Nadie quiere folletos. ¡Nadie!

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A: Disculpe, caballero, no he podido evitar ver cómo arrojaba a la papelera el folleto que le he dado.

B: ¿Eh? ¿Cómo? ¿El folleto?

A: Sí, le acabo de dar un díptico con un información acerca de una nueva clínica dental que ha abierto en el barrio.

B: Ah, sí, es verdad. Es que no necesito un dentista, gracias.

A: Lo entiendo. Sé perfectamente que de los centenares de folletos que reparto cada día apenas una pequeña parte van a dar a alguien que tenga interés en lo publicitado. Pero, en fin, es que lo ha tirado a la primera papelera que ha visto.

B: Ya, bueno, es que no me interesaba… Tengo que irme, perdone…

A: ¿Y no podría haber esperado?

B: ¿Esperado?

A: Sí, ¿no podría haber esperado a la siguiente papelera? Hay otra apenas dos calles más allá, en la misma dirección a la que se dirigía.

B: Pero…

A: Entienda que yo también tengo sentimientos. Piense que mi trabajo consiste en repartir estos papeles. ¿No entiende que si veo cómo los tira, sin ni siquiera mirarlos, me invade una sensación de futilidad, de vacío? ¿No ve que estas horas que paso cada día de pie, intentando sonreír, pierden todo el sentido?

B: Pero si usted mismo ha dicho que sabe que la mayoría de folletos no le sirven a nadie.

A: ¡Ese no es el tema! ¡El problema es la falta de consideración! ¡La ausencia de respeto por mi labor y por mi persona! ¡Es como si hubiera arrugado el folleto y me lo hubiera arrojado a los pies para después escupir!

B: Oiga, no, eso es así…

A: Es como si hubiera llamado a mi madre y le hubiera dicho que su hijo, yo, ES UN INÚTIL.

B: No, hombre, su trabajo es muy dign…

A: ¿No entiende mi frustración? ¿¡NO ENTIENDE QUE NECESITO SENTIR QUE MI LABOR AYUDA A QUE LA SOCIEDAD Y LA ECONOMÍA MEJOREN!?

B: A ver, no se sienta así; si no fuera por usted, nadie sabría nada de esa nueva peluquería.

A: ¡Clínica dental!

B: Eso. Quiero decir, que no es una labor inútil.

A: Cuatro años en la facultad de ciencias de comunicación, estudiando publicidad y relaciones públicas, perfeccionando el arte de la difusión de mensajes comerciales para verme tratado así por… Por… Por nadie. Porque usted no es nadie. Sólo es la sombra de un hombre que pasa fugazmente por mi lado sin ni siquiera mirarme a los ojos, sin corresponder a mi sonrisa, agarrando de mala gana el díptico como si no fuera más que un trámite para poder seguir su camino y para el que lo mismo daría que yo no fuera más que un mono adiestrado para repartir papeles.

B: No, por favor, no diga eso…

A: ¿Cuánto puede pesar este folleto? ¿Tres, cuatro, diez gramos? Y no podía acarrearlo dos manzanas más, hasta la siguiente papelera, no, qué va, tenía que despreciarme a mí, al señor que me ha contratado y a la dueña de la clínica dental Doctora Sánchez.

B: No hable así, si yo le respeto un montón.

A: ¡Usted qué va a respetar! ¡No tiene ni idea! ¡Intento ayudar! ¡Por eso escogí este trabajo! ¡Porque hay gente que necesita ofertas de pizza y de trasteros!

B: Buf, qué tarde, voy a perder el autob…

A: ¡Sí! ¡Estoy aquí por vocación! ¡A pesar de la gente como usted, que seguro que cree que lo hago por el dinero!

B: Por el dinero también, ¿no?

A: ¡No! ¿A mí qué más me dan los seis mil euros netos al mes, el seguro médico, el coche de empresa y las seis semanas de vacaciones?

B: Claro, cl… ¿Seis mil euros al mes? ¿Netos?

A: Pero yo no quiero el dinero. Yo quiero respeto. Yo quiero sentirme realizado. Yo quiero que se valore mi trabajo.

B: Pues tiene razón, me ha convencido. Respeto. Valor. ¿Le puedo dejar mi currículum?

A: ¿Está hablando en serio?

B: Es una labor social importante. Ha dicho netos, ¿verdad?

A: ¿Le he convencido? ¿Claro?

B: Claro.

A: ¿Y no será por las condiciones económicas?

B: Le seré sincero: todo ayuda.

A: Lo entiendo. Todos tenemos derecho a ganarnos la vida.

B: Cierto. No llevo mi currículum encima, pero si me da una dirección de correo electrónico, se la puedo enviar.

A: Sí, claro… O mejor, déme su tarjeta.

B: Mire, aquí tiene.

A: Gracias.

B: No, gracias a us… Oiga, ¿adónde va? ¿Qué hace? Pero… Oiga, pero no tire la tarjeta a la papelera.

A: Ahora sabe lo que se siente. AHORA ES CUANDO ME ENTIENDE.

B: …

A: Exacto. Yo he pasado justo por eso hace unos minutos. Como si hubieran arrojado todos mis sueños de la infancia a una hoguera, entre insultos y carcajadas de desprecio.

B: Entonces no me va a contratar.

A: Sí, está usted contratado. Esta era su primera lección.

B: Oh. Oh. Gracias. ¡No le defraudaré! ¡No le fallaré jamás!

A: Bueno, en realidad no está contratado. No soy el jefe. Déme otra tarjeta y se la llevo. Pero hablaré bien de usted.

B: Ah, pues se agradece. Aquí tiene.

A: Muy bien, pues ya le dirán algo, supongo. Siempre estamos buscando gente.

B: Otra cosa: deme un folleto.

A: No, por favor, no hace falta.

B: Sí, démelo. Lo voy a leer bien. Nunca se sabe, igual es una buena dentista.

A: Tenga, tenga.

B: Gracias.

A: Gracias a usted.

B: No, a usted.

A: No son seis mil euros.

B: ¿Qué?

A: No son seis mil euros. Ni hay coche de empresa. Este es un trabajo muy mal pagado. Y usted debería saberlo.

B: Pero…

A: ¿Para qué querría un coche de empresa? Trabajo de pie. En la calle.

B: …

A: Ya.

B: ¿Me devuelve mi tarjeta?

A: No.

(Fuente de la imagen).

National Domestic

McCall's Magazine Cover, family arriving in kitchen for the holidays

A: Estamos ante imágenes nunca vistas antes en televisión. Se trata de Luis García disponiéndose a comerse una manzana sentado en la mesa de su casa. Está frente al televisor, viendo un episodio repetido de los Simpson, sin prestar mucha atención. No sabemos siquiera si pelará o no la manzana… ¡No la está pelando! Traía un plato y un cuchillo, pero finalmente ha decidido no pelarla. Esto es sensacional. Es información nueva e interesante para los luisgarciólogos. La semana pasada pudimos ver a Marta Jiménez buscando un libro y hoy a Luis García comiéndose una manz… Creo que nos ha visto. Nos hemos agachado porque parece que…

B: ¡Eh! ¿Qué hacen ustedes detrás de mi sofá?

A: Efectivamente, nos ha visto. En esta situación hay que mantener la calma y procurar no moverse para que no nos vea.

B: Oigan, ¿cómo han entrado en mi casa? ¿Eso es una cámara?

A: Vamos a intentar entablar una conversación con él. A la hora de hablar con humanos, lo fundamental es que vea que somos inofensivos y venimos en son de paz.

B: ¡Salgan inmediatamente de aquí! ¡Voy a llamar a la policía!

A: Saludos, señor García, venimos a grabar un documental.

B: ¿Pero qué documental ni qué niño muerto? ¿Cómo van a grabar un documental en mi casa?

A: Estamos interesados en las vicisitudes domésticas del homo sapiens.

B: ¿Homo sapiens? ¡Ustedes están locos! ¡Fuera de mi casa!

A: Nos gustaría grabar antes un…

B: ¡Aquí no se graba más! ¡Fuera! ¡Fuera he dicho!

A: Pero…

B: ¡Fuera! ¡Largo de aquí!

A: Oiga, sin golpes.

B: ¡Que se marchen!

A: ¡No, la cámara n…!

*****

C: Estremecedoras e interesantísimas imágenes las que pudo grabar nuestro compañero y que pudimos rescatar gracias a nuestro equipo técnico, que consiguió rescatarlas de un disco duro dañado. Tanto el reportero como el cámara se encuentran bien aunque el médico les ha recomendado reposo. En todo caso, resulta interesante apreciar cómo Luis García comía su manzana sin usar cuchillo. Aunque no podamos decir que lo haga siempre, se trata de una duda que siempre habíamos tenido: ¿cómo prefiere Luis García su fruta? ¿Con o sin piel? Me dicen que tenemos una llamada. Buenos días.

B: Buenos días, soy Luis García. ¿Por qué están hablando de mí en la tele?

C: Atención, tenemos con nosotros a Luis García, en un testimonio único. Se trata de la primera vez en la que Luis García habla por televisión.

B: ¡Que no hablen de mí, les digo! ¡Y que no saquen mi comedor por la tele!

C: Se trata de un documento con un valor científico fundamental que intenta responder a la pregunta: ¿cómo prefiere Luis García la fruta?

B: ¡Les he denunciado a la policía!

C: Comprobamos además que Luis García recurre a las fuerzas de seguridad del estado cuando siente su espacio amenazado por otros homo sapiens.

B: ¡Oiga, que deje de hablar de mí y de mi fruta, le digo!

C: (Susurrando). Es importante mantener la calma en estas situaciones. Recordemos lo que les pasó a nuestros compañeros, cuando fueron atacados por Luis García.

B: LE ESTOY OYENDO.

C: Luis García y la fruta. Este ha sido otro documento interesante que les hemos traído.

B: QUE YA VALE, LE DIGO.

C: La semana que viene les traeremos otro documento jamás visto en televisión. El matrimonio Sánchez Romero discutiendo en Ikea.

B: Ah mire, eso ya lo veo más interesante.

C: Por primera vez les mostraremos imágenes de Julio Sánchez y Natalia Romero muy enfadados por el color más apropiado para una mesa de café valorada en 19,95 euros. Él prefiere la marrón clara porque en la negra se ve el polvo en seguida, pero ella le recuerda que la Expedit que tienen ya es negra por lo que la marrón no pegaría con el resto del comedor. Es una escena que nunca antes se habían grabado.

B: A mí es que los documentales me gustan mucho.

C: Nos vemos la semana que viene. Muchas gracias por su atención.

B: Me los pongo para dormir.

¡Doctor, doctor!

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A: Adelante.
B: ¡Doctor, doctor! ¡Tengo doble personalidad!
A: Siéntese.
B: ¡Tengo doble personalidad!
A: No, pero siéntese.
B: ¡Digo que tengo doble personalidad!
A: A ver, que abro su ficha.
B: No, pero no es así…
A: ¿El qué no es así?
B: Usted tiene que decir: «Pues pase y hablemos los cuatro».
A: ¿Cómo?
B: ¡Es un chiste!
A: ¿Pero a qué viene esto?
B: Comencemos otra vez.
A: ¿Pero a dónde va?
B: ¡A la puerta!
A: Pero…
B: ¡Doctor, doctor! ¡Tengo el cuerpo lleno de pelo! ¿Qué padezco?
A: Oiga, que aquí viene gente enferma.
B: No, tiene que decir: «Padece uzted un ozito».
A: ¿Quiere parar de una vez?
B: ¿Es que no se sabe ninguno de los chistes?
A: Este no es el lugar ni el momento para gracietas. ¿Está usted enfermo o no?
B: ¡No! ¡Soy un actor! ¡Vengo a escenificar chistes!
A: ¿Pero por qué?
B: ¡Porque es gracioso! ¡Maldita sea! ¡Nunca lo vamos a lograr!
A: ¿Nunca vamos a lograr el qué? ¿De qué está hablando?
B: ¡El éxito! ¡La fama! ¡La gira de verano por las fiestas mayores de los pueblos!
A: Oiga, si no tiene ninguna consulta médica que hacerme, haga el favor de marcharse.
B: Un momento.
A: ¿Otra vez a la puerta? ¿Qué hace?
B: ¡Doctor, doctor!
A: ¿Se ha atado un pato de goma a la cabeza con esparadrapo?
B: Tiene que decir: «¿Qué le ha pasado?» Y entonces el pato dirá: «No sé, empezó con un bulto en el pie».
A: Es un pato de goma. No creo que pueda hablar.
B: ¡También soy ventrílocuo! ¡Soy un artista del Renacimiento!
A: Por favor, márchese. Hay gente esperando y esto no es ningún teatro.
B: En fin. Ya le llamaremos.
A: ¿Cómo?
B: Que ya le llamaremos. Gracias por venir.
A: Está usted en mi consulta. Gracias a usted por venir.
B: Ya puede marcharse. ¡Siguiente!
A: ¡Oiga!
C: Buenas tardes. Venía por el puesto de partennaire de pareja cómica.
B: Aquí es. Comencemos. Le doy la línea. ¡Doctor, doctor! ¡Me duele aquí!
C: ¡Pues váyase allí!
B: ¡Doctor, doctor! ¡Nadie me hace caso!
C: ¡Siguiente!
B: ¡Jajaja!
C: ¡Jajaja!
A: ¿Quieren hacer el favor de salir de mi consulta!
B: ¡Está usted contratado!
C: ¡Gracias!
A: ¡Salgan de aquí!
B: ¡Nos vamos a forrar!
C: ¡El éxito nos aguarda!
B: Tengo una gira por Soria medio apalabrada.
A: ¡Fuera! ¡Largo! A ver, siguiente.
D: Padre, me quiero confesar. Soy un pirómano.
A: ¿Cómo?
D: Ay, me he vuelto a confundir. ¿Dónde está la iglesia?
A: ¡No sé dónde está la iglesia!
D: ¿Y no me puede ayudar?
A: ¿A qué?
D: Usted me pregunta: «Hijo, ¿pecas?» Y yo le contesto: «Sí, hasta en el culo». Porque soy pelirrojo.
A: ¡Usted no es pelirrojo!
D: Es verdad, así no funciona. Pongamos que yo le digo: «Padre, me he acostado con el párroco del pueblo de al lado» y usted…
A: ¡Basta! ¡Esto no es una iglesia! ¡Y no pienso escenificar ningún chiste! ¡Márchese!
D: Está bien. Ya me voy… Pero no conozco el barrio… ¿La calle Sevilla?
A: Si la pisa fuerte… ¡JAJAJAJAJA!
D: No es así.
A: ¡JAJAJAJA!
D: Es Saboya. Es la calle Saboya.
A: ¡JAJAJAJA…! Fuera, le digo. Es mi consulta y los cuento como quiero.
D: No sé dónde está la calle Sevilla.
A: ¡Váyase de una vez!
D: No la encontraré y moriré de hambre vagando por la ciudad.
A: Le está bien empleado. Por contar chistes. Nadie debería contar chistes. Nunca. No estamos en 1992.

Es buen tío

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-No, pero es buen tío.

-¿Cómo?

-Que es buen tío, digo.

-No puedes decirme eso. Llevas tres cuartos de hora hablando mal de él. No puedes explicarme que abandonó a su mujer embarazada y luego añadir «no, pero es buen tío». Tuvo que dar a luz entre dos contenedores. Me lo has dicho hace diez minutos. Eso no es compatible con ser un buen tío. También me has contado que estafó a su propia hermana. Se quedó sin ahorros y acabó perdiendo su piso. Y yo diría que alguien que mató al gato de su sobrina sólo por ver qué se siente no puede ser «un buen tío». Y menos si lo hace delante de la pobre niña. No. No puedes decir eso. Todavía va al psiquiatra. Lleva seis meses sin dormir. Me lo acabas de decir. Y cada vez que pienso en lo que le hizo a esa anciana que intentó colarse en el supermercado me entran escalofríos. Todas las personas mayores de 70 años intentan colarse en el súper. Es ley de vida. Hay que llevarlo con paciencia. No puedes hacer… Eso… No quiero ni pensarlo. Es absurdo decir de alguien que hace ese tipo de cosas que es buen tío. No tiene sentido. ¿Y por qué prendió fuego a la guardería? No entiendo nada. ¿Por qué hizo eso? ¡Me da igual que fuera de noche y no hubiera nadie! Ese tío debería estar en la cárcel. O en un psiquiátrico. O muerto. Mira, en serio, estoy en contra de la pena de muerte, pero en este caso haría una excepción. Deja de decir que es buen tío. No lo es. No. Es un psicópata peligroso.

-No, pero es majete.

-¡No! ¡No puede ser majete!

-Os llevaríais bien.

-¡Que no!

-Te ríes.

-¡No! ¡Basta!

-He quedado con él el viernes. Vente.

-¡Ni hablar!

-A las ocho. Cervecita y luego cena por Gràcia.

-Bueno, vale. A lo mejor me paso un rato.

Consejos para comenzar bien el día

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Son muchos los que me preguntan por mi rutina mañanera, al verse sorprendidos por la energía con la que me enfrento a la jornada laboral y por lo bien que aprovecho el tiempo gracias a un arranque positivo. «Jaime -me dicen-, ¿por qué no escribes todo eso en tu blog y dejas de hablarme un ratito, anda?» «Buena idea», contesto justo antes de irme sin pagar mis tres cervezas.
 
Cada mañana me despierta la risa de los niños. Aún no sé qué niños son. Pero cada día entran a robarme y jamás consigo pillarles a tiempo. Aprovechan ese momento de sueño intenso por el que pasamos todos después de apretar el botón de snooze por cuarta vez. ¿Debería comprar una puerta? Es posible.
 
Es muy importante desayunar bien. Nada de bollería industrial: algo natural y sano, que aporte energía para comenzar el día con fuerzas renovadas. Yo cojo un huevo, lo empollo durante tres semanas, crío al pollito hasta que se hace una gallina y cuando finalmente pone su primer huevo, lo frío y me lo como con tostadas. Todo eso, cada mañana. La pereza no es una excusa válida. Eso sí, el pan y los phoskitos los compro ya hechos, que no me da tiempo a todo. 
 
Mientras desayuno y después de tirar la gallina por la ventana (vuelan, ¿no?), consulto el correo electrónico, a no ser que el vecino haya vuelto a cambiar la clave de la wifi. ¡Maldito seas, vecino! ¿Qué hay del hoy por ti y mañana por mí? ¿Acaso no te recojo el correo cuando no estás, lo abro y tiro lo que seguramente no te interesa? 
 
En caso de que no pueda dar con la contraseña (suele ser el nombre de alguno de sus siete gatos escrito en leet), voy a un Starbucks y espero a que alguien vaya al baño para usar su portátil.

 
Después hago algo de ejercicio. Tanto físico como mental. Salgo a correr con una revista de sudokus en la mano. La distancia que recorro es variable, ya que cuando me atropellan suelo parar.
 
Tras esta sesión y si no tengo que ir a urgencias, intento dejar el piso lo antes posible. Nunca más tarde de la una del mediodía. Para que no lleguen los de la inmobiliaria a enseñárselo a algún matrimonio. Vivo en una maqueta.

 
Por supuesto, soy el primero en llegar a la oficina. Es por mi mentalidad de emprendedor. Mi empresa cerró hace tres años por culpa de un juez empeñado en que tenía que pagar un montón de cosas: sueldos, impuestos, multas de tráfico… El intervencionismo impedirá que salgamos de la crisis. ¿Cómo vamos a crecer si la gente sigue empeñada en cobrar?
 
En todo caso, sigo confiando en mi proyecto. Me veo a mí mismo como el policía que resuelve el caso una vez le han quitado la placa y la pistola. ¿El mercado está finalmente preparado para un motor de coche ecológico y eficiente, que no contamina ya que funciona poniendo a pedalear a algún pobre? Yo digo sí.
 
Algo que me gusta hacer antes de empezar la jornada laboral es sentarme frente al volante, cerrar los ojos y pensar durante cinco minutos en cómo quiero afrontar el día. A veces menos. Según si el dueño del coche me ve o no.
 
La principal pregunta que me hago es: «¿Qué quiero conseguir hoy?» Las respuestas varían. Hay días en los que quiero dos millones de euros. Otros, simplemente el barco pirata de Playmobil. Hoy quería un riñón sano. Necesito tres riñones. Bebo mucho café.
 
Con el objetivo de aprovechar bien el tiempo, me preparo una lista de tareas pendientes. Intento comenzar con una suave (buscar un nuevo escondite para que no me vea el guarda de seguridad) y luego una más difícil, algo que me dé pereza, para quitármelo de encima cuanto antes (llamar al banco e intentar convencer al subdirector de la oficina de que necesito otro préstamo para sacar adelante mi brillante idea de motor de pobre).
 
Después de redactar la lista, me tomo un breve descanso y duermo hasta la hora de merendar.
 
Y así acaba mi mañana y el resto de la jornada, porque luego me voy a casa a ver series.

Acerca de los orígenes de las fiestas de San Fermín

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En mi época los sanfermines eran mucho más divertidos, dónde va a parar. De un extremo salían los toros. Del otro, los elefantes. Y en medio, un montón de tontos con periódicos.

Se dejó de hacer así porque las calles se ensuciaban más, por culpa de los elefantes y su dieta rica en fibra. Y también de los cadáveres, porque la mancha de cadáver humano que dejan los elefantes es muy difícil de quitar. Se incrusta y tienes que llevar el asfalto al tinte y muchas veces ni así: se queda para tirar.

Después de los primeros novecientos cincuenta y siete mil doscientos doce muertos, el ayuntamiento de Nairobi decidió que aquella fiesta se celebrara en otra parte. Porque por aquel entonces, San Fermín se celebraba en Nairobi, dado que era un sitio donde había elefantes a mano.

Tras un concurso al que se presentó una (1) ciudad, la escogida fue Pamplona. Donde no había muchos elefantes, hecho que en su momento causó mucha controversia. Dos o tres personas lo comentaron.

Por cierto, en Nairobi no había muchos toros, pero realidad, allí se hacía con búfalos. Esa era la queja habitual de Hemingway cuando fue a Pamplona: aquí no hay búfalos, dónde están los búfalos, los toros son búfalos gayers, estos no son mis sanfermines. La ausencia de elefantes no parecía molestarle en absoluto. Igual no se había dado cuenta. Ese señor bebía, no lo olvidemos.

El caso es que cada país y cada región tienen sus animales propios, mientras otros les son extraños. En el zoo de Nairobi, por ejemplo, hay perros, toros, periquitos, varias razas de caniches, dos gatos y un rebaño de ovejas merinas. Claro, para qué poner un hipopótamo en el zoo, si te los encuentras por la calle.

También hay que decir que el zoo de Nairobi es uno de los menos visitados del mundo. Antes iban las escuelas, pero los niños se dormían cuando los profesores les hablaban de la temible gamba de Palamós y cómo, si no es de Palamós de verdad, puede estropearte un arroz.

(Originalmente publicado en La decadencia del ingenio. Fuente de la imagen).

Presta atención

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Daniel Goleman ha publicado recientemente un libro titulado Focus, en el que habla sobre cómo podemos (y debemos) prestar atención. Es un tema sin duda cada vez más importante: cada minuto recibimos notificaciones en el móvil, normalmente ruidosas, y cuando no nos interrumpen terceros, somos nosotros quienes nos interrumpimos y hacemos clic en ese prometedor enlace sobre gatitos graciosos que en realidad no son tan graciosos.

Jamás entenderé lo de los gatos. Admito que estoy sesgado porque soy alérgico, pero no sé, un gato no hace nada. Sólo se mueve lentamente, contoneándose, provocando… Maldito y sexy gato… Pero claro, vivimos en una sociedad muy hipócrita: si el seductor de gatos es Pepe Le Pew, todo son risas, pero si en cambio soy yo quien se baja los pantalones en la plaza porque cierto minino me maúlla según qué cosas, en seguida baja corriendo la vecina del cuarto, la viuda, y me pega escobazos hasta que me tengo que encerrar en casa.

Y eso que precisamente la culpa es de esta señora. Es ella quien da de comer a los gatos callejeros y, claro, ya se han acostumbrado a venir, trayendo consigo toda esa tensión sexual. Yo no soy de piedra, señora. Reparta su pan duro entre, no sé, pingüinos, y ya verá cómo no me enamoro. Los pingüinos son graciosos, pero huelen mal.

Obviamente, la vecina está celosa. Hay que decir que no es un mal partido: es viuda, conserva gran parte de la dentadura y heredaría sus seis gatos. Hay uno atigrado que siempre me mira como diciendo: «TÓMAME».

Es curioso lo de los animales. Se parecen tanto a nosotros. Bueno, no tanto. No sé, no conozco a nadie que tenga alas y vuele, por ejemplo. Ni siquiera a alguien que tenga alas y que no vuele. Una vez vi pingüinos, eso sí.

Odio volar. En avión, quiero decir. Sobre todo por lo que cuesta embarcar y desembarcar. Claro, con ese pasillo tan estrecho y seis personas por fila, todas con sus bolsas, es imposible tardar menos de diecisiete meses en sentarse. Deberían inventar algo para solucionarlo. No sé, algo así como un pasillo, pero más ancho. Se llamaría “paso”. No es mala idea. Permitiría ir más deprisa, sin tropezar con las butacas y sin caer de boca encima de un señor muy gordo (eso puede pasar). Y además, mientras un pasajero coloca su bolsa en el compartimento superior, otro podría seguir su camino tranquilamente, sin necesidad de esperar. Y todo gracias al Paso (pendiente de patente). No dejes de probar el Paso Premium, con medio metro más de espacio, y el Paso Edición Especial Espacial (jeje), con setenta centímetros adicionales y flechas indicando el camino correcto.

De todas formas, lo peor de los aviones es que son un medio de transporte tremendamente inseguro: se trata de aparatos pesadísimos que circulan a miles de metros de altura sin nada que los sostenga. La última vez que volé y mientras rezaba a gritos por mi vida, se me ocurrieron dos ideas que reducirían este peligro absurdo:

– Cada avión podría atado con un cable de acero a una grúa muy alta. Las grúas estarían más o menos en el punto medio de cada ruta, pero en todo caso habría que calcular bien la distancia máxima que puede recorrer cada avión, para ajustar la longitud de los cables. También deberíamos contar con un mecanismo que permitiera ir soltando o recogiendo cable para aterrizar y despegar. (Pendiente de patente).

– Otra opción quizás más barata consistiría en ponerle unas ruedas muy grandes al avión y hacerlo circular por las autopistas, quitándole las alas para evitar colisiones ridículas. Por cierto, las alas no sirven absolutamente para nada ni siquiera en el aire: ¿acaso los aviones baten las alas? Pues eso. A este invento (también pendiente de patente) lo llamo autovión.

Cualquiera de estas dos soluciones salvaría muchas vidas. Sobre todo teniendo en cuenta lo que ocurre hoy en día con Blablacar. La gente que no tiene coche, que no quiere sufrir un accidente de avión y que aún no puede recurrir a mis autoviones se ve obligada a compartir automóvil con desconocidos, muchos de ellos, sin duda, asesinos. Es de eso de lo que hablaban los periódicos estos días, ¿no? La polémica de Blablacar y Uber era por las docenas de muertes, ¿verdad? Es que no he estado muy al tanto. Pero me imagino que ha sido eso. Se veía venir. No te puedes meter en el coche de cualquiera. Podría ser un criminal. Un zurdo. Un pelirrojo. Un violador de gatos. Seguro que ha muerto mucha gente.

No sé. Y vete a saber: ya nadie lee periódicos. Hoy todo el mundo está con las tablets. Que vale, están muy bien, pero la semana pasada pinté el piso y para tapar el suelo necesité como doscientos cincuenta Ipads. Mucho gasto. Y la pantalla táctil resbalaba un montón. Todo son inconvenientes.

Me niego a escribir iPad, por cierto. Es un nombre propio. La primera en mayúscula. El resto en minúscula. Ipad. No hay más que hablar.

En todo caso, ¿cuánta gente habrá muerto apuñalada y descuartizada por culpa de Blablacar? Nunca lo sabremos. Bueno, podríamos contarlos, pero ¿quién tiene tiempo para contar cosas hoy en día?

Yo no, desde luego. No tengo tiempo absolutamente para nada. Ni siquiera para leer Focus, de Daniel Goleman. Creíais que lo había olvidado, ¿eh? PUES NO. Goleman. Gatos. Pingüinos. Aviones. Autoviones. Asesinatos. Periódicos. Mi cerebro es un ordenador. Un 386 con cien megas de disco duro y disquetera de las nuevas, de las de tres pulgadas y media. ¡JA!

El caso es que tampoco tenía ganas de hablar del tema. Ese señor es el de Inteligencia emocional, el libro que ha servido de excusa a millones de vagos durante los últimos veinte años. Ni siquiera el libro, porque nadie lo ha leído: el título. Ahí se quedaron todos. En el título. «Yo suspendía porque mi inteligencia era emoci…» TÚ ERAS UN VAGO. Y SIGUES SIÉNDOLO.

Me he enfadado. Voy a bajar a la plaza, a ver si veo a algún gato despistado que me alegre la tarde.

(Fuente de la imagen).

Algunos usos prácticos de una máquina del tiempo

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Cuando se mencionan los posibles usos de una máquina del tiempo, se suele caer en lugares comunes como matar a Hitler antes de que llegue al poder o evitar que los padres de Aznar se conozcan. Si bien estos objetivos son nobles y loables, me parece adecuado recordar que una máquina del tiempo también podría tener unos nada desdeñables usos cotidianos e incluso recreativos. Por ejemplo:

– Echar una segunda siesta.

– Llegar tarde a la oficina y que todo el mundo sepa que lo has hecho adrede. «NO MERECÍA LA PENA USAR LA MÁQUINA, SÓLO SON DOS HORAS DE NADA».

– Volver al sábado pasado y evitar beberte esa última copa que te sentó tan mal.

– Tomarte tú, el del futuro, esa última copa, ya que tú aún no llevas ninguna.

– Volver al sábado pasado, pero desde más tarde, a evitar que el segundo Jaime Rubio siga bebiendo porque al final resulta que no se conforma con esa única copa.

– Enviar a un cuarto Jaime Rubio porque el tercer Jaime Rubio también se acaba liando.

– Echar una tercera siesta.

– Ahorrarte ese minuto que pasas mirando el microondas cada mañana, esperando que se caliente la leche.

– Mirar la hora (es una máquina del tiempo, tendrá un reloj).

– Llegar a fin de mes con mayor soltura. La cosa va así: te gastas todo el sueldo el día 10, como de costumbre, y viajas hasta el día 30 o cuando cobres. La gente te preguntará dos cosas: primero, ¿dónde has estado todo este tiempo? Y segundo y tras unos cuantos años haciendo lo mismo, ¿cómo te conservas tan joven?

– Zanjar discusiones sobre quién dijo qué: viajáis los dos al pasado y lo comprobáis.

– Cambiar el pasado para ganar esa discusión.

– Viajar a momentos históricos famosos para salir en la foto (o en el óleo, según).

– Llevarle a Shakespeare las obras completas de Miguel Mihura, a ver qué pasa.

– Echar una quinta siesta antes de la cuarta porque para eso tienes una máquina del tiempo.

– Viajar al pasado a conocer a tu personaje histórico favorito. Por ejemplo, Gandhi. Darte cuenta de que has viajado en el tiempo, pero no en el espacio. Cruzar una Europa asolada por la Segunda Guerra Mundial, sin dinero. Conseguir llegar a la India, con muletas porque perdiste una pierna en un bombardeo. No encontrar a Gandhi por ningún lado. Ir a uno de sus actos públicos. Que te digan que es ese señor del fondo. Darte cuenta al final de que estabas mirando a otra persona todo el rato. Enfermar de lepra. Morir.

– Viajar al futuro para comprarte un almanaque deportivo con los resultados de todos los partidos de fútbol hasta 2050. Olvidarte cada semana de echar la quiniela. Se juntan dos temas: “Yo no soy muy futbolero” y “Bah, ya lo haré la semana que viene, qué más dará, hay tiempo”.

– Viajar al pasado para, una vez allí, viajar al futuro justo antes de ese primer viaje y advertirte de que no viajes al pasado. Hacerte caso.

– Echar una cuarta siesta.

– Viajar al pasado y avisarte de cosas que en realidad no sucedieron jamás, sólo por ver tu propia cara.

– Viajar al pasado y explicarte el final de alguna serie de estas largas, de seis o siete temporadas, sólo por ver tu propia cara.

– Viajar al pasado y tener sexo contigo mismo porque de joven estabas muy bien y técnicamente es como masturbarse, así que no pasa nada, y todo también por ver tu propia cara, que es preciosa.

– Dejarte embarazado porque en el futuro se sabrá cómo.

– Cuando le explicas a tu hijo que eres su padre y su madre, es posible que se enfade tanto que viaje al pasado a seducir a tu abuela y convertirse en tu abuelo.

– Del rebote que pillas, intentas viajar al futuro a vengarte de tu hijo, tal vez seduciendo a tu nuera y convirtiéndote en su yerno, pero no sabes usar la máquina porque de repente tienes… Ehm… Cómo decirlo… Ehm… Cierta discapacidad intelectual. Por el tema de una endogamia muy bestia.

– Quedar bien con la gente. Por ejemplo, pongamos que te invitan a dos cumpleaños el viernes. Vas a uno. Luego duermes. Descansas. Te duchas. Viajas al pasado y vas también al otro.

– Pero si eres la misma persona, preguntaréis, ¿no habría ahí un rollo de paradojas y tal? (Decís “y tal” porque no tenéis mucha idea y se os nota). No, en serio, insistiréis, ¿cómo puede la misma persona estar en dos sitios a la vez? ¿O tener sexo consigo misma? Esto último me interesa, afirmaréis, añadiendo muy deprisa que para un amigo, no te creas. Aunque claro, continuaréis, ya hablando solos, ¿existe realmente la identidad, el yo? ¿Acaso no se renuevan todas las células del cuerpo humano cada siete años? ¿Qué queda de mi persona de 2007, aparte de este michelín que no consigo quitarme?

– Ay, no sé, contestaré, dejadme en paz con mis cosas.

(Fuente de la imagen).

Sólo tenemos Pepsi

camareros

A: Una Coca-Cola light, por favor.
B: Tendrá que ser Zero.
A: Es igual.
B: En realidad, sólo tenemos Pepsi.
A: Pepsi está bien.
B: ¿Y si es Fanta?
A: ¿De naranja?
B: No nos queda.
A: Pues una de limón.
B: Le puedo traer un helado de limón.
A: Pues un helado de limón.
B: Sólo que es de fresa.
A: Ya va bien así.
B: Lo siento, pero el congelador está estropeado. ¿Batido de fresa?
A: Vale.
B: Sólo que es gazpacho.
A: Ningún problema. También es rojo.
B: Se acaba de terminar mientras me contestaba. Pero podemos untar algo de tomate en un par de rebanadas de pan y hacerle un bocadillo.
A: Bien. ¿De qué lo tienen?
B: Jamón, tortilla, fuet…
A: Tortilla.
B: No nos queda.
A: Jamón.
B: No hay pan. Lo más parecido sería un filete empanado.
A: De acuerdo.
B: Pero tiene que ser a la plancha.
A: Vale.
B: ¿Patatas o ensalada?
A: Patatas.
B: No nos quedan.
A: ¿Puede ser ensalada?
B: Tampoco. Verduras a la brasa.
A: Hecho.
B: Marchando un lenguado al horno.
(Diez minutos más tarde le sirve una caña y una ración de chipirones).

(Fuente de la imagen).

¿Quieres cogerla en brazos?

fiesta

—¿Una cerveza?
—Sí, gracias.
—Pues hace buen día, ¿no?
—La verdad es que tienes una terraza de puta madre.
—Compramos el piso por eso.
—Está muy bien, sí.
—Tu eres el novio de Sandra, ¿verdad?
—Sí.
—No te conocía.
—Huy, ya ha venido un par de veces.
—Es que nosotros con la cría ya casi no salimos.
—Normal… Sandra ya me contó…
—¿De día se ve el mar?
—Qué se va a ver el mar.
—¿Y Sandra ha venido?
—Sí, sí…
—Claro que ha venido, no va a venir el chaval solo.
—Yo qué sé, no la he visto.
—Está en la cocina, ayudando a Jordi con las tortillas.
—Espero que sin cebolla.
—No empecemos.
—Yo creo que se tiene que ver el mar.
—El bebé se ha despertado.
—Huy, voy.
—¿Y a qué te dedicas?
—Estoy estudiando unas oposiciones. Para juez.
—Anda.
—Esas son jodidas.
—Sí… De hecho, lo dejé un tiempo y estuve trabajando porque no me veía… Pero el año pasado aproveché que me quedé en paro y me dije, venga.
—Huy, mira quién viene.
—Hola, pequeñuela. Huy, qué carita.
—No, si cuando se despierta no está para historias.
—Tiene mirada de cabreo.
—Sí, ¿verdad? En eso ha salido al padre. Por las mañanas no se le puede hablar.
—Yo creo que sí se ve el mar.
—¿Pero tú ves el mar?
—Hoy está nublado.
—Ay, qué rica. ¿Puedo cogerla?
—Claro.
—Ven aquí. Huy, qué guapa. Pero qué guapa.
—¿Cómo se llama?
—Noelia.
—¿Cómo el padre?
—No…
—En realidad, nadie de la familia se llama Noelia.
—Mi hermana se llama Noelia.
—Nos gustaba el nombre.
—Ya, era una… Una broma… Perdón… Es muy mona, sí.
—¿Quieres cogerla?
—Huy… No… Yo… No soy muy de… No…
—Déjale al pobre en paz.
—No, toma, cógela, que es muy buena.
—No, que yo…
—Tranquilo, si le gusta la gente. ¿No ves como la he cogido yo?
—Ya, pero no sé si…
—Que sí, hombre. No seas tím…
—¡Ah!
—¡AH!
—¡No!
—¿Pero qué…?
—¡DIOS DIOS DIOS DIOS!
—¡No la toques!
—¡AH! ¡AH!
—Yo… Yo…
—¡Que alguien llame a una ambulancia!
—¡Pero…!
—¡Está…!
—Lo siento… Yo… No…
—¡No la toquéis, que es peor!
—¡Pero cómo voy a dejarla ahí!
—¿Qué pasa? ¿Qué gritáis? Pero… ¡Noelia!
—¡Llevadla al sofá!
—¿Eso es sangre?
—Ay Dios no respira ay Dios.
—¡No la toques, joder!
—¡Mi hija! ¡Mi hija! ¡Que no respira! ¡Haz algo, Jordi!
—¡No la toques! ¡Que alguien llame a un médico!
—¿Qué coño ha pasado?
—¿Cómo se ha dado así?
—Con la mesa.
—¿Pero dónde estaba?
—El imbécil de tu novio.
—Yo… No… Yo no…
—Sí, necesitamos una ambulancia. Es un bebé. Se ha caído. No lo sé, no… Bajad un poco la voz, que no oigo nada.
—¿Pero qué has hecho?
—Yo… Yo no quería… No quería cogerla…
—¡Mi hija! ¡Joder! ¡Has matado a mi hija!
—Venid aquí los dos.
—¡No la podemos dejar ahí!
—¡No la toquéis!
—¡No respira, joder!
—¿Qué podemos hacer mientras llegan? Sí, páseme con el médico, por favor.
—Yo… Yo no quería… Me la han puesto en… En los brazos… Y…
—¡Yo lo mato! ¡Lo mato!
—¡Jordi, ahora no!
—¡Jordi! ¡Tu mujer!
—¡Ana!
—¡Ana, por el amor de Dios, baja de ahí!
—Que no, que mi hija se ha muerto.
—¡Ana, por Dios!
—Dicen que no la movamos. Que sólo miremos que esté cómoda.
—¿Cómoda? ¿Qué coño significa eso? ¡No respira! ¿Le has dicho que no respira?
—Joder, no me he enterado. Llamo otra vez, llamo otra vez.
—Yo no puedo, Jordi, yo no puedo…
—¡Ana, baja de ahí!
—Yo… Lo siento… Yo…
—¡Ana!
—¡Ana, no!
—¡Ana!
—¡Ana, por Dios!
—…
—…
—…
—…
—…
—Joder.
—Llama a… Llama… No sé…
—Jordi… No… Jordi.
—Joder.
—…
—…
—…
—…
—Ni siquiera me gustan los niños.