Nadie quiere folletos. ¡Nadie!

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A: Disculpe, caballero, no he podido evitar ver cómo arrojaba a la papelera el folleto que le he dado.

B: ¿Eh? ¿Cómo? ¿El folleto?

A: Sí, le acabo de dar un díptico con un información acerca de una nueva clínica dental que ha abierto en el barrio.

B: Ah, sí, es verdad. Es que no necesito un dentista, gracias.

A: Lo entiendo. Sé perfectamente que de los centenares de folletos que reparto cada día apenas una pequeña parte van a dar a alguien que tenga interés en lo publicitado. Pero, en fin, es que lo ha tirado a la primera papelera que ha visto.

B: Ya, bueno, es que no me interesaba… Tengo que irme, perdone…

A: ¿Y no podría haber esperado?

B: ¿Esperado?

A: Sí, ¿no podría haber esperado a la siguiente papelera? Hay otra apenas dos calles más allá, en la misma dirección a la que se dirigía.

B: Pero…

A: Entienda que yo también tengo sentimientos. Piense que mi trabajo consiste en repartir estos papeles. ¿No entiende que si veo cómo los tira, sin ni siquiera mirarlos, me invade una sensación de futilidad, de vacío? ¿No ve que estas horas que paso cada día de pie, intentando sonreír, pierden todo el sentido?

B: Pero si usted mismo ha dicho que sabe que la mayoría de folletos no le sirven a nadie.

A: ¡Ese no es el tema! ¡El problema es la falta de consideración! ¡La ausencia de respeto por mi labor y por mi persona! ¡Es como si hubiera arrugado el folleto y me lo hubiera arrojado a los pies para después escupir!

B: Oiga, no, eso es así…

A: Es como si hubiera llamado a mi madre y le hubiera dicho que su hijo, yo, ES UN INÚTIL.

B: No, hombre, su trabajo es muy dign…

A: ¿No entiende mi frustración? ¿¡NO ENTIENDE QUE NECESITO SENTIR QUE MI LABOR AYUDA A QUE LA SOCIEDAD Y LA ECONOMÍA MEJOREN!?

B: A ver, no se sienta así; si no fuera por usted, nadie sabría nada de esa nueva peluquería.

A: ¡Clínica dental!

B: Eso. Quiero decir, que no es una labor inútil.

A: Cuatro años en la facultad de ciencias de comunicación, estudiando publicidad y relaciones públicas, perfeccionando el arte de la difusión de mensajes comerciales para verme tratado así por… Por… Por nadie. Porque usted no es nadie. Sólo es la sombra de un hombre que pasa fugazmente por mi lado sin ni siquiera mirarme a los ojos, sin corresponder a mi sonrisa, agarrando de mala gana el díptico como si no fuera más que un trámite para poder seguir su camino y para el que lo mismo daría que yo no fuera más que un mono adiestrado para repartir papeles.

B: No, por favor, no diga eso…

A: ¿Cuánto puede pesar este folleto? ¿Tres, cuatro, diez gramos? Y no podía acarrearlo dos manzanas más, hasta la siguiente papelera, no, qué va, tenía que despreciarme a mí, al señor que me ha contratado y a la dueña de la clínica dental Doctora Sánchez.

B: No hable así, si yo le respeto un montón.

A: ¡Usted qué va a respetar! ¡No tiene ni idea! ¡Intento ayudar! ¡Por eso escogí este trabajo! ¡Porque hay gente que necesita ofertas de pizza y de trasteros!

B: Buf, qué tarde, voy a perder el autob…

A: ¡Sí! ¡Estoy aquí por vocación! ¡A pesar de la gente como usted, que seguro que cree que lo hago por el dinero!

B: Por el dinero también, ¿no?

A: ¡No! ¿A mí qué más me dan los seis mil euros netos al mes, el seguro médico, el coche de empresa y las seis semanas de vacaciones?

B: Claro, cl… ¿Seis mil euros al mes? ¿Netos?

A: Pero yo no quiero el dinero. Yo quiero respeto. Yo quiero sentirme realizado. Yo quiero que se valore mi trabajo.

B: Pues tiene razón, me ha convencido. Respeto. Valor. ¿Le puedo dejar mi currículum?

A: ¿Está hablando en serio?

B: Es una labor social importante. Ha dicho netos, ¿verdad?

A: ¿Le he convencido? ¿Claro?

B: Claro.

A: ¿Y no será por las condiciones económicas?

B: Le seré sincero: todo ayuda.

A: Lo entiendo. Todos tenemos derecho a ganarnos la vida.

B: Cierto. No llevo mi currículum encima, pero si me da una dirección de correo electrónico, se la puedo enviar.

A: Sí, claro… O mejor, déme su tarjeta.

B: Mire, aquí tiene.

A: Gracias.

B: No, gracias a us… Oiga, ¿adónde va? ¿Qué hace? Pero… Oiga, pero no tire la tarjeta a la papelera.

A: Ahora sabe lo que se siente. AHORA ES CUANDO ME ENTIENDE.

B: …

A: Exacto. Yo he pasado justo por eso hace unos minutos. Como si hubieran arrojado todos mis sueños de la infancia a una hoguera, entre insultos y carcajadas de desprecio.

B: Entonces no me va a contratar.

A: Sí, está usted contratado. Esta era su primera lección.

B: Oh. Oh. Gracias. ¡No le defraudaré! ¡No le fallaré jamás!

A: Bueno, en realidad no está contratado. No soy el jefe. Déme otra tarjeta y se la llevo. Pero hablaré bien de usted.

B: Ah, pues se agradece. Aquí tiene.

A: Muy bien, pues ya le dirán algo, supongo. Siempre estamos buscando gente.

B: Otra cosa: deme un folleto.

A: No, por favor, no hace falta.

B: Sí, démelo. Lo voy a leer bien. Nunca se sabe, igual es una buena dentista.

A: Tenga, tenga.

B: Gracias.

A: Gracias a usted.

B: No, a usted.

A: No son seis mil euros.

B: ¿Qué?

A: No son seis mil euros. Ni hay coche de empresa. Este es un trabajo muy mal pagado. Y usted debería saberlo.

B: Pero…

A: ¿Para qué querría un coche de empresa? Trabajo de pie. En la calle.

B: …

A: Ya.

B: ¿Me devuelve mi tarjeta?

A: No.

(Fuente de la imagen).

Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas

Un comentario en “Nadie quiere folletos. ¡Nadie!”

  1. Si me encuentro con alguien que dando folletos me habla de sus sentimientos le suelto una hostia que no le quedan dientes para expresarlos. Espero que esto no haya pasado de verdad porque si hubiera sido yo la persona B, la persona A estaría con un par de buenas hostias.

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