El día del fin del mundo

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Ya te dije que vendría a terminar unas cosillas. Aquí, mucho cachondeo con que el mundo se acaba, pero si no contabilizo los gastos y ordeno las transferencias, la semana que viene los tengo a todos en la puerta del despacho preguntándome qué pasa con los 17 euros del taxi o los 78 de la cena.

Pero sí, es verdad que estoy solo en la oficina. Al final, soy el único pringado, para variar. Le pedí a Sonia que viniera a echarme una mano, pero se puso hablar de lo único de lo que habláis todos, de los dichosos meteoritos, y me colgó.

Menos mal que puedo venir caminando a la oficina, porque el metro estaba cerrado y no he visto pasar ningún autobús. Hacía calor con el traje, pero bueno, me he quitado la corbata. Sé que no es lo correcto, pero bah, entre que es viernes y que el cielo está en llamas, no creo que me llamen la atención. Es impresionante, lo del cielo. Da incluso un poco de miedo. Suerte que ya nos han dicho que son varias decenas de meteoritos que se estrellarán sobre Europa y África durante las próximas horas, porque si no, estaría acojonado.

Ojo, que entiendo lo que me decías esta mañana. Y lo que me has repetido por whatsapp. Y lo que has escrito en el mail. Admito que no habría pasado nada por pillarme el día libre y pasarlo contigo y con los niños, pero es que estos días en los que la oficina está vacía son los mejores para avanzar faena. No me ha llamado nadie en toda la mañana y solo me ha interrumpido el ladrillazo de un saqueador que ha atravesado la ventana. Se ha equivocado: quería darle a la tienda de electrodomésticos de abajo.

La única pega es que el bar está cerrado y he tenido que tomarme el café de la máquina, que está malísimo y me da acidez. Es raro, lo del bar, porque el tío abre de lunes a domingos y siempre está ahí. No le he visto cogerse un día libre nunca. Es verdad que hoy no le habría salido a cuenta abrir: se habría gastado más en luz de lo que hubiera ingresado en cafés. Pero en fin, me jode que la gente sea tan vaga.

También agobia un poco el calor. No va el aire acondicionado y si abres la ventana parece que respires fuego. Estoy sudando como un pollo. Menos mal que guardo una camisa limpia en uno de los armarios.

Se está tan tranquilo que hasta he puesto la radio un rato. Pero la he apagado en seguida. A la octava vez que oyes el mensaje de emergencia pidiéndole a todo el mundo que se quede en su casa o a cubierto, ya te aburres.

Sí que he visto en un blog lo que me decías de los búnkeres para políticos y millonarios. El jefe creo que se fue a uno de estos. Al final siempre pringamos los mismos. Pero claro, para mandar, hace falta dinero. Y para tener dinero, hay que trabajar, digo yo. Así que ya me dirás tú con qué excusa me voy a pillar el día libre hoy, en septiembre, si solo hace cuatro días que volví de vacaciones. El jefe me habría mirado como si estuviera loco. Ya me parece oírle: “Usted sabrá lo que hace. Con la que está cayendo. Tanto económica como astronómicamente hablando”. Él no ha venido, claro. Siempre hace lo mismo.

Además, te digo una cosa: me da igual lo que hagan los demás. Uno tiene que ser responsable y atender a sus obligaciones. Todos estos que se han quedado en casa luego irán a un bar y querrán tomarse unas cañas. Imagina que el camarero les dice: “No, mire, ahora no puedo atenderles porque unos meteoritos se dirigen a la Tierra y vamos a morir todos”. Me gustaría ver sus caras. Todos indignados, seguro. O cada uno hace su parte o acabamos en el caos.

Además, al final seguro que la Nasa exagera. Es cierto que cada vez hace más calor y el cielo está más rojo, pero me imagino que los meteoritos se desintegrarán antes de llegar al suelo o caerán al mar. Al final siempre caen al mar. No hay motivo para quedarse en casa haciendo el vago y menos con el lío que tenemos aquí, que cada uno entrega la hoja de gastos con los datos que le da la gana. O la fecha está mal, o falta poner el concepto, o no la firman. Siempre lo mismo. Ya no sé cómo decírselo. Pero luego, yo tengo que hacerlo todo perfecto porque si me retraso en los pagos, me linchan.

Saldré a mi hora, eso sí. Igual hasta salgo antes. Como no hay nadie, puedo irme pronto sin tener que soportar miraditas. También he podido avanzar faena mucho más rápido. Ni los jefes preguntan chorradas ni los compañeros molestan con tonterías. Ahora me comeré el tupper y en un par de horitas lo termino todo. Casi seguro que llego a casa antes de las siete y veintitrés, la hora a la que decían las noticias que se acabará el mundo. Así lo vemos juntos.

Ya verás, el lunes tocará madrugar igualmente.

Autor: Jaime Rubio Hancock

Yo soy el mono de tres cabezas

4 opiniones en “El día del fin del mundo”

  1. Sí, queda poco, poco. Dentro de un año (noviembre de 2016), las cosas habrán cambiado tanto que no lo creeremos. No te rías aún. Espera un año y se te quitarán las ganas.

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