Pongamos que le escribes un mail a Sergio en el que criticas a Santi. Eso pasa. Todos lo hacemos. Pero los dos nombres comienzan por S y como estás pensando en ambos (le hablas a uno del otro), te confundes y se lo envías a Santi, en lugar de a Sergio.
Este incidente sólo se puede solucionar si te das cuenta en seguida. En cuanto le das a enviar y tras esa fracción de segundo durante la que te quedas muy quieto y muy blanco, has de gritar «NOOOOOOOOOOOOOOO» mirando al monitor. Después has de saltar en cámara lenta frente a él, con el pecho señalando a la webcam. De este modo interfieres con la wifi y te colocas entre el correo electrónico y Santi.
Caes al suelo, aturdido, y notas un golpe a la altura del corazón. Justo allí, en el bolsillo de la camisa, es donde tenías el móvil. Desbloqueas la pantalla y compruebas que te ha llegado ese mail a ti y que no tienes por qué preocuparte: Santi jamás sabrá que le criticas a sus espaldas.
Entonces suspiras, aliviado, pero todavía con el pulso tembloroso. Si no hubieras llevado el móvil en el bolsillo de la camisa, donde sólo lo llevan los señores mayores, ese mail habría impactado contra tu pecho Y TE HABRÍA MATADO.
Ahora sé lo que piensas en realidad de mí.
Me gustaMe gusta
¡Te lo puedo explicar!
Me gustaMe gusta
Como ingeniero en Telecomunicaciones puedo afirmar tras probar cuatro veces que el truco no funciona y te mueres a la primera.
Me gustaMe gusta
Lo habrás hecho mal. Prueba otra vez.
Me gustaMe gusta
Todo eso está muy bien, pero yo me he quedado sin saber lo que rajabas de Santi…
Me gustaMe gusta
Luego te llamo, que está leyendo esto (véase el primero comentario).
Me gustaMe gusta