Las aventuras de Jaime Rubio (la trilogía)

—¿Es usted Jaime Rubio? Soy el agente Smith, de la CIA. Necesitamos su ayuda.

—¿Mi ayuda?

—Sí, su ayuda. Para salvar el mundo.

—¿Yo? ¿Pero cómo?

—No hay tiempo para explicaciones. Se lo contaré todo de camino al aeropuerto.

—Pero deje que me acabe el café, al menos.

—Que no hay tiempo, le digo. Suelte la taza.

—¿Por qué al aeropuerto?

—Tenemos que ir a Washington.

—¿A Washington? No puedo, el lunes trabajo.

—¡Su trabajo no es importante!

—Sí, claro. Dígaselo al casero cuando no le pueda pagar el alquiler.

—¡El mundo está en peligro y usted es la única persona que puede salvarlo!

—¿Por qué? ¿Necesitan mi ADN?

—No, necesitamos a alguien ajeno a este mundillo, pero noble y con madera de héroe.

—¿Qué? ¿Pero qué dice?

—Alguien que caiga bien. Por si hacen la película.

—Mire, yo tengo que poner unas lavadoras, quiero pasar por el súper a por un par de cosillas y a lo mejor quedo con unos amigos más tarde.

—Si no hay mundo, no podrá hacer nada de eso.

—Pues búsquense a otro. Yo ya tengo plan.

—Oiga, que le prometo una aventura que le cambiará la vida.

—Quite, quite. Además, quería ver la de Scorsese.

—No quería decírselo, pero una de nuestras agentes también participará en la misión.

—Bueno, espero que sean bastantes, si hay que salvar el mundo.

—Y está soltera.

—¿Está guiñándome un ojo?

—Toda aventura tiene una chica, no sé si me explico.

—¿Pero qué dice?

—Venga, el avión está esperando.

—¿Me pone otra porra cuando pueda? 

—¿Se ha pedido otra porra?

—Eftán dicaf.

—Pero que tenemos que irnos.

—Yo no voy a ningún lado, que he quedado luego. Y a ver cómo le explico a mi jefa que el lunes estaré en Washington.

—Ella lo entenderá.

—Es que ni siquiera me apetece.

—Moriremos todos si usted se queda aquí desayunando… Hay que salvar el mundo.

—Suena muy peligroso. Y yo soy muy torpe, seguro que lo salvo mal.

 

***

 

—Nos volvemos a ver, Jaime.

—Anda, hola. ¿Cuánto tiempo hace? ¿Tres meses?

—Casi cuatro.

—¿Qué le ha pasado en el brazo?

—Lo perdí salvando el mundo. Nos habría venido bien su ayuda.

—Sí, claro, para que fuera yo el manco. Ni hablar.

—Volvemos a necesitarle.

—Huy, no, no… Ya le dije que no puedo perder días de trabajo así como así.

—Esta vez solo vamos a Roma.

—Esto es más tentador porque se puede hacer en un fin de semana.

—El Papa nos necesita.

—No, al Vaticano no voy.

—¿Qué?

—Eso era insoportable, estaba llenísimo de gente. Incluso teniendo las entradas compradas había que hacer cola. Y luego no podías ni caminar. Muy desagradable. Si vuelvo a Roma, el Vaticano me lo salto.

—¿De qué habla?

—Del Vaticano. Y de la cantidad de gente que va.

—Pero que no vamos a hacer turismo.

—Ya, claro, los turistas siempre son los otros. Nosotros viajamos de verdad, ¿no? Pero luego vamos todos con la misma Lonely Planet a los mismos sitios. Hay que asumirlo: somos turistas y a mucha honra.

—¿Quiere dejar de decir tonterías? No haríamos ninguna cola, tenemos que destapar una trama terrorista que quiere destruir la civilización occidental.

—Eso suena peligroso.

—Soy un agente de la CIA, claro que es peligroso.

—Ya le dije que yo soy más de desayunar tranquilo, leer un poco… Mire, luego me voy de compras. Necesito otra chaqueta, no sé si azul o gris. Tengo una gris, pero está ya vieja y el gris se puede llevar con todo.

—Me dijeron que los grandes héroes siempre son renuentes a aceptar su destino, pero esto es demasiado.

—Si paga la CIA, yo voy a Roma encantado. Pero mientras usted salva el mundo, yo me tomo unos vinitos. Cuando usted termine con eso de los terroristas, le llevo a un par de sitios que recuerdo de la otra vez. Ya verá, ya. Un embutido buenísimo. Eso sí, el domingo por la noche tengo que estar de vuelta. No muy tarde, que me levanto antes de las siete.

—Jaime, sé que estas cosas asustan, pero tiene que comportarse como un hombre y…

—¿Quiere un café o algo? Aquí lo hacen muy rico.

—Pero… El mundo le necesita…

—Es que no es lo mío.

 

***

 

—Sé que no esperaba volver a verme.

—Hombre, agente Smith. Esta vez sí le invito a un café.

—No hay tiempo…

—Le falta una pierna. Y un ojo.

—Sí, bueno, Roma fue más difícil de lo que pensábamos.

—Menos mal que no fui, con lo torpe que soy.

—En realidad nos habría venido bien su ayuda.

—Qué va, si yo me asusto por nada. Durante la campaña de la Renta tengo que dormir con la luz encendida. Y eso que me sale a devolver.

—Murieron otros tres agentes.

—Vaya.

—Incluida Mary-Ann Rebecca Lou Louise.

—¿La conozco?

—Mi idea era que fuera su interés romántico.

—¿Todos los agentes son así de alcahuetos?

—Habrían hecho buena pareja. Y para la película habría venido fenomenal. Esas cosas gustan.

—Me sabe mal por la pobre. Pero gracias por salvar el mundo. ¿Quiere un café? Nunca toma café. ¿No le gusta? ¿Prefiere una infusión o un zumo?

—Necesitamos su ayuda una vez más.

—¿Cómo que una vez más? Si nunca le he ayudado.

—Hay que cerrar la trilogía, Jaime.

—Ni siquiera estaba en las otras dos, esto es absurdo y usted lo sabe. Se ha empeñado en una tontería y no hay quien le saque esa idea ridícula de la cabeza.

—Tiene que acompañarme a Moscú.

—Ya sabe que el lunes tengo que ir a la oficina.

—Será rápido. Un trabajo de una sola noche. Entrar y salir.

—¿Y qué hay que hacer?

—Tiene que infiltrarse en un grupo de nostálgicos del comunismo que planean un golpe de estado.

—No sé ruso.

—No hace falta saber ruso. Solo hay que hablar en inglés con acento ruso.

—Creo que no va así.

—¿Aquí quién es el agente de la CIA que luego vende los derechos de sus operaciones a Netflix?

—No sé, me parece muy peligroso. Además, ¿seguro que los comunistas son peores que Putin?

—Jaime, discutamos los detalles en el avión.

—No le creo.

—Le aseguro que los comunistas son un peligro inminente.

—No, eso sí. Lo que no me creo es que pueda infiltrarme en un grupo comunista en una sola tarde. Me está mintiendo para que vaya.

—¡Hay que cerrar la trilogía! ¡Y vengar la muerte de Mary-Ann Rebecca Lou Louise!

—No la conocía, le digo. Que me sabe muy mal, claro, pero no tanto como para vengar su muerte.

—¡Habrían hecho muy buena pareja! ¡A ella también le gustaba el montañismo!

—¿El montañismo? No he estado cerca de una montaña en mi vida.

—¿Qué?

—Cuando veo una calle con cuesta cojo un taxi.

—Pero… Su ficha dice que usted un alpinista experimentadísimo y que ha subido tres ochomiles y un nuevemil que se fabricó usted mismo añadiendo cajas al Everest.

—¿Qué es un ochomil?

—Un momento, ¿usted no habla siete idiomas, domina cuatro artes marciales, fue gran maestro de ajedrez y dejó la Interpol porque su jefe no aprobaba sus métodos?

—No. Pero tengo un juego de ajedrez en el móvil.

—¡Tenemos su ficha mal! ¡Qué desastre! Deje que consulte… Tengo los papeles en el bolsillo… Aquí están: Jaime Rubio Martínez, doctor en Física, licenciado en Historia del Arte, profesor en Oxford durante varios años…

—No, no. Yo soy Jaime Rubio Hancock.

—¿En serio?

—Sí, sí. Si quiere, le enseño el DNI.

—Ahora me cuadra más. No entendía cómo nos podía ayudar, con ese cuerpo tan fofo.

—¡Eh!

—Pero las apariencias engañan y por eso no me paré a comprobarlo. Me he liado con esto de los dos apellidos que tienen en España. No miré el segundo y, claro, me equivoqué de persona.

—A mí también me extrañaba, no crea.

—Normal, lo entiendo.

—Me sabe mal que haya muerto gente.

—No pasa nada, es habitual. Además, es culpa mía. Menudo despiste. Lo que se van a reír de mí en Langley.

—¿Entonces no voy a Rusia? Me tenía medio convencido.

—No, no. Sería una locura, le matarían enseguida. Menos mal que dijo que no las otras dos veces. No sabe usar un arma, ¿verdad?

—¿Se apunta y luego se dispara?

—Ah, pues sí que sabe. Pero, vamos, que habría muerto seguro. En fin, me voy a ir yendo, a ver si encuentro al tal Rubio Martínez.

—¿No quiere un café? Le aseguro que aquí está bueno.

—Mire, ¿sabe qué? Me voy a tomar un café. Y una porra.

—Claro que sí. Que esperen los rusos.

—Eso. Que hoy es sábado.

—El parche le queda estupendo, por cierto.

—Gracias, hombre.

Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas