
- Ver series.
- Reírse de lo que pasa en la serie y decir: “Lo que inventan estos guionistas”.
- Decirse a uno mismo que no pasa nada por hablar solo en casa.
- Repetirlo en voz alta para convencerse.
- Acostarse.
- Despertarse menos de una hora más tarde porque el vecino de arriba está haciendo ruido.
- Preguntarse por qué siempre tiene que mover todos los muebles a medianoche.
- Intentar dormir a pesar de que el ruido no para.
- Estar a punto de conciliar el sueño cuando de repente pone música muy alta.
- Preguntarse: “¿Subo?”.
- Pensar: “Es que no lo conozco de nada. ¿Y si se enfada y luego no me espera cuando vaya a coger el ascensor?”.
- “O, peor, me espera y tengo que subir cuatro pisos con él, sin saber qué decir”.
- Subir a quejarse porque “es que así no se puede dormir. Y no es la primera vez que este tío la lía”.
- Tocar el timbre. Los animales no tienen timbres en sus madrigueras.
- Mientras abre, pensar: “Si es que la música se oye en todo el rellano, no entiendo cómo no estamos aquí todos los vecinos aporreando la puerta”.
- Darle al vecino las buenas noches y preguntarle si podría bajar la música.
- Constatar, sin sorpresa ninguna, que “este tío huele a alcohol”.
- Sorprenderse cuando el vecino no quiere bajar la música a pesar de que al día siguiente hay que trabajar.
- Poner el brazo en la puerta cuando el vecino va a cerrarla porque uno no puede creer que el tío de verdad no vaya a bajar la música.
- Es que ni siquiera le has dicho que la quite, solo le has pedido que la baje.
- Y lo has pedido por favor, que sin favor tendría que ser.
- Ver cómo el vecino no esperaba que opusieras resistencia, por débil que fuera, y al toparse la puerta con tu brazo, resbala y cae hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el mueble que hay en el recibidor.
- Preguntar: “Oiga, ¿se ha hecho daño?”.
- Ver que no reacciona.
- Entrar en el recibidor y acercarse al cuerpo. Hablar de nuevo para decir: “Oiga…”
- Cerrar la puerta.
- Entrar en la casa para ver si hay alguien o buscar un teléfono.
- Aunque el teléfono móvil también nos diferencia de los animales, no lo has cogido al salir de casa en pijama y bata para subir al piso de arriba.
- Aún gracias que te has acordado de las llaves.
- No hay nadie en casa.
- Apagas la música.
- “Mucho mejor ahora”.
- “Es que encima el tío estaba solo. Si me dijeras que tenía a gente de visita, pues aún”.
- “Y ni aún, que es martes, no me jodas”.
- Ir con el teléfono al recibidor y empezar a marcar el número de emergencias.
- No acordarse de cuál es por culpa de las series americanas, que la lían con su 911.
- Ver que hay un charco de sangre debajo de la cabeza del vecino.
- Comprobar que el vecino no respira. Un animal no comprobaría nada. Empezaría a comerse al otro animal. Crudo, además.
- No encontrarle el pulso al vecino.
- Preguntarse si lo uno lo está buscando bien.
- Buscárselo a uno mismo y no encontrarlo.
- “A ver si me he muerto del susto… Ah no, que es aquí. A ver ahora… Ahora sí, claro”.
- Probar otra vez con el vecino.
- Darse cuenta de que uno ha matado al vecino sin querer.
- Preguntarse si merece la pena llamar a emergencias. Al fin y al cabo, solo va a servir para terminar en la cárcel y con la vida arruinada por culpa de un accidente difícil de explicar.
- Además, es que tenía la música muy alta.
- ¿Y quién tiene un mueble en el recibidor en pleno siglo XXI? Alguien que merece morir, esto es evidente.
- Pensar en las opciones que nos presenta el futuro y los riesgos de cada una de ellas. Eso no lo hacen los animales ni de coña.
- Decidir que lo mejor es deshacerse del cuerpo.
- Un animal se lo comería, pero un humano lo arrastra a la bañera y comienza a descuartizarlo con ayuda de un cuchillo gordo, pero mal afilado, que había en la cocina.
- Llorar un poco, preguntándose por qué no podía simplemente bajar un poco la música, que no era tanto pedir.
- Preguntarse si las lágrimas tienen ADN.
- Hacer una nota mental para buscarlo en Google luego.
- Secar con cuidado las lágrimas que han caído sobre el cuerpo, por si acaso.
- Oír un ladrido. Eso sí lo hacen los animales, pero lo que no hacen es girarse y decir: “Joder, qué susto”.
- Sacar al chucho, pequeño y tranquilote, del lavabo.
- Preguntarse si un perro podría ser testigo en un juicio, quizás reconociendo al acusado por el olor.
- Hacer otra nota mental para buscarlo también en Google.
- “Madre mía, a ver si ahora ahora tengo que matar a un perro”.
- Decidir que no vas a matar y descuartizar a un perro, que prefieres correr el riesgo. Lo del vecino ha sido un accidente, lo del perro sería ya con toda la mala idea.
- Meter el cuerpo de tu vecino en varias bolsas de basura.
- Limpiarlo todo a fondo con lejía.
- Mirar bien por la mirilla antes de volver a tu piso.
- Maldecir tu mala suerte al ver que te van a hacer falta al menos dos viajes.
- Dejar las bolsas de basura en tu cocina.
- Enfadarse porque después de todo el follón solo quedan cuatro horas para dormir antes de que suene el despertador.
- Consolarse pensando que habría sido aún peor con la música: “No habría podido dormir en toda la noche”.
- Al volver del trabajo al día siguiente, llevar las bolsas de basura al coche y distribuirlas por contenedores de toda la ciudad.
- Encontrarse con una prima justo cuando llevas la bolsa con la cabeza.
- En serio, con tu prima. Ya es mala suerte. Si no os veis nunca.
- Saludar, qué tal todo, etc. Pero no poder dejar de pensar en si se notará que lo que hay en la bolsa es una cabeza.
- Igual hasta se le marcan las orejas contra el plástico.
- Pasar algún que otro mal rato pensando en si la policía vendrá a preguntar algo o no.
- No ver aparecer a la policía.
- Oír al perro, pero no saber muy bien qué hacer con él.
- Oír una conversación que los vecinos de arriba tienen en el rellano.
- Abrir un poco la puerta de casa para enterarse mejor.
- Resulta que dan por desaparecido al vecino. Al parecer, alguien se ha hecho cargo del perro.
- Sentirse aliviado al oír las dos cosas.
- Enfadarse al oír: “Ni un problema daba”.
- “¿Cómo que ni un problema? ¿Y el ruido, qué?”
- “No, si resulta que me invento las cosas”.
- Lamentar que en este país baste con morirse para que hablen bien de uno.
- O desaparecer, vaya.
- Pensar que hay que tener cuidado con los lapsus, que cualquier día aparece la policía y a saber qué le decimos, todo por no prestar un poco de atención. Si la policía pregunta, no sabemos qué le ha pasado, nada de dar por hecho que está muerto.
- Seguir con tu vida.
- Dormir bien por las noches porque no hay música ni movimiento de muebles.
- Conocer a una chica en un bar. Te la presenta un amigo del barrio.
- Quedar con ella para otro día.
- Empezar a salir con ella, en serio y todo.
- Ilusionarse.
- Darse cuenta de que tiene cosas raras. Bueno, solo es una: nunca quiere ir a tu casa y siempre vais a la de ella.
- Preguntarle por eso.
- Escuchar su historia.
- Resulta que su padre las abandonó a ella y a su madre cuando era niña.
- No era una mala persona, pero tenía problemas con el alcohol.
- Parecía que los últimos años estaba mejor. Incluso habían retomado la relación.
- Vivía en el barrio, con su perro.
- “Era tu vecino. Por eso no me gusta ir a tu casa… Vivía encima de ti, en el quinto”.
- Preguntar, hábilmente: “¿Vivía?”.
- Oír cómo cuenta que desapareció hace unos meses, dejando al perro solo.
- “Una recaída, imaginamos. Pero no sabemos nada de él”.
- Preguntar por el perro: “Está con mi madre, aunque no lo soporta. Me lo voy a tener que quedar yo”.
- Pensar: “He matado al padre de mi novia”.
- Constatar que esto es más casualidad que lo de tu prima cuando llevabas la cabeza del vecino.
- Aunque, bueno, siendo todos más o menos del barrio, pues tampoco es tan raro.
- Un poco sí.
- Creer que la mejor forma de disimular es decir que crees que sabes quién era su padre.
- “Nunca dio ningún problema”, dices, consciente que no es el momento de sacar el tema de la música.
- Porque no era la primera vez que hacía ruido.
- Ningún problema, mis cojones.
- “Claro -dice ella-. Es que estaba mucho mejor”.
- Enterarse, un par de semanas más tarde, de que ella se lleva al perro a su casa.
- Temer que el perro te vaya a reconocer y se vaya a poner a ladrar como un loco.
- Pero qué va, le caes hasta bien. Los perros no son tan listos como los humanos, esto es así.
- Tras un par de noches en su casa, descubrir se es alérgico a los perros.
- ¿Los animales tienen alergias?
- Buscarlo en Google.
- Pues resulta que también, qué cosas. En fin, que las alergias no nos diferencian de los animales.
- Y, total, que no puedes pasar mucho tiempo en su casa.
- Exponerle, de la forma más suave posible y sin que suene a ultimátum, que el perro y tú no podéis compartir piso.
- Sentirse decepcionado cuando ella escoge al perro.
- Entender que es normal cuando dice: “Es lo único que me queda de mi padre”.
- Pero intentar ganar puntos con el comodín que te habías guardado todo este tiempo: “Bueno, a ver, que tu padre ponía la música muy alta”.
- Darse cuenta de que el argumento no es tan convincente ni racional como uno creía.
- Quedarse soltero otra vez.
- Todo por culpa del vecino.
- Un martes por la noche y con la música puesta.
- Es que con bajarla bastaba, ni siquiera tenía que quitarla.
- Preguntarse si habría merecido la pena matar también al perro.