Imprescindible pelazo

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Puesto vacante: Assistant to the Deputy Manager Assistant Intern Junior Assistant (Assistant).

Descripción de la oferta: Tornillos Gutiérrez, líder en tornillos y tuercas del norte de la comarca de Berguedà Occidental, busca a una persona para dar apoyo al departamento de becarios. Incorporación hace dos meses y medio, que tenemos un pico temporal de trabajo desde 1998.

Jornada laboral: se entra el lunes a las 8 y ya del tirón hasta el sábado. El sábado 23 de noviembre de 2019. Total, ¿qué vas a hacer en casa? ¿Aburrirte en el sofá? ¿Jugar con la Play? ¿Ver episodios repetidos de los Simpson?

Condiciones económicas: 12.000 euros al año, que el empleado podrá pagar en cómodas mensualidades con un interés del 4,6% anual. Esta paga se irá ajustando cada año, ya que conforme el empleado asuma más responsabilidades, también deberá compensar en mayor medida todo el conocimiento adquirido gracias a la empresa. El trabajador también deberá darse de alta como autónomo.

Requisitos mínimos:

  • Experiencia de doce años años en un puesto similar o a ser posible el mismo (¿dónde estás, Marcos? Te fuiste a por café y no regresaste).
  • Experiencia demostrable como consejero delegado en multinacionales, especialmente Coca-Cola o PepsiCo.
  • Licenciado en Económicas, ADE, Biotecnología, Filología Árabe, Orfebrería o similar.
  • Doctorado en Medicina y experiencia en trasplantes.
  • Máster o posgrado en Física Cuántica (se valorarán las publicaciones sobre teoría de supercuerdas).
  • Conocimientos avanzados de informática (debe haber inventado internet).
  • Nivel nativo de inglés, alemán, francés, ruso, chino mandarín, lenguas de Papua-Nueva Guinea, klingon y que nos tenga subtituladas las series cada mañana.
  • Imprescindible pelazo. Rollo que haga así con la cabeza o se pase los dedos como mirando al infinito y todos nos pongamos en plan guau, parece UN ANUNCIO DE CHAMPÚ.

Requisitos deseados:

  • Nivel avanzado de malabares (tres o más mandarinas).
  • Que cante pop de los 80 y los 90 con voz aterciopelada. En inglés y en italiano.
  • Conocimientos intermedios de ingeniería mecánica aeroespacial (la impresora se atasca de vez en cuando).
  • Acostumbrado a trabajar bajo presión (se valorará experiencia como buzo).
  • Buenas dotes comunicativas (a veces Marcos sólo gritaba y lloraba, y nunca supimos qué nos quería decir).
  • Flexibilidad y versatilidad (sí, hablamos de sexo). Acostumbrado a trabajar en equipo (ídem). Orientado a resultados (los resultados están en Cuenca).

Ubicación: A hora y cuarto de tu casa en tren y autobús. Aunque con Renfe ya se sabe.

22 ventajas de ser el último superviviente del planeta


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¿Quién no ha provocado alguna vez una guerra mundial o ha liberado un virus para el que no hay cura y en consecuencia ha exterminado a toda la población del planeta? Qué vergüenza, ¿no? Se te queda cara de tonto y no sabes ni cómo empezar a disculparte. Más que nada porque están todos muertos o son mutantes que quieren comerse tu cerebro y no están para oírte hablar sobre tu “despiste tonto”.

Es cierto que la situación se presenta complicada: estás solo en el mundo, tienes que refugiarte en un bunker rodeado de minas para que no te ataquen los mutantes, no hay electricidad ni agua corriente y, lo que es peor, no te dio tiempo a ver el final de True Detective.

De todas formas, esta situación tiene más ventajas que inconvenientes. Sólo has de ser optimista y disfrutar el momento. Por ejemplo, es cierto que no pudiste ver el último episodio de True Detective. Pero al menos tampoco tuviste que leer las seis mil millones trescientas doce mil cuatrocientas sesudas críticas al respecto.

¡Y aún hay más puntos a favor!

  1. “Toda la humanidad ha muerto” es la mejor excusa del mundo para beber solo. ¿Qué vas a hacer? ¿Esperar al viernes para beber con tus amigos? ¿Amigos a los que HAS ASESINADO? (Excepto Álex, que ahora sólo tiene un brazo y come palomas mientras lanza gemidos muy guturales).
  2. Nadie llama por teléfono para “charlar un rato, que hace mucho que no sé nada de ti, ¿qué tal todo? Cuéntame”.
  3. Ya no hay más grupos de Whatsapp. No te enviarán vídeos de los Morancos ni chistes que ya habías leído en Twitter.
  4. Twitter es mucho mejor desde que sólo escribes tú.
  5. También es verdad que como no hay internet, Twitter es el nombre que le has puesto a la piedra con la que hablas cada noche.
  6. No tienes que volver a madrugar nunca más en la vida. Ni siquiera necesitas despertador. Como mucho, campanas y otras alarmas caseras que te avisen cuando los vampiros postapocalípticos se acerquen a tu cabaña del bosque.
  7. El chocolate también caduca. Lo cual significa que DEBES comer todo el chocolate que puedas antes de que se eche a perder.
  8. La barba sigue estando de moda en el mundo post hecatombe nuclear.
  9. ¡Y ya no necesitas llevar corbata! Bueno, a ver, de vez en cuando sí, claro; cuando llegan zombis nuevos, por ejemplo, para que no te tomen por el pito del sereno.
  10. Encuentras asientos libres en el metro SIEMPRE.
  11. Pero no lo coges a menudo porque 1) ahora no se mueve y 2) las ratas gigantes están muy organizadas. ¡Ya tienen sus propios Mercadonas! ¡Era de esperar!
  12. Hay más sitio para aparcar que nunca.
  13. ¿Sabes eso tan incómodo de estar esperando el ascensor y ver que un vecino está abriendo el portal y el ascensor está bajando y el vecino justo abre la puerta al mismo tiempo que llega el ascensor y ya no tienes más remedio que esperar al vecino y subir los dos juntos? Bien, pues eso ya no te va a volver a pasar porque tu vecino querrá comerse tu cerebro y aunque sea de mala educación, es mejor que no le esperes y te metas en el ascensor lo más rápido que puedas.
  14. Ojo, que igual no hay luz y el ascensor no va. Cuidado con eso.
  15. Nadie fuma cerca de ti. Te querrán comer los ojos y tal, pero al menos no te atufarán la ropa, que eso siempre se agradece.
  16. Puedes escuchar la radio, como se hacía en los años 50. No sólo ganas puntos de clase por tu estilo vintage de supervivencia, sino que además podrías escuchar información sobre refugios de supervivientes.
  17. Para no acercarte ni por error. ¡Te obligarían a compartir tu chocolate! ¡Como en la Rusia de Stalin!
  18. No tendrás que ir jamás a ninguna otra boda.
  19. Y tampoco tendrás que escuchar la opinión de nadie sobre la penúltima subnormalidad del gobierno.
  20. La última fue hacerte caso en lo de declararle la guerra a Corea del Norte.
  21. O lo de dejarte pasar a ese laboratorio secreto en el que se te cayó “una cosa con un líquido dentro que echa humo… ¿Tenéis una fregona por aquí?.
  22. Tienes todo el tiempo del mundo para leer. A no ser, claro, QUE SE TE ROMPAN LAS GAFAS.

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¿Qué haría tu abuela en tu lugar?

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“No comas nada que tu abuela no hubiera identificado como comida”. Esta es una de las normas que Michael Pollan da en Food Rules: an Eater’s Manual. Y que se puede extrapolar a todos los ámbitos de la vida. Es decir, antes de tomar cualquier decisión pregúntate: “¿Qué haría mi abuela?” Es más, si puedes, llámala y pregunta, que no te cuesta nada.

Por ejemplo: a mi abuela nunca la hubieran enganchado con los bitcoins. Si alguien hubiera intentado explicarle en qué consiste esta moneda virtual, cómo funciona y por qué es una buena oportunidad de negocio, le hubiera soltado un zapatillazo que le hubiera saltado todos los dientes de la boca a él y a su descendencia durante las próximas diecisiete generaciones.

Ojo: no porque no lo hubiera entendido, sino precisamente porque lo hubiera entendido a la perfección. Es algo con lo que puedes ganar mucho dinero en dos días, pero al tercero te van a robar. Por tonto.

No es lo único: jamás hizo caso de ningún teleoperador que le ofreciera la mejor tarifa para “ahorrar” en teléfono, luz o gas, sabía perfectamente que la familia real era una pandilla de chorizos, jamás hubiera ido a una cata de gintonics y nunca me hubiera dejado llevar una camisa que se pudiera confundir con una cortina.

Es cierto que las abuelas son humanas y a veces se equivocan. Por ejemplo y por una cuestión meramente generacional, no habría visto nada raro en que algunos treintañeros se dejaran bigote, acostumbrada como estaba a ver bigotes por la calle y en Cine de Barrio. Pero el moño masculino no se le hubiera escapado. Si hubiera visto a un tipo con moño por la calle, le hubiera soltado tal mirada que el pobre infeliz habría corrido a casa a QUEMARSE LA CABEZA.

Quizás alguno diga que las abuelas son señoras mayores y por tanto, conservadoras, lo cual puede ser en parte un freno para el progreso. No sé yo. Por un lado, tampoco pasa nada si el progreso llega un par de meses más tarde, que no hay ninguna prisa. Y por otro, la primera persona de mi entorno a quien vi hablando con un móvil fue a mi abuelo. Y mi abuela no le dijo nada al respecto. Supongo que le dejaría tranquilo con sus cosas: al fin y al cabo, todo el mundo tiene derecho a distraerse y el pobre hombre no hacía daño a nadie. Pero también vería bastante claro que a veces no hay nada que hacer y que es necesario escoger bien las batallas para no cansarse inútilmente.

Siguiendo su ejemplo, yo me he rendido con los smartwatch. Dentro de unos años todos tendremos uno, igual que Michael Knight, y pareceremos aún más tontitos.

No sé con quién estaría hablando mi abuelo, por cierto. Probablemente con un teleoperador que le hacía ofertas para “ahorrar” en su factura. Me lo imagino porque yo me parezco bastante a él, excepto en la calvicie. Pero ese ya es otro tema. El caso es que tanto él como yo lo hemos tenido siempre muy claro: hay que hacer caso a la abuela.

Por cierto, la pregunta es “qué haría”, no “qué hizo”. Así que no os tiñáis el pelo de azul ni llevéis las gafas con cadenita.

Y de propina, unos chistecicos sobre bitcoins:

  • Olvidé sacar los bitcoins de los pantalones antes de meterlos en la lavadora.
  • ¿Me da cambio de este mail que me confirma que tengo seis mil millones de bitcoins para la máquina de tabaco?
  • No me fío de los bancos: guardo todos mis bitcoins debajo del colchón de los Sims.
  • Si pagas con cacahuetes, tendrás monos. Si pagas con bitcoins, tendrás informáticos gordos comentando cosas muy enfadados en internet.

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Hay que decir las verdades a la cara

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A mí me gusta decir las cosas a la cara. Por eso salía a la calle con un megáfono y soltaba verdades a la gente que pasaba, la mayor parte de ellas referidas a su exceso de peso o ausencia de cabello. Lo hacía por su bien. Podría haberme quedado en casa, leyendo un libro o planchando, pero las mentiras piadosas no son más que un flaco favor. Es mucho mejor ir con la verdad por delante y gritar GORDO y CALVO de vez en cuando. Aunque duela. A mí, sobre todo. Me pegaban y me tiraban cosas. Alguno me insultaba.

Insultar y decir las verdades a la cara son dos cosas que no tienen nada que ver. Una verdad es lo que en ocasiones nos vemos obligados a decir a otras personas. Un insulto es lo que algún maleducado, probablemente borracho, me dice a mí.

En definitiva, nadie es profeta en su tierra.

Por eso me fui a Shanghái. Porque me hacía ilusión ser profeta. Me había dejado la barba y todo. Sin embargo y a pesar de salir del país, no conseguí ver el futuro. Fue un chasco, la verdad.  No hay que fiarse de las frases hechas. Mejor vuelta y vuelta, un poco de sal maldon, pimienta, un buen vinito y listos.

Como tampoco fui profeta en China, continué gritando verdades a la gente. Iba por la calle y le decía a todo el mundo que tenía cara de chino. Lo cual era cierto. Porque me puedo equivocar, pero jamás diré una mentira.

La reacción de los chinos era casi opuesta a la de los barceloneses. Algunos se sorprendían, otros se asustaban, una gran mayoría me miraba, pensativa, y seguía su camino. Y es que se trata de una cultura muy diferente. Están educados en el respeto, la introversión y la reflexión. Gritaba mis verdades con ayuda del megáfono y se decían a sí mismos: “Debo pensar en esto que me cuentan. A lo mejor este tipo de la barba sucia tiene razón y es cierto que tengo cara de chino”.

También puede ser que no todos ellos supieran castellano y alguno no me entendiera. Cosa que dudo. Con lo difícil que es el chino, ¿cómo no van a saber español? Hay muchas menos letras y son más fáciles de dibujar. Excepto la G. A mí la G me sale fatal, tanto la mayúscula como la minúscula. Y la f minúscula también me cuesta un montón: en teoría la barriga va hacia la derecha, pero a mí me sale a la izquierda, que es lo fácil. A mucha gente. Pues se ve que está mal.

Es curioso que China esté llena de personas con rasgos orientales. ¿Cómo se juntaron todas en el mismo sitio? ¿Se pusieron de acuerdo? Y pasa en todas partes. Será que no hay españoles en España. Un montón. Lo malo es que como hay tantos, al final alguno llega al gobierno y es un lío. Deberíamos tener, no sé, más ingleses, quizás algún sueco. Para compensar. Habría que mezclar más porque al final siempre nos toca a nosotros todo lo malo.

De hecho, volví de China para investigar la España profunda. Con ayuda de un martillo neumático, me puse a hacer un buen agujero para comprobar si todo lo que se dice sobre este tema es cierto. Me imaginaba una civilización subterránea llena de paletos disparándose trabucazos y votando a Fraga. Pero resulta que no, que lo único que te encuentras debajo del suelo es el metro. Y en mi caso, una noche en el calabozo y un juicio dentro de siete semanas. La próxima vez compraré un billete, que se han puesto muy duros con el tema.

Acerca de la motivación

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Un conocido experimento empresarial nos muestra lo curioso de los mecanismos de la motivación en el trabajo, además de romper el mito de que los incentivos económicos son los que mejor funcionan.

En una misma compañía, a un grupo de trabajadores se le dio coche de empresa y se le subió el sueldo un quince por ciento. A otro grupo del mismo nivel y con las mismas responsabilidades sólo se le compró una cafetera para compartir en la oficina y se le dio dinero para café, azúcar y galletitas danesas.

Adivinad qué grupo mejoró más su rendimiento.

El del café, obviamente.

Al principio se arguyó tomar café es una actividad que se lleva a cabo en grupo y esto mejoró el ambiente laboral. Además, se trataba de un incentivo simbólico, lo que va en línea con lo que sabemos acerca de la complejidad de las motivaciones personales y de las dinámicas de trabajo en las oficinas. Es decir, motivar no consiste en tratar a los empleados como máquinas expendedoras que funcionan con monedas, sino como personas con diferentes objetivos y preferencias.

Eso fue hasta que se comprobó que los tipos de los coches llegaban cada día tarde a la oficina por culpa de los atascos. Y que dos de ellos habían muerto en terribles accidentes. Bueno, en realidad uno no murió. Quedó en estado vegetativo. Lo desconectaron, pero aún aguanta gracias a la pila del marcapasos. Esas pilas duran diez o doce años tranquilamente. Además y con el incremento de sueldo, otro se fue de vacaciones a un páis exótico, donde fue asesinado, mientras que al menos cuatro acabaron adictos al alcohol, a las drogas y/o al juego, ya que tenían más dinero para dedicarlo a esas actividades que les servían para soportar la agonía absurda de la jornada laboral.

Lo peor vino cuando el grupo de la cafetera se enteró de que a sus compañeros les habían regalado esos Audis negros y, resentidos, quemaron la oficina y asesinaron a los dueños, a los altos directivos, a los psicólogos que habían diseñado el experimento, al jefe de personal que lo había permitido, a un tipo que había escrito un libro sobre cómo motivar a los empleados y a sus primogénitos.

«¡Café -gritaban-, los hijos de puta nos daban CÁPSULAS DE CAFÉ DE TREINTA CÉNTIMOS!» Cuando les recordaban lo contentos que estaban, los empleados aseguraban con los ojos enrojecidos por la ira que hubieran estado aún más contentos con un Audi negro. Incluso con un Audi gris.

Los trabajadores fueron juzgados y absueltos de todos los cargos. El juez aseguró en su sentencia que «él hubiera hecho lo mismo» y que estaba «hasta las narices de esas galletas danesas, que te las ponen en todas partes y no tienen ni chocolate, ni pasas, ni nada que sepa a algo que no sea mantequilla».

(Fuente de la imagen).

29 consejos para jóvenes periodistas

periodistas

Hace unos días Delia Rodríguez escribió unos consejos dirigidos a una joven Delia estudiante de periodismo, a los que Pablo Rodríguez Suanzes (no son familia) respondió con otro puñado de recomendaciones.

Además de ser amigos míos, saben mucho más que yo sobre casi todo, pero eh, mira qué pelazo, así que yo también he querido escribirle a un joven Jaime Rubio, estudiante de periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona, y darle algunos consejos que ojalá alguien me hubiera dado en su momento.

1. Quítate esa perilla. Por favor. Nos estás haciendo daño a los dos.

2. Estudia cualquier cosa menos periodismo. Ah no, que a ti te llegó la nota de corte. Entonces estudia periodismo, no te amargues. ¿Qué otras opciones hay? ¿Económicas, que es como astrología, pero con matemáticas? ¿Ciencias políticas, que es un chiste que a alguien se le fue de las manos?

3. El periodismo consiste en escribir sobre cosas acerca de las que no tienes ni idea. No hace falta que aprendas nada, simplemente pregunta.

4. Es mejor preguntar por mail porque así puedes cortar y pegar, y no tienes que perder el tiempo transcribiendo grabaciones o intentando entender tu propia letra.

5. Claro que puedes cambiar el orden de las palabras que te envíen. Incluso las mismas palabras. Lo haces “por estilo”.

6. Si preguntas a una sola fuente, puedes escribir algo así como “la mayoría de los expertos consultados opina que…”

7. Deberías haber nacido en una familia con dinero: si quieres ser periodista, necesitarás que alguien te pague el alquiler mientras trabajas los próximos diecisiete años como freelance.

8. Y es que por culpa del toque romántico de la profesión, muchos medios pagan usando cosas como “visibilidad” y “currículum”. Es curioso, porque si vas con visibilidad al kiosco, no te dejan ni oler los periódicos.

9. Dicho lo cual, los números premiados en la primitiva del jueves 22 de septiembre de 2004 son 4, 8, 15, 16, 23, 42.

10. No copies las notas de prensa tal cual. Esa no es forma de trabajar. Borra los adjetivos. Ahora sí, perfecto. Estás EDITANDO.

11. Los periodistas del corazón también son periodistas, igual que ese desgraciado que te inundó el piso y ahogó a tu periquito era un fontanero. Un fontanero regular, de los no muy buenos, pero fontanero, al fin y al cabo.

12. Todo el mundo tiene una opinión sobre cómo debería ser el periodismo. Yo suelo contraatacar dando mi opinión sobre el alto porcentaje de ingenieros (por ejemplo) que llegan vírgenes a los 30 años.

13. Decir que eres periodista sirve para ligar. Por desgracia, tú, Jaime Rubio, no sirves para ligar, como demuestra esa perilla.

14. Es importante que los demás medios estén haciendo lo mismo que tú. Incluso titulando con las mismas palabras, si es posible. Si por algún motivo has titulado diferente o has tratado el tema desde otro punto de vista, es que algo has hecho mal. Todos los medios de comunicación del país no pueden estar equivocados.

15. Escoge: puedes escribir sobre política y recibir presiones políticas, o escribir sobre cualquier otra cosa y recibir presiones de los anunciantes. También puedes escribir sobre economía, que te presione todo el mundo y que no te lea nadie.

16. Podría ser peor. Podrías trabajar en el departamento de comunicación de una empresa.

17. Incluso peor: en el departamento de comunicación de un partido político.

18. Te equivocarás a menudo, se darán cuenta dos, y le dirás a tu jefe que “ya se sabe cómo son los pirados de internet. Gente obesa y con mucho tiempo libre, que no tiene otra cosa que hacer que ir trolleando al personal. Deberíamos moderar los comentarios”.

19. Es perfectamente posible ir a una rueda de prensa de La Caixa, que te regalen una televisión y mantener la independencia.

20. ¡No tengo tiempo para oponerme al poder, estoy trabajando!

21. Si realmente quisieran que hablaras sobre lo que ocurre en el mundo, no te encerrarían en un zulo sin ventanas, que es lo que son la mayoría de redacciones.

22. Dona cinco euros de vez en cuando a la Wikipedia, anda, que poco es para las fusiladas que le metes.

23. En internet, lo que importa son las páginas vistas así que puedes usar ese titular con las palabras “tetas”, “sangre”, “Mariano Rajoy”, “cadáveres” y “Satán”. Ya habrá tiempo de contradecirte a ti mismo en la entradilla.

24. Las redes sociales son tu escaparate. Úsalas.

25. Bien, ahora que ya podemos usar Twitter en el trabajo, necesitamos una excusa para Candy Crush. ¿Nos estamos documentando para un tema de… caramelos… que explotan…? ¿Caramelos terroristas? ¿Un ataque de caramelos? ¿Estamos atrapados en gelatina y necesitamos que un caramelo explote para liberarnos? Ya casi lo tengo.

26. Aprende mucho sobre un tema, especialízate en él y entra en el circuito de las conferencias. Te bastará con prepararte una sola charla y un power point con algún vídeo gracioso para no tener que volver a trabajar en tu vida.

27. Abre un blog y escribe los mismos textos aburridos que te encuentras en las columnas de opinión de cualquier periódico.

28. No, espera, nada de blogs: abre una web sobre chorradas ilustradas con gifs animados. Llámala Buzzfeed.

29. En serio, hazme caso. El futuro del periodismo es una página con fotos de gatitos.

Busco AMOR

amor

Estoy buscando a mi alma gemela. ¿Por qué es tan difícil encontrar a alguien que nos quiera? Quizás es por este frío mundo en el que no se valora a las personas por lo que de verdad importa y en el que los abrazos se han sustituido por distantes mensajes de texto, algunos de ellos, eso sí, con berenjenas. Tampoco pido mucho, sólo quiero a alguien que me dé su cariño y con quien compartir (¿quién sabe?) el resto de mis días y algunas aficiones.

Busco a una mujer sensible, pero que no se queje mucho por todo, tampoco, ni que sea sensible de piel, y se pase el día con urticarias. También quiero que sea inteligente: que tenga un cociente intelectual de entre 116 y 134. Más no, que me haría sentir inseguro. Que le guste leer, pero no en francés, que es muy pedante, ni a Martin Amis. Quiero que descubra a Martin Amis gracias a mí. «Cariño, deberías leer a Martin Amis», yo empezaría con Campos de Londres. Y lo leería y al principio no acabaría de gustarle, pero luego le iría pillando el gustillo gradualmente, gracias a dos o tres libros más (ya iríamos viendo cuáles, dejemos un poco de margen para la sorpresa).

También le ha de gustar el cine, pero no de ir cada semana, que es muy caro y no estamos para gastos. Pongamos una o dos veces al mes y luego ir bajándose pelis para los domingos. Eso sí, le tiene que gustar Woody Allen, pero no mucho. Que le ponga un 8. En plan, “es muy bueno, pero también tiene mucha morralla”.

También estoy buscando a alguien a quien le guste pasear por el mar, pero dejando el mar a la izquierda, jamás en sentido contrario, y que sea ella quien vaya más cerca de la orilla, que las olas me dan un poco de miedo. Vamos, que haga un poco de airbag, para no mojarme.

Lo de pasear bajo la lluvia me parece bien, pero sólo si el paraguas es negro. Los paraguas de otros colores me provocan pesadillas porque de niño perdí uno azul y desde entonces me siento muy culpable. No podría ni siquiera tomarme un café con alguien que entrara en el bar acarreando un paraguas, pongamos, rojo. Tendría que golpearle con el taburete, escupir, y largarme muy indignado.

Le ha de gustar salir, pero hasta las tres como muy tarde, y también ha de comer pescado, pero nada de trucha. En los ríos la gente mete los pies muy cerca de los peces y eso no puede ser bueno.

No puede haber estudiado ni derecho, ni historia, ni ciencias políticas, ni ninguna carrera de ciencias, menos matemáticas, y tampoco ninguna ingeniería, excepto alguna de las técnicas (tendríamos que negociarlo). Ha de tener un trabajo estable y cobrar entre 28.000 y 36.000 euros al año (si cobra más, se puede hablar, pero de entrada no me interesa alguien tan materialista).

Su coche ha de ser de color azul metalizado o gris oscuro, y para mí es fundamental que en la guantera haya guantes, como su propio nombre indica. Hablando de nombres, no es que sea algo que me vaya a romper el corazón, pero preferiría que su apellido no acabara en -ez. Le resta mucho romanticismo al asunto y yo soy un romántico empedernido.

El físico no me importa mucho: basta con que sea guapa, mida entre 1,57 y 1,66 metros, pese entre 47 y 59 kilos, tenga el pelo en alguno de los seis tonos cuyos pantone adjunto y tenga un máximo de dos dioptrías por ojo, que no pueden ser verdes. No ha de tener ningún lunar en la nalga derecha. En la izquierda, si quiere, sí, que tampoco es plan de andarse con exigencias. En cuanto a la edad, ha de tener entre 128 semanas menos y 59 semanas más que yo.

Puede ser alérgica a los gatos, pero no a las plumas de aves. No tengo pájaros, pero esa alergia me parece muy ridícula hoy en día, cuando ya no hay almohadas rellenas de plumas. Es una alergia que no sirve para nada. Tampoco vas a ir lamiendo palomas por la calle.

También es importante para mí que no vista nunca con prendas marrones, que su plato favorito sea el magret de pato (sin plumas, nada de lamer plumas) y que no coma jamás helado de vainilla, le guste o no. No ha de planchar jamás en fin de semana y su desayuno ha de consistir en un café solo, con o sin azúcar (no soy especialmente maniático) y dos tostadas con mermelada (sin mantequilla ni margarina).

Debe haber viajado al menos a Holanda, Francia, República Checa y Marruecos, pero no a Bélgica ni a México.

En cuanto a mí, ¿qué puedo contar? Apenas soy un alma herida que navega sin rumbo en busca de su brújula. Por cierto, la brújula en cuestión ha de tener título de patrona de barco. De verdad, no es ninguna metáfora.

Ah, casi lo olvido: si jugamos al Trivial Pursuit, ha de usar la ficha rosa o la amarilla. Las otras, jamás. De hecho, si hay más gente jugando y los demás se piden esas fichas antes que ella, ha de arrojar el tablero al suelo y gritar mucho mientras les clava a los dos ladrones un tenedor en los ojos.

No podría amar a alguien que no supiera defender sus principios.

Espero que estés ahí, media naranja mía, leyendo este mensaje y escribiendo una lista con todos los requisitos que cumples. Si llegas al ochenta por ciento, envíame un mail con la relación detallada, y mi responsable de recursos humanos se pondrá en contacto contigo lo antes posible para comenzar a construir juntos nuestra vida en común, previo proceso de selección con prueba escrita y dos entrevistas personales.

Zurdas abstenerse.

"No conozco a mis padres"

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Jessica G. acaba de cumplir diecisiete años y aún no conoce a sus padres. «Son muy tímidos –explica– y a pesar de que llevamos toda la vida viviendo juntos, aún no se han presentado. Por la correspondencia, creo que se llaman Matías y Mireia, pero no lo puedo asegurar».

Al parecer, a su madre nunca le hizo gracia lo de meter a una desconocida en casa. «Yo no veía claro lo del embarazo –explica–. ¿Y si nos sale delincuente o drogadicta? Creo que es mejor mantener las distancias hasta que estemos seguros». De todas formas, Mireia ya ha cobrado cierta confianza: «A la Jessica esta (se llama Jessica, ¿no?) se la ve buena gente. Pero fíate tú de la juventud».

Matías no desconfía de su hija, pero siempre ha sido muy cortado con el sexo opuesto. «Lo reconozco –afirma–, a mí las mujeres me intimidan. Y es injusto eso de que siempre seamos nosotros los que demos el primer paso». De todas formas, este hombre asegura estar «reuniendo valor para saludar a Jessica e iniciar una relación padre-hija como la que yo jamás tuve con mi padre. Más que nada porque yo no era su hija, sino su hijo. Esto me marcó mucho. Lo de no ser su hija. Porque me definió como persona. Concretamente, como persona de sexo masculino. Sí, llevo medias debajo de los pantalones. Déjame en paz».

(Fuente de la imagen).

¿Qué es la internet? Os lo explico

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Es posible que hayáis oído hablar de un invento reciente que podría revolucionar el mundo de las telecomunicaciones: se trata de la internet, que conectaría nuestros ordenadores con la red telefónica y nos permitiría acceder a lo que ya se denomina la «autopista de la información».

Imaginad lo que algo así podría suponer para la civilización occidental (incluso la oriental): tendríamos acceso a los clásicos de la literatura universal (como Superlópez) hablaríamos con personas que están en la otra punta del mundo (pudiendo enviarles fotos de nuestros cuerpos desnudos) y, por qué no, podríamos entrar en los ordenadores del Pentágono (y lanzar varios misiles atómicos).

Recientemente tuve la oportunidad de adentrarme en el centro neurálgico de la internet: unas oficinas subterráneas llenas de computadoras y cables, situadas en Silicon Valley (California), una zona llamada así por su semejanza con el entreteto de una señora operada.

En esta central trabaja una cincuentena de personas, proporcionando todos los contenidos que podemos ver y leer cada día cuando surfeamos en la red. «Puede parecer mucho trabajo -explica el doctor Jakob Adenauer, director técnico de la internet-, pero contamos con los medios más sofisticados para llevar a cabo nuestra tarea».

Me lleva a una de las áreas más importantes de la internet, Gatitos, y me muestra cómo funciona. «En estas jaulas guardamos gatitos graciosos, como por ejemplo este de aquí -mientras habla, saca de su jaula a un gato que lleva pajarita-. Lo único que tenemos que hacer es introducirlo en la máquina de memes». Abre una compuerta metálica de la que sale una llamarada y arroja al gato dentro, que grita durante apenas unos segundos. «El meme se genera en esta pantalla y nuestro guionista escribe varios cientos de miles de frases graciosas».

Me presenta al redactor, un tal Damon Lindelof, que deja de teclear para agarrarse a mi chaqueta y explicarme en qué consiste su trabajo: «Sácame de aquí… Por favor… Te lo suplico…» Adenauer suelta una carcajada y lo aparta con un palo. «Qué bromista es. Así le salen luego las cosas de gatos».

gato lindelof

¿Esto es lo mejor que se te ocurrió, Lindelof? ¡Todo el mundo te odia!

Adenauer también me enseña cómo se hacen los gifs. «Se trata de uno de los mayores avances tecnológicos de la humanidad. Ni te imaginas lo que cuestan». El equipo de gifs está formado por cuatro personas que llevan trajes de amianto y a los que sólo podemos ver desde detrás de un cristal reforzado. «Esta gente trata las imágenes con radioactividad: ¡por eso se mueven!», explica Adenauer, que añade, con un tono de voz menos jovial, que «los técnicos en gifs acaban muriendo de cáncer después de apenas unas semanas de trabajo. No supone un problema real, porque casi todos son extranjeros, pero es un engorro tener que sustituirlos con tanta frecuencia».

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Técnico en gifs dándolo todo

Otra parte importante de la internet es la publicidad. «Nuestro trabajo consiste en que sea odiosa: que te tape el texto que estás leyendo, que tenga musiquita, que el botón para cerrarlo sea lo más pequeño posible… El objetivo es que hagas clic sin querer y se te abran setenta u ochenta pestañas». Es lo que Adenauer llama «marketing por erosión»: «Está comprobadísimo que si te insisten lo suficiente, acabas gritando BASTA, POR DIOS, BASTA, TOMA MI DINERO Y CÁLLATE, BASTA YA, NO PUEDO MÁS, ME QUIERO MORIR. No se trata sólo de nuestra experiencia diaria: hay estudios que lo demuestran».

Una preocupación de muchas empresas culturales es la piratería. ¿La internet es el paraíso de lo gratis? «Lo fácil es echarle la culpa a la internet. También es lo acertado, claro». Adenauer afirma que «las empresas tendrán que adaptarse» y no duda en añadir que «la internet ofrece muchas oportunidades de negocio, aparte de la ya mencionada publicidad. Hay expertos que están ganando mucho dinero con la internet dando conferencias en las que explican que se puede ganar mucho dinero con la internet».

Le pregunto al doctor Adenauer por los nuevos proyectos que está desarrollando y me explica que «lo estamos organizando todo en listas. Verás». Me lleva hasta una sala llena de archivos metálicos en la que un par de bibliotecarias cincuentonas con gafas en la punta de la nariz toman notas en multitud de fichas desperdigadas por varias mesas. «Internet contiene cantidades ingentes de información y conocimiento. Pero tanta información acaba resultando caótica y por eso necesitamos ordenarla. Por ejemplo -lee un par de fichas-: 27 cosas que no sabías del cuerpo humano, 42 inconvenientes de ser millonario, 11 motivos por los que un hombre debe leer, 19 gatitos graciosos… ¿Ves? Así es más fácil dar con la información que te hace falta».

Sin duda, la internet será aún más útil gracias a estas listas. ¡La información ya no estará dispersa en multitud de páginas, sino que se podrá acceder a ellas con un sólo clic! ¡Gracias, internet!

Le comento que he visto poca gente trabajando y me dice que eso es normal, ya que «la mayoría de los empleados trabaja en otras dos secciones». La primera es el área llamada Sabiduría, donde una decena de guionistas escribe comentarios para periódicos, foros y, sobre todo, Menéame. «Es un trabajo muy difícil, ya que deben comentar textos que no han tenido tiempo para leer, y aun así hacerlo como si supieran lo que pone y se hubieran enfadado mucho leyéndolos». Para hacerlo, añade, el departamento cuenta con «las personas mejor preparadas». Se trata de tertulianos medio retirados, como Juan Adriansens y Javier Nart. «No hay nada mejor para hablar de lo que no se sabe. Lo único que le pedimos es que sepa escribir un poco, excepto en el caso de Miguel Ángel Rodríguez, al que le dejamos que dicte a un mono borracho».

Este departamento también se encarga de las redes sociales: “Hay que darle a ‘me gusta’ en las fotos en las que sales gordo, escribir esos chistes tan buenos sobre gordas en Twitter y publicar fotos de magdalenas de colores en Instagram. Sí, este tema lo lleva el chico gordito del fondo”.

La otra gran área es la de Tetas, en la que otra decena de personas se dedica a colgar fotos y vídeos subidos de tono. No sé muy bien lo que ocurre con este departamento, pero lo cierto es que entro a echar un vistazo el 12 de julio de 1998 y salgo de allí el 2 de octubre de 2013. Me puse a mirar cosas, hice un par de clics y me lié.

«En realidad -explica Adenauer-, esto te podría haber pasado en cualquier departamento. Cuando los datos se transmiten por la internet, ya sea por cable o de forma inalámbrica, se crean unos campos electromagnéticos que rompen el tejido del continuo espacio-tiempo y generan una anomalía. Por eso cuando estamos con la internet y nos ponermos a ver gifs de gatos, el tiempo transcurre mucho más deprisa de lo que nos parece». Los gifs son especialmente peligrosos, «por culpa de la radiación».

Dejo las instalaciones de la internet muy contento con la experiencia. He aprendido mucho acerca de un medio que sin duda será muy importante en el futuro. ¡Estoy ansioso por conocer qué más sorpresas nos traerá la red de redes!

Te has hecho algo en el pelo

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(Estoy acabando una novela, cuyo título provisional es Te has hecho algo en el pelo. Aquí tenéis las cuatro primeras páginas. Si no os gustan, es porque sois gordos y tenéis granos).

 

-¿Te has hecho algo en el pelo?

Así empezó todo. Con una pregunta anodina, quizás algo peligrosa, teniendo en cuenta que se la estaba haciendo a mi mujer un sábado por la mañana. Si la respuesta a esa pregunta era afirmativa, ya tendría que haberme dado cuenta la tarde anterior.

-No -contestó ella-. Hace más de un mes que no voy a la pelu. ¿Por qué lo dices?
-No sé, te lo veo más claro.

Y sí, se lo veía más claro. Si me hubieran preguntado de qué color era el cabello de mi mujer, hubiera contestado, sin dudar, “castaño oscuro, casi negro”. Desde siempre. No se lo había teñido en todos los años que llevábamos juntos. Pero ahora la estaba mirando y lo veía castaño claro, casi rubio.

-Será la luz -añadí, girando la cabeza, intentando buscar algún reflejo del sol que se me hubiera escapado y que hacía que el cabello de Mireia pareciera, eso, más claro-. O igual es que estoy medio dormido todavía.
-¿Rebeca ha desayunado?
-Sí, le he calentado la leche mientras estabas en el baño.
-No me gusta que vea la tele cuando desayuna.
-Bah, déjala, están echando uno de sus setecientos programas favoritos.
-…
-No gruñas. Es sábado. Los sábados por la mañana los niños ven la tele mientras sus padres olvidan toda la semana anterior. Yo lo hacía. Tú lo hacías. ¿Recuerdas La bola de cristal?
-A mí no me dejaban ver tanta tele como a ti.
-Así has salido.
-No, perdona, así has salido tú.

Me había despertado una mañana y mi mujer tenía el pelo de otro color. Tampoco era tan grave. No tenía una joroba, ni le faltaba un ojo. Intenté olvidarme del tema, asumir que me había despistado, olvidado. Decidí comportarme con normalidad. Estaría aún medio dormido. Seguramente mi cerebro todavía no funcionaba a pleno rendimiento. Me hacía mayor.

La mañana transcurrió como cualquier otra mañana de sábado, con la excepción de que no dejaba de mirarle el cabello a Mireia. Rebeca jugó, yo me duché y bajé al supermercado, también preparé la comida y acepté la propuesta horrible para pasar la tarde que hizo Mireia, si bien hay que admitir que podría haber salido de cualquiera de los dos.

-Podríamos ir a l’Illa. Rebeca necesita zapatos. Y a ti no te irían mal unos tejanos.

Fuimos a ese centro comercial, igual que aproximadamente la mitad de Barcelona. Todos dábamos tumbos de tienda en tienda, pensando por qué diablos estábamos allí con toda esa gente, pero conscientes de que dentro de dos o tres semanas volveríamos a venir y a agobiarnos y a quejarnos.

Como es natural, Rebeca se puso imposible, igual que todos los críos de su edad en una situación similar. Escogimos unos zapatos que le gustaban, pero que luego, nada más salir de la tienda, ya no. Manifestó su disgusto con un llanto forzado. La reñimos con escaso convencimiento, ya que nosotros mismos también estábamos algo hartos de aquel escenario y teníamos ganas de tener cinco años y soltar una pataleta. Mireia se probó varios vestidos de verano y un par de camisetas. No se compró nada. Yo no quise ir a ninguna de mis tiendas. Demasiada cola en los probadores. En una tienda vacía, podía tardar cuatro minutos en comprar unos tejanos. En aquellas igual tenía que pasar una hora. Demasiado. No estaba capacitado para llevar a cabo un esfuerzo semejante. Mireia volvió a las mismas tiendas en las que ya había estado para probarse la mitad de las prendas que ya se había probado. Ante una nueva y justificadísima, seamos sinceros, pataleta de Rebeca y ante mi también excusable cara de fastidio, Mireia nos envió a tomar un refresco mientras agarraba perchas como si se las fuera a clavar a alguien.

Salimos de allí a las ocho, estresados y malhumorados, con tres bolsas de ropa que no le acababa de gustar a nadie. Y yo con unas ganas terribles de beberme tres cervezas. Sólo que no podría porque habría que prepararle la cena a la niña, ponerle el pijama y luego ella querría jugar a algo y cuando finalmente se acostara ya se me habrían pasado las ganas de tomarme no tres, sino ninguna.

En todo ese tiempo intenté quitarme de la cabeza el hecho de que seguía viendo el cabello de Mireia de otro color. Pero no podía. Le miraba el pelo fijamente, cuando no atendía, claro, para no ponerla nerviosa, buscando el motivo que me hacía verlo en otro tono o el que me hacía recordarlo de otra manera. Incluso miré las fotos que tenía de ella en el móvil, mientras tomaba una Coca-Cola con Rebeca, sólo para comprobar que no, que su pelo nunca había sido castaño oscuro, casi negro, y que ese castaño claro, casi rubio, era su tono natural, o al menos el que aparecía en todas las fotos que tenía guardadas.

-No pienso volver con vosotros de compras un sábado -dijo, precisamente, Mireia, durante el paseo de vuelta.
-Menos mal -contesté, esbozando una sonrisa.
-¿Por qué? -Preguntó Rebeca desde mis hombros.
-Porque somos muy pesados.
-¿Mamá está enfadada?
-No, claro que no estoy enfadada.
-Sí que lo está. Y para que no lo esté más, tú y yo vamos a preparar la cena cuando lleguemos.
-Quiero tortilla de patatas.
-Pues tortilla de patatas.

Los tres llegamos a casa con mejor ánimo. Nos subimos en el ascensor y apretamos el botón del cuarto piso. Yo salí primero y, como de costumbre, hice mi imitación de mayordomo, que consistía en sostener la puerta e inclinarme mucho, con el rostro muy serio.

-Señoras, por favor.

La primera en salir fue Rebeca, dando saltitos. Le siguió un bulto negro, que era un cochecito para bebé en el que dormía un niño de alrededor de un año. Empujando el carrito estaba Mireia, con cara de cansancio.

-¿Tienes tus llaves? -Me preguntó.
-Er… Pues… Sí, sí, las tengo.

Abrí la puerta de casa. Mireia aparcó el carrito en el recibidor y sacó al niño, sin despertarlo.

-Voy a bañar a Xavi -me dijo-. Si quieres ir haciendo la cena…
-Sí, claro, la cena…

Me quedé parado, de pie, supongo que con la boca entreabierta, mientras Mireia se llevaba a aquel crío al cuarto de baño.

-Papá, papá -Rebeca tiraba de mi mano-. ¿Te puedo ayudar con la tortilla? ¿Puedo batir el huevo?
-Ehm… Sí…
-El tete no puede cocinar.
-No, el tete es pequeño.