que trabajar.
  19. Poner el brazo en la puerta cuando el vecino va a cerrarla porque uno no puede creer que el tío de verdad no vaya a bajar la música.
  20. Es que ni siquiera le has dicho que la quite, solo le has pedido que la baje.
  21. Y lo has pedido por favor, que sin favor tendría que ser.
  22. Ver cómo el vecino no esperaba que opusieras resistencia, por débil que fuera, y al toparse la puerta con tu brazo, resbala y cae hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el mueble que hay en el recibidor.
  23. Preguntar: “Oiga, ¿se ha hecho daño?”.
  24. Ver que no reacciona.
  25. Entrar en el recibidor y acercarse al cuerpo. Hablar de nuevo para decir: “Oiga…”
  26. Cerrar la puerta.
  27. Entrar en la casa para ver si hay alguien o buscar un teléfono.
  28. Aunque el teléfono móvil también nos diferencia de los animales, no lo has cogido al salir de casa en pijama y bata para subir al piso de arriba.
  29. Aún gracias que te has acordado de las llaves.
  30. No hay nadie en casa.
  31. Apagas la música. 
  32. “Mucho mejor ahora”.
  33. “Es que encima el tío estaba solo. Si me dijeras que tenía a gente de visita, pues aún”.
  34. “Y ni aún, que es martes, no me jodas”.
  35. Ir con el teléfono al recibidor y empezar a marcar el número de emergencias.
  36. No acordarse de cuál es por culpa de las series americanas, que la lían con su 911.
  37. Ver que hay un charco de sangre debajo de la cabeza del vecino.
  38. Comprobar que el vecino no respira. Un animal no comprobaría nada. Empezaría a comerse al otro animal. Crudo, además.
  39. No encontrarle el pulso al vecino.
  40. Preguntarse si lo uno lo está buscando bien.
  41. Buscárselo a uno mismo y no encontrarlo.
  42. “A ver si me he muerto del susto… Ah no, que es aquí. A ver ahora… Ahora sí, claro”.
  43. Probar otra vez con el vecino.
  44. Darse cuenta de que uno ha matado al vecino sin querer.
  45. Preguntarse si merece la pena llamar a emergencias. Al fin y al cabo, solo va a servir para terminar en la cárcel y con la vida arruinada por culpa de un accidente difícil de explicar.
  46. Además, es que tenía la música muy alta.
  47. ¿Y quién tiene un mueble en el recibidor en pleno siglo XXI? Alguien que merece morir, esto es evidente.
  48. Pensar en las opciones que nos presenta el futuro y los riesgos de cada una de ellas. Eso no lo hacen los animales ni de coña.
  49. Decidir que lo mejor es deshacerse del cuerpo.
  50. Un animal se lo comería, pero un humano lo arrastra a la bañera y comienza a descuartizarlo con ayuda de un cuchillo gordo, pero mal afilado, que había en la cocina.
  51. Llorar un poco, preguntándose por qué no podía simplemente bajar un poco la música, que no era tanto pedir.
  52. Preguntarse si las lágrimas tienen ADN.
  53. Hacer una nota mental para buscarlo en Google luego.
  54. Secar con cuidado las lágrimas que han caído sobre el cuerpo, por si acaso.
  55. Oír un ladrido. Eso sí lo hacen los animales, pero lo que no hacen es girarse y decir: “Joder, qué susto”.
  56. Sacar al chucho, pequeño y tranquilote, del lavabo.
  57. Preguntarse si un perro podría ser testigo en un juicio, quizás reconociendo al acusado por el olor.
  58. Hacer otra nota mental para buscarlo también en Google.
  59. “Madre mía, a ver si ahora ahora tengo que matar a un perro”.
  60. Decidir que no vas a matar y descuartizar a un perro, que prefieres correr el riesgo. Lo del vecino ha sido un accidente, lo del perro sería ya con toda la mala idea.
  61. Meter el cuerpo de tu vecino en varias bolsas de basura.
  62. Limpiarlo todo a fondo con lejía.
  63. Mirar bien por la mirilla antes de volver a tu piso.
  64. Maldecir tu mala suerte al ver que te van a hacer falta al menos dos viajes.
  65. Dejar las bolsas de basura en tu cocina.
  66. Enfadarse porque después de todo el follón solo quedan cuatro horas para dormir antes de que suene el despertador.
  67. Consolarse pensando que habría sido aún peor con la música: “No habría podido dormir en toda la noche”.
  68. Al volver del trabajo al día siguiente, llevar las bolsas de basura al coche y distribuirlas por contenedores de toda la ciudad.
  69. Encontrarse con una prima justo cuando llevas la bolsa con la cabeza.
  70. En serio, con tu prima. Ya es mala suerte. Si no os veis nunca.
  71. Saludar, qué tal todo, etc. Pero no poder dejar de pensar en si se notará que lo que hay en la bolsa es una cabeza.
  72. Igual hasta se le marcan las orejas contra el plástico.
  73. Pasar algún que otro mal rato pensando en si la policía vendrá a preguntar algo o no.
  74. No ver aparecer a la policía.
  75. Oír al perro, pero no saber muy bien qué hacer con él.
  76. Oír una conversación que los vecinos de arriba tienen en el rellano.
  77. Abrir un poco la puerta de casa para enterarse mejor.
  78. Resulta que dan por desaparecido al vecino. Al parecer, alguien se ha hecho cargo del perro.
  79. Sentirse aliviado al oír las dos cosas.
  80. Enfadarse al oír: “Ni un problema daba”.
  81. “¿Cómo que ni un problema? ¿Y el ruido, qué?”
  82. “No, si resulta que me invento las cosas”.
  83. Lamentar que en este país baste con morirse para que hablen bien de uno.
  84. O desaparecer, vaya.
  85. Pensar que hay que tener cuidado con los lapsus, que cualquier día aparece la policía y a saber qué le decimos, todo por no prestar un poco de atención. Si la policía pregunta, no sabemos qué le ha pasado, nada de dar por hecho que está muerto.
  86. Seguir con tu vida.
  87. Dormir bien por las noches porque no hay música ni movimiento de muebles.
  88. Conocer a una chica en un bar. Te la presenta un amigo del barrio. 
  89. Quedar con ella para otro día.
  90. Empezar a salir con ella, en serio y todo.
  91. Ilusionarse.
  92. Darse cuenta de que tiene cosas raras. Bueno, solo es una: nunca quiere ir a tu casa y siempre vais a la de ella.
  93. Preguntarle por eso.
  94. Escuchar su historia.
  95. Resulta que su padre las abandonó a ella y a su madre cuando era niña.
  96. No era una mala persona, pero tenía problemas con el alcohol.
  97. Parecía que los últimos años estaba mejor. Incluso habían retomado la relación.
  98. Vivía en el barrio, con su perro.
  99. “Era tu vecino. Por eso no me gusta ir a tu casa… Vivía encima de ti, en el quinto”.
  100. Preguntar, hábilmente: “¿Vivía?”.
  101. Oír cómo cuenta que desapareció hace unos meses, dejando al perro solo. 
  102. “Una recaída, imaginamos. Pero no sabemos nada de él”.
  103. Preguntar por el perro: “Está con mi madre, aunque no lo soporta. Me lo voy a tener que quedar yo”.
  104. Pensar: “He matado al padre de mi novia”.
  105. Constatar que esto es más casualidad que lo de tu prima cuando llevabas la cabeza del vecino.
  106. Aunque, bueno, siendo todos más o menos del barrio, pues tampoco es tan raro.
  107. Un poco sí.
  108. Creer que la mejor forma de disimular es decir que crees que sabes quién era su padre.
  109. “Nunca dio ningún problema”, dices, consciente que no es el momento de sacar el tema de la música.
  110. Porque no era la primera vez que hacía ruido.
  111. Ningún problema, mis cojones.
  112. “Claro -dice ella-. Es que estaba mucho mejor”.
  113. Enterarse, un par de semanas más tarde, de que ella se lleva al perro a su casa.
  114. Temer que el perro te vaya a reconocer y se vaya a poner a ladrar como un loco.
  115. Pero qué va, le caes hasta bien. Los perros no son tan listos como los humanos, esto es así.
  116. Tras un par de noches en su casa, descubrir se es alérgico a los perros.
  117. ¿Los animales tienen alergias?
  118. Buscarlo en Google.
  119. Pues resulta que también, qué cosas. En fin, que las alergias no nos diferencian de los animales.
  120. Y, total, que no puedes pasar mucho tiempo en su casa.
  121. Exponerle, de la forma más suave posible y sin que suene a ultimátum, que el perro y tú no podéis compartir piso.
  122. Sentirse decepcionado cuando ella escoge al perro.
  123. Entender que es normal cuando dice: “Es lo único que me queda de mi padre”.
  124. Pero intentar ganar puntos con el comodín que te habías guardado todo este tiempo: “Bueno, a ver, que tu padre ponía la música muy alta”.
  125. Darse cuenta de que el argumento no es tan convincente ni racional como uno creía.
  126. Quedarse soltero otra vez.
  127. Todo por culpa del vecino.
  128. Un martes por la noche y con la música puesta.
  129. Es que con bajarla bastaba, ni siquiera tenía que quitarla.
  130. Preguntarse si habría merecido la pena matar también al perro.

Las aventuras de Jaime Rubio (la trilogía)

—¿Es usted Jaime Rubio? Soy el agente Smith, de la CIA. Necesitamos su ayuda.

—¿Mi ayuda?

—Sí, su ayuda. Para salvar el mundo.

—¿Yo? ¿Pero cómo?

—No hay tiempo para explicaciones. Se lo contaré todo de camino al aeropuerto.

—Pero deje que me acabe el café, al menos.

—Que no hay tiempo, le digo. Suelte la taza.

—¿Por qué al aeropuerto?

—Tenemos que ir a Washington.

—¿A Washington? No puedo, el lunes trabajo.

—¡Su trabajo no es importante!

—Sí, claro. Dígaselo al casero cuando no le pueda pagar el alquiler.

—¡El mundo está en peligro y usted es la única persona que puede salvarlo!

—¿Por qué? ¿Necesitan mi ADN?

—No, necesitamos a alguien ajeno a este mundillo, pero noble y con madera de héroe.

—¿Qué? ¿Pero qué dice?

—Alguien que caiga bien. Por si hacen la película.

—Mire, yo tengo que poner unas lavadoras, quiero pasar por el súper a por un par de cosillas y a lo mejor quedo con unos amigos más tarde.

—Si no hay mundo, no podrá hacer nada de eso.

—Pues búsquense a otro. Yo ya tengo plan.

—Oiga, que le prometo una aventura que le cambiará la vida.

—Quite, quite. Además, quería ver la de Scorsese.

—No quería decírselo, pero una de nuestras agentes también participará en la misión.

—Bueno, espero que sean bastantes, si hay que salvar el mundo.

—Y está soltera.

—¿Está guiñándome un ojo?

—Toda aventura tiene una chica, no sé si me explico.

—¿Pero qué dice?

—Venga, el avión está esperando.

—¿Me pone otra porra cuando pueda? 

—¿Se ha pedido otra porra?

—Eftán dicaf.

—Pero que tenemos que irnos.

—Yo no voy a ningún lado, que he quedado luego. Y a ver cómo le explico a mi jefa que el lunes estaré en Washington.

—Ella lo entenderá.

—Es que ni siquiera me apetece.

—Moriremos todos si usted se queda aquí desayunando… Hay que salvar el mundo.

—Suena muy peligroso. Y yo soy muy torpe, seguro que lo salvo mal.

 

***

 

—Nos volvemos a ver, Jaime.

—Anda, hola. ¿Cuánto tiempo hace? ¿Tres meses?

—Casi cuatro.

—¿Qué le ha pasado en el brazo?

—Lo perdí salvando el mundo. Nos habría venido bien su ayuda.

—Sí, claro, para que fuera yo el manco. Ni hablar.

—Volvemos a necesitarle.

—Huy, no, no… Ya le dije que no puedo perder días de trabajo así como así.

—Esta vez solo vamos a Roma.

—Esto es más tentador porque se puede hacer en un fin de semana.

—El Papa nos necesita.

—No, al Vaticano no voy.

—¿Qué?

—Eso era insoportable, estaba llenísimo de gente. Incluso teniendo las entradas compradas había que hacer cola. Y luego no podías ni caminar. Muy desagradable. Si vuelvo a Roma, el Vaticano me lo salto.

—¿De qué habla?

—Del Vaticano. Y de la cantidad de gente que va.

—Pero que no vamos a hacer turismo.

—Ya, claro, los turistas siempre son los otros. Nosotros viajamos de verdad, ¿no? Pero luego vamos todos con la misma Lonely Planet a los mismos sitios. Hay que asumirlo: somos turistas y a mucha honra.

—¿Quiere dejar de decir tonterías? No haríamos ninguna cola, tenemos que destapar una trama terrorista que quiere destruir la civilización occidental.

—Eso suena peligroso.

—Soy un agente de la CIA, claro que es peligroso.

—Ya le dije que yo soy más de desayunar tranquilo, leer un poco… Mire, luego me voy de compras. Necesito otra chaqueta, no sé si azul o gris. Tengo una gris, pero está ya vieja y el gris se puede llevar con todo.

—Me dijeron que los grandes héroes siempre son renuentes a aceptar su destino, pero esto es demasiado.

—Si paga la CIA, yo voy a Roma encantado. Pero mientras usted salva el mundo, yo me tomo unos vinitos. Cuando usted termine con eso de los terroristas, le llevo a un par de sitios que recuerdo de la otra vez. Ya verá, ya. Un embutido buenísimo. Eso sí, el domingo por la noche tengo que estar de vuelta. No muy tarde, que me levanto antes de las siete.

—Jaime, sé que estas cosas asustan, pero tiene que comportarse como un hombre y…

—¿Quiere un café o algo? Aquí lo hacen muy rico.

—Pero… El mundo le necesita…

—Es que no es lo mío.

 

***

 

—Sé que no esperaba volver a verme.

—Hombre, agente Smith. Esta vez sí le invito a un café.

—No hay tiempo…

—Le falta una pierna. Y un ojo.

—Sí, bueno, Roma fue más difícil de lo que pensábamos.

—Menos mal que no fui, con lo torpe que soy.

—En realidad nos habría venido bien su ayuda.

—Qué va, si yo me asusto por nada. Durante la campaña de la Renta tengo que dormir con la luz encendida. Y eso que me sale a devolver.

—Murieron otros tres agentes.

—Vaya.

—Incluida Mary-Ann Rebecca Lou Louise.

—¿La conozco?

—Mi idea era que fuera su interés romántico.

—¿Todos los agentes son así de alcahuetos?

—Habrían hecho buena pareja. Y para la película habría venido fenomenal. Esas cosas gustan.

—Me sabe mal por la pobre. Pero gracias por salvar el mundo. ¿Quiere un café? Nunca toma café. ¿No le gusta? ¿Prefiere una infusión o un zumo?

—Necesitamos su ayuda una vez más.

—¿Cómo que una vez más? Si nunca le he ayudado.

—Hay que cerrar la trilogía, Jaime.

—Ni siquiera estaba en las otras dos, esto es absurdo y usted lo sabe. Se ha empeñado en una tontería y no hay quien le saque esa idea ridícula de la cabeza.

—Tiene que acompañarme a Moscú.

—Ya sabe que el lunes tengo que ir a la oficina.

—Será rápido. Un trabajo de una sola noche. Entrar y salir.

—¿Y qué hay que hacer?

—Tiene que infiltrarse en un grupo de nostálgicos del comunismo que planean un golpe de estado.

—No sé ruso.

—No hace falta saber ruso. Solo hay que hablar en inglés con acento ruso.

—Creo que no va así.

—¿Aquí quién es el agente de la CIA que luego vende los derechos de sus operaciones a Netflix?

—No sé, me parece muy peligroso. Además, ¿seguro que los comunistas son peores que Putin?

—Jaime, discutamos los detalles en el avión.

—No le creo.

—Le aseguro que los comunistas son un peligro inminente.

—No, eso sí. Lo que no me creo es que pueda infiltrarme en un grupo comunista en una sola tarde. Me está mintiendo para que vaya.

—¡Hay que cerrar la trilogía! ¡Y vengar la muerte de Mary-Ann Rebecca Lou Louise!

—No la conocía, le digo. Que me sabe muy mal, claro, pero no tanto como para vengar su muerte.

—¡Habrían hecho muy buena pareja! ¡A ella también le gustaba el montañismo!

—¿El montañismo? No he estado cerca de una montaña en mi vida.

—¿Qué?

—Cuando veo una calle con cuesta cojo un taxi.

—Pero… Su ficha dice que usted un alpinista experimentadísimo y que ha subido tres ochomiles y un nuevemil que se fabricó usted mismo añadiendo cajas al Everest.

—¿Qué es un ochomil?

—Un momento, ¿usted no habla siete idiomas, domina cuatro artes marciales, fue gran maestro de ajedrez y dejó la Interpol porque su jefe no aprobaba sus métodos?

—No. Pero tengo un juego de ajedrez en el móvil.

—¡Tenemos su ficha mal! ¡Qué desastre! Deje que consulte… Tengo los papeles en el bolsillo… Aquí están: Jaime Rubio Martínez, doctor en Física, licenciado en Historia del Arte, profesor en Oxford durante varios años…

—No, no. Yo soy Jaime Rubio Hancock.

—¿En serio?

—Sí, sí. Si quiere, le enseño el DNI.

—Ahora me cuadra más. No entendía cómo nos podía ayudar, con ese cuerpo tan fofo.

—¡Eh!

—Pero las apariencias engañan y por eso no me paré a comprobarlo. Me he liado con esto de los dos apellidos que tienen en España. No miré el segundo y, claro, me equivoqué de persona.

—A mí también me extrañaba, no crea.

—Normal, lo entiendo.

—Me sabe mal que haya muerto gente.

—No pasa nada, es habitual. Además, es culpa mía. Menudo despiste. Lo que se van a reír de mí en Langley.

—¿Entonces no voy a Rusia? Me tenía medio convencido.

—No, no. Sería una locura, le matarían enseguida. Menos mal que dijo que no las otras dos veces. No sabe usar un arma, ¿verdad?

—¿Se apunta y luego se dispara?

—Ah, pues sí que sabe. Pero, vamos, que habría muerto seguro. En fin, me voy a ir yendo, a ver si encuentro al tal Rubio Martínez.

—¿No quiere un café? Le aseguro que aquí está bueno.

—Mire, ¿sabe qué? Me voy a tomar un café. Y una porra.

—Claro que sí. Que esperen los rusos.

—Eso. Que hoy es sábado.

—El parche le queda estupendo, por cierto.

—Gracias, hombre.

La policía de la RAE

Foto: Pisit Heng (Unsplash)

—¿Estás listo, novato?

Estaba nervioso, pero asentí con la cabeza mientras, para darme seguridad, acariciaba el diccionario en tapa dura que llevábamos colgando del cinturón.

—Pues para adentro.

Nos metimos en el bar y enseguida vimos que el ambiente estaba tenso. La dueña, detrás de la barra, nos saludó con un “menos mal”. No fue difícil identificar a los protagonistas de la disputa por la que nos habían avisado, cada uno en una punta de la barra, rodeado de un grupito de parroquianos que los contenía.

—¡Policía de la RAE! ¿Quién nos ha llamado?

El hombre que estaba en el extremo del fondo levantó la mano.

—Yo, yo… 

—Pues a ver —dije, con la voz temblorosa por los nervios—. ¿Qué diantres ha pasado aquí?

—Este, que ha dicho: “No me acordé que era tu cumpleaños”.

—Bien dicho está -dijo el otro.

—Que no, que es “no me acordé de que era tu cumpleaños”.

—Eso es dequeísmo.

—Este tío es gilipollas. ¡Díganle algo!

—A ver, señores —intervino mi compañero—. Un poco de calma, que esto lo solucionamos enseguida. Usted cree que es “no me acordé que”, ¿verdad?

—Sí.

Mi compañero me miró, sonriendo.

—¿Quieres estrenarte?

Estaba nervioso, pero tenía ganas de intervenir por primera vez.

—Eso… —comencé—. Eso es… ESO ES QUEÍSMO.

—¿Qué? No…

—¡QUIETO! ¡NI SE TE OCURRA MOVERTE! ¡ESTÁS ARRESTADO!

—No, dejadme en paz, no pienso… ¡Ah, pero qué hace!

No sé muy bien cómo ni por qué, pero de repente le estaba golpeando con el diccionario en la cabeza.

—EL QUEÍSMO ES TAN MALO COMO EL DEQUEÍSMO.

—Déjalo, déjalo —dijo mi compañero—, ya nos lo llevamos.

—Esto es brutalidad policial. ¡Todos sois testigos!

Pero la gente del bar no quería líos. La dueña cogió el mando de la tele y puso Saber y ganar mientras esposábamos al queísta. Cuando lo sacábamos a rastras para meterlo en el coche, los parroquianos ya habían vuelto a sus mesas a terminar de beberse sus cervezas y carajillos.

—Sois unos fascistas —dijo el queísta, escupiendo sangre—. Prescriptivistas de mierda.

—Nosotros no ponemos las normas —dijo mi compañero, mientras arrancaba—. Solo recogemos y recomendamos usos.

—¿Recomendáis? ¿Esto es una recomendación? No veo nada con el ojo izquierdo.

—Claro que era una recomendación. Te decimos las cosas por tu bien. Si nos hubieras hecho caso, esto no te habría pasado.

—OTRA VEZ NO IRÁS DE LISTO —dije, aún excitado por la adrenalina.

—Tranquilo, novato. ¿Por qué no repasas la Gramática?

Cogí el libro de la guantera y lo abrí, sin poder fijar la vista en ninguna de las normas.

—Novato, ¿eh? —Preguntó el queísta—. Se te nota.

Intenté ignorarlo, pero no podía evitar cerrar los puños hasta clavarme las uñas en las palmas.

—El laísmo debería estar admitido —dijo—. Es una forma regional tan válida como el leísmo de persona.

Mi compañero, que conducía, me hizo un gesto con la mano para que no volviera a perder los nervios.

—Vuestro diccionario es una mierda. Recoge almóndiga.

—SOLO EN DESUS…

—Novato, tranquilo. Y tú cállate, que con ese diccionario de mierda ya te ha roto la nariz. Y no es lo único que nos enseñan a romper.

—Me habrá dado justo con almóndiga. O con toballa.

—PARA EL COCHE AHÍ.

—Novato, que te pierdes.

—PARA EL COCHE, HOSTIA.

Aparcamos al lado de un callejón. Saqué al queísta y lo tiré contra un contenedor de basura.

—Este hijo de puta ha intentado huir aprovechando un semáforo. Y yo estoy corriendo detrás de él.

—Eso es todo lo que sabéis hacer los de la RAE. Dar palizas.

Le golpée varias veces con el diccionario mientras mi compañero vigilaba para que nadie se acercara al callejón. Solo paré cuando vi que el queísta escupía un par de dientes.

—ENTÉRATE, DESGRACIADO, ALMÓNDIGA ES LA VARIANTE ANTIGUA. Y EL DICCIONARIO RECOGE USOS, INCLUIDOS LOS VULGARISMOS Y LOS TÉRMINOS ANTICUADOS.

—Tu diccionario es machista…

Volví a golpearle mientras gritaba que la lengua no es machista, que la sociedad lo es.

—NOSOTROS SOLO RECOGEMOS USOS.

—Mentira… Eso es mentira… Imponéis… Imponéis normas…

—¿Qué dices? No te oigo.

—Prescriptiv…

Se quedó inconsciente.

—¿Qué haces? —Me preguntó mi compañero.

—Lo llevo al coche.

—Ni hablar, déjalo ahí. ¿Cómo lo vamos a llevar así a la RAE? Tiene la cara destrozada. Diremos que se escapó. Los queístas no le importan a nadie.

Subimos al coche. Por la radio avisaban de un cartel sin tildes que estaba cerca de nuestra posición, pero mi compañero no atendió la llamada.

—Novato, tienes que calmarte un poco.

—Lo siento, yo…

—Nos van a llamar cosas peores que prescriptivistas. No puedes alterarte a la primera provocación.

Asentí en silencio.

—Tú eres muy joven, no estabas aquí en 2010, cuando le quitamos la tilde a solo. Recuerdo una redada en la que arrestamos a más de cien blogueros en una noche… Aquello fue una locura. La gente se enfadó muchísimo. Una noche arrojaron cócteles molotov contra la sede. Un compañero acabó en el hospital por culpa de una pedrada. Y cómo se pusieron en Twitter… Nos llamaron de todo. Aun así, no perdí los nervios jamás. Claro que hay que usar el diccionario. Pero con cabeza. Un golpe, para que vean que vas en serio. Pero uno, no treinta. Y si no se calman, los llevas al calabozo. Nada los deja más suaves que una noche rodeados de los que confunden haber y a ver. No puedes ir dando palizas al primer queísta que te cruces. Y menos si ves que te está intentando provocar. Eso es lo que busca, no caigas en su trampa. Ya verás cuando nos crucemos con los Descriptivistas.

—¿Este no era uno de ellos?

—Este era un bocazas de bar, un fantasma. Los Descriptivistas no actúan así. 

—¿No vamos a responder a esa llamada? Está cerca.

—Tú no estás para responder a ninguna llamada.

No contesté.

—O controlas ese genio —dijo—, o acabarás contestando a dudas en Twitter.

El eterno retorno

Giammarco Boscaro (Unsplash)

“La historia se repite primero como tragedia, segundo como farsa, tercero como un musical de Broadway, que no hay quien los soporte; cuarto como la versión aún más cutre del mismo musical, pero en la Gran Vía; quinto como serie estiradísima, de las que piensas “esto habría funcionado como película, pero como ahora están de moda las series, pues nada, a meter capítulos de relleno”; sexto como el corto que rodó un amigo tuyo de la facultad; la séptima no está mal, pero no para ir al cine, quizás cuando la pongan en Filmin o donde sea; octavo como cómic de estos que son tan serios, que vienen en tapas durísimas y te cuentan unos dramas que madre mía; noveno como un entremés; décimo como la versión moderna del mismo entremés, con los actores vestidos con ropa del Zara; undécimo como una ópera; duodécimo como una space opera; decimotercero como Space Jam, pero Michael Jordan es de dibujos animados y los animales son de verdad; decimocuarto como una comedia romántica de Meg Ryan; decimoquinto como un monólogo de humor observacional que comienza diciendo “¿no os habéis fijado en que todos los monólogos de humor observacional comienzan diciendo ‘no os habéis fijado en que’?”; decimosexto como un grupo de improvisación que está empezando y aún hay dos que son un poco tímidos, pero ya verás cuando se lancen porque tienen mucha gracia; decimoséptimo como un juego de mesa que tiene unas reglas muy complicadas y esto es muy largo de explicar, ¿no tendrás por ahí el Scattergories? El Scattergories le gusta a todo el mundo; decimoctavo como un espectáculo de mimo en el parque, pero el mimo está encerrado de verdad en una jaula de cristal y está gritando, pero nadie le oye, es que ni siquiera es un mimo, trabaja en un banco, y al final muere de hambre; decimonoveno como una farsa otra vez, pero con otros actores, porque es un remake, que estos de Hollywood ya se han quedado sin ideas; vigésimo, como la segunda temporada de la serie de antes, pero nadie la ve y la cancelan; vigésimo primero como la novela esa de la que habla todo el mundo, pero a ti te da pereza leerla y al final la lees y, hombre, no está mal, pero no había para tanto; vigésimo segundo como un menú de catorce platos en un restaurante con estrella Michelin; vigésimo tercero como la resaca de después de ir a ese restaurante con estrella Michelin, que es culpa tuya porque te empeñaste en pedir el maridaje de vinos y además en esos sitios la comida es muy rara y no siempre sienta bien; vigésimo cuarto como un concierto de música clásica; vigésimo quinto como el mismo concierto, pero solo hay flautistas; vigésimo sexto como el mismo concierto otra vez, pero solo es un señor mayor con una armónica; vigésimo séptimo como una serie de dibujos animados, pero para adultos, en plan bruto, como Archer; vigésimo octavo como un rap en el metro, que me he enterado hace poco que eso pasa (yo es que voy en bus); vigésimo noveno como un sarpullido raro, pero no vas al médico porque seguro que no es nada y cuando te das cuenta resulta que es una enfermedad rarísima y te sale un tercer brazo de la oreja; trigésimo como una zarzuela, pero el plato, no el género chico; trigésimo primero como una sucesión de números primos; trigésimo segundo como una tragedia otra vez, pero casi todo el mundo es zurdo; trigésimo tercero como una parodia, pero hay gente que no se entera y se cree que va en serio (jajaja, hay que ser idiota); trigésimo cuarto como un grupo de whatsapp; trigésimo quinto como una actualización de Facebook; trigésimo sexto como un hilo de Twitter; trigésimo séptimo como una newsletter que dejaste de leer al segundo envío, pero te da pena darte de baja; trigésimo octavo como una charla con ese amigo que siempre te está diciendo lo que tienes que hacer y al final le vas diciendo “sí, sí” porque solo quieres que se calle y te deje irte a casa; trigésimo noveno como un postit que alguien dejó en la nevera y en el que solo pone: «No hay huevos»; cuadragésimo como una sesión de trabajo con unos consultores que están empeñados en que sea participativa y tú te preguntas cuánto estarán cobrando y qué pensarán sus padres de ellos; cuadragésimo primero como una peli porno; cuadragésimo segundo como una peli porno amateur; cuadragésimo tercero como un podcast en el que solo hablan de porno amateur; cuadragésimo cuarto como un documental en diez capítulos, que lo ves y dices, joder, mejor que una serie, solo que no sabes que se han inventado la mitad; cuadragésimo quinto como una charla con un amigo, pero ahora eres tú el que va dando consejitos; cuadragésimo sexto como otra novela de moda, no te has acabado la primera y ya hay otra más; cuadragésimo séptimo como una peli de Marvel, es decir, que dura muchísimo; cuadragésimo octavo como Gran Hermano 7; cuadragésimo noveno como un cómic de Mortadelo y Filemón, y esta es la mejor versión, es mi favorita y cuando lleguemos me pienso plantar y no quiero saber cómo son las siguientes, es más, ni tan solo quiero saber si hay siguientes”, Karl Marx (1818-1883).

La mesa de al lado

 

—Está clarísimo: tiene que dejar a su novio.

—¿Qué?

—Por favor, si la trata fatal.

—¿De qué hablas?

—¿No estás escuchando?

—¿A quién?

—Baja la voz, que te van a oír.

—¿Quién?

—Las de la mesa de al lado.

—¿Qué les pasa?

—¿No estás oyendo lo que dicen? Está interesantísimo.

—No hagas eso.

—¿Por qué?

—Está mal.

—Es culpa suya, gritan mucho.

—Además, es un poco desconsiderado. Hacía mí, digo.

—¿Por qué?

—Tú dirás, salimos a cenar y prefieres escuchar la conversación de al lado.

—No seas tan susceptible. Y baja la voz, que se van a dar cuenta.

—¿Susceptible? Pensaba que me estabas prestando atención.

—Sí, claro que te atendía. Lo de la serie esa que quieres ver.

—No sabes ni cómo se llama.

—No te pongas así. Contigo puedo hablar luego, pero esta historia me la voy a perder si no me entero ahora ahora. 

—¿Qué más te da? Si no volverás a verlas.

—Pues por eso mismo. Qué fuerte lo que le hizo durante las vacaciones. Estoy por levantarme y decírselo.

—¿Qué hizo? ¿Pasar de ella y preferir las conversaciones de los demás?

—Que bajes la voz, te digo.

—Estoy moderadamente ofendido. Y paso un poco de vergüenza.

—Si prestaras atención, te darías cuenta de que la historia merece la pena.

—Lo que tú digas.

—Tú escucha y luego te cuento lo demás. En serio, esto hay que comentarlo después.

—Está mal escuchar conversaciones ajenas.

—Que sí, que ya lo sé, pero es que esta es para hacer una película.

—Igual exageras, ¿eh?

—Además, aquí las mesas están muy juntas, no hay más opción que enterarse de lo que dicen los demás.

—¿Crees que a nosotros nos escuchan? ¿Que todo el mundo es así?

—Baja la voz… Oh, ahora interrumpe el camarero. Qué horror, quería saber qué pasaba con el coche.

—Madre mía.

—¿Qué pasa?

—¿No estás escuchando? Han pedido California rolls.

—¿Ves cómo está divertido escuchar a los demás?

—California rolls. Aquí. No saben dónde están.

—Lo que me extraña es que los tengan en la carta.

—Por culpa de gente como esta.

—Están preguntando si el sashimi viene crudo.

—Qué vergüenza.

—Ahora me estoy poniendo de parte del novio.

—Estoy por levantarme y decirles lo que tienen que pedir.

—Eso estaría genial.

—De hecho, mira, lo voy a hacer.

—¿Qué?

—Disculpad…

—¿Qué haces? No, no…

—Perdonad, no he podido evitar oír lo que pedíais y os estáis equivocando.

—Por favor, para.

—Este sitio no es para pedir california rolls o arroz frito. Aquí se viene por el pescado, que es espectacular.

—Déjalas en paz.

—Pero si te he preguntado antes.

—Pensaba que estabas de broma. Disculpadle, es que… Tiene fiebre…

—¿Qué dices de fiebre? A ver, lo que os decía: pedid niguiris, los que os gusten… El variado suyo está bien. Y el sashimi. Nada de california rolls. 

—Para ya…

—Si no os atrevéis con el pescado crudo, probad el tataki, por ejemplo. O unos makis de atún normales.

—Por favor.

—No os molesto más. Es que es una pena que vengáis aquí y… Ah, y mi mujer dice que dejes a tu novio, que no te está tratando bien.

—No, no… No he dicho eso. No le hagáis caso, no está bien.

—Sí que lo has dicho.

—La cuenta, por favor.

—¿Qué? Pero si no he terminado. Y quería algo de postre.

—Nos vamos ya.

—¿Por qué?

—No puedes hacer eso.

—¿El qué? ¿De qué hablas? Les he hecho un favor. ¿A que os he hecho un favor?

—Para, por favor. Perdonad, lo siento mucho. Es… Es que… Tiene fiebre. Y demencia. Lo siento. Ahí viene la cuenta, menos mal.

—Deja que me acabe esto, al menos.

—Nos vamos.

—No entiendo por qué te pones así, he hecho lo que me pedías.

—No lo has hecho.

—Pues ya me contarás la diferencia.

—Calla, que todo el mundo nos mira.

—Joder, que se metan en sus asuntos.

—Para.

—Panda de cotillas.

—Para, para ya.

—No estoy haciendo nada.

—Para hace media hora.

El verdadero significado del manuscrito Voynich

Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University

Lamento comunicar a todos los interesados en el manuscrito Voynich que el estudio que afirma haber desentrañado su código es otra falsa alarma. Un momento, se preguntará algún lector enfrascado en la interpretación del libro más misterioso de la historia, ¿y tú qué sabes? ¿Cuánto tiempo has dedicado a intentar desentrañar su código y a mirar los dibujitos? Bien, pues lo sé porque yo escribí ese manuscrito.

Llevo años intentando explicarme, pero nadie me cree. No se trata de un texto medieval. Solo es una libreta sobre la que se me cayó una taza de café. Por eso parece tan antigua.

En realidad es de 1903. Poco después de licenciarme en Filosofía y Letras (el Periodismo de la época) encontré un trabajo en la primera empresa de telemarketing de España, llamada Telemercadeo Dato e Hijos. Era propiedad del conocido como Gran Dato: don Fulgencio Dato, el dueño de la empresa, que pesaría casi 15 arrobas.

Se trataba de un trabajo relativamente sencillo: solo había tres personas que tuvieran teléfono en España, así que las llamaba cada mañana y les ofrecía los productos que se incluían en nuestro catálogo.

Había de todo: cuellos de camisa, bañadores que iban de los tobillos a los hombros, pesas con los pesos redondos, calesas, fines de semana en fondas de Santander, trabucos, rapé, peines para el bigote, anteojos, jofainas, polainas, mantones, chalinas, banderas anarquistas para colgar en el balcón, bombas anarquistas para arrojar en bodas reales y relojes de bolsillo que atrasaban cinco minutos cada cuatro minutos, además de toda clase de sombreros: bombines, canotiers, chisteras, clochés, pamelas, chambergos, porkpies, gorras de Caja Rural…

Aunque hoy en día parezca increíble, las personas a las que llamaba me atendían y se pasaban un buen rato charlando conmigo. El teléfono era una novedad y los tres no tenían a nadie con quien hablar (no se conocían entre sí), por lo que agradecían poder usar este invento.

Y más teniendo en cuenta el gasto. Por aquel entonces, solo la línea costaba la friolera de 27 reales al mes. Para que nos hagamos una idea, con 27 reales un joven de provincias podía alojarse en una pensión de Barcelona durante tres o cuatro años, el tiempo justo para conocer a una joven de familia burguesa, comprometerse con ella, verse envuelto en una trama de corrupción que llegaba hasta el mismísimo secretario de la Diputación y volverse al pueblo disgustado para ejercer de maestro.

Pero me desvío. Hablábamos del manuscrito Voynich. En realidad -y me da hasta apuro decirlo-, no era más que el cuaderno que usaba para ir tomando notas mientras hablaba por teléfono con nuestros únicos tres clientes. Como les gustaba charlar, a menudo me limitaba a asentir y a hacer garabatos mientras me contaban, qué se yo, lo último que hubiesen leído en el Diario de avisos.

¿Son todo garabatos y dibujos sin significado? No, en absoluto. Tengo mala letra, pero no creo que resulte difícil distinguir los nombres de mis tres clientes: Don Telesforo Matías (regidor de Gobernación), Doña María de la Encarnación Cánovas (dueña de la fonda del mismo nombre) y el señor Mateu Bonaventura (empresario textil).

También son visibles algunos de sus pedidos. Por ejemplo, en esta página se ve claramente que las primeras palabras son “bolas de naftalina (3)” siendo (3) el número de cajas.

Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University

No todos los fragmentos son tan prosaicos: en las últimas páginas comencé una novela sobre un joven que emigra a América a hacer fortuna, pero como le dan miedo los barcos, decide emprender el viaje en globo aerostático. Al ser su primer viaje en globo, se pierde y acaba en la Luna, donde se tiene que alojar en una fonda mientras los selenitas reparan la cesta averiada. Allí se enamora de la mujer del Regente lunar, una joven obligada por su familia a casarse con un hombre mucho mayor que ella. La joven, torturada al no poder escoger entre las convenciones sociales y su verdadero amor, se suicida ingiriendo cuarenta y siete litros de aceite de ricino. Al final de la novela, el protagonista regresa desengañado a Sant Martí de Sesentranyes, donde pasa el resto de su vida como maestro.

Otros fragmentos que considero interesantes:

– Página 16: la receta de cocido de Doña María de la Encarnación.

– Página 42: la respuesta al sentido de la vida, el universo y todo lo demás (pero no entiendo mi letra).

– Página 78: diseño para la construcción de una máquina del tiempo (es un reloj de bolsillo).

– Página 110: es el dibujo de un pene, jajaja…

– Página 131: la lista de posibles títulos para mi novela.

– Página 188: una caricatura de don Fulgencio Dato.

La empresa cerró al poco tiempo. Don Mateu Bonaventura fue asesinado por unos anarquistas y perdimos de golpe el 33% de nuestros clientes. Nos resultó imposible recuperarnos: me pasé toda la tarde en manguitos, haciendo cálculos con el ábaco, pero no había forma de cuadrar los números.

Esa tarde se me cayó una taza de café sobre el cuaderno y, disgustado, decidí dejarlo sobre la mesa cuando me marché para no volver. Hasta hace unos años no conocía la existencia del mal llamado “manuscrito Voynich”, así que lo imaginaba desaparecido.

Rogaría a los actuales propietarios (la Universidad de Yale) que me lo hicieran llegar, ya que creo que aún podría publicar La regenta de Selene (título provisional).