El peor hotel del mundo

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(Estaba consultando hoteles en Tripadvisor y me he encontrado con esta crítica. No menciono ni la ciudad ni el hotel, porque no sé si creérmela, pero desde luego, se me han quitado las ganas de reservar).

Nuestra estancia en el Hotel X fue francamente decepcionante. Lo primero que vimos al llegar, además de la puerta, fue la recepción, lo cual nos pareció exageradamente convencional para un establecimiento que en su página web asegura ser, cito textualmente, “moderno”.

La segunda decepción vino con el propio recepcionista. Le pregunté si tenía una habitación reservada a mi nombre y me contestó que por supuesto. Pero eso era muy fácil, dado que mi nombre es muy común. Dudo que hubiera tenido una reserva a mi nombre de haberme llamado, por ejemplo, Hermenegildo Sigüenza.

Pedí que me llevaran las maletas a la habitación, pero el botones se negó a subir por las escaleras, a pesar de que era evidente que por ascensor no tenía ningún mérito. Para añadir dificultad y por tanto valor a su tarea, me senté en una de las bolsas y le ordené a mi señora esposa que se subiera a horcajadas sobre su espalda.

No conseguimos llegar a la habitación hasta después de tres horas y cuarto, gran parte de las cuales las pasamos oyendo anécdotas absurdas del botones, como «por favor, estoy muy mal de la espalda” y “tengo 87 años”. La gente se empeña en contarme su vida. Debo tener cara de psicólogo.

Una vez dentro, le exigí al botones que me abriera las maletas y ni siquiera pudo esquivar el dardo tranquilizante. Es una trampa que uso por si alguien me roba las maletas y para detectar botones lentos de reflejos.

Tras arrastrar el cuerpo de aquel señor hasta el pasillo, decidí probar si la habitación era lo suficientemente segura, por lo que vacié una botellita de ginebra del minibar en la cama y arrojé una cerilla. ¡Ardió en llamas! ¡Nos habían dado una habitación inflamable! ¡Qué locura!

Llamé a recepción e insistí en que quería cambiar de habitación, pero se empeñaron en que cuando suena la alarma de incendios hay que desalojar el edificio. Ni siquiera me escucharon cuando les dije que no había motivo para preocuparse, ya que el fuego era mío.

Tras una ruidosa y molesta visita de los bomberos, nos dieron finalmente otra estancia, que resultó ser exactamente igual que la anterior. Es más, cuando le pregunté al botones si la cama ardería en caso de que repitiera lo de la ginebra y la cerilla, me respondió con total desfachatez que probablemente sí.

-Tendremos que hacer turnos para no morir en un incendio -le dije a mi esposa-. Yo dormiré al principio y a partir de las ocho de la mañana podrás descansar tú.

Le pedí al botones que volviera a abrir la maleta, pero se negó, por lo que le clavé en el ojo un dardo tranquilizante que siempre llevo en el bolsillo de la chaqueta por si alguien me niega cosas.

Quise probar el servicio de habitaciones y resultó ser también mucho peor de lo que cabía esperar en un establecimiento que se supone que quiere complacer a sus clientes: pedí que me subieran dos bocadillos y dos cervezas, tres prostitutas de algún país del este, seis botellas de champán, a Juan Tamariz, un elefante, a José Tomás y seis mihuras. Y el elefante resultó ser indio y no africano. ¿Acaso creían que no me iba a dar cuenta? Qué poca clase.

A pesar de que los bocadillos no estaban nada mal y de que al final nos comimos a José Tomás con ayuda de los toros, mi mujer y yo decidimos cenar algo caliente en el restaurante del hotel. Eso sí, de camino al ascensor comprobé si la moqueta del pasillo era también inflamable y resultó serlo.

-Vamos a morir esta noche -le dije a mi esposa, que estaba visiblemente disgustada, como se podía apreciar por su forma de agarrar el bolso.

Antes de entrar en el restaurante, pasé por recepción y le expliqué la situación de la moqueta al recepcionista, cuya única respuesta fue desarrollar un tic muy molesto en el ojo izquierdo y tragarse dos analgésicos de golpe y sin agua.

Aproveché para comentarle otro asunto en el que la publicidad del hotel MIENTE DESCARADAMENTE: la página web insiste en que el establecimiento está “bien situado, cerca de las zonas turísticas”, cuando lo cierto es que está a varios cientos de kilómetros del centro.

-Señor -contestó el recepcionista, reprimiendo las lágrimas-. Usted está pensando en el centro de su ciudad. Estamos en otro país.

Cambiar de tema es el recurso de los débiles cuando están perdiendo una discusión. Lo di por imposible y le comenté a mi señora que no dejaríamos propina.

El restaurante resultó ser uno de los peores en los que he estado: nos tuvimos que sentar en dos bicicletas estáticas y no conseguimos que ningún camarero nos hiciera caso; estaban todos corriendo en cintas mecánicas o levantando pesas. Ese hotel era de locos. Baste decir que al final tuvimos que cenar en el gimnasio, que a su vez estaba lleno de mesas y donde, todo hay que decirlo, servían un risotto de setas bastante aceptable.

Pero lo peor fue cuando nos acostamos para dormir. Notamos un ruido muy molesto que no sabíamos de dónde venía: ¿la calefacción? ¿Quizás las cañerías? Ni idea, porque abrí varias paredes y desmonté unas cuantas tuberías sin éxito. El ruido era tan infernal que otros huéspedes del hotel se quejaban en voz muy alta y me gritaban cosas como “que pare ese ruido”. Encima con exigencias. Les grité que sólo era otro huésped con algunas nociones de fontanería, pero aún protestaron más. Como para ir haciendo favores.

Dado que no podíamos dormir, mi mujer y yo intentamos hacer el amor, pero con tanto disgusto no pude evitar un gatillazo, achacable única y exclusivamente al deficiente servicio del hotel. De hecho, era la primera vez que me ocurría algo semejante. Por eso me resultó aún más sorprendente que el botones se negara a complacer a mi esposa, a pesar de que prometí una buena propina. Tuvimos que volver a llamar a Juan Tamariz, que lo hizo seis veces, pero todas con la mano, como se puede ver en el siguiente vídeo.

En definitiva, no pienso volver a este hotel. Y yo le quitaría al menos una de las dos estrellas de las que presume.

(Fuente de la imagen).

Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas