La señora se sentó y pidió un cortado. Cuando se lo sirvieron, abrió el sobre de azúcar, vertió el contenido dentro de la taza y comenzó a remover el líquido con la cucharilla. Clinclinclinc. Y siguió removiendo. Clinclinclinc. La gente que estaba sentada a su lado en la barra de la cafetería la miró con cierta incomodidad. Pero ella siguió removiendo. Clinclinclinc. La mano iba cada vez más rápido, los labios cada vez estaban más apretados, la mirada estaba cada vez más concentrada en un punto inconcreto del horizonte, justo por encima de donde estaban apiladas las tazas limpias. Las conversaciones se interrumpieron, los camareros dejaron de preparar y servir café y croissants. Nadie se atrevía a decirle a la mujer que parara, que era imposible que quedara algo de azúcar en el fondo de la taza, que aquel trabajo ya estaba listo. Porque se la veía muy concentrada en su tarea, removiendo ese café cada vez más rápido, concentrando el espacio y el tiempo en el remolino de su cortado, que comenzó a atraer energía y materia, tragándose la cucharilla, la señora, la barra y los camareros, el edificio entero y después la ciudad, el planeta, todo el sistema solar y la galaxia, hasta concentrar todo el universo en el punto central de su café.
Todo se quedó quieto durante una minúscula fracción de segundo tan breve que pareció eterna.
Para que justo después ese mismo centro del remolino del cortado explotara y comenzara a girar en dirección contraria a la de la cucharilla, dando lugar a las partículas elementales, a zonas densas de materia, nubes, estrellas, galaxias, sistemas solares e incluso un pequeño planeta a una distancia lo suficientemente adecuada del sol como para permitir que algunas moléculas fabricaran copias de sí mismas, creando bacterias, organismos pluricelulares, alguna que otra alga y animales marinos que dejaron el agua y comenzaron a pasear por tierra, dando lugar a los dinosaurios y a los mamíferos, a los humanos y al imperio romano, y después a la Revolución Francesa y a los Juegos Olímpicos de Barcelona, hasta que alguien abrió un bar en la calle Provença y siete años más tarde entró una señora y pidió un cortado. Cuando se lo sirvieron, abrió el sobre de azúcar, vertió el contenido dentro de la taza y comenzó a remover el líquido con la cucharilla. Clinclinclinc. Y siguió removiendo. Clinclinclinc.
¡Hija de la Lunaaa!
😉
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Este relato es termodinámicamente incorrecto.
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¿Seguro? Tengo unos cálculos hechos. Son renales.
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¿Estruvita u Oxalato Cálcico?
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Y qué habría pasado si en vez de remover un cortado lo hubiera hecho con un Cola Cao? O peor aun, si la señora se hubiera puesto sacarina en vez de azucar? Eeeehh??
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¿Pero qué tipo de pregunta es esa? Sacarina dice. Pero qué subnormal.
La pregunta que hay que hacer es la siguiente: ¿Por qué el señor Rubio pone «clinclinclinc»? Siendo una encadenación de «clin», debería ser «clinclinclin», acabado en «n». Sin embargo él lo escribe acabado en «c». Y lo hace en cinco ocasiones, con lo que es evidente que lo hace aposta. ¿Por qué?
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En realidad, es clinc clinc clinc, pero al unirlo, elimino la C de en medio para evitar duplicaciones, ahorrar energía Y SALVAR EL MEDIO AMBIENTE, DESPILFARRADOR.
Por otro lado, me niego a admitir que el origen del universo es un edulcorante para gorditos con remordimientos de conciencia.
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Parece que no se puede seguir el hilo de una broma sin faltar el respeto y llamar subnormal a alguien. Pablete, un poco de edcucación majete, que yo no te he faltado el respeto.
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Cielos, sí que te ha dolido. Veo que has interpretado mi comentario fuera del contexto de este blog. Pues nada, a pedir mil disculpas. Pero mil.
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Trabajo en una cafetería y puedo aseguraros que despues del desayuno me dejan todo perdido de materia oscura
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Mas allá del clinc o clin o la sacarina… yo te diré que el texto es muy interesante y ocurrente, me encanta pensar que puedo tener todo mi universo en una taza de café!
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