130 cosas que nos diferencian de los animales

‘His station and four aces’, de Cassius Marcellus Coolidge
  1. Ver series.
  2. Reírse de lo que pasa en la serie y decir: “Lo que inventan estos guionistas”.
  3. Decirse a uno mismo que no pasa nada por hablar solo en casa.
  4. Repetirlo en voz alta para convencerse.
  5. Acostarse.
  6. Despertarse menos de una hora más tarde porque el vecino de arriba está haciendo ruido.
  7. Preguntarse por qué siempre tiene que mover todos los muebles a medianoche.
  8. Intentar dormir a pesar de que el ruido no para.
  9. Estar a punto de conciliar el sueño cuando de repente pone música muy alta.
  10. Preguntarse: “¿Subo?”.
  11. Pensar: “Es que no lo conozco de nada. ¿Y si se enfada y luego no me espera cuando vaya a coger el ascensor?”.
  12. “O, peor, me espera y tengo que subir cuatro pisos con él, sin saber qué decir”.
  13. Subir a quejarse porque “es que así no se puede dormir. Y no es la primera vez que este tío la lía”.
  14. Tocar el timbre. Los animales no tienen timbres en sus madrigueras.
  15. Mientras abre, pensar: “Si es que la música se oye en todo el rellano, no entiendo cómo no estamos aquí todos los vecinos aporreando la puerta”.
  16. Darle al vecino las buenas noches y preguntarle si podría bajar la música.
  17. Constatar, sin sorpresa ninguna, que “este tío huele a alcohol”.
  18. Sorprenderse cuando el vecino no quiere bajar la música a pesar de que al día siguiente hay que trabajar.
  19. Poner el brazo en la puerta cuando el vecino va a cerrarla porque uno no puede creer que el tío de verdad no vaya a bajar la música.
  20. Es que ni siquiera le has dicho que la quite, solo le has pedido que la baje.
  21. Y lo has pedido por favor, que sin favor tendría que ser.
  22. Ver cómo el vecino no esperaba que opusieras resistencia, por débil que fuera, y al toparse la puerta con tu brazo, resbala y cae hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el mueble que hay en el recibidor.
  23. Preguntar: “Oiga, ¿se ha hecho daño?”.
  24. Ver que no reacciona.
  25. Entrar en el recibidor y acercarse al cuerpo. Hablar de nuevo para decir: “Oiga…”
  26. Cerrar la puerta.
  27. Entrar en la casa para ver si hay alguien o buscar un teléfono.
  28. Aunque el teléfono móvil también nos diferencia de los animales, no lo has cogido al salir de casa en pijama y bata para subir al piso de arriba.
  29. Aún gracias que te has acordado de las llaves.
  30. No hay nadie en casa.
  31. Apagas la música. 
  32. “Mucho mejor ahora”.
  33. “Es que encima el tío estaba solo. Si me dijeras que tenía a gente de visita, pues aún”.
  34. “Y ni aún, que es martes, no me jodas”.
  35. Ir con el teléfono al recibidor y empezar a marcar el número de emergencias.
  36. No acordarse de cuál es por culpa de las series americanas, que la lían con su 911.
  37. Ver que hay un charco de sangre debajo de la cabeza del vecino.
  38. Comprobar que el vecino no respira. Un animal no comprobaría nada. Empezaría a comerse al otro animal. Crudo, además.
  39. No encontrarle el pulso al vecino.
  40. Preguntarse si lo uno lo está buscando bien.
  41. Buscárselo a uno mismo y no encontrarlo.
  42. “A ver si me he muerto del susto… Ah no, que es aquí. A ver ahora… Ahora sí, claro”.
  43. Probar otra vez con el vecino.
  44. Darse cuenta de que uno ha matado al vecino sin querer.
  45. Preguntarse si merece la pena llamar a emergencias. Al fin y al cabo, solo va a servir para terminar en la cárcel y con la vida arruinada por culpa de un accidente difícil de explicar.
  46. Además, es que tenía la música muy alta.
  47. ¿Y quién tiene un mueble en el recibidor en pleno siglo XXI? Alguien que merece morir, esto es evidente.
  48. Pensar en las opciones que nos presenta el futuro y los riesgos de cada una de ellas. Eso no lo hacen los animales ni de coña.
  49. Decidir que lo mejor es deshacerse del cuerpo.
  50. Un animal se lo comería, pero un humano lo arrastra a la bañera y comienza a descuartizarlo con ayuda de un cuchillo gordo, pero mal afilado, que había en la cocina.
  51. Llorar un poco, preguntándose por qué no podía simplemente bajar un poco la música, que no era tanto pedir.
  52. Preguntarse si las lágrimas tienen ADN.
  53. Hacer una nota mental para buscarlo en Google luego.
  54. Secar con cuidado las lágrimas que han caído sobre el cuerpo, por si acaso.
  55. Oír un ladrido. Eso sí lo hacen los animales, pero lo que no hacen es girarse y decir: “Joder, qué susto”.
  56. Sacar al chucho, pequeño y tranquilote, del lavabo.
  57. Preguntarse si un perro podría ser testigo en un juicio, quizás reconociendo al acusado por el olor.
  58. Hacer otra nota mental para buscarlo también en Google.
  59. “Madre mía, a ver si ahora ahora tengo que matar a un perro”.
  60. Decidir que no vas a matar y descuartizar a un perro, que prefieres correr el riesgo. Lo del vecino ha sido un accidente, lo del perro sería ya con toda la mala idea.
  61. Meter el cuerpo de tu vecino en varias bolsas de basura.
  62. Limpiarlo todo a fondo con lejía.
  63. Mirar bien por la mirilla antes de volver a tu piso.
  64. Maldecir tu mala suerte al ver que te van a hacer falta al menos dos viajes.
  65. Dejar las bolsas de basura en tu cocina.
  66. Enfadarse porque después de todo el follón solo quedan cuatro horas para dormir antes de que suene el despertador.
  67. Consolarse pensando que habría sido aún peor con la música: “No habría podido dormir en toda la noche”.
  68. Al volver del trabajo al día siguiente, llevar las bolsas de basura al coche y distribuirlas por contenedores de toda la ciudad.
  69. Encontrarse con una prima justo cuando llevas la bolsa con la cabeza.
  70. En serio, con tu prima. Ya es mala suerte. Si no os veis nunca.
  71. Saludar, qué tal todo, etc. Pero no poder dejar de pensar en si se notará que lo que hay en la bolsa es una cabeza.
  72. Igual hasta se le marcan las orejas contra el plástico.
  73. Pasar algún que otro mal rato pensando en si la policía vendrá a preguntar algo o no.
  74. No ver aparecer a la policía.
  75. Oír al perro, pero no saber muy bien qué hacer con él.
  76. Oír una conversación que los vecinos de arriba tienen en el rellano.
  77. Abrir un poco la puerta de casa para enterarse mejor.
  78. Resulta que dan por desaparecido al vecino. Al parecer, alguien se ha hecho cargo del perro.
  79. Sentirse aliviado al oír las dos cosas.
  80. Enfadarse al oír: “Ni un problema daba”.
  81. “¿Cómo que ni un problema? ¿Y el ruido, qué?”
  82. “No, si resulta que me invento las cosas”.
  83. Lamentar que en este país baste con morirse para que hablen bien de uno.
  84. O desaparecer, vaya.
  85. Pensar que hay que tener cuidado con los lapsus, que cualquier día aparece la policía y a saber qué le decimos, todo por no prestar un poco de atención. Si la policía pregunta, no sabemos qué le ha pasado, nada de dar por hecho que está muerto.
  86. Seguir con tu vida.
  87. Dormir bien por las noches porque no hay música ni movimiento de muebles.
  88. Conocer a una chica en un bar. Te la presenta un amigo del barrio. 
  89. Quedar con ella para otro día.
  90. Empezar a salir con ella, en serio y todo.
  91. Ilusionarse.
  92. Darse cuenta de que tiene cosas raras. Bueno, solo es una: nunca quiere ir a tu casa y siempre vais a la de ella.
  93. Preguntarle por eso.
  94. Escuchar su historia.
  95. Resulta que su padre las abandonó a ella y a su madre cuando era niña.
  96. No era una mala persona, pero tenía problemas con el alcohol.
  97. Parecía que los últimos años estaba mejor. Incluso habían retomado la relación.
  98. Vivía en el barrio, con su perro.
  99. “Era tu vecino. Por eso no me gusta ir a tu casa… Vivía encima de ti, en el quinto”.
  100. Preguntar, hábilmente: “¿Vivía?”.
  101. Oír cómo cuenta que desapareció hace unos meses, dejando al perro solo. 
  102. “Una recaída, imaginamos. Pero no sabemos nada de él”.
  103. Preguntar por el perro: “Está con mi madre, aunque no lo soporta. Me lo voy a tener que quedar yo”.
  104. Pensar: “He matado al padre de mi novia”.
  105. Constatar que esto es más casualidad que lo de tu prima cuando llevabas la cabeza del vecino.
  106. Aunque, bueno, siendo todos más o menos del barrio, pues tampoco es tan raro.
  107. Un poco sí.
  108. Creer que la mejor forma de disimular es decir que crees que sabes quién era su padre.
  109. “Nunca dio ningún problema”, dices, consciente que no es el momento de sacar el tema de la música.
  110. Porque no era la primera vez que hacía ruido.
  111. Ningún problema, mis cojones.
  112. “Claro -dice ella-. Es que estaba mucho mejor”.
  113. Enterarse, un par de semanas más tarde, de que ella se lleva al perro a su casa.
  114. Temer que el perro te vaya a reconocer y se vaya a poner a ladrar como un loco.
  115. Pero qué va, le caes hasta bien. Los perros no son tan listos como los humanos, esto es así.
  116. Tras un par de noches en su casa, descubrir se es alérgico a los perros.
  117. ¿Los animales tienen alergias?
  118. Buscarlo en Google.
  119. Pues resulta que también, qué cosas. En fin, que las alergias no nos diferencian de los animales.
  120. Y, total, que no puedes pasar mucho tiempo en su casa.
  121. Exponerle, de la forma más suave posible y sin que suene a ultimátum, que el perro y tú no podéis compartir piso.
  122. Sentirse decepcionado cuando ella escoge al perro.
  123. Entender que es normal cuando dice: “Es lo único que me queda de mi padre”.
  124. Pero intentar ganar puntos con el comodín que te habías guardado todo este tiempo: “Bueno, a ver, que tu padre ponía la música muy alta”.
  125. Darse cuenta de que el argumento no es tan convincente ni racional como uno creía.
  126. Quedarse soltero otra vez.
  127. Todo por culpa del vecino.
  128. Un martes por la noche y con la música puesta.
  129. Es que con bajarla bastaba, ni siquiera tenía que quitarla.
  130. Preguntarse si habría merecido la pena matar también al perro.

Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas